Para la sección de Narrativa del blog Ancile traemos un nuevo post Juan Vellido, periodista, escritor poeta, crítico de cine y muy querido amigo Juan vellido, relato que lleva por título: Desquite de la araña.
DESQUITE DE LA ARAÑA,
POR JUAN VELLIDO
Los
espejos aumentan estrepitosamente el chisporroteo de las velas. Todo tenue,
mortecino, y una lámpara fulgurante, casi frívola, sobre la mesa apolillada y
polvorienta.
Es un
viejo sótano que apenas sirve como trastero de la vieja casona en que vivieron
tus abuelos y tus padres. Ahora es tu refugio. Has decidido abandonarte a tu
suerte. Te has convertido en un viejo lastimero, ahora que te has quedado solo
en medio de esa gran multitud que bulle inquieta sobre el tosco mundo en que
habitamos.
Por eso
has optado por quedarte ahí, sentado e inmóvil, ante la mesa polvorienta del
sótano inhabitado y sucio, a la espera de que el azar determine tu fortuna o tu
desgracia. No comes, no bebes, y procuras no pensar. No aspiras a otra cosa que
la indolencia y la apatía más absolutas, la inacción, el inmovilismo como
doctrina existencial. Sabes que nada tiene sentido. No hay un cielo protector.
Hace
muchas horas, días acaso, que permaneces sentado, cuasi petrificado en tu
asiento, mientras adviertes que las ratas salen sinuosas de sus madrigueras, se
acercan a tus pies con movimientos presurosos, olfatean tus zapatos, escudriñan
a tu alrededor, desconfiadas y vigilantes, y a menudo huyen espantadas en
oleadas geométricas, cuando tu estómago exhala pequeños ruidos recónditos que
las asustan.
El sótano es frío. Permaneces quieto, aparentemente sosegado, ¿tranquilo? Tu cuerpo, se diría, se ha hecho ya a una postura estática, y conforme pasa el tiempo vas dejando de sentir frío o hambre o sed.
Hace días
que no te mueves. No sientes necesidades fisiológicas, pero notas tus piernas y
tu espalda agarrotados y sabes que tu cuerpo no responderá ya a ningún estímulo.
Has concentrado tu escasa energía en mantener tu mente en blanco, como si se
tratara de un ejercicio atávico de introspección.
Ya,
inerme --no existe posibilidad alguna de que distingas el día de la noche en
ese sótano oscuro y frío de las afueras de la ciudad-- has perdido la noción
del tiempo y la capacidad de pensar. No tienes miedo ni hambre ni sed ni frío
ni calor.
Las ratas
rodean tus pies. Cientos de ratas rodean tus pies. Y comienzan poco a poco a roer
tus zapatos, ajenas al enorme entramado de hilos de araña que pende sobre sus
cabezas.
Has
perdido la sensibilidad en tus extremidades, pero notas levemente sus hocicos
puntiagudos y sus dentelladas y sus agudos chillidos y sus rápidos movimientos
en remolino, mientras mordisquean todo lo que encuentran a su paso.
Las
arañas, entretanto, observan con sus múltiples ojos los movimientos de las
ratas, mientras confeccionan minuciosamente un laberinto de hilos con el que
dispondrán su ataque, como si de una meticulosa táctica militar se tratara.
Desde tus
ojos nublados contemplas borrosamente cómo un ejército de arañas teje
armoniosamente, en una curiosa danza voladora de múltiples y ásperas patas, su
singular embestida a los roedores.
Ya
cárdeno, flaco, cataléptico, después de muchos días inmóvil, sentado ante la
mesa apolillada y polvorienta --hasta el chisporroteo de las velas ha quedado
como un viejo recuerdo-- asistes, inmolado, a tu consentida depredación.
Nebulosamente sólo ves ratas, cientos de ratas que trepan por tus piernas. Un
festín de silbidos agudos y sangre. Y un ruido múltiple de turbadores chillidos
de los roedores.
En un
instante, las arañas han dejado caer desde las alturas del viejo sótano una
tupida y laboriosa red impenetrable en la que han quedado atrapados los roedores
que, inmovilizados, aprisionados por miles de hilos de seda de araña, han
convertido el suelo del viejo sótano en un extraño manto de ratas transfiguradas
en curiosas momias.
Juan Vellido
Una gran metáfora de un tránsito por una "infinita tristeza" (Manu Chao) pero en ese oscuro desván veo yo la mano de Aracné, la Diosa
ResponderEliminarA Aracné, la Diosa que teje los hilos de las tramas que nos sujetan y sostienen y relacionan...y nos salvan de las ratas, que aunque inocentemente, pretenden destruirnos
ResponderEliminarDe Esther Martínez
ResponderEliminarEse sótano se revela casi confortable y parece seguro. Me pienso que allí la vida duele menos
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