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miércoles, 1 de septiembre de 2021

¡NO TENGAS MIEDO, BUEN AMIGO!

 Con este nuevo post para la sección Apuntes histórico teológicos, de nuestro amigo Alfredo Arrebola, seguimos abundando sobre cuestiones de interés en este ámbito, esta vez bajo el título: ¡No tengas miedo, buen amigo!



 ¡NO  TENGAS  MIEDO, BUEN AMIGO!

                                  

                                                   

¡No tengas miedo, buen amigo! Alfredo Arrebola

 

 

     Cuanto más reflexiono sobre la relación “Hombre -Dios”, mayores son las dificultades que hallo. ¡La fe y la razón en continua lucha!. No importa. A mi mente acude el ejemplo del famoso teólogo Pierre Rousselot (1878 – 1915) quien, aún a inicios del siglo XX, se vio  obligado a defender la dignidad de la  “fe de los  simples”, de  aquellos  que no podían acceder a las complicadas operaciones apologéticas. Sin embargo, me tranquiliza  haber encontrado a Jesús de Nazaret. Porque, a la verdad, no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en él que no poder  hacerlo.

En este sentido, recojo el pensamiento de  Francisco, nuestro digno Papa: “No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón”, cf “Evangelio 2021”, pág. 271. Los creyentes cristianos, afortunadamente, sabemos bien que la vida con él se vuelve mucho más plena y que con él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Este es, pues, el sentido trascendental que yo deseo transmitirte, buen amigo: !No tengas miedo!.

  La “verdad subjetiva” - que radica en todo ser humano – también tiene su aspecto psicológico y ético que puede originar, sin duda, la paz y la tranquilidad. Por eso, desde mi humilde actitud cristiana, me atrevo, amigo lector, a animarte a conocer a Cristo a través de los Evangelios. Porque, sirviéndome de las palabras del famoso  profesor de teología  A. Hillaire, estos  son el libro más autorizado; el más íntegro, el más verídico de todos los libros. Estamos por consiguiente, tan ciertos de los milagros de Jesucristo como de sus enseñanzas. Los testigos que los narran los han visto; estos testigos no se engañan; sus narraciones han llegado hasta nosotros en toda su integridad, cf “La religión demostrada. Los fundamentos de la fe católica ante la Razón y la Ciencia” (1944).

¡No tengas miedo, buen amigo! Alfredo Arrebola
    Ya he comentado varias veces que, desde hace muchos años, tengo  por costumbre leer  el “Evangelio del día” en sus textos originales: griego y latín. El Evangelio - ¡sólo hay un Evangelio! - es la única luz que da sentido pleno a mi fe, esperanza y amor, bajo mi  “experiencia personal”. Por ello, posiblemente, me llamaron tanto la atención las palabras del impío J J  Rousseau (1712 – 1778): “¿Cómo recusar el testimonio de un libro escrito por testigos oculares que lo firmaron con su sangre, recibido en depósito por otros testigos que nunca han cesado  de darlo  a conocer en toda la tierra, y por el cual han muerto más mártires que letras tienen sus páginas?”, tal como hemos leído en “Introducción especial a los libros del Nuevo Testamento”, pág. 66 (Zamora, 1963).            

   Es cierto, benévolo lector – creyente o no – que la razón es un huésped incómodo para las religiones, pero hay que reconocer al cristianismo – opina  J A Marina, escritor y filósofo (Toledo, 1939) – que tuvo la osadía de no eludir el problema y pelear durante toda sus historia para hacer compatible la fe y la razón (cf “Por qué soy cristiano”, pág. 109 y “ Haces de luz. Reflexiones filosófico-teológicas”, pág. 13, de A  Arrebola). Podría citar – sin petulancia de “sabiondo – una larguísima lista  de personajes históricos que han intentado explicar esta difícil doctrina, pero permitid, al menos recordar a San Gregorio de Nisa, el Demóstenes cristiano, quien dejó escrito: “De la cultura profana hemos conservado lo que es búsqueda y contemplación de la verdad”, San Agustín, San Anselmo, Santo Tomás de Aquino, quien llegó a decir que la verdad humana y la verdad divina son iguales, y que un hombre que está en la verdad podría disputar incluso con el mismo Dios, porque “la verdad no cambia según la diversidad de las personas. Por eso, cuando uno expresa la verdad no puede ser vencido, cualquiera que sea su adversario” (In Job, cap 13 -2). Y entre otros muchos filósofos y teólogos está el nombre del franciscano San Buenaventura (1217 - 1274), quien prolonga esa alegre confianza con su deliciosa metafísica de la participación de la luz, tal como lo comprobamos en su famoso “Itinerarium mentis in  Deum”. La luz es el componente esencial de las cosas y como escribe el apóstol Santiago: “Toda  dádiva buena y todo don  perfecto de arriba desciende del Padre de las luces” (cf 1, 17), incluida la  inteligencia humana. Es difícil, a la verdad, coordinar fe y razón que, según el Profesor J A Marina, aparece en la elaboración teológico-psicológica del  acto de fe, que es una  compleja peripecia intelectual que ha debido de amargar la vida de muchos cristianos, incapaces de creer del  todo e incapaces de no creer del todo, también (Op cit pág. 111).

