En segunda entrega traemos esta reflexión de nuestro amigo y colaborador Alfredo Arrebola para la sección Apuntes histórico teológicos del blog Ancile, y bajo el título de: Una reflexión necesaria.
UNA REFLEXIÓN NECESARIA:
TEOFANÍA II
Uno de los más sobresalientes
psiquiatras actuales, el estadounidense Brian Weis, nos ha dejado dicho que
“por el conocimiento nos acercamos a Dios”, tal como leemos en “Muchas vidas,
muchos maestros”, pág. 51 (Barcelona, 2020). Esta idea del afamado psiquiatra
no es más que fiel reflejo de aquella
aguda inquietud de los filósofos judíos y musulmanes medievales: Ibn Hazm, Averroes,
Maimónides, Avicebrón, Ibn Arabi, etc.
De todos ellos, posiblemente es Averroes
(1126 – 1198) quien más me ha llamado la atención, ya que este cordobés - teólogo,
jurista, médico y filósofo - defendió la idea
de que no hay contradicción entre la fe religiosa y las conclusiones
filosóficas que la razón humana puede extraer. Incluso defendió la teoría de la
doble verdad, idest, la fe llega a unas conclusiones y la razón a otras. Y dignas de admirar son sus palabras: “...el mayor respeto a Dios
consiste en el conocimiento científico de sus obras: la naturaleza”, como lo
recoge Sebastián Gámez Millán en “100
filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos”, pág. 26 (Madrid, 2016).
Ahora bien, acuciado por esta
triste circunstancia vital, ya demasiado larga, y el difícil horizonte que se
nos presenta, he creído conveniente reflexionar un poco más acerca de la
“aparición de Dios” (teofanía) , partiendo, cómo no, del don recibido gratuitamente: la fe. Así pienso y
hablo yo, respetando, por supuesto, toda creencia e ideología. Y cuantos digan
ser cristianos convencidos en Jesús de Nazaret, deben tener siempre presente
que una de las señales de su identidad es la de vivir identificados – en
solidaridad compartida - con los que
sufren y padecen, ¡que, por desgracia, van aumentando días tras día!.
Es cierto, asimismo, que los
cristianos sabemos que “todo sirve para el bien de los que aman a Dios” (Rom 8,
28). ¿Y para qué – me pregunto – puede servirnos esta situación tan delicada de
la pandemia del Coronavirus?. Es posible, conforme a mi criterio, para hacer
una lectura más profunda de la vida de fe, reflexionar sobre la esperanza, para
crecer en humildad, solidaridad y, sobre todo, responsabilidad. Al fin y al
cabo, todos “somos hijos de Dios”, hasta los llamados ateos: su no dios (a+theós) es su Dios.
Escribe el famoso teólogo Leonardo
Boff (1938 – 2020): “Partimos de una intuición básica, afirmada siempre por el
cristianismo, por los místicos y también por los espíritus más atentos de la
humanidad: todo es Misterio y todo puede hacerse portador de Misterio. Este
Misterio no es el límite de la razón ni
un abismo aterrador que reemplaza a la razón, sino una fuente inagotable de
amor, de ternura y de acogida”, cfr. “Cristianismo. Lo mínimo de lo mínimo”,
pág. 12 (Madrid, 2013). Ese Misterio se comunica y, además, quiere ser
conocido. Sin embargo, podemos constatar que, sorprendentemente, cuanto más se
conoce el Misterio más Misterio permanece en todo conocimiento, intensificando
la voluntad humana de conocer más y más en un proceso sin fin. El flamenco,
posiblemente, lo diga más sencillo:
“Por aquella noche oscura,
yo iba buscando a Dios
sin saber que lo llevaba
dentro de mi corazón”,
cfr. “Mi
cante es una oración”,
A. Arrebola (Málaga, 1989).
Ese Misterio fontal es, sin duda,
Dios, escondido bajo mil nombres que las culturas le han atribuido. Dios es
Misterio, no sólo para nosotros sino también para sí mismo, dado que su esencia
primera es ser Misterio. Y según la Teología, El se autocomunica, y al autocomunicarse se muestra
así como es: no como soledad, nos dice el teólogo Boff, sino como comunión de
divinas Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo (op.cit, pág. 12).
Este nombre griego significa aparición de Dios, o manifestación.
