Presentamos para
nuestra sección de Jizo del blog Ancile, un interesantísimo trabajo en forma de
entrevista llevado a cabo por la profesora Joëlle Guatelli Tedeschi dialogando
con la eminente hispanista Biruté Ciplijauskaité sobre la labor de traducción.
Recomendamos su lectura por ser francamente amena en unos diálogos
esclarecedores sobre cuestiones que van desde la poesía, la traducción y las
propias experiencias vitales de la entrevistada.
BIRUTÉ CIPLIJAUSKAITÉ: ENTRE
EL SOL Y LA DESPOSESIÓN.
DE LA LABOR DE TRADUCTORA DE
UNA HISPANISTA SINGULAR
La conjunción de unos factores muy especiales hicieron que el pasado noviembre se me
brindara la oportunidad de poderle hacer a la gran hispanista de origen lituano
y afincada en Estados Unidos, Biruté Ciplijauskaité, una entrevista. Entrevista
que quise se centrara en su labor como traductora, aspecto poco conocido aunque
de sumo interés de su incansable interrogación del misterio literario desde
esta literatura española de la que ha sido en la segunda mitad del siglo XX,
una de las más distinguidas propaladoras. Se dio en efecto la circunstancia de
que Doña Biruté (¿Quién más que ella se merece este título de deferencia en el
panorama del hispanismo americano actual?) acudiera a Granada, invitada por el
comité organizador del VII Encuentro de Mujeres Poetas, celebrado entre el 6 y
el 9 de Noviembre y esto, justo en vísperas de un foro internacional organizado
por el grupo de investigación, «La traducción como comunicación intercultural»
(HUM-589) de la facultad de Traducción e Interpretación sobre «Direccionalidad
en traducción e interpretación». Foro que retomaba el impulso investigador
acerca del controvertido fenómeno de la traducción hacia una lengua no materna
(TNMT: translation into non-mother tongue»), lanzado por el primer congreso que
sobre este tema se había celebrado en 1997 en Lubljiana (Eslovenia).
La profesora Ciplijauskaité pronunció
la conferencia inaugural del Encuentro, sobre poesía española de mujeres y
presentó además su libro de traducción Entre el sol y la desposesión
(Universidad de Cádiz, 2002), antología al español de dos poetas lituanas,
Janina Degutyté y Biruté Pukeleviciuté. Como profesora de traducción y
estudiosa de la poesía española, no podía sino apasionarme el caso de esta
universitaria que, sin ser de lengua española ni poeta, se atrevía en contra de
las normas imperantes en el mundo de la traducción literaria y más aún poética,
a traducir a dos compatriotas suyas. Por otra parte, suscitaba mi interés la
armonización en su labor hermenéutica de dos formas muy próximas de indagación
del fenómeno literario. la traducción y la crítica ya que, como se ha recalcado
a menudo, traducir es llevar a cabo la exégesis más atenta y más responsable,
porque habiendo desbaratado el poema para llegar hasta sus intimidades, el
traductor lo tiene que volver a montar para que siga siendo un «artefacto
absoluto». Me parecía además de justicia salir al encuentro de la aventura
traductora de la señora Ciplijauskaité que le otorga, al lado de su rango de
investigadora destacada, la dimensión de creadora conferida por la labor
traductora conseguida. Por fin, ella, que no se cansó de facilitar el acceso al
mundo literario español, invitaba esta vez a que se la siguiera en el universo
todavía muy desconocido de las literaturas bálticas, en esta «tierra de poetas»
que es Lituania –según lo escribe– y ante tal invitación no cabía sino la
aceptación más calurosa. De ahí que no dudase en importunarla con una
entrevista que a continuación presento y que tuvo lugar bajo las poco
frecuentadas frondas del Jardín Botánico.