    No hay duda de que hay un trágico esfuerzo por complicar - hasta hacerla intransitable – la sencilla y cálida noción de fe que aparece a través de las páginas evangélicas: confianza en Jesús, en  sus palabras y promesas. Bastaría sustituir “fe” por “confianza. En esta misma línea está el pensamiento del  ya referido escritor  Marina el cual nos dice que “confiar” quiere decir creer que alguien no va a defraudar mis expectativas. Es, por tanto, una actitud hacia el futuro, y así la define San Pablo: “Fe es la sustancia de las cosas que debemos esperar”.

¡No tengas miedo, buen amigo! Alfredo Arrebola

   Desde los inicios de mi vida docente (1961), vengo observando esa manía persecutoria contra la religión  cristiano-católica, fuente – guste o no – de la milenaria cultura europea. La ignorancia es posible  que sea la mayor desgracia de cualquier pueblo o nación. Porque la religión, buen amigo, no es un problema de orden sentimental, sino una imposición de la razón y de la conciencia. Hoy más que nunca – hablo con la mayor objetividad posible – deben ser conocidos a fondo los verdaderos motivos de la credibilidad, para afianzarse más en su fe y estar más dispuestos a defenderla y darla a conocer debidamente. ¡Basta ya  de esas chorradas, propias del necio : “Yo no creo en los curas...; yo no he visto  Dios….!. Si eres “creyente”, tienes obligación moral de conocer la “razón de tu fe” (1Pe 3,15).

  La fe es un don sobrenatural – nadie puede decidir tener fe -, fuera de la capacidad de acción  del hombre, que Dios da cuando y a quien quiere. “Nadie puede decir “Jesús es el Señor” si no es por el  Espíritu Santo”, nos dirá San Pablo en “Epístola I a los Corintios (12,3). Y esto se fundamentaba, teológicamente, en dos premisas suicidas por su equivocidad. Una: la fe es un acto de conocimiento. La otra: la fe nos justifica, sólo la fe nos salva. Una y otra son afirmaciones “gnósticas”. Los católicos, influidos por Juan el Evangelista, subrayaron el primer aspecto; el protestantismo, inspirados en San Pablo, el segundo. Por su parte, Calvino (1509 – 1564), cierra el  círculo de la desesperación al unir la necesidad de la fe para salvarse con la incapacidad del creyente no ya de decidir tener fe, sino  ni siquiera de saber si Dios se la ha concedido, es decir, si está salvado o condenado. No le demos más vueltas: la fe es un don gratuito. ¡Pero también hay que trabajarla día a día!

    Grande es hoy el afán por conocer las ciencias  profanas, ya sean teóricas o aplicadas; pero existe un abandono casi total del estudio de la Religión, que, al fin y al cabo es la única que debe hacer felices a los hombres en esta vida y en la otra. Yo, personalmente, no apruebo que la diversidad  de las religiones es “voluntad de Dios”. De ninguna manera. Sólo hay un camino hacia Dios, y este es  Jesucristo, porque El mismo lo dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Ese Jesús de Nazaret, el “Unigénito de Dios e Hijo del Hombre”, es la única luz para que no tengas, buen amigo, miedo. Sólo me atrevo a darte una recomendación: No olvides las palabras de San Agustín (siglo IV-V), quien peleó con uñas y dientes para salvar los derechos de la inteligencia humana en la fe: “Cree para entender, entiende para creer” (Crede ut  intelligas, intellige tu credas).

 

 

Alfredo Arrebola

 

Villanueva Mesía-Granada, Agosto de 2021.

 

          

¡No tengas miedo, buen amigo! Alfredo Arrebola

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