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viernes, 24 de abril de 2020

EL TIRO, DE PASTOR AGUIAR

Para la sección, Narrativa, traemos el post que lleva por título, El tiro, relato  de nuestro colaborador y amigo Pastor Aguiar, que nos regala de nuevo con su narrativa ágil, brillante y viva un momento de lectura sugestivo y estimulante.




El tiro, Pastor Aguiar




EL TIRO





Venía el tiro tras de mí, la bala firme horadaba el viento, y yo escapando a ras de la tierra como una liebre. El miedo era mi combustible.

Apenas recordaba las causas. Todo se había precipitado pocos segundos antes. Macario en su taburete al lado izquierdo de la puerta, con la panza desnuda y los ojos semi cerrados para que el bochorno le fuera llevadero.


Y ocurrírseme aquella picardía de lanzarle una piedra contra el ombligo semejante a un caracol. Entonces vino su reacción desmesurada, aquel Macario rojo como un tizón echando manos al revólver. Yo no imaginé que el muy energúmeno estuviera armado. Sí sabía de sus malas pulgas, su rencor congénito tipo muralla que lo mantenía a solas, en su soledad orgásmica. Ya retirado, se pasaba las tres cuartas partes del día recostado contra la pared de tablas del rancho, y muy pocos se le acercaban.


Yo pasé por allí casualmente, cortando camino rumbo a la laguna en busca de nidos de patos y estupiñanes floridos que intentaba descubrir, pues los había visualizado en sueños como arbustos acuáticos parlantes que gritaban flores con pétalos de labios.



Apenas pude ver el arma en la mano del gigantón, escuchar su jadeo de caballo al final del galope, y acto seguido el clic del seguro al liberarse. Lo siguiente iba a ser la explosión casi al momento del impacto sobre mi espalda.
El tiro, Pastor Aguiar


Entonces corrí, me disparé antes que el revólver de Macario. Volaba inclinándome cuanto podía, más reptil que mamífero, el espanto hecho de carne y huesos. Un frío de glacial me invadía, pero no cesaba de imaginar el choque del proyectil, quizás sin dolor inicialmente, como porrazo en cuero de tambor, y también la columna vertebral despedazada, sus añicos rajando arterias, la sangre pintándome como un mural surrealista.


Mi esperanza era dejar la bala detrás, que se desmayara antes de alcanzarme. También rogaba por elevaciones, grandes rocas protectoras, pero el terreno era liso. Si esperaba a protegerme con la curvatura del globo terráqueo, iba a morir de viejo en pleno maratón.


A todas estas estalló el disparo. Fue semejante a los truenos y me dejó sordo, con un mar de silbidos en el centro del cráneo. Lo raro fue la ausencia del impacto. Se supone que el plomo llegue al tiempo de la explosión, dada la corta distancia.


Me incliné aún más, iba en cuatro patas, arañando la yerba con mis dedos, hasta que llegó un momento en que dudé de la realidad, porque no me fatigaba, no era herido, y Macario era alguien que ahora no encajaba en este mundo. Entonces me detuve, me enderecé para tomar aire frente a la pared de tablas de un bohío junto a cuya puerta reposaba, con la panza al aire tal vez Macario. Por nada del mundo iba a tirarle piedras.





Pastor Aguiar




El tiro, Pastor Aguiar


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