Con el título de El diario de Demetrio, de nuestro habitual colaborador y entrañable amigo traemos un nuevo y excelente post para la sección de Narrativa del blog Ancile.
EL DIARIO DE DEMETRIO
Antes del amanecer, estaba tocando a la puerta de Demetrio Cansino. Yo
venía con todo listo, los anzuelos, carnadas y una botella de warfarina, como
le decíamos a la bebida destilada clandestinamente, gracias al azúcar que los
empleados del central sustraían valiéndose de mil trucos.
Demetrio era unos pocos años mayor que yo, ya ambos habíamos pasado de los
cuarenta, y al menos una vez por semana nos íbamos a la gran represa de
Alacranes en busca de diversión y proteínas. Él me había enseñado todo lo que
sé de estas artes.
Al segundo toque mi amigo entreabrió la puerta, y vi que estaba sin camisa,
cosa rara, porque siempre me esperaba listo, con su bicicleta y sus avíos,
incluyendo algo para merendar.
_ ¿Se te pegaron las frazadas, hombre?
_ No me digas nada; entra, que tengo que enseñarte una cosa antes de salir.
_ ¿Acaso Rubicunda…?
_ No, ella duerme todavía, así que baja la voz, no quiero que se entere del
asunto, sabes como son las mujeres, que se van de la lengua.
_ Coño, ya me tienes intrigado, suéltala de una vez.
_ Bueno, tú sabías lo del aparato que conseguí para buscar oro. El caso es
que el muy cabrón suena con cualquier metal.
A tales alturas me había halado hasta la mesa de cedro y obligado a
sentarme en un ángulo, muy cerca de él, quien al instante se puso a revolver
papeles en la parte baja del librero cercano. Al momento sacó una caja que
parecía de hierro, del tamaño de las de zapatos.
_ ¿Qué misterio te traes? No me vayas a decir que eres rico.
_ Si fuera eso, ya hubiera estado en nota y con cara de carnaval, compadre.
El caso fue que ayer, poco antes de romper la noche, me fui al lugar donde
estuvo la ceiba de Saturnino, ya sabes lo que se dice sobre dineros ocultos
alrededor.
_ Claro que lo sé; pero nadie ha encontrado ni un real por allí; ahora es
un cayo de matorrales salpicado de huecos.
Demetrio iba alargando la historia con una cara que nada tenía que ver con
el júbilo. Estaba más serio que la seriedad misma.
_ Deja ese rostro de cadáver y acaba de vomitar, mira que no creo en cajas
de Pandora.
_ Ni a la tal Pandora se le hubiera ocurrido tal precisión, amigo mío. Mira
esto.
De inmediato sacó una especie de libro con tapas de cuero oscuro y al
abrirlo vi que las hojas eran de un material parecido, pero más delgadas y
blanquecinas, escritas con lo que supuse tinta.
_ ¿Y eso es lo único que había en la caja?
_ Ni más ni menos. Yo creí que iba a enfrentarme a secretos de Saturnino, o
quizás una Biblia de los primeros tiempos, sabes que él era muy creyente. No
puedes imaginar mi sorpresa cuando comencé a leer.
Demetrio hizo una pausa y tragó en seco al tiempo que buscaba un vaso
imaginario por toda la extensión de la mesa.
_ Acaba de decirme lo que has leído.
_ Me importa un carajo que me creas o no, de todas formas ahí tienes la
prueba, es un diario de mi vida, así como te lo digo, con su título atestiguando
“Diario de Demetrio Cansino y Arteaga”, y debajo, en letras más pequeñas, entre
paréntesis, “Para que sea vivido tal y como acá se cuenta”… ¿qué te parece?
A tales alturas, como no encontré palabra oportuna, e incrédulo según mi
naturaleza, le arrebaté el manuscrito.
_ Cuidado, que las hojas están que se deshacen si no las tratas con el
máximo de suavidad.
Efectivamente, la primera página mostraba lo que me había dicho, y debajo la fecha inicial del diario, que era la del nacimiento de mi compañero. “Acabo de nacer a prima noche del cuatro de diciembre…” y después los detalles del parto, de los padres. En la segunda entrada había un salto de seis meses, y
continuaba con lo de tomar leche de tetas, puré de malanga con caldito de pollo, etc. Salté cinco o seis hojas y pude descubrir a un Demetrio de siete años, en tiempos de la escuela primaria.
_ ¿Qué me dices?, ¿lo puedes creer?
_ Bueno, no tengo otro remedio que aceptar que hasta aquí todo parece ser
tú mismo. Voy a tener que pellizcarme para convencerme de que estoy despierto.
_ Imagina entonces cómo me sentí yo según avanzaba en la lectura, cosas
olvidadas y hechos exactamente ajustados a mis memorias. Cuando llegué a los
treinta años el rapto de Rubicunda, con el suegro y los hermanos persiguiéndome
a tiro limpio, y la herida en el muslo derecho, todo igualito, ¿cómo crees que
me fui sintiendo? No pude hacer otra cosa que dejar el diario y darme manotazos
en la cara, correr por los alrededores, retorcerme las orejas hasta convencerme
de que nada cambiaba y la jodida caja con mi vida estaba allí, mirándome a los
ojos.
_ ¿Hasta dónde, hasta cuándo pudiste leer?
_ Llegué hasta el mes pasado y no me fue posible continuar, creo que tú
hubieras hecho lo mismo, nadie quiere enterarse de su propia muerte, de todas
las desgracias, porque si hasta donde leí era pura realidad vivida, quién me
iba a asegurar que el resto no sería igualmente pura verdad.
_ Claro, te entiendo; ¿pero entonces?
_ Nada, ahí lo tendré, y cuando vaya pasando el tiempo iré leyendo sin
acercarme demasiado, con la esperanza de que alguna vez se equivoque. Tuve la
idea de quemarlo, pero tengo miedo de que si lo hago todo se precipite y arda
yo también. No tengo otra salida que este suspenso de sentir mi futuro
encerrado en esa caja, con el peligro de que un día Rubicunda la encuentre.
Quizás la entierre de nuevo.
_ Según veo las cosas, creo que vamos a tomarnos la botella aquí mismo y a
tirarlo todo a la mierda, la situación no pinta bien para irnos de pesquería.
_ Acaba de traer esa warfarina, que de todas formas al diario le quedan más
de la mitad de las páginas, y si no es que se pone a hablar de mis
sobrevivientes, creo que no me toque estirar la pata hoy.
Pastor Aguiar
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