Hacemos llegar la tercera entre de El sufrimiento a la luz de la fe (3), de Alfredo Arrebola, para la sección Apuntes histórico teológicos del blog Ancile.
EL SUFRIMIENTO
A LA LUZ
DE LA FE
(III)
En el pasado mes de Julio – día 16,
Festividad precisamente de la Virgen del Carmen, no sólo “Patrona de los
marineros” sino también “Salud de los enfermos” - el Estado Español llevó a
cabo una “Ofrenda floral en memoria de las víctimas de la Pandemia”. Una
ceremonia, para mí, totalmente pagana, realizada por todos los representantes
de la sociedad civil. España ha perdido – no tengo el menor reparo en decirlo
– “su memoria”. Seguí el acto – por
Televisión - desde sus inicios hasta el final. Por mi mente pasaron los
míticos, legendarios y paganos hechos tributados a quienes perdieron la vida en
favor de su patria natal.
En la memoria de una persona
medianamente culta está presente que las antiguas mitologías proponían
divinidades caprichosas y, especialmente, temibles, que eran aceptadas de forma
ingenua y acrítica. En la actualidad, la
mitología moderna manifiesta su agnosticismo y ateísmo sin el más mínimo
discernimiento racional. En España, por ignorancia filosófica, teológica e
histórica, existen movimientos que
pretenden, incluso de forma violenta, arrancar toda idea inmanente de religiosidad que
hay en el ser humano. Pero tengan
cuidado porque, aunque les duela, Dios sigue siendo la referencia humana más
esencial, más importante y -¡cómo no! - inevitable. Ya nos la recuerda la
Biblia en el salmo de David: “Dijo el necio en su corazón: no hay Dios”. No
intento, bajo ningún concepto, enfrentarme a estos movimientos que blasonan de
su incredulidad. Yo les doy la razón a filósofos – teistas y ateistas – que
afirman que el ser humano, en última instancia, es un
“animal religiosum”.
Ya he manifestado, en repetidas
ocasiones, que la finalidad de mis sencillas y humildes “Reflexiones
filosófico-teológicas” es simplemente
ayudar a cuantos están preguntándose los ¿”por qué”? de la terrible y persistente crisis mundial, originada por este Coronavirus,
que nos lleva ineludiblemente a replantearnos nuestra propia vida. Lógicamente, la situación traumática experimentada desde finales de
febrero, parece abrirse paso hacia nuevos horizontes, aunque llenos de incertidumbres y de interrogantes.
Es normal: cada uno puede mirarse hacia dentro de sí mismo y comprobar sus
miedos, sus inquietudes, sus fortalezas y sus deseos. “Seguro que es una mirada – escribe el Capuchino
Manuel Muñoz – que hemos hecho, y puede ser saludable hacerlo cada día. Pero,
además, la mirada adquiere nueva perspectiva si contemplamos nuestro entorno
humano y geográfico, y más aún si se abre a una visión global”, cfr.
“Capuchinos Editorial”, pág. 10. N.º
70.
Estoy plenamente convencido de que el dolor despierta de manera acuciante la pregunta sobre Dios. Un Dios cuya existencia o cuya bondad son salpicadas por el dolor y sufren entredicho. ¿Cómo mantener la fe, cómo no dudar cuando se muere un chiquito de hambre, o en medio de grandes dolores, de leucemia o de meningitis, o cuando un jubilado se ahorca porque está sólo, viejo, hambriento y sin nadie?, se preguntaba el escritor Eduardo Sábato (1911 - 2011). Al mismo tiempo , Dios es ardientemente deseado como garantía de inmortalidad y como Padre compasivo, tal como leemos en “10 ateos cambian de autobús”, pág. 40 (Madrid, 2019), de José Ramón Ayllón.
El eminente Profesor, converso, de Oxford, C. S. Lewis (1898 – 1963) nos dice que el dolor, la injusticia y el error son tres tipos de males con una curiosa diferencia: la injusticia y el error pueden ser ignorados por el que vive dentro de ellos, mientras que el dolor, en cambio, no puede ser ignorado, es un mal desenmascarado, inequívoco: toda persona sabe que algo anda mal cuando ella sufre. Y es que Dios - afirma Lewis – nos habla por medio de la conciencia y nos grita por medio de nuestros dolores: los usa como megáfono para despertar a un mundo sordo. Y sigue explicándonos que un hombre injusto al que la vida sonríe no siente la necesidad de corregir su conducta equivocada. El dolor como megáfono de Dios es, sin la menor duda, un instrumento terrible, cfr. op. cit. Pág. 78.
