Nueva entrega para la reflexión que nos brinda nuestro sabio colaborador y amigo Manuel Vergara para la sección de Pensamiento del blog Ancile, esta vez bajo el título: Orfeo Triunfa sobre el abismo.
¿De qué puede salvarnos el canto? A Orfeo le
sirvió para rescatar a su amada, la ninfa Eurídice que, mordida por una
serpiente (es el momento de esa bella postal de Edward J. Poynter), había
bajado al mundo de los muertos. Hasta allí la siguió el enamorado que,
seduciendo con su canto a Hades y Perséfone, logró de éstos la vuelta al mundo
de los vivos. Con una sola condición: que el enamorado no se volviera a mirarla
hasta haberla tenido a la luz del sol. Pero éste lo hace un instante antes, -tenía
aún un pie a la sombra-, y ella se desvanece como un sueño.
A partir de ahí, las especulaciones del moderno psicoanálisis; y, el pesimismo del viejo Platón al respecto de la poesía. Pero no es ni mucho menos el único; de ahí que uno se pregunte: ¿por qué tanta desconfianza con ella? ¿No es, en definitiva un legítimo el deseo…de aire?
Ya adelantamos que Rilke, nuevo Orfeo, se ofrece incluso a salvar a aquel que no sabe cómo salir del abismo:
“Llámame en aquella de
tus horas
que te
resiste inacabablemente:
suplicando cercana como el rostro
de un
perro, mas después se da la vuelta
cuando piensas que al fin la has
comprendido:
Lo que
se zafa así es lo más tuyo.
Somos libres (…)
El poeta no puede olvidar, ya lo vimos, la mirada implorante de aquel perro de Goya, porque retrata lo espontánea que surge en nosotros la demanda de socorro (…Temerosos buscamos un soporte). Por eso se ofrece al lector (Llámame…), con su propuesta que viene a decir más o menos: …, no temas que se te escape el sentido de la vida y la muerte: Que te veas desbordado y expuesto al abismo sinrespuesta,… ¡eso es liberador!
Pero ¿de qué y, cómo?
Este mismo texto, leído por los filósofos existencialistas, se convierte en la pesadez del siglo, pero afortunadamente Rilke es un grandísimo poeta que sabe lo que estos pensadores afines sólo empiezan a entender -si acaso- cuando callan; que somos:
Justos tan sólo allí donde alabamos,
pues, ay, el hierro
somos y la rama
y el dulzor del
peligro que madura”
(Sonetos a Orfeo 2, XXIII)
Para poetas como Rilke, la esencia de la
poesía -de la llamada poesía esencial-, es inseparable del carácter efímero (¡ser
a la vez, hacha y rama…!) e inesencial
de nuestra existencia. Porque eso es, paradójicamente, lo que dota de infinita hondura
(“dulzor…”) al canto.
¿Hay alguna razón -pregunta el poeta- para
pasar así (como humanos),…el plazo de
nuestra existencia” (Elegía IX)? Desde luego, no porque haya felicidad; esta ventaja prematura de una pérdida cercana…
(…) sino
…porque estar aquí
es mucho, y porque parece
que nos necesita todo lo de
aquí, esto que es efímero,
que nos concierne extrañamente. A nosotros, los más
efímeros. Una vez cada cosa,
sólo una vez. Una vez
y ya no más. Y nosotros también una vez. Nunca
más.
Pero este haber sido una
vez, aunque sólo una vez
haber sido terrestre,
no parece revocable.
Y por eso nos damos prisa y queremos llevarlo a cabo,
La prisa… por saber qué llevar a cabo: ¿qué vale o no la pena? Desde luego, nada de lo que en el mundo interpretado ha ocurrido, hemos visto, poseído, sabido o consabido. Si acaso, los dolores, la pesadumbre, la larga experiencia del amor, porque no va a caber nunca otra cosa:
…, en la mirada más colmada y el corazón sin palabras.
¿Qué te parece? ¿¡Se ha dicho nunca nada más
hermoso!?
Estar aquí ya es mucho si logramos eternizar -interiorizar amorosamente-, lo existente. Es más: Queremos llegar a serlo. En esto consiste el decir poético; en traer una palabra conseguida, pura. Pues:
“Estamos aquí tal vez para
decir (…) pero para decir,
compréndelo, oh para
decir así, como ni las mismas cosas
nunca en su intimidad pensaron
ser (…)
Aquí es el tiempo de lo decible, aquí su
país natal.
Habla y proclama. Más
que nunca van cayendo las cosas,
(…)
Y estas cosas, que confían en que podamos salvarlas,
nosotros, los más
perecederos, nos confían algo que salva,
a nosotros, los más perecederos.
Quieren que las
transformemos del todo en el corazón
invisible ¡en -oh
infinitamente- en nosotros! Da igual
quienes seamos al
fin.
Tierra, ¿no es esto lo que tú quieres: invisible
resurgir en nosotros?(…)
¿Qué es sino
transformación la tarea que impones
apremiante? Tierra,
amada, yo quiero (…)
En todo tuviste
razón, hasta en tu santa ocurrencia
de la muerte. (…)
Existencia rebosante
surge en mi corazón.
