Para la sección de Narrativa del blog Ancile, traemos un nuevo relato de nuestro querido amigo y colaborador Pastor Aguiar, esta vez una narración harto descarnada que reza bajo el título de Contra los Pérez.
CONTRA LOS PÉREZ
Voy a contar algo que sucedió durante mi niñez en la finca, hace tanto, que no puedo precisar si fue antes o después de nuestra era. Lo voy a hacer por dos razones, la primera porque la ancianidad me despertó el gusanito de la escritura, la otra es una causa filosófica, ya que la semana entrante comenzaré a practicar la no violencia absoluta, de pensamiento, palabra, y por supuesto acción.
Y basta de preámbulos. Bien recuerdo aquel día soleado de agosto. El moro y yo jugábamos tratando de caminar sobre una cuerda tensada entre dos ciruelos, cuando a veinte pasos de la cerca que custodiaba mi casa y en medio del camino vecinal, explotó un bulto que debía sobrepasar las veinte libras de peso.
_ ¿Viste eso? Llegó como desde las nubes_ Exclamó mi amigo.
_ Vamos a ver_ Contesté encaminándome al lugar.
La peste nos obligó a taparnos las narices, pues comprobamos que se trataba de un saco de mierda de cerdos. No habíamos desandado la mitad del espacio cuando un silbido rasgó el cristal del aire sobre nuestras cabezas. Muy cerca del anterior se precipitó esta vez una roca que nos daba por la cintura, levantando tumultos de tierra roja.
_ Creo que vienen volando sobre la arboleda de tus abuelos_ Me dijo el moro con los ojos que no le cabían en la cara y resoplando como potro al final de la carrera.
_ ¡Coño! Esto no es juego, hay que avisarle a la gente_ Contesté.
El batey de la finca era un caserío de madera y techos de hojas de palma. En total nueve construcciones de diferentes tamaños, incluyendo la nuestra. En medio estaban la escuelita primaria y la casa de carretas, una larga nave donde se protegían los aperos de labranza y los fertilizantes.
A la hora de los hechos que narro, mi padre y mis tíos laboraban en los sembrados a medio kilómetro hacia el este. Los familiares del moro atendían la tienda por la frontera oeste. Al norte quedaba la arboleda tras la casona de mis abuelos, ya setentones.Antes de salir en busca de los hombres, avisé a mi madre que cocinaba el almuerzo.
_ Mima, voy a avisar a la gente que nos atacan con mierda y piedras. Métete debajo de la cama por si nos toca una bomba.
_ Estás loco muchacho. Tanta novelita de aventura te está enfermando.
_ Asómate al camino para que te convenzas.
En un minuto mi madre rezaba avemarías sin parar, y nosotros corrimos rumbo a los campos de maíz.
Mi padre convocó a los hermanos y una decena de
sobrinos y jornaleros, en total dieciocho, que más tarde con los moros, fueron
veinticuatro.
A tales alturas una piedra monumental había hundido el techo de la escuela, y un bulto de mierda de vaca matado uno de los lechones de nuestro patio.
La tropa se reunió frente a la casa de carretas, todos con sus machetes al cinto.
_ Deben ser los Pérez, ya hace tiempo que nos tienen el ojo echado. Para colmo son como cincuenta, y de seguro han emplazado sus catapultas en el potrero de Ernesto, al otro lado de la arboleda. Tendremos que sacar nuestro cañón de cuero_ Declaró mi padre.
El cañón de cuero reposaba dentro de la casa de carretas, y fue sacado al espacio libre junto a la escuela. Las balas eran bolsas de lona que se rellenaban con cualquier material, desde excrementos hasta hormigas bravas. Para dispararlo colocaban una onza de pólvora por la culata y encendían la mecha.
_ Pepito, vayan ustedes a localizar al enemigo. Súbanse a lo más alto de aquel caimito_ Me ordenó Pipo.
Fui seguido por el moro, y desde la copa del árbol vimos al ejército atacante con todo su arsenal bélico.
_ Como dijiste, Pipo, son como cincuenta, con dos catapultas y machetes. Ahora celebran emborrachándose, hasta asan un puerco.
_ Alberto, reúne los perros mientras alistamos el cañón y los proyectiles_ Ordenó mi padre.
En menos de lo que canta un gallo Alberto fue rodeado por diez perros gracias al silbido hechizante.
_ Juan, dame la cafunga cabrona_ Siguió Pipo.
Acto seguido, entre mi padre y Juan untaron el líquido en los culos de los canes, que de inmediato enloquecieron y se lanzaron en un mar de alaridos hacia la arboleda, la atravesaron e irrumpieron en el asentamiento de los Pérez a pura dentellada. El lechón asado desapareció, y varios hombres quedaron inútiles con las mordidas, pero al final, a puro machetazo, descuartizaron a los animalitos. El moro y yo nos turnábamos vigilando los acontecimientos desde el caimito gigante.No pasaron diez minutos y una roca de cien libras aplastó a Franco, mi tío menor, y otra acabó con lo que quedaba de la escuela. Un tercer disparo resultó ser una bola de candela que incendió el inodoro cercano a nuestra vivienda._ No están jugando los muy hijos de puta. A ver, Juan, alcánzame aquella bala de cebo, sí, préndele fuego cuando la coloques en el cañón_ Decidió Pipo.
El estampido fue secundado por un nubarrón negro oliendo a rayos.
Desde la cima del árbol pude ver la casa del más viejo de los Pérez en llamas.
_ Ahora acerquémonos entre los frutales y el cañaveral
hasta sus narices. Saquen los machetes_ Dijo Hipólito, quien era el más fuerte
de mis tíos. Medía siete pies de altura y tres de ancho, y blandía un machete
casi de su tamaño.
Fueron como gatos mientras otra lluvia de bombas iba destrozando el batey a sus espaldas.
Una vez situados a orillas del potrero de los Pérez, se enderezaron y comenzaron a vociferar un himno absurdo, del que había oído hablar a mi abuelo. Se trataba de un vocerío amorfo y tan agudo, que reventaba los tímpanos.
Cuando el canto se desató, el moro y yo pudimos ver a los Pérez tapándose las orejas arrodillados, y a nuestra gente irrumpiendo a machetazo limpio. Las cabezas rodaron ensangrentando la yerba. No duró un minuto la carnicería.
Después los hombres se reunieron en los remanentes del batey.
_ Muertos los perros, se acabó la rabia_ Sentenció mi
padre_ A celebrar a todo lo grande, carajo.
Pastor Aguiar
Muchas gracias mi amigo, por el honor que me regalas. Son paisajes y personajes muy cercanos a la realidad. Pero las acciones son imaginadas. Abrazos.
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