J.G.T: Señora Ciplijauskaité es
usted una hispanista de renombre con voz autorizada en los ámbitos de la
crítica de poesía en lengua española. Buena prueba de ello es su presencia como
invitada de honor en este VII Encuentro de Mujeres Poetas en Granada. Antes de
todo, me gustaría, para poder entender mejor su faceta de traductora poética,
que nos indicara a grandes rasgos cuál ha sido su trayectoria vital y su relación
de políglota con los idiomas que usted habla.
B.C.: Primero decir que yo no soy
autoridad en nada porque como pertenezco a varios países y hago muchas cosas,
no lo soy. En cuanto a las lenguas nací y me crié con la lituana, con mi
lengua. A la edad de 14 años me marché de Lituania pero ya en Lituania teníamos
una «fraulein» y había empezado a aprender el alemán. Salimos pues durante la
guerra a Alemania que era el único país de escapada. Terminé allí el
bachillerato pero en un instituto lituano, porque como había tantos lituanos,
teníamos nuestro instituto. Luego, y esos son los absurdos de mi vida, empecé a
aprender francés... francés en Alemania y sin tener ninguna intención de pasar
a Francia porque eran tiempos donde uno no podía moverse. Luego hubo la
posibilidad de emigrar al Canadá y menos mal que había estudiado francés porque
fui al Canadá francés. Allí trabajé porque había que ganarse la vida, aunque
era muy joven, pero por la noche empecé un cursillo de español. Por fin, un
verano pude permitirme ir a Europa. Fui a Francia y alguien sugirió «¿Oye y
porque no vas a ver España?». Y fui a España... la verdad es que sólo sabía un
par de palabras y de literatura y cultura, casi nada. Estuve en un cursillo de
verano en Jaca, oí cuatro conferencias sobre poesía española del siglo XX y...
¡fue el flechazo! Se me quedó muy claro que sin esto ya no podía vivir. Antes
no me gustaba la poesía... pero estas conferencias que eran increíblemente
buenas me iluminaron. Por esto le doy tanta importancia al profesor, ya que si
sabe despertar el interés llega a influir mucho, muchísimo. Creo en el docente,
en el investigador, aunque a veces en América estas dos figuras no tienen la
relevancia adecuada porque no generan dinero. Bueno, el hecho es que cuando
volví a Montreal ya tenía claro que me quería dedicar al español. Pero en
Canadá entonces aún casi no había programas para graduarse en literatura
española. Con todo, saqué mi licenciatura en la universidad de Montreal y pedí
una beca en los Estados Unidos para el doctorado. Me la concedieron. Cuando
terminé, como en Canadá no había posibilidad de enseñar, me quedé en los EE.UU
y fui a enseñar a la Universidad de Wisconsin donde por desgracia me quedé –y
digo por desgracia ya que en el Medio-Oeste no hay mucho ambiente de estudio–.
Yo creo que hubiera hecho mucho más en mi vida de haberme ido al Este... bien
es verdad que había otras ventajas como por ejemplo el hecho de que la vida es
mucho más tranquila y había más tiempo para dedicarse personalmente al estudio.
Ahora bien, cuando fui al Este un semestre a enseñar en Harvard, resultó ser un
período muy fructífero, porque allí las ideas circulan. Di mis seminarios y
escribí tres artículos. Siempre he enseñado literatura española y esto va con
las lenguas, porque la enseñanza en los EE.UU. tiene esto de bueno que la
literatura se da en la lengua del país. No daba clases en inglés, por esto
considero que no conozco el inglés y jamás traduciría al inglés... del inglés
sí pero al inglés, no. En cambio, 40 años hablando, enseñando en español es
mucho... y lo más importante: la lectura, toda la lectura la hago en español...
en alemán, en francés también mucho, pero en inglés menos.
J.G.T: ¿Entonces podríamos decir que
la lengua española la siente usted casi como suya?