(Elegía IX)
¡Estar aquí ya es mucho! dice el poeta, si se hace entrar al mundo entero en la mirada más colmada y el corazón sin palabras (me repito, no lo siento). Este es el salvar las cosas…que nos salva. Se trata sobre todo de esas cosas…, que ahora, más que nunca van cayendo (…)
lo
sencillo, lo que, configurado de generación en generación,
vive como cosa nuestra, a mano y en la mirada
Todo aquello que está desapareciendo bajo el hacer sin imagen de la técnica deshumanizadora:
Entre los martillos aguanta
nuestro corazón, como la lengua
entre los dientes, que, no obstante,
sin embargo, sigue siendo la que celebra.
La tarea interiorizadora del corazón se ve dificultada porque la transformación técnica moderna (los martillos) ha desposeído a los objetos de la vida…; de ese algo de espíritu (aire…) que se les daba en elhacer artesanal. En todo ha habido una muerte de Dios (incluso, de dios). Aún así, el corazón aguanta y celebra, pues: Todo esto era misión (Elegía I).
La
misión del poeta, dicen los teóricos, es la de: …iluminar nuevas zonas de la realidad y dotarlas de significado, porque
las cosas no existen como realidades plenas, hasta que la mirada del poeta
-convirtiendo las cosas en conciencia- no las ilumina (Antonio Santamaría
Ruiz, en “Juan R. Jiménez: la poesía y lo divino”) (¡Vaya por Dios, otra vez
con la “mirada”¡: “estamos aquí tal vez para decir / pero para decir,
entiéndelo…” La obra de los ojos es otra)
“(…) el gozar en plenitud
de conciencia amadora,
es la virtud mayor que nos
trasciende”
(JRJ, Soy animal de fondo)
Pero esta pretensión poética de estar salvando la realidad al interiorizarla amorosamente… le parece vana a Platón; pues, a su juicio (y del Evangelio) no hay salvación más que al precio de la propia vida, y:
"…a dar la vida por otro únicamente están dispuestos los amantes (…) En cambio, a Orfeo, el hijo de Eagro, le despidieron del Hades sin que consiguiera su objeto, después de haberle mostrado el espectro de la mujer en busca de la cual había llegado, pero sin entregársela, porque les parecía que se mostraba cobarde, como buen citarista, y no tuvo el arrojo de morir por amor como Alcestis, sino que buscóse el medio de penetrar con vida en el Hades …” (Platón, El Banquete)
Tiene gracia eso de la cobardía del
citarista. Pero, ¿¡hemos de aceptar que esta brega del poeta (Orfeo) para traer al mundo una palabra conseguida, pura (Rilke) que logre tomar el puesto de toda esta nombradía (JRJ),… no consigue más que
un espectro de realidad!? ¿Eso es todo?
¿¡Acaso eso que el poeta llama “dios”, es poco más que una proyección
narcisista de su propia conciencia poética; es decir “el yo del poeta gozosamente salvado ya en su obra” como se ha dicho
de JRJ!?
¿¡Puede una conciencia amadora que dice estar
“anidada por dios / nido de entraña” ser un nido vacío!? ¿Acaso al “yo” del poeta que pasó la vida “en lucha hermosa de amor / lo mismo que un fuego con su aire”
(JRJ), con el “tu” del mundo y de “dios”…, le puede decir Platón (y tantos
otros) que no ha sacado del abismo más que un simulacro de divinidad!?
¿Acaso es un fantasma aquel al que el poeta
se dirige así?:
“Y yo sé que te pienso
de la mejor manera que yo
puedo y quiero,
en verdad de belleza”
(JRJ, Dios deseado y deseante)
Pues ¡es increíble la de reparos que se tiene con estas voces! y no sólo por parte de Platón. Y, sin embargo, todos los que, a su manera, han experimentado lo inefable “en verdad de belleza”, señalan en la buena dirección, quiere uno creer… Pero: ¡sólo se les entiende, si no se empeña uno en pensar con la cabeza! Porque, como afirma María Zambrano (El hombre y lo Divino): la relación inicial, primaria, del hombre con lo divino no se da en la razón, sino en el delirio. ¡Menos mal! Por eso, a un hombre que puede
decir:
“Se me ha atesorado
dios como un hallazgo” (JRJ
…, no hay que preguntarle
si se trata sólo de un hallazgo poético. Hay que dejarle en su delirio creador,
sin dudar de él como un inquisidor malafollá, cuando afirma que “lo poético lo considero como profundamente
religioso, esa religión inmanente sin credo” (Ob. cit.)
………………………….
Aún siendo verdad que: “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”
(Juan,15,13 ¡y, Platón!), y teniendo Jesús “el
arrojo de morir por amor”… mientras que el poeta “buscóse el medio de bajar con vida al Hades”, esta bajada no habría
sido del todo en vano si le aplicamos la vara de medir con que argumentó Simone
Weill (y S. Agustín): ¡Si algo te atrae
de verdad, tiene que ser verdad! Pues bien: el poeta es atraído por la
necesidad de interiorizar la realidad…, amándola; de hacerse uno con ella, decirla: ¿No te parece?
Hay, desde luego, una diferencia entre “el
decir” y la “Palabra”; pero…, en su delirio, el poeta dice al menos esto: ¡No
he bajado al abismo con la cabeza fría! ¿Y, qué nos ha traído?: Nos trae la
conciencia de que el poeta es necesario en “tiempo de penuria” (F. Hölderlin,
retomado luego por Heidegger): Tanta es ésta; que, -aún faltándonos Dios-, ni
se percibe este hecho como falta ¿Será, también éste, un tiempo de poetas?
Manuel Vergara
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