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miércoles, 19 de octubre de 2011

BREVÍSIMA HISTORIA DE LA MISOGINIA (ALEGATO CONTRA EL MALTRATO DE LAS MUJERES)

No he querido desaprovechar la ocasión  para publicar este espléndido alegato contra el maltrato de la mujer, con motivo de la campaña que el Ayuntamiento de Granada inicia al respecto. Quede pues por tan noble causa esta entrada de nuestro querido amigo y colaborador, Tomás Moreno.

Brevísima historia de la misoginia (alegato contra el maltrato de las mujeres), Tomás Moreno



BREVÍSIMA HISTORIA DE LA MISOGINIA
 (ALEGATO CONTRA EL
MALTRATO DE LAS MUJERES)



Brevísima historia de la misoginia (alegato contra el maltrato de las mujeres), Tomás Moreno



            El protagonista (Gregory Peck): “- ¡Déjame en paz! ¡Hablas y hablas como si   fueras el rey Salomón: palabras y más palabras que no significan nada! ¡Si hay  algo que odio en este mundo, es una mujer sabionda!
          La analista (Ingrid Bergmann): - Cariño, estamos empezando. No me pegues todavía.”  (Sir A. Hitchcock, “Recuerda”, 1945)     


Estigmatizadas por ancestrales mitos patriarcales como kalón kakón (bello mal) y responsables de todos los males que aquejan a la condición humana (Pandora, Lilith, Eva)[1]; descalificadas por Aristóteles como varón(es) imperfecto(s) o truncado(s) por naturaleza, esbozos de hombre cuyo desarrollo se paró a medio camino, sin alcanzar jamás la perfección masculina[2]; desvalorizadas teológicamente, en su origen corporal, por su procedencia de una costilla del varón, en virtud de una interpretación literalista del relato del Génesis, o de una costilla supernumeraria, como la de Bossuet, en el siglo XVII (otros hermenéutas, más recalcitrantes, como Edgard Gosynhill, Schole House of Women de 1554, matizarán que fue sacada de la costilla de un perro). 
            Silenciadas en el templo o expulsadas del altar por Pablo de Tarso y condenadas a la taciturnitas por numerosos teólogos celibatarios (desde Tertuliano a Inocencio III); calificadas de nauseabundas, por algunos padres de la Iglesia y por toda una turba de misóginos teólogos medievales[3]; definidas como mas occasionatus (hombre incompleto, fallido, deficiente) por un Tomás de Aquino impregnado de aristotelismo; culpabilizadas de la caída de Adán, introductoras y responsables por lo tanto del pecado original[4]; demonizadas y quemadas en la hoguera como brujas y como lascivas tentadoras del hombre, al servicio de Satán, por los inquisidores dominicos alemanes, J. Sprenger y Heinrich Kramer (Institoris), autores del Malleus Maleficarum (1486)[5]; desexualizadas y mutiladas de su biológica humanidad por los poetas del platónico Amor cortés (siglo XII), como espirituales reflejos terrenales de la belleza divina[6].
            Desposeídas del alma intelectiva, por teólogos y filósofos sin cuento (desde Aristóteles, al segundo Sínodo de de Mâcon del 585, desde Malebranche, Bodino o Schopenhauer hasta Weininger, que incluso les niega el “ser”, las “anonada” ontológicamente); expropiadas de la inteligencia abstracta por su infantilidad, su debilidad corporal y la imbecilidad propia de su sexo, en expresión del Aquinate, y, también, de su sentido moral por su congénita naturaleza premoral o amoral (Rousseau, Kant, Hegel, Nietzsche, Darwin, Proudhon, Schopenhauer, Weininger)[7].
            Excluidas del Pacto social y de los Derechos políticos y jurídicos de la ciudadanía (Rousseau, Kant y la mayoría de los Ilustrados), como demostrara Carole Pateman[8]; escindidas, por toda una cohorte de poetas y literatos románticos, en ángel del hogar o en femme fatale (vampiresa chupadora de la sangre masculina, rediviva Medusa terrible y devoradora de la mitología clásica griega o reencarnación de la mítica vagina dentata)[9].
            Animalizadas y naturalizadas como cebo de la naturaleza, para asegurar la perpetuación de la especie, y situadas al nivel de las demás hembras animales -vacas, gatas- por filósofos como Schopenhauer o Nietzsche; caracterizadas como enfermas histéricas o úteros andantes, devoradores y permanentemente insatisfechos (Otto Weininger en Sexo y carácter de 1903).
            Definidas y conceptualizadas por Schopenhauer como el sexus sequior e inestético (segundo sexo, subordinado, débil e inferior por naturaleza);  despreciadas como inferiores a los hombres por
Brevísima historia de la misoginia (alegato contra el maltrato de las mujeres), Tomás Moreno
sus cráneos más pequeños y por sus cerebros más ligeros (Paul Broca y todos sus seguidores, los anatomistas-neurólogos “medidores de cabezas” de finales del XIX: Carl Vogt, G. Hervé, Cavanis, Cesare Lombroso y Paul Julius Moebius, autor del infame panfleto De la inferioridad mental y fisiológica de la mujer, de 1898)[10]; mutiladas de su ser concreto e individual y reducidas -como las idénticas- a constituir una única esencia genérica o universal (todas las mujeres son la Mujer), se las condena a carecer de individualidad y personalidad (de nuevo Schopenhauer y Weininger).
            Inasimilables por la civilización e irreductibles a la cultura y aquejadas, además, del complejo insoportable de la envidia del pene (Freud)[11]; reducidas al nivel de la simple vida vegetativa (su esencia está próxima a lo vegetativo, dirá Kierkegaard[12]) por otros filósofos del siglo XX tan conspicuos y respetados como Simmel, Ortega o Sartre[13].
            Doblemente explotadas en el hogar y en la empresa, por un sistema económico alienante y deshumanizador que, bajo el señuelo de su “liberación” y “realización personal”, las esclaviza con horarios de trabajo extenuadores; convertidas por la iconología publicitaria en simples objeto de placer o cosificadas como objetos de adorno (floreros); expuestas y estabuladas -en el caso de las mujeres prostitutas-  en los medios de comunicación como carne de consumo o esclavas sexuales, ofrecidas al mejor postor, por parte de una sociedad hipócrita y bienpensante que les niega legalmente incluso el derecho a tener derechos; constreñidas por las dictaduras de la moda a autotorturar y debilitar sus cuerpos por las imposiciones de Modelos o Estereotipos de feminidad inhumanos y antibiológicos, dictadas por un mercado neocapitalista liberal, en detrimento de su salud y de su bienestar físico y psicológico[14].

