La reminiscencia
sobre aquellos lectores devotos de los clásicos grecolatinos, es permanente e
incuestionable sin duda, veremos como ejemplo este trabajo de la profesora de
lenguas clásicas Inmaculada del Árbol Fernández, publicada en Jizo, en su
número 2-3, y que ahora reproducimos en Ancile para deleite de los interesados y aviso para neófitos, centrada en este caso sobre la obra de quien modestamente suscribe
estas líneas introductorias, y desmontando los influjos en este caso, nada menos
que del autor de Las metamorfosis,
Ovidio. Lectura muy recomendable por servir de acicate al encuentro con
aquellos genios de nuestro clasicismo universal que, en modo alguno, dejan de
estar de total y necesaria actualidad. Así pues, os dejamos con este trabajo
muy interesante de la profesora Inmacula del Árbol, para mejor gloria del genio
Ovidio y también de sus antecesores contemporáneos que reclaman su lectura y relectura.
OVIDIO EN LA POESÍA CONTEMPORÁNEA
Es evidente que Andalucía continúa mostrando hoy sus raíces en el mundo clásico y que la
influencia de la literatura grecolatina sigue manifestándose en los escritores
de la Bética, de ahí que nuestra investigación se centre en un poeta andaluz
del siglo XXI.
Los clásicos
en Francisco Acuyo
Para ir detectando en la obra de
Francisco Acuyo la influencia de los líricos clásicos, especialmente la de
Ovidio, citamos la introducción de su poema «Bushido»1 que inicia
con el texto latino:
pronaque cum
spectent animalia cetera terram,
os homini sublime
dedit caelumque uidere
iussit et erectos ad sidera tollere uultus.
(Met. I, 84-86)
(...y mientras
los demás animales están
naturalmente
inclinados mirando la tierra,
dio al hombre un
rostro levantado disponiendo
que mirase al
cielo y que llevase el semblante
erguido hacia las
estrellas.)
Observamos que la traducción que ofrece
Acuyo coincide con la de Ruiz de Elvira2 , de quien quizás la haya
tomado. Alude al momento en que, después de que el artífice del mundo (opifex
rerum) organizase todo, se echaba de menos un ser viviente más noble, de
espíritu sublime, que fuese capaz de dominar sobre lo restante; naciendo así el
hombre. Concluye Acuyo su poema con tal estrofa:
Hubiere todavía luz divina
y cima en la planicie
de la línea mano cristalina
o el gemido y la luz que le acaricie.
(«Bushido»,
24-27)3
Concepción
de la lírica
Aunque es
evidente que este poeta ha recogido la tradición de nuestros líricos,
especialmente la de fray Luis, Góngora, san Juan de la Cruz o Juan Ramón
Jiménez, sin embargo, no sólo a través de éstos sino, sobre todo, a través de
su conocimiento directo de los poetas latinos recibe una notable influencia de
los clásicos, influencia que comenzaremos resaltando en su concepción de la
lírica, tomando como punto de partida Cuadernos del Ángelus, obra divida
en cuatro partes, de las que la primera va referida a la «Trasfiguración de la
Lira»:
El verso y la ribera
en par de las corolas se respira:
estrella, dulce esfera
del río que suspira
los lirios blandos de su blanca lira 4
(vv.
1-5)
De algún modo, Acuyo nos está indicando
las claves de su poesía eminentemente lírica, siendo la lira, pues, el
instrumento que acompañará a su verso entre el murmullo del agua y la
penetrante fragancia de las flores, abrigando sus sueños con la bóveda
estrellada y solicitando de Febo el arte del canto y el nombre de poeta, como
en su día lo hiciese y lograse Horacio:
Spiritum
Phoebus mihi, Phoebus artem
carminis
nomenque dedit poetae
(carm. IV, 6, 29-30)
Fuese el pequeño Hermes quien inventara la lira y se la cediera a Apolo a cambio de sus
rebaños, o fuese Zeus quien se la regalase al nacer, lo cierto es que esta
hermosa divinidad de largos bucles negros de reflejos azulados, como los
pétalos del pensamiento, ha concedido que su lira de oro, que en común gobierna
con las Musas de violadas trenzas, venga acompañando, desde el mélos eólico, a
todo canto poético con el poder y atributos que confiere, y que Píndaro
transmite en la Pítica primera:
Tú apagas, lira, incluso el rayo hiriente
del eterno fuego (...)
(vv.
8-9)5
Así pues, entre verso y lira, cuerda y
canto, nos adentramos en el mundo conceptual del poeta.