Se sobreentiende que es la aparición de
Dios a los hombres, o sea, es una irrupción de lo divino en el ámbito humano de
una manera visible. No quiere decir, sin embargo, que siempre se vea a Dios,
pero que se hace patente su presencia. Por tanto, benévolos lectores, presencia
y teofanía son dos términos religiosos en estrecha relación. La
presencia de Dios reviste muchas formas o manifestaciones. Y juntamente con la
presencia, está la gloria de Dios. Así
pues, tenemos la teofanía, la presencia y la gloria como auténticas realidades
religiosas. Todas ellas, así lo confirma la tradición oral, producen el
gran sentimiento de pavor y de temblor a
la vez que de fascinación y atracción en la criatura, como afirma Carlos Castro en “Lo religioso y el
hombre actual”, pág. 50 (Madrid, 1960).
Antes que me traicione la memoria,
debo aclarar que hacemos referencia, concretamente, a fenómenos cristianos y a
su prehistoria hebrea, cuya característica peculiar de éstos es su objetividad.
Las narraciones que tenemos de la presencia del Señor son siempre concretas,
históricas. Están adornadas de todos los detalles que rodean las circunstancias
históricas. De ahí la importancia y trascendencia de conocer lo mejor posible
la Sagrada Escritura. La fuente de vida espiritual para el cristiano creyente
es, sin duda, la Biblia.
La aparición de Dios ante el hombre (teofanía) es necesaria, dado que
éste es incapaz de atisbar la divinidad si ésta no se aparece. El ser humano no
puede provocar la teofanía, ni merecerla nunca.
La religión, considerada en su aspecto de
relaciones con la divinidad, habría que verla como descenso de Dios hasta
nosotros, es decir, una presencia de Dios en nosotros. Lo que manifestaría, por
un la lado, la urgencia de divinidad con que el hombre está signado,
estigmatizado. Son muchos los filósofos que han definido al hombre como “animal
religiosum”: ¡tiene necesidad de Dios! (San Agustín, Kierkegaad, Unamuno,
Narciso Yepes, Edith Stein, Giovanni
Papini...). Por otro lado, la sobreabundancia divina que va en busca de
su criatura para instalarla en su órbita, de por sí inaccesible.
Porque es el enteramente “Otro”,
el distante y el misterioso. No tenemos ni palabra siquiera para designarle.
Ningún ojo humano le vio ni oído le oyó. El evangelista Juan es tajante: “Nadie
ha visto a Dios” (Jn1,18). Sin embargo, nos encontramos, a lo largo de toda la Sagrada
Escritura, las afirmaciones de que nuestras manos lo palparon y nuestros ojos lo vieron. Ahí está Dios que, en palabras de san Pablo, “lo llena
todo”. Y el mismo Jesús nos dirá: “Yo estoy en medio de vosotros como el que
sirve” (Lc 22, 27). Los dos extremos de estas actitudes contrapuestas están
unidas por un acontecer histórico largo. El hecho de que hace posible su unión
es, precisamente, el motivo de esta humilde reflexión: TEOFANÍA: encuentro de
la divinidad con la humanidad.
Por eso me duele – hablo con la
mayor sinceridad posible – cuando alguien se me acerca y me pregunta
directamente: ¿Por qué, amigo Alfredo, permite Dios esta pandemia?. Dime, si
Dios es tan bueno, tan misericordioso,
tan defensor del débil, ¿cómo permite tanto sufrimiento en sus hijos, los
hombres y mujeres de este mundo? Yo le contesto: tú mismo me das la respuesta:
Dios sólo “lo permite”. Las teofanías, caracterizadas por su dramatismo, se
desarrollan en medio de conmociones cósmicas. El cataclismo físico es lo que las
acompaña y, muchas veces, se suspenden las leyes físicas; por lo menos se
interrumpe la normalidad de la naturaleza, en mayor o menor escala. Esos
fenómenos extraordinarios no son más que
un paso de Dios entre los hombres – como se ha dicho – y, por lo general, van
anunciados con presagios, preparados con anuncios, y tienen , según lecturas
bíblicas, una finalidad concreta en la
intervención de Dios en los destinos de los hombres.
Lee, benévolo lector, al menos,
el“Exódo” donde encontrarás la descripción detallada y solemne de este
encuentro de la divinidad con los hombres. Y no olvides – respetando tu
libertad – que el ser humano es complejo e inconformista por naturaleza, por
ello – según san Agustín, Padre y Doctor de la Iglesia (354 -430) – el hombre -
cristiano, laico o ateo - está predestinado a sufrir, víctima de su propio
inconformismo. Creo que toda persona – la “res cogitans” de
Descartes -, si es honesta y honrada consigo misma, tiende a buscar
precisamente lo que no ve, pero está presente, D I O S .
Alfredo Arrebola
Villanueva
Mesía-Granada, Febrero de 2021.