B.C: ¡No!, esto es lo malo... no tengo
MI lengua. Salí de Lituania con 14 años. En casa sólo hablábamos en lituano y
tenía un círculo de amigos lituanos... sólo cuando me fui a EE.UU. a estudiar
para el doctorado perdí la práctica del lituano porque no tenía ya ni círculo
ni tiempo. En América nadie nunca tiene tiempo y entonces me tuve que
concentrar y pasé al español. Pero no puede ser lo mismo como en el caso de una
lengua con la que se nace; uno no la ha vivido en la infancia, en lo
entrañable, no la ha asimilado naturalmente. En cuanto al lituano, –que sigo
considerando a pesar de todo como mi lengua–, lo que pasa es que no ha
progresado desde que salí del país, no ha evolucionado de acuerdo con los
tiempos. Cuando volví a Lituania, me di cuenta de que mi lituano era más puro,
que mi pronunciación era mejor, porque los lituanos han acogido todos los
rusismos y su pronunciación asimismo se ha resentido de la imposición del ruso.
Ahora tengo que decir, en cuanto al conocimiento de la lengua que a mí, hoy,
casi me resulta más fácil traducir al español que al lituano.
J.G.T: De esto precisamente quería
hablar con usted. Es usted lituana, con formación en alemán y francés; el
español ha sido el corazón de su quehacer profesional y su vida ha transcurrido
en un país anglohablante. Ante tal riqueza idiomática, ¿cuáles han sido sus
opciones de traducción?, ¿desde y hacia qué idioma ha ejercido su labor?
B.C.: Bueno, he traducido de muchos
idiomas al lituano y he preparado, para la revista El Ciervo de
Barcelona, dos números sobre las voces femeninas en poesía... uno era del oeste
y el otro del este de Europa. Y ahí entraban muchas autoras, italianas,
alemanas, francesas, inglesas etc. y esto se hizo hacia el español, como hacia
el español traduje los poemas de mis compatriotas Degutyté y Pukeleviciuté. Por
otra parte, también traduje poesía lituana al francés.
J.G.T.: ¿Cuándo empezó a
traducir?... ¿Le entró pronto el «gusanillo» de la traducción poética?
B.C.: Creo que la primera cosa que
traduje, o más bien que traduje con conciencia de que estaba traduciendo –y que
resultó ser, creo yo, mi mejor traducción–, fue Platero y yo de Juan
Ramón Jiménez al lituano en 1956. Todavía no estaba muy alejada de mi lengua y
la traducción resultó muy bella. La hice a modo de regalo de navidad para mis
amigos y luego se publicó en América.
J.G.T.: ¿Qué tipo de textos ha
traducido... poesía, prosa literaria...?
B.C.: He traducido de todo... poesía
por supuesto, prosa literaria y crítica literaria que es lo más fácil porque el
lenguaje que usa es universal, no hay además ningún problema de belleza o
ritmo, sino que lo importante es la claridad, la precisión . Ahora bien, no da
nada, ni gusto, ni disgusto. En cambio, traducir un poema me cuesta muchísimo,
pero si luego creo que lo he conseguido entonces el placer es muy grande.
J.G.T: Muy bien, pero en algunos de
los casos a los que se ha referido anteriormente la traducción se hizo hacia su
lengua materna. Cuando. en el caso del libro que presentó ayer, «Entre el sol y
la desposesión», se trata de algo harto diferente, de una traducción que no
está hecha hacia su lengua materna. ¿Qué es lo que la motivó a querer traducir
los poemas de sus compatriotas a un idioma que no considera –así lo dijo hace
un momento–, como algo propiamente suyo?
C.: ¡Ah, pues
mire, yo me había prometido que jamás traduciría poesía al español porque yo no
soy poeta... y la poesía es muy difícil de traducir! Pero, ¿dígame usted quien
lo va a hacer, quién va a ponerse a traducir literatura o poesía lituana, si no
lo hago yo a pesar de mis limitaciones? Es un sacrificio para mí, pero si no lo
hago yo, nadie lo hará. Fue pues el deseo de dar a conocer, de ofrecer algo que
creo que es muy bueno a gente que de otra forma no se podrían enterar de que
esto existe ni siquiera. Lo hago por devoción por mi país, pongamos. Ahora
bien, si hubiera mucha gente que lo pudiera hacer, entonces se lo dejaría a los
poetas... ¿Para qué meterme si otros lo pueden hacer mejor?...