Conceptos
filosóficos
La influencia de la filosofía griega
queda manifiesta en la obra de Acuyo desde sus primeras composiciones, en las
que la naturaleza va participando con el hombre en un constante devenir, en
medio de una incesante transformación de los elementos, procurando geometría y
astronomía un equilibrio de formas y armonía celeste. En su poema «Mármol,
siempre que un hombre ama»6 encontramos la interrelación de los
elementos: el agua, representada aquí en el mar, el aire en la aurora, el fuego
en lo ígneo, en el ascua, y la tierra en la resina fósil o ámbar amarillo
(cárabe) y en la flor:
A luz, a sueño transparece
cárabe o vidrio cuando levemente evapora;
mensaje casi sombra que estremece
de la mar como coro
ígneo diluyendo cada flor o,
navegando entre el ascua de la aurora
si oscuro quiebra donde claro aflora.
(«Mármol,
siempre que un hombre ama»
vv.
1-7)
De este modo, se mezcla lo claro con lo oscuro, lo real con lo irreal, y para ello el poeta
se sirve de los verbos transparecer, diluir, aflorar o navegar, llevándonos
al texto de Ovidio (Met. I, 18-20) donde lo frío lucha con lo caliente,
lo húmedo con lo seco, lo blando con lo duro, y lo que tiene peso con lo
desprovisto de éste.
Acuyo, siguiendo a los hilozoístas
griegos, entra a participar del antropomorfismo, en el que la materia es
viviente; por eso, al igual que Tales, se remite constantemente al agua que
unas veces baña lo sólido, o bien se transforma en nubes hasta hacerse tierra.
Coincide en su amor a la astronomía con Anaximandro, cuya doctrina sobre las
ruedas estelares concéntricas llegó a ser el fundamento de la teoría de las
esferas, que más tarde caracterizó a la física cósmica de los griegos; así
pues, comparte con éste un particular interés por la cosmogonía en su constante
observación de la bóveda celeste, en la que con armonía matemática, entre
belleza y grandiosidad, aparecen regularmente las constelaciones, las estrellas
fijas y los planetas. Precisamente, partiendo de unos versos de Petrarca (In
femina foco d’amor dura...), presenta al gran astro organizando el día,
jugando con la luz y las sombras, ayudado por la brisa y el silencio en el
transcurrir de la tarde:
El sol resbala en las hojas
con su pátina de yelo,
y entre sombras parpadea
la fina luz del almendro.
Va la tarde ya amarilla
entre las flores moviendo
el oficio delectable
en la brisa del silencio.
(«Satori»,
1-8)7
Y después de la luz dorada que la tarde
amarillea tímidamente, llega la luz plateada y marmórea de la luna que trae la
noche:
El mármol, rotos los bustos,
reluce en ruinas del templo.
La luna roba la plata
sobre el fulgor de los miembros.
(Satori,
21-24)8
Asimismo es notable la influencia de
Pitágoras en su obra, en la que se va evidenciando hasta qué punto número y
medida son los principios que dominan el mundo. Pero es su gran
coincidencia con Heráclito lo que más destaca a lo largo de su poesía, mostrando
la corriente incesante del devenir, que siempre está en acción, por la que
percibimos cualidades contrarias en una misma cosa, de modo que lo frío se hace
caliente, lo caliente frío, lo húmedo seco y lo seco húmedo; influencia que
recoge más directa a través de Ovidio, quien en el mito de Deucalión y Pirra
explica de qué modo, mezclada la humedad y el calor en las debidas
proporciones, se originó la vida, y cómo de aquellos dos elementos nació todo;
justamente, siendo el fuego enemigo del agua, esta discorde concordia resultó
propicia para la reproducción:
Quippe ubi temperiem sumpsere umorque
[calorque,
concipiunt,
et ab his oriuntur cuncta duobus,
cumque sit ignis
aquae pugnax, uapor umidus
[omnes
res creat, et discors concordia fetibus apta est.
(Met. I, 430-433)
Ejemplo de este constante devenir es el
poema «Contigo», que inicia con un texto de Ovidio (Met. III, 401), al
que haremos alusión más adelante:
Voy (y vengo) a tu imagen igualmente
que la sombra a la luz, y donde ufana
figura no se advierte ya lejana
presencia que se olvida providente.
Mas al tránsito el manatial silente
deslizar como espejo en tu ventana
veo; sé que la eternidad cercana
plasmará en un instante su corriente.
(«Contigo»,
1-8)9
Fernández Dougnac (apud Acuyo 2002, 46-60) comenta que la obra de Acuyo es una especie de
bellísima traza de jardín constelado con clara influencia epicureísta, donde
gravita la esencia de la ciencia y el pensamiento, y donde se concentra un
panteísmo totalizador.
