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martes, 14 de junio de 2022

LAS MARCAS, DE PASTOR AGUIAR

 Bajo el título de Las marcas, traemos un nuevo post para la sección de Narrativa del blog Ancile, y bajo la diestra mano narradora de nuestro querido amigo Pastor Aguiar.



LAS MARCAS,

DE PASTOR AGUIAR

 

 

Las marcas, de Pastor Aguiar

Casi todo el mundo recuerda haber soñado. En mi caso, creo que sueño más que la mayoría. Tan pronto cierro los ojos, aún antes de abandonar la vigilia, ya estoy viendo paisajes a veces nunca vistos, me convierto en el otro, partícipe o testigo.

Pero de un tiempo a esta parte me está sucediendo algo insólito. Me despierto con evidencias físicas y mentales de lo que soñé.

Todo comenzó cinco meses atrás, cuando el reloj despertador me rescató de una batalla contra los mongoles. Me había acostado en la cama de abuela para reposar un rato antes de salir al campo. Recuerdo que me habían matado la cabalgadura con una lluvia de flechas, y a duras penas continué entre los troncos y la maleza bajetona, teniendo que cortar varios cuellos que surgían como paridos por la hojarasca. 

De repente desemboqué en un claro de cien metros de diámetro y los enemigos me rodearon con sus armas desenfundadas. En menos de un minuto tres de ellos corrieron hechos un mar de insultos para ultimarme. Me defendí lo mejor que pude, a pesar de que el brazo comenzaba a pesarme, de que una sed terrible me hacía polvo la boca. Sentí los filos rozándome la piel protegida por cuero de bueyes y supuse que el final era inminente, sin embargo, no tuve miedo. Entonces fue que el reloj vino en mi auxilio. 

Al levantarme con la intención de ponerme la camisa, quedé estupefacto ante el sinnúmero de heridas superficiales entre el cuello y el ombligo. La sangre brotaba haragana, por suerte. Además, todavía jadeaba y las piernas acalambradas se resistían como mulas. Aproveché que mi abuela trajinaba por el patio y me fui al botiquín de la sala, donde me apliqué una tintura y coloqué pedazos de gasa sobre los rasguños. Ya el cansancio iba desapareciendo.

_ ¿Te pasa algo, muchacho? Te veo con una palidez de matunguera_ Me dijo abuela a su regreso.

_ No, debe ser el calor. Con una taza de café se arregla. 

Aquella tarde no adelanté mucho en la siembra de frijoles. Como tenía que ir tapando los granos a patadas, los pies me pesaban como arrobas de plomo.

Aunque continué soñando de mil maneras, la semana siguiente no hubo grandes novedades; a no ser algún sofocón, ah, y orinarme en el pijama en vez de hacerlo sobre un sapo onírico.

_ Bueno, parece que lo de aquel mediodía fue caso único_ Me dije al halar la sábana para que los pies me quedaran libres. 

Era una noche de octubre y los relámpagos se filtraban entre las tablas de la pared oeste.

Así las cosas, se apareció Tobías con la risa descarada de siempre, pero ya hombrecito, con asomos de bigote.

Las marcas, de Pastor Aguiar
_ Sigues tan comemierda como siempre, ¿eh?

_ No tanto, tú me ganas tres veces, mentecato_ Le grité poniéndome en guardia.

Tobías era el hijo menor del viejo Solano, de quien fui peón al terminar la escuela primaria. A veces recordaba al muchacho por lo impertinente que era, por lo burlón, y cuando dejé aquel trabajo para irme a estudiar a otro pueblo, me quedaron las ganas de haberle aplastado la nariz. 

Ahora lo tenía al frente, al mismo Tobías, más pesado que nunca, con la misma voz de pito en un cuerpo mucho mayor. 

_ ¡Te voy a hacer tragar lo que dices, come pinga! _ Me soltó a boca de jarro. 

En vez de contestar con palabras le aterricé una trompada en el tronco de la oreja izquierda. Él se tambaleó, a punto de caer, y pensando que estaba liquidado, bajé la guardia con la intención de irme rumbo a la laguna, para ver si aún mis avíos de pesca se conservaban ocultos entre los yerbazales de la orilla. 

