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viernes, 19 de octubre de 2012

EL POETA, POR EL PROFESOR FRANCISCO LINARES ALÉS

Publicamos el interesante trabajo titulado El poeta, del profesor Francisco Linares Alés, ofrecido en su momento en la Revista Jizo de Humanidades en el número 2-3. Reflexión harto interesante sobre la figura del poeta popular, que resultar aplicable de forma general a ese concepto, aunque en este caso excusada en el personaje del poeta Miguiñas (José Martín Ortega). Lectura por tanto muy recomendable para todos los interesados en el fenómeno literario y sociológico de la poesía centrada en un personaje singular como el que ofrece este trabajo.





El poeta, José Martín Ortega, Francisco Linares Alés
José Martín Ortega (Miguiñas)





EL POETA





«Lo lamentable –me dicen– es precisamente eso: ser prisionero de la Necedad, errar, ser engañado, vivir en la ignorancia.» Muy al contrario: eso es ser hombre.
                                     (Erasmo, Elogio de la locura)

En el mar de la duda en que bogo
ni aún sé lo que creo;
sin embargo estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro.

( Gustavo Adolfo Bécquer)


En los años cuarenta y hasta mediados de los cincuenta , fue muy conocido en esta ciudad un joven de estatura mayor de la corriente, vestuario chocante y guedejas de Nazareno, que tenía el apodo –o seudónimo literario, según se entienda– de Miguiñas. Era poeta.
Como quien esto escribe no puede evitar querer saber de todo lo que concierne a la poesía, pregunté a una persona mayor, casi al azar, por él.
—Era poeta, pero un inocentón, un buenazo. Si hubiera sido listo habría llegado a ser un poeta reconocido.
La persona que me lo dijo es un hombre iletrado que jamás ha leído un poema, y aparte de esa sorprendente contraposición implícita entre bondad e inteligencia, me dio qué pensar su información. ¿Cómo afirma tajantemente que era poeta si no era reconocido? ¿Quiénes tenían que reconocerlo como poeta? ¿No se hallarán enfrentados distintos puntos de vista por mor de dicho poeta?
Cabe aclarar de antemano que el mismo Miguiñas era obstinado recitador de los versos que componía, muchas veces improvisadamente, pero publicó escasísimas composiciones, en periódicos. Antonio Serralvo, un amigo pedagogo, ha contribuido a que tengamos por escrito algunos de sus textos, y cómo no, defiende su presencia dentro de nuestra no muy extensa memoria cultural.
El poeta, José Martín Ortega, Francisco Linares Alés
El poeta con su madre y su hermana
Después de algunas indagaciones he pensado redactar esta especie de vita inspirada en las de los trovadores provenzales. La finalidad no es ni mitificar ni desmitificar al personaje, pues al fin y al cabo sólo se le conoce localmente, sino avivar los interrogantes que su periplo vital despierta sobre otro mito más extendido: el del poeta y la poesía.
Desde una localidad cercana, cuando era niño José Martín Ortega –que este era su nombre de pila– se vino con su familia a vivir aquí. Estudió dos años con los franciscanos hasta que en 1931 el laicismo político republicano obligó a los frailes a marcharse. Siguió seis años más con un maestro particular al que apodaban «El cojo». Seguramente dejó de estudiar en los comienzos de 1937, pues el 8 de febrero entraron los nacionales y cabe pensar que por esas fechas ya no sólo el maestro sino la escuela andarían mal. Por lo demás, sabido es que la cultura de la ciudad en los años cuarenta se vio tan escasa como los pucheros.
El pequeño privilegio de aprender hasta los quince años a leer y escribir debió servirle de poco, porque como cualquier persona sin arrimos, estaba destinado a permanecer en las filas del pobreterío –pobre se solía denominar la persona que sustentaba a su familia con un salario, con lo cual pobreterío era la traducción llana del término proletariado–. Tampoco su formación fue muy esmerada, pues ya sea por la santa ignorancia de los franciscanos o por las limitaciones del otro maestro, en sus escritos respeta poco la ortografía, que es por donde, según se dice, comienza a mostrarse la «buena educación».

