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viernes, 10 de septiembre de 2021

EXÉGESIS DE LA REALIDAD ÍNTIMA DE LA MATERIA: CONSECUENCIAS PARA NUESTRA CONCIENCIA DEL MUNDO Y DE NOSOTROS MISMOS

 Traemos para la sección de Ciencia del blog Ancile, una serie de reflexiones sobre la estructura de la realidad según los criterios que aportan los descubrimientos de la nueva ciencia; esta primera entrega lleva por título: Exégesis de la realidad íntima de la materia: consecuencias para nuestra conciencia del mundo y de nosotros mismos.



EXÉGESIS DE LA REALIDAD ÍNTIMA DE LA MATERIA:

 CONSECUENCIAS PARA NUESTRA CONCIENCIA

DEL MUNDO Y DE NOSOTROS MISMOS




Exégesis de la realidad íntima de la materia: consecuencias para nuestra conciencia del mundo y de nosotros mismos. Francisco Acuyo


 

Que las relaciones de causa efecto son fundamentales para un correcto entendimiento y descripción de la realidad es una verdad científico filosófica que se puede calificar con el término (sintagma) -propio, por otra parte, de aquel participa del mismo sentido común, teniendo a este como la potencia que consideramos suficiente para apercibirse de las sensaciones externas y sobre las que tienen gran relevancia las convenciones, las creencias e incluso las proposiciones del entorno más inmediato a nosotros. Aquella orientación para la vida práctica bergsoniana se sustenta en lo razonable y que se dice tiene la mayoría de las personas sensatas y prudentes. En cualquier caso también reconocemos que dichas aproximaciones del sentir común, no tiene por qué ser rigurosas o científicas porque están basadas en un constructo social que puede no atender al pensamiento crítico.

            Pues bien, la realidad del mundo muchas veces no se aproxima siquiera al sentir común de la mayoría de aquellas personas que se precian de emitir juicios razonables y basar sus acciones en una lógica dada por supuesta a la hora de afrontar las cuestiones cotidianas de la vida. La falsedad de esos universales se ha visto puesta en evidencia en multitud de ocasiones por la ciencia (y por la misma filosofía), por lo que cabe reconocerse que no es tan buen sentido cómo cabía esperarse en un principio, pero no tanto porque no sea una función pura abstracta e intelectual (que también), sino porque los sentidos –en los que encuentra fundamento- nos engañan de consuno en lo que la misma realidad sea. La relatividad especial o la mecánica cuántica son las proverbiales sistemáticas científicas de la modernidad que ponen en evidencia ese buen sentir aceptado por comúnmente razonable. No han de ser estos, por modernos, los únicos hechos descritos por la teoría científica y demostrados en la praxis del laboratorio natural, pensemos, por ejemplo, en la vieja (y admirablemente puesta en cuestión aún hoy día por algunos merluzos) de la esfericidad de la tierra: la tierra debe ser plana a toda costa; ¿dónde irían a parar los que están en las antípodas de nuestro sustento plano evidente, si estarían boca abajo? Estos diálogos que hoy nos parecen  de concienzudos besugos, ponen sin embargo en evidencia la falsedad de ese sentir común razonable.

Exégesis de la realidad íntima de la materia: consecuencias para nuestra conciencia del mundo y de nosotros mismos. Francisco Acuyo

            Acaso sea la mecánica cuántica la que resulta más perturbadora para no sólo el sentido común, sino para la misma apreciación de la realidad material a la que aspira física (clásica), los fundamentos más íntimos de la materia y con ella de la realidad misma (así pues, las concepciones absolutas del espacio tiempo), o la inquietante y enloquecedora del sentido común: la no localidad[1] de los objetos del universo subatómico (acciones a distancia) que son constante de los fenómenos en lo más básico de la materia (decíamos, de las partículas subatómicas) que, al fin y al cabo, son las que sustentan las características menos cuestionables de la materia (de manera grosera: solidez, firmeza, durabilidad, permanencia…).

            Para que aceptar que la realidad contiene aspectos no locales, o que la realidad no tiene la consistencia que el sentido común apresura a poner delante de nosotros de manera incuestionable, porque caso esté en una desconcertante configuración, debemos recordar de manera permanente que nuestros sentidos pertinazmente nos engañan (de lo que el matemático se congratula) sobre lo que la realidad del mundo sea, aunque a nivel práctico podamos, supuestamente, obviar (aunque esto mismo lo pongo yo mismo en cuestionamiento, en tanto que ese reconocimiento puede ayudarnos  (de hecho lo hace a nivel tecnológico), para un mejor entendimiento del mundo, y sobre todo de nosotros mismos.

            En este punto no hablamos sólo de las consecuencias filosóficas que conlleva, también de las que atañen a nuestra percepción del mundo y que pueden tener una apreciación psicológica de importancia para constatar la realidad de nuestra presencia corporal y de nuestra conciencia.

            ¿Ponen en realidad patas arriba el concepto de causalidad estos extraños comportamientos de la materia de lo infinitamente pequeño? ¿Cómo incide el entendimiento de estos fenómenos en nuestro concepto de la realidad? Indagaremos sobre todo ello con más detenimiento en las siguientes entradas del blog Ancile.

 

 

Francisco Acuyo



[1] Recordamos que dos objetos situados a distancia, en física, no pueden bajo ningún concepto influirse de manera instantánea, necesitaría de un intervalo temporal para que esto fuese posible, de donde deducimos la necesidad de un espacio tiempo para que esto suceda, por lo que es preciso que dicha influencia se propague a velocidades inferiores a las de la luz. Pues bien, este principio se demuestra inaceptable en el mundo de la realidad subatómica. El entrelazamiento cuántico será el término que pone en evidencia esta  realidad extraña (sobre todo al sentido común) de la materia en sus estructuras más íntimas. Para el matemático esta realidad resulta fascinante, porque pone en evidencia la importancia de sus acercamientos abstractos a la realidad física del mundo.




Exégesis de la realidad íntima de la materia: consecuencias para nuestra conciencia del mundo y de nosotros mismos. Francisco Acuyo


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