Tobías, por arte de magia, me soltó un derechazo directo al ojo más cercano. Yo perdí la visión y me puse a manotear mientras el muy cabrón me pisaba la punta de los pies descalzos muerto de risa. Fui reculando para recuperarme, pero algo calló al piso de la cocina de casa despertándome.

Había sido un gato, y al ver la claridad del amanecer decidí vestirme mientras resollaba con la ira de la bronca reciente.

Después de tomarme un jarro de leche cruda me fui al espejo para peinarme, y fue cuando me vi el ojo y sus alrededores rojos, tipo tomate maduro, además un dolor en los dedos de los pies me obligó a bajar la vista. Estaban magullados, uno de ellos con la uña desprendida. 

_ Hijo de mala madre, deja que te coja esta noche_ Musité convencido de que no podría ponerme los zapatos. 

_ Pepito, qué te pasó en el ojo. No me digas que te fajaste con los fantasmas_ Preguntó abuela.

 -Casi casi; creo que me di contra los pies de la cama al buscar mis chancletas.

Al cabo de dos semanas desistí de la venganza, Tobías parecía haberse ido definitivamente, aunque no estuve a salvo de mis pesadillas.

Lo que en verdad me sacó de quicio fue lo del río San Lorenzo. Esa tarde había comido demasiada carne de cerdo e ido a dormir con el estómago a punto de reventar. Primero soñé con la maestra de cuarto grado, sus tetas despampanantes, sus muslos descuidados debajo de su mesa. Pero en el mejor momento parecí quedar en blanco, hasta que me vi con la vara y una lata de lombrices llegando al río San Lorenzo. La luz era escasa, como en esos días de temporal, pero nada mejor para una buena pesquería. Cuando divisé un recodo donde el agua oscura se entretenía con una gran rama de almácigo a medio podrir, me dije.

_ Carajo, antes de tirar los anzuelos voy a bucear allí, por si agarro una biajaca de esas ciegas de tan gordas, como hacía el galleguito Rivas.

Las marcas, de Pastor Aguiar

Me encueré y fui avanzando con el líquido sobre la cintura. Ya cerca del palo me zambullí manteniendo los ojos como faroles, en busca de cualquier signo de peces. En medio de esta faena sentí que un pie se me había enredado y comprobé que eran alambres. Al bracear hacia la superficie, otros alambres me lo impidieron y quedé preso igual que en telas de arañas, como en las escenas que tantas veces observaba en la arboleda. La mariposa envuelta y la araña empezando a chuparla. 

El aire me faltaba y todo se puso negro. Supuse que iba a morir allí, convulsionando con la agonía de quienes se ahogan. 

Esta vez sí tuve miedo y quise gritar, pero el agua sucia me inundó los pulmones y tosí desesperadamente, con la sensación de cada alveolo explotando. Ya iba a perder la conciencia cuando otra vez el reloj armó su escándalo de las cinco de la madrugada, aunque yo no lo escuché; fue abuela quien, al rato, se asomó a mi cuarto con una taza de café que rebotó contra el cemento al verme desnudo y mojado de pies a cabeza. Ella trató de despabilarme infructuosamente, hasta que salió corriendo en busca del vecino Gerónimo, un bombero retirado.

_ ¡Gerónimo, mi nieto está muy mal, no me explico cómo, pero lo único que hace es boquear como un ahogado!

_ Vamos a ver. Eso sí que es extraño.

Al instante estaba Gerónimo lanzándome al suelo y exprimiéndome el pecho, sacándome grandes cantidades de agua enlodada con fragmentos de hojas y renacuajos por la boca abierta de par en par.

Un tiempo más tarde, ya en la sala y yo protegido por un acolchado, abuela no acababa de explicarse la novedad, y Gerónimo se me acercó arrente a una oreja. 

_ A ver, de qué manera me explicas esto, digo, si es que tiene explicación.

_ El problema es ese, don Gerónimo, que no tengo una respuesta lógica, nada de este mundo.

 A tales alturas decidí evitar dormir a toda costa, y como sé que ello es imposible, pues me mantengo con vida gracias al despertador, con su escándalo de salvación cada media hora.

 

 



Pastor Aguiar




Las marcas, de Pastor Aguiar


 

1 comentario:

  1. Gracias siempre, amigo mío. Parece que mis trabajos nocturnos en mares de desvelos, me han sumergido en estos mundos donde pierdo el hilo de lo real. Abrazos nuestros.

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