            Sometidas, despiadadamente, a las demandas publicitarias de un consumo sin sentido ni finalidad; heterodesignadas en todos los aspectos de su vida por el amo-varón; desposeídas de los derechos económicos más elementales (a un salario equivalente al del varón, a su promoción profesional en igualdad de condiciones y oportunidades, a su plena realización humana y personal al margen de su sexualidad) por un sistema económico que proclama formalmente su supuestamente lograda, ¡por fin!, emancipación; ridiculizadas hasta el esperpento, si se atreven a autoafirmarse y a reclamar su dignidad humana: las mujeres han soportado y sufrido a lo largo de siglos esta historia universal de la infamia misógina con una entereza admirable, con “sangre, sudor y lágrimas”, sin renunciar -tras la toma de conciencia de su relegada y opresiva situación, al menos desde la “otra” Ilustración, la de Olimpe de Gouges y la de  Mary Wollstonecraft- a reivindicar la palabra, la acción y la presencia en el espacio plural de lo público (Hannah Arendt) y a ser sujetos de la historia -sujetos individuales, sujetos éticos, sujetos políticos- con el mismo derecho a ello que el varón.
            Después de todo esto, no nos ha de extrañar el diálogo del film Recuerda, de A. Hitchcock, que preside este alegato, ni tampoco la contundente afirmación del filósofo francés André Glucksmann de que “el odio más largo de la historia, más milenario aún y más planetario que el del judío es el odio a las mujeres”. Si alguien, a estas alturas de la historia, preguntase el porqué del maltrato y de la violencia homicida contra la mujer -todavía tan presente en nuestras avanzadas y civilizadas sociedades occidentales (no digamos ya en otras civilizaciones)- la respuesta sería obvia: baste con reflexionar sobre estos supuestos culturales[15] que hasta aquí hemos someramente analizado y que secularmente han alimentado la violencia de género, ya verdaderamente insoportable, que padecemos.