Sobre su inteligencia son posibles las más variadas conjeturas. No era listo, ni disciplinado, pero sí un gran observador que podía darse cuenta de muchas cosas que las mentes calculadoras dejan de lado, incluso de la posibilidad de abrir caminos a la dicha en medio de las limitaciones de lo real. No obstante, tenía conciencia de esas limitaciones, y quizás por eso, todavía joven abandonó su obstinación de ser poeta, un estatus, por lo demás, bastante disputado.
En zonas rurales y urbanas donde pervive la tradición, se siguen componiendo coplas, generalmente para ser cantadas, y en algunos casos se improvisan en el momento de su ejecución. Sus artífices son los troveros, com-parsistas, festeros –que así se llaman a los que sacan y cantan letras de fandangos o ver-  diales–, y otras personas con ocupaciones semejantes. Estos compositores reciben la denominación de poetas, y llegan a adquirir renombre como tales en debates o disputas poéticas. Pero su arte y gracia, ni son los que viene teorizando la estética literaria desde el Romanticismo, ni les lleva a considerar la poesía como una forma de vida y destino personal.
En efecto, pertenece a una estirpe diferente y goza de un prestigio distinto este otro poeta que, aunque tenga también la palabra como material de trabajo, resulta de una concepción y práctica cultas. Es el apasionado, el maestro de moral, el comprometido con el progreso de la sociedad, el que va a contracorriente, el de la excelsa espiritualidad, el maldito... e incluso lo que desde ahí se entiende por poeta del pueblo no es exactamente el poeta folklórico antes considerado.
Ocurre sin embargo que estas concepciones cultas se han popularizado y calado en la conciencia de personas sin ilustración estético-literaria, pero que, por otra parte, están familiarizados con el mundillo de rimadores y autores de coplas.
El poeta, José Martín Ortega, Francisco Linares Alés
Con su tío
En el caso de Miguiñas, se puede comprobar que hay una base folklórica, aunque más que una práctica del folklore, sigue una idea del poeta como individuo decidor, ingenioso, vituperador mordaz o generoso en el elogio, filósofo a su modo. Pero Miguiñas, por otra parte, reproduce sobre todo la imagen del poeta culto, uno de cuyos rasgos es lo que podemos llamar «el sacerdocio» de la poesía. Dicho sacerdocio lleva a su vez al que lo practica a renunciar a las formas convencionales de vida para rendir con la suya, al unísono con su palabra, culto a la poesía.
Así, nuestro melenudo, perezoso, célibe, viajero, trapicheador, se está acogiendo a una cierta imagen del poeta moderno, pero en una ciudad pequeña, todavía apegada al campo y en la más inmediata postguerra, donde no tenía sitio tal imagen. Tenía, eso sí, la audiencia ocasional de numerosas personas que sin embargo no comprendían del todo el sentido de su actitud y lo trataban con una mezcla de familiaridad y extrañeza. Para ser poeta de élite le faltaba cultura libresca y aprendizaje, pero por otro lado tampoco seguía las pautas marcadas por la tradición.
La primera regla de toda institución social  –y la poesía lo es–, es que esta sea tomada en serio y respetada, so pena de no ser admitido nunca en ella. Para los poetas que empiezan con modos nuevos hay una forma de proceder muy sabia que consiste en renunciar por principio a las prerrogativas fatuas del poeta y tratar de que sus escritos sean al menos tenidos en consideración. Miguiñas comenzó al revés, y por ingenuidad dejó al descubierto la servidumbre que impone la institución y acabó dando una patada al mito del genio y de la liberalidad social para con el artista. En su perplejidad sólo acertaba a decir que él no hacía mal a nadie.
Trabajó de poeta en un circo. Obedeció así a su instinto nómada y en sus idas y venidas de feriante se encontró como poeta profesional. El sueño de todo poeta es vivir de la poesía, y no se puede negar que lo logró durante unos tres años en el circo de los Hermanos Palacios. Pero se trata de un sueño inquietante, porque ¿y si por la remuneración el poeta vendiera su dignidad? –cierta escritora me comentó indignada que tras una intervención pública, el anfitrión y presidente del acto le pagó contándole los billetes uno a uno a la vista del público todavía presente en la sala ¡qué horror!–. Hay ciertas formalidades para sobrellevar la duda de cómo casar la libertad del artista con la remuneración, sea ésta en éxito o en metálico, aunque ni el artista ni ningún trabajador pueda resolver tal cuestión, nudo de Gordias del capitalismo.
Amparado en la empresa Palacios, nuestro poeta se pudo sentir un profesional, si bien su cometido era componer loas para las localidades por donde el circo ofrecía sus espectáculos, como si se tratara de la actuación de juglares o cómicos. Y, ya se sabe, tratándose de semejante poesía hay una escala que va desde ser un Lope de Vega a pasar la gorra y recogerla vacía.

