Siguiendo la temática del individuo en la posmodernidad, traemos un nuevo post para la sección de Pensamiento del blog Ancile, que lleva por título El dignatario de la humanidad.
EL DIGNATARIO DE LA HUMANIDAD
El dignatario, aquel que porta dignidad, desde la antigüedad (Roma) era el portador de valores altamente representativos de buena conducta y de no menos alta consideración moral, era el individuo referente ¿lo sigue siendo en la actualidad? ¿Hasta qué punto en los estudios culturales, literarios y concretamente poéticos sigue siendo este un modelo social, ético y estético? Si entonces no era extraño que aquél que ganaba en dignidad fuese tenido como ejemplo ético y de reconocido prestigio en atención al valor que tenía el honor obtenido de su conducta y proceder ejemplar, ¿lo es ahora de igual modo?
La admonición del párrafo anterior se hace extensiva irremediablemente al ámbito de los valores éticos y estéticos. Debe referirse sin ningún pudor al dominio de aquellos impulsos interiores más profundos y que tanto la modernidad como la propia posmodernidad olvida e incluso rechaza. El reduccionismo compartido por ambas circunscripciones de pensamiento hace inadmisible cualquier otra dimensión que no sea la estrictamente materialista, tan maleable, por cierto, a las costumbres consumistas de la actualidad. El triunfo mecanicista de Laplace se extiende por la modernidad y la posmodernidad y llega hasta nosotros con deprimentes aseveraciones como: La célula es una máquina. El animal es una máquina, el hombre es una máquina[1]; de esta suerte, no es extraña la aventajada victoria de este colectivismo adocenado del consumo, donde cada individuo es solo una parte del engranaje del gran artilugio social del todo insaciable. La vida y el organismo es una ilusión, donde lo vivo está en realidad muerto.[2] Quienes hemos estudiado a fondo la fenomenología del lenguaje poético, sin duda no podemos estar en mayor desacuerdo: la organicidad y dinamismo del verso y del conjunto poemático, y las aproximaciones desde sus más diversas perspectivas (lingüísticas, gramaticales y sintácticas, métricas[3], retóricas, ...) dan buena cuenta de nuestra contrariedad y, por ejemplo, de la tendencias estéticas posmodernas que desdeñan todo lo que no sea nuevo, y cuyo entendimiento no se muestra sino en la elección de un supuesto hallazgo que expira antes que la misma moda.
No será raro familiarizarse con este atroz mecanicismo olvidado de la persona cuando las consideraciones sobre nuestra humanidad se reducen a meros datos, a información básica para olvido de cualquier identidad. El individuo al que nos referimos, en cualquier caso, no será el reducido al ego secular o religioso… es la personalidad del que sufre y no sabe por qué y del que se puede inferir una auténtica teoría del dolor[4], y de la que la poesía hace una praxis expresiva de excepción.
La separación de la persona de cualquier atisbo de trascendencia es ley normalizada en cualquier campo del saber, incluido el filosófico en la actualidad, olvidando milenios de vivencia, intuición y entendimiento de lo que bien puede estar más allá de lo que podemos aprehender por una vía racional materialista, y las consecuencias de su inhibición hasta la fecha acaso sólo han podido apenas soslayarse. Decíamos que el nous (inteligencia) incluso en occidente se ignora, cuando Platón y Aristóteles evocan al mismo como el don divino que hace al individuo participante activo en el orden cósmico. Hoy día la inteligencia pretende ser artificial, centrada la potencia de esta en el cómputo de datos, y donde pensar es realizar cálculos (Hobbes), pero, seamos serios ¿tiene esto algo que ver con la experiencia consciente de pensar?[5]
El proceso de la consciencia, en sus diversas manifestaciones, es lo opuesto al repliegue de patrones familiares de lo mecánico, porque se hace precisa una recepción activa, orgánica e integral que nos conecte y constituya en el mundo. No se ha hecho énfasis suficiente ni en la modernidad, ni acaso en la mal denominada posmodernidad, de la importancia del sentido y del significado de las cosas para el individuo que, al fin y al cabo, compone la totalidad de la sociedad. Así podemos encontrar afirmaciones enervantes y desalentadoras de personalidades de primer nivel del pensamiento del siglo XX que afirman que: Nuestros orígenes, esperanzas y miedos, nuestros amores y creencias no son más que el resultado de disposiciones accidentales de átomos;[6] a añadir a otras perlas como las ya adelantadas de Monod, acentuando así la descripción, no ya del hombre, sino de la misma naturaleza como una máquina (y aún la misma actividad artística y poética) que está dispuesta para beneficio de quien esté dispuesto a obtenerlo.
Si ponemos tanta atención al individuo será, aunque pueda parecer lo contrario, para poner más vigor en un hecho cada vez más incontrovertible, y que solo será perceptivo claramente si atendemos al individuo como fuente para la mejor comprensión de que la naturaleza no es una descripción contable de sujetos, sino una comunión de ellos. Los conceptos positivo materialistas del tiempo y el espacio son puestos en cuestión y se muestra como acaso el mismo órgano de cognición por excelencia, el cerebro, como mero filtro o receptor cognitivo, y que aquellos no son más que reflejos de lo que realmente tiene durabilidad y consistencia.
Por
todo lo antecedido no será disparatado hacer una reflexión sobre la pérdida de
valores (y como decía, no sólo éticos y estéticos) en la actualidad, también su
incidencia en la cultura en general, y particularmente en la literatura, y aún más
singularmente en la poesía, pero se insiste en reducir al individuo en su
existencia a módulos cognitivos, ADN replicante, microtúbulos de sensibilidad
cuántica, bucles de software y datos, muchos y complejos datos.
Francisco Acuyo
[2] Naydler, J: La lucha por el futuro de la humanidad, Atalanta, Gerona, 2021, pág. 71.
[3] Acuyo, F.: De la proporción en lo diverso, Universidad de Granada, 2007 y Jizo ediciones, en 2º edición aumentada, Granada 2009.
[4] Acuyo, F.: Pasión y razón del sufrimiento, Epílogo de Lógica de la decepción, el problema del mal en el mundo (en prensa).
[5] Naydler, J: op. cit. pág. 150.
[6] Russel, B.:
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