Por otra parte, en cuanto al hombre,
Acuyo opina que la armonía y el equilibrio están en su interior:
Sin duda el abismo
mira por dentro
el hombre perdido.
Busca su centro.
(«Cetrería»,
13-16)10
Continúa reflexionando:
¿Qué puede el hombre temer?
¿Salirse del justo medio?
(«Tiempo
imaginario», 27-28)11
Recordándonos también a Séneca, quien
consideraba que cada hombre ha de conducir su vida y no ser arrastrado sin
rumbo entre tinieblas, debiendo de ejercitarse en la fortaleza de espíritu, en
la prudencia y en la constancia, buscando siempre la moderación; de ahí sus
palabras: «todos mis bienes están conmigo» (Ep. 9, 19), «considérate
feliz cuando todo gozo nazca para ti de tu interior» (Ep. 124, 24)12 .
Al respecto, nuestro poeta afirma:
Tesoros en el
mundo
tres poseo: Amor sigue el primero,
sobriedad el
segundo,
mas tengo la prudencia por tercero.
(«Evidencia»,
p. 59)13
Con esta primacía que Acuyo da al amor,
nos llegan a la memoria las palabras de Leucónoe cuando contaba los amores del
Sol y refería que incluso de este astro, que todo lo regula con su luz, se
adueñó el amor:
Hunc quoque, siderea qui temperat omnia
luce,
cepit amor Solem: Solis referemus amores.
(Met.
IV, 169-170)
Y aún más nos recuerda el momento en
que la ninfa Eco (resonabilis Echo), al ver a Narciso, queda enamorada
de éste, y cuanto más le persigue más prende el fuego del amor en ella; pero,
al ser rechazada, se fue consumiendo de amor y dolor de tal modo que sólo su
voz permaneció (uox manet). Acuyo recoge así este momento:
y entre el hueco se escucha como un eco
[escapando
(«Mármol
siempre que un hombre ama», v.24)14
E incluso utiliza el texto de Ovidio,
que hace alusión a tal desenlace, para comenzar su poema «Contigo»:
omnibus
auditur; sonus est, qui uiuit in illa.
(Met.
III, 401)
Actualización
del mito clásico
Como hemos ido comprobando, Acuyo va
haciendo a lo largo de su obra una constante alusión al mito de Narciso, el
hermoso joven, hijo del río Cefiso y de la ninfa Liríope, que indiferente al
amor y a la pasión que despertaba en numerosas ninfas, en muchos jóvenes y
doncellas, fue castigado por Némesis de manera que sólo podría quedar prendado
de sí mismo, siendo víctima de su propia hermosura:
Siempre deidad narcisa,
inmóvil si sensible, mariposa
retorna a dar en risa
la cristalina rosa,
claroscuro de plata decorosa.
(«La
transfiguración de la lira», 32-36)15
Escogiendo del néctar el espejo
estaba, cuando (lágrima el reflejo
o estrellas tibias, o posible lava
trasudando) mostraba
de quien es tenue velo
la ya invisible frente
desvanecida y, aún evanescente.
(«Elegía
breve», 1-7)16
Recoge el instante en que Narciso,
recibiendo el castigo de la Ramnusia, al inclinarse a beber para saciar su
insaciable sed, llega a mirarse en una límpida fuente de aguas tan
resplandecientes como la plata, y quedando cautivado por el reflejo de su
belleza, creerá que es cuerpo lo que es agua. Así, extasiado ante tal beldad,
permanece inmóvil como una estatua de mármol contemplando el fulgor de sus
ojos, sus hermosos cabellos, tan dignos de Baco como de Apolo, su cuello de
marfil y su color sonrosado en tan nívea piel; entonces, sin saberlo,
incitándole un apasionado frenesí, se desea a sí mismo:
Se
cupit inprudens et, qui probat, ipse
[probatur,
dumque
petit, petitur pariterque accendit et
[ardet.
(Met. III, 425-426)
De nuevo, sirviéndose Acuyo del juego
de antítesis (luz y sombra, eternidad y fugacidad, lejanía y proximidad),
describe a Narciso tendido en la umbría hierba, contemplando su propia imagen y
haciendo partícipe del amor y del dolor a la propia naturaleza: etquis, io
siluae, crudelius inquit, amauit? (Met. III, 442). Pero será el agua
el elemento más presente y de mayor complicidad en la acción, agua que refleja
y agua que separa:
El agua sello de flores
vaciaba olorosa el mármol.
En el molde de unos dedos
resbala apenas un nardo.