J.G.T.: Entramos aquí en el meollo
de la gran polémica que se dirime en torno a la «traducción inversa», como se
dice, o sea la traducción hacia una lengua extranjera. Se ha negado la
posibilidad de que este tipo de traducción se pueda llevar a cabo por no
nativos del idioma, se la ha tildado incluso de «desaconsejable» o más aún de
«éticamente irresponsable», como así lo mantienen los anglosajones cuya lengua
es mayoritaria y dominante. ¿Piensa usted que lo que acaba de decirme en cuanto
a la pragmática necesidad de este tipo de traducción, corriente además en las
culturas minoritarias, legitima sin más su empresa?
B.C.: Yo no diría que este tipo de
traducción es éticamente irresponsable. Cada vez que se emprende la traducción
de un autor con el que uno se siente compenetrado hay responsabilidad y
legitimidad... ahí está la responsabilidad no en el idioma en sí. En esto de la
necesidad de la empatía estoy con T.S. Eliot. Creo que si uno siente que puede
hacerlo, que puede traducir en una lengua que no es la suya, lo debe intentar,
la decisión es sólo suya. Sin embargo, sí que cada uno se pone sus
limitaciones. Yo, por ejemplo, nunca traduzco poemas con metro y rimas, ni
hacia el lituano ni hacia el español, porque creo que un poema rimado traducido
sin rimas pierde su esencia, y pierde casi más imponiéndole la rima de otra
lengua... mi sentido de la responsabilidad me impide pues traducir poesía
métrica porque lo que daría a conocer no es así en la lengua de origen.
Traduzco verso libre, tratando de quedarme muy cerca del texto. Lo que más
satisfacción me da es coger el ritmo, ahí está el trabajo fundamental, no se
trata del ritmo del idioma sino del ritmo del autor en cuestión. En este caso
me responsabilizo de algo que puede ser equivalente en el fluir, en el
movimiento rítmico, al texto original. Yo no soy traductora habitual sólo
traduzco por gusto y en mis gustos respondo muy bien a lo que es la poesía
lituana tradicional... sus imágenes, su temática en torno al culto a la
naturaleza, la historia, la religión pagana antigua etc. Ahora sé muy bien que
el lector, al no tener la misma cultura, los mismos referentes, no entenderá
muchos de los poemas lituanos, así que otro criterio después de lo del verso
libre es que los temas deben ser universales, que no tengan características muy
nacionales... o sea que la traducción se rija por el criterio básico de lo
posible. Siempre me pregunto a la hora de seleccionar si es o no posible la
traducción del poema. Hay algunos que luego no se consiguen pero que en un
principio parecían posibles, otros en cambio me parecen muy bellos pero me
digo: «¡No, éste no porque lo echo a perder!», y esto, por supuesto, no puede
ser.
J.G.T.: Traducir poesía en lengua no
materna parece a ojos de muchos un disparate, pero al fin y al cabo para
alguien tan penetrado de cultura literaria como usted, alguien que ha vivido en
la intimidad del lenguaje literario, que lo ha conocido desde dentro, quizá sea
más fácil traducir poesía que el lenguaje más coloquial de una ficción por
ejemplo. ¿Conocer el lenguaje literario y sus entresijos es de por sí casi haberse
criado intelectual pero también afectivamente dentro de su ámbito y adquirir
–diría yo– rango de «nativo» con respecto a él?
B.C.: ¡Sí, es así! Cosas muy distintas
son la lengua hablada y la lengua literaria o poética. Ahora bien, en la
ficción –y pienso en el libro de Mercé Rodoreda, La plaça del diamant,
que traduje al lituano–, hay mucho lenguaje oral, diálogos, lengua literaria
oral. No fue fácil la traducción, yo quería conseguir una lengua oral de los
años 30 sin que sonara arcaica, así que las «tournures» había que buscarlas y
consultaba a menudo a mis viejos amigos que vivían en Lituania, porque sino
resultaba falso.