Tomás Moreno





[1] Cfr. Gerda Lerner, La creación del patriarcado, Crítica, Barcelona, 1995; Eva Figes, Actitudes Patriarcales: las mujeres en la sociedad, Alianza , Madrid, 1972; Erika Bornay, Las hijas de Lilith, Cátedra, Madrid, 2008; E. García Estébanez, Contra Eva, Melusina, España, 2008.
[2] Cfr. Aristóteles, Sobre la generación de los animales  y La política, Editora Nacional, Madrid.
[3] Cfr. Utta Ranke-Heinemann, Eunucos por el reino de los cielos. Iglesia católica y sexualidad, Trotta, Madrid, 1994; France Quèré Jaulmes, La femme, les grands textes des Péres de l’Eglise’, Grasset, París, 1968.
[4] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, B.A.C., Madrid, 1947.
[5] Cfr. Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, Malleus Maleficarum, Reditar, Libros, barcelona, 2006.
[6] Cfr. Denis de Rougemont, El Amor en Occidente, Kairós, Barcelona, 2002.
[7] Cfr. J. J. Rousseau,  Emilio o de la educación, Alianza, Madrid, 1990; I. Kant, Antropología práctica, Tecnos, Madrid, 2007 y Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y lo sublime, Alianza, Madrid, 2008; Hegel, Principios de la filosofía del Derecho, Ed. Sudamericana, 1975; Nietzsche, La gaya ciencia, Calamos, Barcelona, 1979; Humano demasiado humano, Obras Completas, Aguilar, Barcelona; Así habló Zaratustra, Alianza, Madrid, 1972;Schopenhauer, El amor, las mujeres y la muerte, Edad, Madrid, 2007 y El arte de tratar a las mujeres, Alianza, Madrid, 2008; Otto Weininger, Sexo y carácter, Península, Barcelona, 1985.
[8] Cfr. Carole Pateman, El contrato sexual, Anthropos, Barcelona, 1995.
[9] Cfr. Pilar Pedraza, La bella, enigma y pesadilla (Esfinge, medusa, pantera…), Tusquets, Barcelona, 1991
[10] Cfr. Paul Julius Moebius, Sobre la inferioridad mental de la mujer, Bruguera, Barcelona, 1982.
[11] Cfr. Sigmund Freud, Sobre la Feminidad, en Obras Completas, Orbis, Barcelona, 1998.
[12] Cfr. Sören Kierkegaard, Diario de un seductor, Austral, Buenos Aires, 1953; In vino veritas, Guadarrama, Madrid, 1976.
[13] Cfr. G. Simmel, Para una filosofía de los sexos, en Sobre la aventura, Península, Barcelona, 2001; J. Ortega y Gasset, Para la cultura del amor, El Arquero, Madrid, 1988; El hombre y la gente, Revista de Occidente, Madrid, 1981, J. P. Sartre, El Ser y la Nada, Alianza, 1984.
[14] Cfr. Marilyn Frensch, La guerra contra las mujeres, Plaza y Janés, Barcelona, 1992. Otras obras de obligada consulta al respecto: Georges Duby y Michelle Perrot, Historia de las Mujeres en Occidente, 5 vols., Taurus, Madrid, 2000; B. S. Anderson y J. Zinsser, Historia de las mujeres. Una historia propia, Crítica, Barcelona, 1991, Esperanza Bosch, Victoria A. Ferrer y Margarita Gili, Historia de la misoginia, Anthropos, Barcelona, 1999; Simone de Beauvoir, El Segundo Sexo, Cátedra, Madrid, 2005; Anna Caballé, Una breve historia de la misoginia, Lumen, 2006; Jack Holland, Una breve historia de la misoginia, Océano, México, 2007.
 [15] Cfr. Ángeles de la Concha, El sustrato cultural de la violencia de género. Literatura, arte, cine y videojuegos, Síntesis, Madrid, 2010.

Brevísima historia de la misoginia (alegato contra el maltrato de las mujeres), Tomás Moreno

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