Un lirio desde la boca
a la fuente está llevando.
La fuente moja aturdida
con el vértigo los párpados.
(«De la
labor la materia», 1-8)17
vuelve a tomar los versos de Ovidio cuando alude al momento en que Narciso se da cuenta de
que está enamorado de sí mismo, pensando que no será dura la muerte que le
libre de tan gran sufrimiento (Nec mihi mors grauis est. Met. III, 470).
De este modo, inicia el poema «Pascal» con el texto latino que describe cómo la
muerte cerró los ojos que admiraban la hermosura de su dueño:
Lumina mors clausit domini mirantia formam
(Met.
III, 503)
Pero no es sólo en el desarrollo del
mito donde hallamos la influencia ovidiana sino también en el estilo, en el uso
constante de metáforas, antítesis, aliteraciones, lítotes, comparaciones,
juegos de palabras y, sobre todo, el hipérbaton, según hemos ido constatando.
Sirva de ejemplo la siguiente comparación:
Como sirte quedé sin esperanza
al coral de tu pecho entretejido.
(«Sueño
Estival», 10-11)18
En el texto de Ovidio, cuando Narciso se golpea el pecho desnudo con sus marmóreas manos, se
establece una comparación entre el color sonrosado de su torso y el de las
manzanas, blancas por un lado y rojas por otro, y también el de las uvas que,
no estando aún maduras, suelen teñirse de púrpura en sus racimos diversos en
colores:
Pectora
traxerunt roseum percussa ruborem,
non aliter quam poma solent, quae candida
[parte,
parte rubent, aut ut uariis solet uua racemis
ducere purpureum nondum matura colorem. (Met. III, 482-485)
parte rubent, aut ut uariis solet uua racemis
ducere purpureum nondum matura colorem. (Met. III, 482-485)
Observamos que incluso los colores, tan
presentes en este mito, son también utilizados por Acuyo para matizar y
describir con la mayor precisión sus sensaciones, de igual modo que ocurre con
la referencia a ciertas flores como los lirios, las rosas, los nardos, el
jacinto y, especialmente, el narciso:
Y entre tantas flores tiernas
la abeja liba el concepto.
Corre el agua de la fuente
hasta llegar a su centro.
(«El
tiempo en los alerces», vv.41-44)19
En su poesía, por lo tanto, la
naturaleza siempre está participando y transformándose:
cambia el paisaje marino
en mosaico vegetal
(«Tiempo
imaginario», 17-18)20
No obstante, en el poema «Alquimia»
(Acuyo 2002, 148) la transformación es aún más significativa, fundiéndose,
diluyéndose y entremezclándose lo frío y lo caliente, lo húmedo y lo seco:
El alma se diluye
para fundirse luego.
El alma se diluye
en pétalos de olvido
y en mixtura de nieve, (...)
(«Alquimia»,
1-5)
Así, el alma de Narciso se había transformado y fundido por
el amor, tal como suelen fundirse las rubias ceras ante un fuego suave o la
escarcha de la mañana bajo un tibio sol (liquitur et tecto paulatim carpitur
igni. Met. III, 489-490).
Inmaculada del Árbol Fernández
1 ACUYO,
F. 1991. Ancile. Alicante: Aguaclara. (p. 21).
2
OVIDIO. 1964. Metamorfosis. Trad. A. Ruiz de Elvira. Barcelona: Alma
Mater.
3 ACUYO,
F. 1991. Ancile. (p.24).
4 ACUYO,
F. 1992. Cuadernos del Ángelus. Granada: Diputación Provincial. (p.21).
5
FERRATÉ, J. 1966. Líricos griegos arcaicos. Barcelona: Seix Barral.
(p.343).
6 ACUYO,
F. 2002. Bilingual Anthology. Trad. J.L. Vázquez y E.V. del Árbol.
Granada: Método Ediciones. (p. 108).
7 ACUYO,
F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 82)
8 ACUYO,
F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 84)
9 ACUYO,
F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 100)
10
ACUYO, F. 1994. Vegetal contra mosaico. Valladolid: Diputación
Provincial. (p. 21)
11
ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 134)
12 SÉNECA.
1986. Epístolas morales a Lucilio. Trad. I. Roca Meliá. Madrid: Gredos.
13
ACUYO, F. 1991. Ancile,. (p.59)
14
ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 110)
15
ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 144)
16
ACUYO, F. 1992. Cuadernos del Ángelus. (p. 15)
17
ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 78)
18
Ibidem. (p. 102)
19
ACUYO, F. 2002. Bilingual
Anthology. (p. 140)
20 Ibidem (p. 132)
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