Vienen bien, pues, las palabras que nos dejó escritas el Papa Juan XXIII (1881 – 1963): “La Iglesia asiste en nuestros días a una gravísima crisis de la humanidad – hasta hoy la Covid-19 no
acaba de irse – que traerá consigo profundas mutaciones. La humanidad alardea de sus recientes conquistas en el campo científico y técnico, pero sufre también las consecuencias de un orden temporal que algunos han querido organizar prescindiendo de Dios. Por esto, el progreso espiritual del hombre contemporáneo no ha seguido los pasos del progreso material. De aquí surgen la indiferencia por los bienes inmortales, el afán desordenado por los placeres de la tierra, que el progreso técnico pone con tanta facilidad al alcance de todos, y, por último, un hecho completamente nuevo y desconcertante, cual es la existencia de un ateísmo militante, que ha invadido ya a muchos pueblos”, cfr. “Concilio Vaticano II. Documentos, págs. 8-9 (BAC 1970).
Cualquier creyente cristiano sabe que la Biblia nos dice que Dios enviaba a los profetas para que anunciaran su amor al hombre. Ahora bien, en la Iglesia, el Señor manda a los santos quienes no tienen miedo de dejarse acariciar por la misericordia de Dios. Por este motivo, pues, los santos son hombres y mujeres que entienden muchas miserias humanas, y acompañan al pueblo en su continuo y penoso sufrir. No cabe la menor duda – hablo desde mi amplia experiencia vital – que el eterno problema del mal origina un grave y delicado dilema, cuya solución no es nada fácil a la luz de la razón (Filosofía), o a la luz de la fe (Teología).
Sin embargo, los que, sin mérito alguno, hemos recibido el don de la fe, encontramos la solución: JESUCRISTO, único hombre a quien se ha asociado sin mediatizaciones el nombre de Dios. Es curioso saber que en la Biblioteca Nacional de París, signo inequívoco de la cultura occidental, su nombre es el segundo en el número de fichas. El primero, y también es muy significativo, es Dios.
El periodista y escritor, también converso, Vittorio Messori (Sassuolo, Italia,1941) relata que, en el Antiguo Testamento, las profecías sobre Jesús son más de trescientas. Blas Pascal (1623 – 1662) reflexiona sobre este dato y concluye que, si un hombre hubiera compuesto un libro de profecías sobre la venida de Jesucristo, el cumplimiento de esas profecías tendría una fuerza divina. Sin embargo, lo que ha sucedido es mucho más: una sucesión de hombres, durante dos mil años, han profetizado el mismo acontecimiento.
Buda, Confucio, Lao Tse, Mahoma y todos los iniciadores de las grandes religiones aparecen por generación espontánea, sin que una tradición religiosa anterior les haya anunciado. Jesús, en cambio, viene precedido por una expectativa de dos mil años, y su Iglesia prosigue su obra durante otros dos mil. Un desarrollo ininterrumpido a lo largo de cuarenta siglos es contrario a las leyes que rigen los fenómenos históricos, cfr. “Hipótesis sobre Jesús” (1978).
Es innegable, al margen de la fe, que, históricamente analizado, lo que profetizaron hace milenios los profetas de Israel se ha cumplido totalmente. Israel ha transferido su predominio religioso a un pueblo que nació de él y que afirma, además, haber sido congregado por un Dios que ha bajado al terreno de la historia para situarse como pastor. Y este nuevo pueblo se ha extendido por toda la tierra de forma increíble. Hay que admitir que la expectación general en Israel caminaba en dirección opuesta a la que siguió Jesús. El pueblo judío esperaba un “rey liberador” del yugo político de Roma y se encontraron con un ajusticiado al que Roma misma crucifica. No obstante, los profetas ya habían anunciado que el Mesías reinaría en los corazones de los hombres. Pasaron, como así fue, los grandes imperios – Egipto, Babilonia, Roma -, pero, en los veinte siglos transcurridos desde la aparición de Jesús, su reino ha demostrado ser el único que no lleva camino de terminar de la misma forma. Porque… “su reino no era de este mundo”. La alegría de “su Evangelio” llena el corazón y la vida entera de aquellos que se encuentran con JESÚS DE NAZARET.
Alfredo Arrebola
Villanueva Mesía-Granada, Agosto de 2020.
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