J.G.T.: Cuando traduce a la lengua
que no es la materna ni su lengua de uso habitual, sino su lengua de trabajo y
–me atrevería a decir– su «lengua de pasión» o sea el español, ¿cómo procede...
lo hace sola o trabaja en pareja con un nativo de español?
Drs. Soledad Gónzalez Ródenas, Emilia Cortés Ibáñez, Drs. Anna Caballé, and Mercedes Juliá, Graciela Palau de Nemes and Biruté Ciplijauskaité. |
B.C.: ¡No, no, trabajo sola! ¡Trabajo
sola completamente!... y trabajo mucho y sola hasta llegar al punto de que creo
que esto a lo mejor se podría publicar y entonces lo muestro a un amigo español
que por pura generosidad mira y lo lee, pero no lo hago para todos los poemas,
sólo para algunos, y cuando llego a una versión que me satisface después de
muchos tanteos, la someto a su criterio y él opina. Por ejemplo para los poemas
de Degutyté, pensó que ya estaban, que no necesitaban retoques. En cambio
cuando traduzco al francés, con mi amiga francesa, Nicole Laurent-Catrice, sí
que llevo primeros esbozos. Tengo una manera de proceder distinta para el
francés y para el español. En francés muchas veces el léxico y la gramática
están bien pero basta que el orden de dos palabras difiera en algo para que el
texto sea o no sea poema, y allí es donde Nicole me sirve de apoyo...
J.G.T.: ¿En el proceso de
traducción, a qué fase concede mayor importancia. A la fase de
lectura-comprensión o a la de escritura-reformulación? ¿Cambia el enfoque según
traduce hacia su lengua o hacia la no-materna?
B.C.: Para ambos enfoques, las dos
fases son igual de importantes. Está claro que es la lectura lo que me cautiva.
Sólo busco reformular si la lectura me lo pide.
J.G.T.: He leído los poemas de su
libro... y al no poder leer el texto lituano (que por otra parte no aparece al
no tratarse de una edición bilingüe) los he leído como textos en español y así
sonaban, como textos españoles.
B.C.: Esto es precisamente lo que más
placer me ha dado... ya desde la primera antología (Voces en el silencio
–1991–), un traductor profesional lituano dijo que algunos de los poemas
traducidos no sólo eran buenos sino mejores que en su lengua de origen.
Pukeleviciuté, una de las dos autoras que traduje y que no entiende español
pero que es una mujer que tiene mucho sentido musical, me escribió comentando
cómo yo en tal o cual verso había encontrado algo que le parecía mejor en
español. Así que no puedo estar más contenta. Igual me pasó con la novela que
traduje del lituano al español (La hierba de la raíz amarga de V.
Jasukaityté). Varios amigos me han dicho «Mira, no te decimos nada de tu
traducción porque no se lee como traducción».
J.G.T: ¿Entonces, no proyecta usted
sus traducciones poéticas como metatextos para que se entienda lo que es la
poesía que traduce en una perspectiva más bien pedagógica sino que intenta, de
entrada, dar un «analogon» del poema en una perspectiva artística de
recreación?
B.C.: Yo no tendría la pretensión de
decir que mis traducciones son obras de arte, pero no traduzco conscientemente
para reproducir una traducción. Lo que tengo delante ya lo pienso en la otra
lengua. Mi objetivo es hacer un poema, no quitar al poema lo que tiene de
poético.
J.G.T.: En traducción se ha hablado
mucho de dos tendencias fundamentales que son, para volver a la terminología de
Lawrence Venuti, la traducción «domesticadora», que atrae al orbe de la lengua
y cultura de llegada el texto o al contrario la traducción «extranjerizante»,
preocupada por dejar asomar lo que hay de radicalmente distinto, «extraño», en
la cultura y lengua de partida. ¿Dónde se sitúa con respecto a estas
tendencias?
