Bajo el título: El número poético a la sinestesia pasando por la IA, traemos una nueva entrada para la sección de Ciencia del blog Ancile.
DEL NÚMERO POÉTICO A LA SINESTESIA
PASANDO POR LA IA
Cuando comencé a indagar el fascinante y a un tempo inquietante mundo de la IA, no pude evitar una serie de interrogantes que, creo que entre otras muchas, son inevitables, a saber: ¿Son las redes neuronales susceptibles de ser emuladas por la IA? ¿Es la conciencia un fenómeno netamente neurológico? ¿Es la conciencia, por tanto un epifenómeno del cerebro? ¿Replicamos verdaderamente los procesos cognitivos humanos cuando usamos la IA? De ser así, ¿haría falta una nueva teoría de la mente y del conocimiento?
Si realmente existen sistemas informáticos (ANI, inteligencia artificial limitada) que actúan y piensan como humanos, ¿nos emulan, o podrían ser autónomos? Y de ser así, ¿podremos controlar dichos sistemas? ¿Si se supera el test de Turing, y no somos capaces de distinguir la máquina de IA del ser humano, ¿significa esto que el proceso del sistema informático es igual al que realiza analógicamente un ser humano? Finalmente, ¿pueden las máquinas comprender problemas expuestos en lenguaje natural? Y, de ser así, ¿podrán ellas mismas realizar construcciones lingüísticas de toda suerte e índole, incluidas las artísticas o literarias?
Para resolver estos problemas e interrogantes derivados se idearon las técnicas que ofrecen el enfoque simbólico o el conectivo. El primero ha mostrado sus límites en virtud del techo de complejidad, ya que cuando corregían un error, acaban por crear más errores nuevos. La conectividad, mediante la que se crea inteligencia, lo hace a través de su estructura y no de los contenidos, lo cual ha permitido resolver problemas sin necesidad de comprenderlos.

Por lo que sé, hasta la fecha, se pueden, mediante IA, completar estados experienciales, no crearlos. Esto me lleva, en la segura limitación de mis conocimientos sobre IA, si no será que esta pretende negar lo fenomenológico de los qualia, de la experiencia, en definitiva. Pero a todas luces, lo que no se puede negar es la dimensión cuantitativa de la experiencia, y que esta no es posible reducirla en su totalidad conceptualmente. Con esto, en modo alguno negamos las entidades conceptuales y abstractas, solo decimos que no tenemos un acceso inmediato o sentido a ellas, como si de una experiencia cualitativa se tratara, queremos decir que, por ejemplo, la palabra conciencia no es la conciencia. O lo que es igual: los estados de experiencia son cualidades que no pueden ser descritos exhaustivamente a través de cantidades (se entiende de datos, por muy ingentes que estos sean).
Mas, insistimos en esto: ¿se puede deducir una cualidad de una cantidad? Parece, en principio al menos, que ningún parámetro numérico puede decir qué se siente cuando se está triste o cuándo se está enamorado. No obstante, parece que la poesía recurre a unos peculiares parámetros numéricos para construir las estructuras de forma expresiva de su discurso (a través del verso), y en ellos, en muy diversas ocasiones, parece descansar o fundamentarse cualidades experienciales muy concretas. Es por esto que el número métrico en poesía es un caso muy singular que atañe al problema difícil de la conciencia, que diría David Chalmers, y que se observa muy singularmente en los denominados desvíos de la preceptiva métrica y de los fenómenos cualitativos detectados en el uso de determinadas figuras y tropos como la metáfora, la sinécdoque, la metonimia, la hipálage y, sobre todo, la sinestesia.
Daremos cuenta de todo en siguientes entradas de este blog Ancile.
Francisco Acuyo
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