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jueves, 10 de noviembre de 2022

AMENAZA DE GUERRA, DE PASTOR AGUIAR

Bajo el título Amenaza de guerra, traemos un nuevo post para la sección de Narrativa del blog Ancile, relato de nuestro amigo y excelente narrador Pastor Aguiar.



AMENAZA DE GUERRA

 

 




Y aconteció que un amanecer, por los límites entre el terreno de pelota y el cañaveral, vi al ejército prusiano en zafarrancho de combate. Iban de norte a sur, marchando disciplinadamente al ritmo de los tambores. Era una larguísima columna de por lo menos ocho filas de soldados con sables al cinto y fusiles al hombro. Usaban uniformes donde sobreabundaba el rojo. Las cabezas protegidas por cascos con penachos. Podía escuchar las pisadas, sentir los temblores rítmicos de la tierra en el patio de mi casa.

La distancia que me separaba de la tropa sería de unos cien metros. A la derecha de la columna iba, con el sable desenvainado, el general Godofredo. Aunque yo no podía ver a sus enemigos desde mi posición, los imaginaba como una masa de lugareños atrincherados más allá del callejón hondo, en la finca de tío Bernardo, llamada Revacadero. Cerca de la casa de tío debían tener su estado mayor los rebeldes, armados con arcos y quién sabe cuántas otras armas, muchas improvisadas. Pensé que también tendrían caballos fieros y perros antropófagos.

La tensión se respiraba, la sangre aún en las venas enviaba su olor premonitorio, como una densidad sin cuerpo tangible.

Yo padecía el contagio bélico, y el miedo me convirtió en estatua viva.

De repente el general dio la orden de alto y con voz ronca pero poderosa como cañonazos, dijo.

_ ¡Escuchadme todos, voy a establecer contacto con el jefe de ellos para dejar bien claras las reglas de la batalla! ¡Aquí mismo se inicia una nueva era!!Que nadie me siga!, ¡y si al cabo de sesenta minutos no estoy de vuelta, arrásenlo todo a la redonda!

Yo sentí un frío de muerte, incapaz de huir hacia los montes gordos, a poco menos de tres kilómetros a mis espaldas.

El jefe salió con paso de ceremonia, hinchando el pecho como los pavos reales, hasta que el callejón hondo se lo tragó.

La tropa murmuraba, mientras revisaba el armamento. Creo que anhelaban el combate.

No pasaron cuarenta minutos cuando Godofredo regresó, ahora caminando con desenvoltura y sonriendo.

_ Hemos pactado una paz de cien años, al cabo de los cuales serán nuestros descendientes quienes la ratifiquen, o decidan desguazarse definitivamente.

Con el eco de las últimas palabras del general llegó un viento desde el oeste que lo barrió todo, y el batey volvió a ser aquello de siempre, apenas una docena de casas de madera con el terreno de pelota al centro, y yo allí, desde el patio, iniciando al fin el viaje al comedor, porque el desayuno estaba listo.

 

 

Pastor Aguiar

 



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