Para la sección de Ciencia del blog Ancile, proseguimos bajo el título de: De los dioses visibles e invisibles en la nueva ciencia, con un nuevo post que indaga de nuevo sobre consideraciones varias sobre la ciencia y la vieja sabiduría hermética.
Si en la tradición hermética existía una estipe de dioses visibles e invisibles (por ejemplo, Ra, Sol, perceptible a los sentidos, también los había invisibles, como Atum que acontecería por mor de la existencia del dios visible, siendo el invisible el centro de la creación, y el visible el centro del cosmos), se me ocurrió una analogía nada desdeñable en relación a la ciencia moderna que, también tiene sus dioses visibles en la materia perceptible, e invisibles en aquellas fuerzas que son necesarias para la configuración del universo tal y como lo conocemos, así acontecen la materia y la energía oscuras.
Si para la tradición hermética Atum es el universo que está dentro y la energía que se sitúa fuera del mismo y lo trasciende, ¿hasta qué punto aquella energía y materia oscuras no ofrecen un parentesco similar?; y lo que es más interesante, de la misma manera que el dios invisible exhala creativamente para la configuración del mundo, también inhala la fuerza de los individuos en la vuelta a sus orígenes: en el mundo subatómico, es el observador quien colapsa la materia potencial haciéndola posible materialmente, es lo que nos enseña la mecánica cuántica. Parece ser que los dioses invisibles necesitan de los seres conscientes para su realización divina.
La física y la cosmología hermética y su tradición milenaria egipcia pudo, y así sucedió en obras y teorías de Bruno a Newton, tener una influencia desde luego nada desdeñable. También nos parece que esta tradición hermética es fundamental para la configuración de la ciencia, y que esta no nace por una reacción contra la visión religiosa del mundo[1], sino que fue la reacción paradójica contra aquella tradición (alentada por la iglesia en un momento histórico concreto) la que produjo el método científico en los términos mecanicistas y reduccionistas que hoy conocemos.
De hecho, era imposible explicar, mediante el supuesto comportamiento azaroso de la naturaleza, uno de los productos más sorprendentes y fascinantes del universo: la conciencia y su expresión singular en forma de inteligencia.
Claro está que aceptar que la inteligencia no es objeto azaroso por improbable, acabaría por resultar un anatema para el propio método científico en el que el suceso accidental era la única explicación a la conciencia, sobre todo si tenía que dejar lugar a un propósito diseñado para este extraño pero fascinante resultado, como es, digo, el de la inteligencia.
En cualquier caso, para ciertos sectores muy importantes de la ciencia es preferible una visión profundamente nihilista que, según el propio Weinberg puede traducirse en la frase: Cuanto más comprensible parece el universo, menos sentido tiene.
El hecho de traer a colación la visión hermética coherente del mundo, por tener el mismo un significado manifiesto en su estructura y dinámica particulares, viene muy a propósito por los intentos de ciertos sectores de la nueva ciencia que comparten unos principios similares.
Seguiremos indagando en esta cuestión para la siguiente entrada de este blog Ancile.
Francisco Acuyo
No hay comentarios:
Publicar un comentario