B.C.: Diría que intento dar ambas
cosas... no tengo inclinación hacía una u otra. Me doy cuenta de que algunos
traductores profesionales que por ejemplo traducen al lituano textos
extranjeros no producen una traducción perfecta ya que no conocen lo suficiente
la otra lengua, les falta este dominio profundo que es imprescindible. Además,
le voy a dar otro secreto, como no hay diccionario lituano-español, para llegar
a lo que busco muchas veces voy del lituano al inglés, del inglés al alemán, del
alemán al español y entonces todos los matices se aclaran... pero para esto
necesito mucho tiempo. Los poemas no son como los ensayos que se traducen en
seguida, necesitan un tiempo de reposo... los hago, los dejo, los vuelvo a
sacar, los releo, los rescribo, es un proceso de meses. Para Entre el sol y
la desposesión, el cálculo es difícil porque algunos poemas estaban hechos,
venían de la primera antología Voces en silencio.
J.G.T: Además del español, usted, en
su libro «Vingt poètes lituaniens d’aujourd’hui» (1997), ha traducido al
francés como lo dijo antes. Hay poemas que han sido vertidos a ambos idiomas
por usted y su amiga Nicole Laurent-Catrice con quien trabaja en estrecha
colaboración. ¿La traducción al español influyó sobre la versión francesa?
B.C.: Bueno, aquí tengo que decir que
juego con una ventaja y es que Nicole es licenciada en lengua española; sacó su
tesis sobre Juan Ramón Jiménez. Yo le leo mis textos en español y en francés y
comparamos. El texto español que ha sido escrito primero no tiene una
influencia total, ya que en francés pienso de forma distinta, los mecanismos
productores son diferentes y creo que los poemas resultantes son diferentes.
Hay lo que se llama «le génie de la langue» y creo en esto.
G.T: ¿Cuál es el sitio del editor en
la producción de una traducción poética?... Existen por parte de la editoral
unas pautas que debe asumir el traductor en sus estrategias de traducción?
B.C.: Para nada, ya que yo me pago
todos mis libros. No son encargos editoriales. Cuando traduje La plaza del
diamante al lituano, en cambio, sí que hubo intervencionismo por parte de
los editores. Cuando me mandaron las primeras pruebas, vi que había palabras
que yo no había puesto, porque querían modernizar la lengua y las habían
cambiado. Pero les dije que esto era una novela sobre los años 30 y 40 en
España, es decir los años en que me crié en Lituania y sé qué lituano se usaba
y ellos me habían puesto palabras que no se usaban, palabras modernas. Insistí
y lo quitaron. Pero tuve que pelear. Esto es el sistema soviético donde se
quitaban palabras y el pensamiento que no gustaban y que sigue teniendo una
incidencia... desde luego yo ya no quiero trabajar bajo tales condiciones. Ya
basta con el tiempo, el esfuerzo que cuesta una traducción para que alguien
venga a manipular mi texto. En cambio, el trabajo para esta última antología ha
sido una delicia. La directora de esta serie, «Textos y Estudios de mujeres»,
me consultaba acerca de todo, de una coma, y mostraba un interés total, un
total respeto a la labor del traductor. Además es tan bello el libro, hecho con
tanto gusto, la impresión, la letra, los márgenes... todo esto es tan
importante. Yo, a la profesora Ana Sofía Pérez-Bustamante Mourier, nunca le
podré dar bastantes gracias.
J.G.T: Después de leer con sumo
cuidado sus textos de introducción a la traducción, me llamó poderosamente la
atención el hecho de que jamás se refiere al proceso de traducción en sí. Da la
sensación de que el texto que se lee no proviene de una mediación
lingüístico-cultural y la traductora se hace totalmente transparente. ¿Por qué
esta desaparición del traductor y esta –diría– casi ocultación de la operación
translativa?
