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martes, 10 de agosto de 2021

UNA REFLEXIÓN SOBRE EL CONSTANTE INFUNDIO DEL FARSANTE QUE EL PODER OSTENTA

Para la sección Pensamiento del blog Ancile, traemos una nueva entrada abundando sobre las condiciones putrefactas en las que se suele amparar el individuo que quiere ostentar el poder, así bajo el título: Una reflexión sobre el constante infundio del farsante que el poder ostenta. 


UNA REFLEXIÓN SOBRE EL CONSTANTE INFUNDIO

DEL FARSANTE QUE EL PODER OSTENTA

 

Una reflexión sobre el constante infundio del farsante que el poder ostenta.  Francisco Acuyo

Lo dijo, o mejor, predijo para las más tristes y trágicas jornadas el más insigne poeta. Tiempo ha, sí, pero, por la grande actualidad de sus juicios ya amparados por la calamidad de sus acciones, bien puede, adoptarse (y adaptarse) para las ignominias que rigen en los putrefactos corazones de los poderosos de nuestro tiempo. Con enorme infatuación y falsaria compostura engañan sin pudor faltando todo el preciso y cabal respeto al ciudadano que desgobiernan. Así decía el prodigioso poeta denunciando la falsedad de su impostura aquello de: ¡Cómo la cortesía hace desear que se oculte el delito![1]

                Qué cierto es que cuando se es un inflexible e incorregible hipócrita, el que emite juicios (y actúa en ¿virtud? de ellos), no hay nada en sus palabras (y en sus actos) sino la interesada apariencia. Sin entidad moral y nulo decoro son lo suficientemente depravados para ignorar su falsa, inútil y dañina comparecencia en este mundo, cuyo peso en pundonor equivale igualmente al del humo incapaz de sostenerse en un mismo sitio, si en realidad está sujeto al albur nefando del viento azaroso que sople a la conveniencia de su putrefacto interés.

                Es claro que aquél que no enrojece de pudor al cometer de palabra y obra los actos más execrables sin vergüenza, advierte al prudente de sus nulos escrúpulos, y la necesidad imperiosa y no menos evidente de mantener distancia, y aún circunspección muy meditada para la defensa de la integridad propia. Es algo extraordinario que estas conductas (acaso psicopáticas) se hayan visto reflejadas con extraordinaria perspicacia desde antiguo, los clásicos grecorromanos dan buen testimonio de todo ello, y la excelencia genial de Shakespeare, especialmente para esta suerte de tiranos y tiranías.

                No obstante, la nulidad, ineptitud, incompetencia y profunda ignorancia dan muestra de la muy baja estofa de algunos de los que ocupan distinción mediante el poder en nuestros días, pues, no hacen sino mover a la hilaridad inevitable con sus comportamientos ridículos, mezquinos y estrafalarios, tan distantes a la calculada maldad y a la inteligente perversión de sus maneras y ademanes, así por el estudiado conocimiento del sentir, alienado o negligente, de la estirpe del hombre desgobernado, así, descollan los tiranos literarios del psicólogo artista aventajado de antaño. Hoy día todo es una suerte de despropósitos imbéciles alentados por la necedad de una ambición sin inteligencia, anclada en una pretensión fatua tan infinita como la estupidez en donde arraiga, que no es otra que en la vanidad vacua del hombre ridículo con ínfulas grotescas y sin término, que no hacen sino bosquejar la caricatura de un idiota sin escrúpulos.

                Ciertamente no merecerían dos minutos de la vida de cualquier persona sensata la dedicación a reseñar o hacer inventario de personajes tan ineptos si no fuera por el peligro que suponen para la estabilidad social en la que tan nefanda y funestamente influyen, y cómo envilecen las consciencias individuales. Que una falsedad lleva a otra falsedad es una evidencia, y que casi siempre aquellas son parientes de los peores delitos, es una convicción que arraiga en los hechos más ignominiosos que nos ha mostrado la historia sin reserva, y todo para la contemplación de toda suerte de oprobios a la dignidad de la persona.

                Pero también es cierto que abusan del que tiene el poder quienes le adulan, y por eso son merecedores, desde la putrefacción de sus acciones, de cualquiera clase de desgracia; ya lo decía el poeta: Cuando el signior Zalamero… proclama la paz, os adula,(y) declara la guerra a vuestra vida[2]. No obstante, el tirano, en la abyección e iniquidad de aquellos que le lisonjean, se sostiene. En cualquier caso, y por todo lo antecedido, es bien sabido que hay que temer el momento en que los tiranos parecen querer besarnos, por eso los temores hacia el déspota nunca decrecen, sino que se acrecienta al pasar el tiempo, y es que para el opresor todo hombre es un villano que está obligado a ser tal por la escritura no firmada de un inexistente juramento.

                Nada hay que narrar ante semejante estampa. Aún la imaginación más pobre puede figurarse el teatro de este mundo, sobre cuyo proscenio, mentido por los farsantes actores, aparece el tirano en su mendaz papel de hombre honrado.

 

 

Francisco Acuyo



[1] Shakespeare, W.: Pericles, Rey de Tiro, Obras completas, V.IV, pág. 12.

[2] Ibidem.


Una reflexión sobre el constante infundio del farsante que el poder ostenta.  Francisco Acuyo


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