Para finalizar la serie de apuntes y reflexiones sobre el verso tridecasílabo, el poeta y profesor Antonio Carvajal, nos regala con un nuevo post, para la sección De la métrica celeste del blog Ancile, que lleva por título, Sin halcones ni azores.
SIN HALCONES NI AZORES
Querido Francisco Acuyo: Me llamó
Rafael Juárez, quedamos para tomar café y me preguntó si corregiría el verso
tridecasílabo que se me había colado en la Silvestra de sextinas. Le
dije que no, que lo dejaba en su ser, pues era la aplicación de la teoría de Miguel
Agustín Príncipe de que añadiendo dos sílabas átonas al comienzo de un verso no
varía su compás. Además, había otra razón: “sumergidas en ella”, heptasílabo de
acentos en 3ª y 6ª (anapéstico para no entendernos, melódico para complicarlo
más), me daba una impresión de movimiento pausado del que carecía la redacción
primera, un pentasílabo yámbico que me producía el repullo de un chapuzón
inesperado. Nos reímos un rato mientras terminábamos el café. Y muy seriamente
convinimos en que una de las aportaciones del versolibrismo es la aparición
armónica de variantes de los metros seculares, sobre todo del endecasílabo, que
suenan a verso aunque los teóricos híspidos lo nieguen.
Los teóricos híspidos niegan todo lo que no tiene su bendición. Príncipe negó la combinación del decasílabo anapéstico (acentos en 3ª, 6ª y 9ª) seguido del dodecasílabo de anfíbracos (2ª, 5ª, 8ª y 11ª tónicas), que era la demostración palpable de su compás uniforme y de su aserto de que la unidad rítmica es la estrofa, porque percibió los guarismos con los ojos de ver y no con los oídos de oír, pues tomó las dos líneas de escritura por dos versos separados por pausa (que podía ser) y no se percató de que eran dos heterostiquios escindidos por cesura (que es lo que era y sigue siendo, un verso de 22 sílabas constituido por siete cláusulas agudas, llamadas anapésticas). ¡Y tan cesura, como que la primera sílaba de la cuarta cláusula queda desgajada de las dos siguientes por la respiración!
Sin embargo, el maestro musiquísimo
de la versificación que fue don Gerardo Diego, a la hora de transmitirnos su
interpretación de un nocturno de Chopin, recurrió a la combinación de cláusulas
anapésticas continuas, solo que duplicó los grupos de cuatro cláusulas, o sea,
hizo dos versos autónomos de trece sílabas, les añadió un quebrado de tres
cláusulas, el decasílabo, estableció las rimas consonantes correlativas (ABC/ABC)
y nos legó esta exquisitez innovadora:
Todo calla en la noche aterida de
hielo.
La campiña está muerta en su blanca
mortaja
bajo el pálido y frío antifaz.
No se ven los senderos. Se asoma en
el cielo
una estrella temblando. La nieve no
baja.
Todo duerme en la noche de paz.
Los arbustos nevados de copo y de
luna
nos ofrecen brinquiños, luceros de
pascuas
de un Noël ilusorio, infantil.
Se aproxima una negra silueta lobuna.
Fosforecen sus ojos, reliquias de
ascuas
arrancadas a algún fogaril.
Se agazapa medrosa la humilde cabaña.
Tiene así menos frío. Al amor de la
lumbre
que crepita y que chasca en el llar,
el abuelo relata una vieja patraña,
un romance remoto. Con qué
dulcedumbre
su voz suena en la paz del hogar.
Espantados los ojos, las bocas
abiertas,
los rapaces escuchan, escuchan
temblando:
«Un pastor que cuidaba la grey...»
Una ráfaga brusca estremece las
puertas.
Los rapaces se duermen, se duermen
pensando
en las tres blancas hijas del rey.
Alberto Lista
negaba la posibilidad de que en español hubiera versos tridecasílabos. Como le
ocurrió a Príncipe, lo engañó la vista y se le taponó el oído. Fíjate en estas
sus palabras:
Generalmente se cree que el verso de
8 sílabas es el hemistiquio del árabe de 16, que los conquistadores de España
nos dejaron. Esta opinión es muy probable; pero no esplica por qué este metro
es común á la poesía francesa y á la italiana. Los que han observado que los
hexámetros latinos acaban casi todos en versos de 8 silabas, han dicho que este
procedió de los leoninos de la edad media, imitados, aunque con suma rudeza, en
las primeras poesías de nuestro idioma. En el poema del Cid se
encuentran estos versos:
De los sos oios tan fuerte mientre
lorando
E sin falcones é sin adtores
mudados»
y otros muchos de esta medida.
Medida que
debemos enunciar así: tridecasílabos compuestos de un pentasílabo y un
octosílabo, con cesura tras 5ª.
Estoy seguro de
que, escondidos en libros que no se leen, mirados por ojos que no los ven y
negados a los oídos de los sordos preceptivos, tiene que haber en el rico
ámbito de la lengua española (más de quinientos millones de hablantes, de los
que los españoles no llegamos al diezmo y a este paso apenas seremos medio
chavico) poemas bellísimos en versos tridecasílabos. A las nóminas reiteradas
en manuales de uso general he agregado versos del poema del Cid y poemas de
Gerardo Diego, Emilio Ballesteros y José Antonio Ruiz Reina. Podría haber
aportado también algún poema tuyo, algún que otro mío; no lo hago por aquello
de lo feo que resulta el autobombo. En cambio, después de mucho pensarlo, y
como gesto de cariño hacia él, corregí el tridecasílabo que Rafael Juárez me
señaló en la sextina “Relación de la aurora”, cuya penúltima estrofa quedó así:
Soledad como el agua de un arroyo
neutra en la luz, que no suena a palabra,
que el calor y el color borra a las manos
en ella inmersas, plenitud futura
que cubrirá de acero todo el cielo,
que colmará de lágrimas la aurora,
y no las manos,
el cuerpo entero zambullí en el pentasílabo yámbico.
En fin, un
desocupado lector me ha remitido una muy graciosa lección gráfica para que
quienes nos leyeren y no sean muy versados en patología métrica perciban por
los ojos lo que quizá les vede el oído por falta de costumbre. Te la adjunto
con un abrazo, a diez de mayo del año 2021, recordando estos versos de don Francisco
de Trillo y Figueroa, exegeta del Parayso de Soto de Rojas, desde
donde soberbio el Mar Mediterráneo,
[…]
de un monte y otro a las robustas
plantas
que desde la alta punta de Carchuna
al fértil
Magalite se dilatan,
[aquí,] donde entre rocas y pensiles
yace Motril,
quedo
siempre tuyo,
Antonio
Carvajal
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