Para la sección de Narrativa, del blog Ancile, traemos una nueva entrada con el relato de nuestro colaborador y amigo Pastor Aguiar, y que lleva por título: Inundación.
LA
INUNDACIÓN
Un buen día el pueblo amaneció inundado. No
fue por lluvia y nadie se explica cómo, quizás el agua vino desde abajo,
vomitada. Es un líquido turbio, así que ves a la gente de la cintura hacia
arriba.
La inundación vino hace medio año y solamente abarca el pueblo. Cuando llegas a él ves la pared de agua temblorosa, los medios cuerpos desnudos, tostados por la luz.
Las casas asoman sus techos y la parte superior de los marcos sin puertas. Supongo que duermen en camas flotantes, que comen peces crudos, porque los hay en gran cantidad, a veces saltando y dándose cabezazos al igual que toros.
De vez en cuando alguien escala la cumbre de su vivienda, sin ropa, mostrando caderas y extremidades inferiores con escamas. Los pies les han crecido, parecen de patos, por las membranas entre los dedos. Creo que se alegran, se contonean durante unos minutos al sol y brillan de tal manera que dañan la vista. Después se lanzan a la masa turbia de las aguas para merodear o reunirse. ¿De qué hablarán? No les debe interesar el mundo más allá del pueblo, ninguno se aventura hacia lo seco.
Primeramente, supuse que no tenían motivos para alegrarse; ahora creo que sí los tienen, pues no trabajan, y apuesto la cabeza a que atrapan los peces con facilidad y los mastican relamiéndose, exhibiendo una salud envidiable. Todo acontece allí, no necesitan televisión ni radio. Entonan ellos mismos un tarareo constante. Para colmo, no he visto cadáveres, puede que se los coman como acto de sanidad.
Estoy dándome cuenta de que paso la mayor parte de mi tiempo observándolos, e instintivamente me he desnudado. ¿Estaré a punto de penetrar esa pared alucinante?
Pastor Aguiar
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