SEGUNDA ENTREGA
Pues bien, Francisco Acuyo, parece
coincidir con Martha Nussbaum al analizar y utilizar esta misma orientación
metodológica, a la hora de diseccionar sus emociones. Y muy concretamente, la
emoción de la decepción, que es analizada por él con una sensibilidad admirable
y con una aguda penetración psicológica -a la manera de un fino estilete o
bisturí- para ahondar en el interior de los estados
de ánimo con los que se encuentra, y para tratar mediante ellas de
desvelarlos y encontrarles sentido y significación. Aplica este procedimiento
metodológico, sirviéndose de esta emoción, a tres clases o grados del amor: el
amor de Philía (del amigo o la
amistad), que se trata en Pórtico; el amor de Eros (de la amada) en su sentido griego: ascensional y fusivo, que
se desarrolla en el segundo apartado, titulado Del amor, y el amor de Agápe
(el amor de Dios, demandado y buscado a pesar de su silencio), sobre el que
versa la tercera parte.
En
todos ellos, la decepción se nos muestra como una emoción especialmente
compleja, curiosa, enigmática. El diccionario la define como: "pesar
causado por un desengaño", y como vocablo sinónimo de desengaño,
desencanto, desilusión. Algo, pues, que afecta, que nos ha afectado a todos
nosotros alguna vez en nuestra vida. Desde ella, podemos desembocar en una
aflicción momentánea, en un sentimiento puntual de engaño por haber sido
defraudados por alguien o por algo. Tomamos nota, aprendemos de la experiencia.
Luego, pasa. Es un estado pasajero. Otras veces, se transforma en algo más
serio y duradero que puede llegar hasta el rencor, el odio, el deseo de
venganza o el resentimiento. Entonces calará muy negativamente en el fondo de
nuestra personalidad. En el caso de nuestro ensayista, el efecto más grave de
la misma, no llega a ser nunca una afección anímica negativa, en todo caso una
cierta misantropía melancólica, que no enturbia el deseo de amar y de comunicar
con el otro: el amigo, la amada, Dios. Para Francisco Acuyo, de la decepción
podemos sacar cosas buenas, cosas positivas y enriquecedoras. De ahí lo del elogio de la misma.
La Segunda Parte de la obra, es el ensayo, De las cuatro Nobles verdades y la inferencia de una quinta y santa verdad, el cual se subdivide a su vez en VII apartados o reflexiones que se inician con un Introito (I), en el que su autor desarrolla lo que podríamos llamar su itinerarium mentis, su autobiografía espiritual e intelectual, en el que después de introducirse en el pensamiento filosófico de la existencia (Kierkegaard, Schopenhauer, primero; Sartre, Camus y Heidegger, después) se adentrará en los caminos del pensamiento oriental (hinduismo, taoísmo) para recalar, al fin, en el Budismo zen. Y encontrar, más adelante, en el Arte y en la Poesía el camino definitivo de su trayectoria vital e intelectual.
El segundo se titula: La Virtud del
camino medio: la Poesía, la Belleza, en él prosigue su reflexión en torno a
su búsqueda personal de justificación existencial, afrontando el tema del
sufrimiento y del dolor, para llegar al convencimiento de que es posible una
alternativa singular, distinta a la "(mítica) religiosa, filosófica y
científica, para acometer la cuestión de lo que la realidad sea" en sí
misma y encuentra en la estética, en la búsqueda de la belleza, en la poesía
ese camino medio que nos conduzca si no a la superación del sufrimiento, si a
su asunción más madura y serena.
El tercero, Apunte sobre las cuatro
nobles verdades, nos invita a reflexionar en profundidad sobre el budismo y
sobre sus cuatro nobles verdades, como otro de los caminos posibles y
transitados por él mismo en su aventura existencial, en su empeño o
"aspiración de entender el mundo y lo que la Realidad (Última) sea".
