Para la sección, Narrativa, del blog Ancile, traemos el relato de nuestro colaborador excelente y amigo entrañable, Pastor Aguiar, que lleva por título, La hora Justa.
LA HORA
JUSTA
Es la hora justa de escribir un
cuento. Debía sentir la urgencia de escribirlo, pero me falta el tema. Déjame
darle otra fumada a este tabaco conflictivo,
gravemente encuadernado… ¿en mi boca?
Estuve un rato con Clarice Lispector, ella sí contaba cosas alucinantes de un pollito, etc, etc. Pero no yo, quien se estremece conmigo pluma en ristre con este capricho de que es la hora inevitable de escribir un cuento, carajo, con tantas otras cosas por hacer, como irme de pesca, fotografiar aquella tela de arañas colando vientos… no, no debo mencionar el lente macro de 105 mm, que de fotografía nada sé, aparte de tirar fotos a mansalva; y qué tal sería la foto de un pedo antiguo. Se me ocurre una risotada, tampoco fotografiable.
Estoy maduro, predispuesto, intranquilamente arañando esta página como si la exprimiera, mira tú, como si de ella fuera a llegarme la historia.
De seguro es un cuento tan breve que no soporta una sola palabra, un estornudo para narrar en un archivo comprimido, tipo WinZip, ¿sabes de qué te hablo?
Quizás ya esté desarrollando un tema peligroso, porque si te aburro, cómo vas a leerme cuando lo que debía manifestarse grite “¡aquí estoy yo!”
Pasa Bernardo Calderín, fumando el mismo tabaco que esgrimo. Suba a caballo por el humo, y allá, donde los pájaros pueden ser cartas, de repente Bernardo se me ocurre Agapito sacándose la muela con una mandarria antes de que se inventaran los dentistas, qué tragedia vivir tales entonces.
A ojos vista, debo terminar lo que empecé, jodámonos tú y yo, por ahora.
Pastor
Aguiar
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