B.C.: Yo soy una traductora intuitiva,
no sé nada de teoría de la traducción. Cuando empecé a traducir consultaba
mucho más las gramáticas, los libros de sinónimos etc. Pero, hoy por hoy, los
escollos de traducción para mí son las expresiones idiomáticas, porque éstas no
se traducen, hay que conocerlas... entonces a buscarlas y a encontrarlas, pero
sin teoría. No pretendo reflexionar sobre el fenómeno de la traducción en sí.
J.G.T.: Sí, lo entiendo, pero una
traducción no es el texto en sí, el texto como tal. Por esto me parece
importante que el traductor haga referencia a su trabajo, porque no puede ser
invisible, ha actuado sobre el texto...
B.C.: Pero si lo que pretendo es ser
invisible, trato de ser lo más invisible posible...
J.G.T.: ¿Pero cuál es la
invisibilidad del traductor?
B.C.: Se logra, cuando se acerca más al
original... cuando reproduce en cuanto sea posible las características del
texto extranjero... a medio camino entre lo que usted llamaba «lo
extranjerizante» y «lo domesticador».
J.G.T.: ¿Qué diferencia siente entre
su traducción al lituano de los poemas de María Victoria Atencia («Trances de
Nuestra Señora») y su traducción al castellano de los poemas de Degutyté y
Pukeleviciuté?
B.C.: No puedo hacer comparaciones,
porque son dos cosas muy distintas, pero como le dije, me causa más trabajo
traducir hacia el lituano, en español me resulta más fácil. Tardé mucho en
traducir a María Victoria porque es muy densa, pero el poema más difícil que
traduje en mi vida, ha sido el poema de Sara Pujol que se ha leído esta
mañana... es para mí de su generación la mejor poeta... tan densa y formalmente
tan perfecta que no se puede destruir la perfección y tampoco se quiere perder
la densidad; así que sólo traduje de ella un poema, pero me costó dar
muchísimas vueltas. Tanto en el caso de Sara como en el de María Victoria quedé
sin embargo bastante contenta con el resultado.
J.G.T.: Se ha dicho en numerosas
ocasiones que la traducción es la exégesis perfecta y que nadie se acerca tanto
a la verdad de un texto como el traductor. ¿Qué opina usted como crítica que es
y traductora?
B.C.: Solía decir que uno empieza a
entender un texto explicándolo en la clase. Pero mucho más traduciéndolo.
J.G.T.: ¿Después de haber pasado por
la experiencia de la traducción, ha cambiado su percepción de la lengua
española, su vínculo con ella?
B.C.: Sí diría que en un detalle, al
leer, tal vez ahora me fije más en expresiones idiomáticas poco usuales.
J.G.T.: Muchísimas gracias Doña
Biruté. Tengo la sensación de que demasiadas cosas se me han quedado en el
tintero, pero sé que le urge volver a esta hermosísima sala del paraninfo de la
facultad de Derecho donde da auténtico gusto verla asistir a las intervenciones
del congreso sentada entre las dos grandes poetas que son Rosaura Álvarez y
María Victoria Atencia. ¡Quede servida la poesía y la literatura, tanto desde
la labor de crítica que sigue desempeñando (a punto de salir está su «La
construcción del yo femenino en la literatura») como desde esta exigente labor
de traducción que para siempre queda entre el sol del pleno sentido recobrado
en el texto meta y la desposesión de tantos matices que no se pueden
desarraigar del texto fuente.
Excelente entrada, querido Francisco Acuyo. Estaremos esperando "La construccion del yo femenino en la literatura" de tan admirable autora, sin duda, un libro de referencia para los más exigentes.
ResponderEliminarMuchas gracias! y un fuerte abrazo, desde Miami.
Jeniffer Moore
Me he dado un delicioso banquete con esta entrevista, y enriquecido con el conocimiento de la Señora de origen lituano. Muchas gracias, amigo Acuyo. Un abrazo.
ResponderEliminar