Se dice que la poesía es especialmente susceptible de conformar sorprendentes emulaciones a través de algoritmos a propósito para dicha emulación. Para la sección de Ciencia del blog Ancile, traemos un nuevo post que lleva el título: Algoritmos y la percepción poética.
ALGORITMOS Y LA PERCEPCIÓN POÉTICA
Si atendemos al hecho de que los algoritmos y todo lo que devine de la programación de información se fundamenta en la matemática, a la vez que propicia emulaciones artísticas sorprendentes, creo que deviene una interrogante ineludible en relación a sus fundamentos: ¿Es la matemática creativa? ¿Puede un programa ser más que el reflejo de la creatividad del programador? ¿Puede la máquina cambiar las reglas de juego como lo hace el espíritu humano creativo? ¿Se puede aprender a ser creativo?
A tenor de lo inmediatamente expuesto, cabe advertir un hecho curioso, y es que la herramienta algorítmica (fundamento de la IA) es en realidad mucho más antigua que los ordenadores, y que dichos algoritmos son un fundamento vertebrador de las matemáticas. El lenguaje algebraico (Al Juarismi) que lo sustenta (donde una letra puede representar un número), ofrece un recurso lingüístico a la matemática que permite el entendimiento de las relaciones entre los mismos números, para explicar los patrones que rigen entre ellos. En realidad, gracias estos algoritmos, el ordenador no necesita pensar: sólo hay que seguir las instrucciones algorítmicas para encontrar la solución a lo que se busca.
Hasta aquí, todo parece entrar en la normalidad del cálculo y no ofrece nada que pueda parecer inquietante. Se trasciende esta normalidad cuando observamos la nueva generación de algoritmos cambiantes que interactúan con los objetos, hasta tal punto que el propio programador no alcanza a entender las elecciones que hace. ¿Significa esto que el algoritmo puede plantearse preguntas, si estamos en un error? Esto es una noción clara de inteligencia, pero, ¿también de conciencia? Los denominados perceptrones(1) quieren explicar estas relaciones tan extrañas plantean más preguntas ¿El funcionamiento neuronal biológico humano es reducible a un perceptrón? ¿Serían estas neuronas artificiales algo sin datos? ¿Es la experiencia vital susceptible de verse reducida al funcionamiento de aquellos perceptrones? ¿Se le pude llamar aprendizaje a la sustitución de unos datos por otros?La base cartesiana que sustenta buena parte de la matemática de la información nos dice que una imagen ¿puede que una obra de arte o un poema? es una mera traslación de a un número, pero ¿puede dar nociones esta traslación de ideas como, por ejemplo, lo que entendemos por belleza? ¿Puede crear arte la IA? ¿O es solo una herramienta a usar por el artista (véase el arte fractal)(2)?
Si la música se ha considerado como el sonido de las matemáticas, ¿qué cabría decir de la poesía? ¿Si la música es un ejercicio aritmético inadvertido en el que la mente no sabe que está calculando(3), qué podíamos decir de la poesía y del número poético? Y ¿qué decir de las emociones que surgen de aquellas estructuras matemáticas que hacen posible la pieza musical o el poema, o son las emociones las que orientan las estructuras numéricas de sus diferentes constructos? En la estructura métrica del verso parece claro el acomodo de determinadas posiciones rítmicas que se sitúan estratégicamente en sílabas establecidas para mayor expresividad del verso, aunque a veces no concuerde con la preceptiva recomendada.
Hay ingenios informáticos como EMMY, que en el ámbito musical tienen gran relevancia, pero no debemos olvidar que la base de datos que trabaja estuvo generada por un ser humano. Estos artefactos empiezan a ser aceptados con cierta normalidad, como es el caso sería del algoritmo AIVA (2016), que fue determinante para crear máquinas compositoras que han sido aceptadas incluso, por la Sociedad de autores, compositores y editores de música (SACEM), en Francia. También en el país francés se ensayó una literatura de origen algorítmico, así OULIPO, es un grupo que inauguró un taller de literatura potencial, allá en el año 1960, y de cuyas restricciones numéricas en la escritura extraían una suerte de nueva libertad (que me suena muy familiar en el aspecto métrico de la poesía).
En relación a estos intentos algorítmicos de emulación, daremos cuenta por su interés en próximas entradas del blog Ancile.
Francisco Acuyo
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