Mas rodeado de malabaristas, payasos, domadores, mujeres barbudas, el autor de loas corpereizó la imagen del artista como clown o saltimbanqui. Así, en la práctica pudo añadir más poesía al espectáculo circense, pero desbarató uno de los sueños del poeta moderno –Jean Starobinski, Portrait de l’artiste en saltimbanque–.
La muerte temprana de Miguiñas, a la edad simbólica de treinta y tres años, contribuyó a la creación de su propio mito como iluminado y sacrificado.
El poeta moderno se ha reconocido como un ser tocado por cierta gracia divina y al mismo tiempo como un ser desgraciado. Estos ingredientes están entre los que nuestro poeta y sus oyentes manejaban, pero con su muerte se viene a completar una suerte de construcción mítica que confirma retrospectivamente esos ingredientes.
En un poema escrito horas antes de morir parece hablar de sí mismo como enviado de Dios, con una actitud que su hermana no logra entender si en realidad «era locura o sabiduría».
Además, en el margen de un poema suyo impreso y con el sello de haber pasado la censura, incluye por esos días una nota manuscrita con las siguientes afirmaciones:

«Esta poesía también tiene parte de mi envenenamiento, todo porque quise cantarle al mundo mis verdades sin perjudicar al Estado, pero me di cuenta que el Estado era protegedor del capital avasallador del talento en complot de la ciencia médica, que son los que [la última palabra no es del todo legible, pero bien pudiera ser «mandan» o «matan»]»

Esta nota, además de darle un sentido político a su trayectoria, posibilita así mismo una lectura política de su muerte. Falleció, según el certificado médico correspondiente, por angina de pecho, pero también se rumorea que la muerte pudo estar provocada bajo órdenes de un potentado del régimen. Son dos versiones de lo ocurrido, una es la verdadera y otra la verosímil, pero, en lenguaje aristotélico, lo verosímil es más creíble que lo verdadero porque se corresponde mejor con los hábitos perceptivos de un pueblo que siempre paga caros sus desahogos.
El poeta, José Martín Ortega, Francisco Linares Alés
A lo tonto a lo tonto llegó a inquietar con sus dichos y hechos a los defensores del envaramiento social y cultural, y finalmente, muy a su pesar, mostrar lo fácil que prende la noticia del poeta sacrificado.
Incluso entre quienes no entiendan de romanticismos, modernidades o postmodernidades, la personalidad de Miguiñas despierta todavía interés, porque en la memoria oral de una comunidad obtienen siempre un sitio precisamente los individuos que han destacado por sus habilidades orales. La imagen de éstos cautiva más si además han protagonizado hechos curiosos o memorables, hasta el punto de que los mismos, aun siendo de poca importancia, se van agrandando con el tiempo en detrimento de unos textos que al final nadie recuerda. Así, el poeta sin obra consistente, acaba convirtiendo su vida en un estímulo cultural mayor que el de sus propios textos.
Pero también sabemos que el poeta moderno ha querido hacer de su propia vida un poema. La de Miguiñas, si bien no representa un logro artístico, tiene mucho de metapoesía. El que, aunque sea sin proponérselo, nos ayude a reflexionar sobre el dispositivo mitificador de la poesía, es un mérito ¡de poeta! que siempre habrá que reconocerle y agradecerle.



Francisco Linares Alés




El poeta, Francisco Linares Alés


1 comentario:

  1. Muy interesante el análisis del profesor Francisco Linares Alés sobre la vida tan singular de Miguiñas. Mientras lo leía no podía dejar de compararlo con tantos ejemplos que venían a mi mente.
    Gracias, Francisco.
    Un saludo cordial.
    Jeniffer Moore

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