El cuarto, ¿Ciencia versus entendimiento
del espacio y el tiempo budistas?, nos lleva a reflexionar sobre la
superación del Paradigma científico mecanicista newtoniano para adentrarnos en
una serie de interesantes consideraciones, acerca de la convergencia entre las
concepciones orientales sobre la realidad y las propuestas del nuevo Paradigma
físico cuántico de Niels Bohr y Werner Heisenberg (Escuela de Copenhague),
mostrándonos sus similitudes y afinidades sorprendentes.
El quinto, Un acercamiento a la dimensión cosmológica, continúa su meditación, esta vez guiado por las doctrinas cosmogónicas budistas clásicas y por las cosmologías científicas modernas, poniendo de manifiesto, y profundizando aún más de nuevo, en sus analogías o coincidencias. El sexto, La Quinta noble verdad en la belleza, incide en un análisis multidisciplinar acerca de lo que sea la belleza, y sobre su presencia, no ya sólo en el arte sino en esas concepciones orientales y fisicomatemáticas. Analizando asimismo, los rasgos extra-artísticos que la belleza expresa en esos otros ámbitos del conocimiento: armonía, euritmia, elegancia, paz, unidad, ser, verdad, etc.
Para terminar, finalmente, con el apartado séptimo, La Belleza. Sensación y Fascinación de lo Abstracto, en el que el
autor se adentra ya específicamente y con patente conocimiento, en el aparentemente
abstruso mundo de la Matemática, para tratar de apreciar en él, la belleza en
la simetría de lo abstracto, en la armonía de los números y figuras, presente
en todas sus variedades y disciplinas: desde la geometría de fractales de
Benoit Mandelbrot hasta la lógica matemática de Bertrand Russell, desde
el Teorema de la Incompletitud de Kurt Gödel hasta la Teoría sobre los
tipos o grados de infinito de George Cantor.
Y el común denominador de todos ellos es, sin duda, -además de la pasión por el
conocimiento-, la búsqueda incondicionada de la Belleza. Por eso, más allá de
la riqueza de su contenido intelectual y de sus logros conceptuales, lo que más
sorprende en esta gavilla de ensayos, es que a veces, el ensayista se
metamorfosea -tal vez sin proponérselo- en poeta, en buscador de belleza. La
escritura prosaica se transmuta entonces en texto poético. El discurso abandona
la fría contundencia de su lógica argumentativa y adquiere matices que cada vez
más sugieren que estamos ante un texto poético en sentido estricto. La
escritura asume un tono y un ritmo particular, una musicalidad antes ausente,
impremeditada tal vez, pero que impregna el texto de connotaciones poemáticas.
Recordemos que la música nació de la poesía y es una abstracción de ella. En
poesía la música se une al sentido de las palabras para formar una impresión
única. Por eso, escrita en verso o en prosa, se diferenciará de la otra
escritura (la sentimental-prosaica) precisamente por su musicalidad. Según Paul
Valery:
El universo de la poesía es análogo al
universo de los sonidos, dentro del cual el pensamiento musical nace y muere.
El universo poético nace de un número, o mejor dicho, de la densidad de
imágenes, figuras, consonancias, disonancias, por la unión de palabra y ritmo[1].
Que
ello es así, puede comprobarse y verificarse si tomamos y leemos obras tan
indiscutiblemente poéticas como Espacio
de Juan Ramón Jiménez u Ocnos de Luis
Cernuda, aun a pesar de estar escritas en prosa no versificada. Puede haber
poemas amétricos, pero no poemas arrítmicos. La prosa de Francisco Acuyo tiene
indiscutiblemente ese ritmo y esa
sonoridad indisociables de todo auténtico
poeta y de toda verdadera palabra poética.
Tomás Moreno
[1] Citado de sus Collected Works por
Mercedes Juliá, en El universo de Juan
Ramón Jiménez, (Un estudio del poema
“Espacio”), Ediciones de la Torre, Madrid, 1988, p. 47.
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