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jueves, 27 de diciembre de 2012

LA NAVIDAD EN MARTE

Algunos de los amigos a los que felicité las Fiestas de Navidad con un poema y un calendario celeste, me piden que suba al blog Ancile el poema en cuestión. Creo que vendrá muy apropósito para añadirlo a los dos anteriores que, por cierto, tan buena aceptación han tenido. Vayan pues, desde Marte, estos versos (que, acaso el robot Curiosity de la Nasa, bien pudiera haber enviado, invadido por la nostalgia) para esos pocos corazones fraternos con la esperanza que se sumen muchos más.






La navidad en Marte, Francisco Acuyo


LA NAVIDAD EN MARTE




La navidad en Marte, Francisco Acuyo






EL eco y la cadencia,
si silencio en la nieve,
enérgico el acento
en el abeto obsede

cual mistral evocado
que, en tropel insistente
a la memoria trae
de otro tiempo la sede

familiar, la pacible
concurrencia que vierte
al fraternal abrazo
calor cumplidamente.


Me conturba el paisaje
recordado, perenne
imagen del amor,
si del amor se ofrece:

pero, túrbame más
la música silente
que al espíritu aún
tanta piedad promete.

Sobre esta soledad
las estrellas a veces
son vagos resplandores
que dejan indeleble

huella desde el futuro,
si son de ayer presente.
Son los paisajes áridos
en Marte y prominentes;

en la Erydania asiento
toma memoria breve
de otro vital paraje
que todavía quiere

en mi alma eternizarse.
No en el transcurso mueve
de mi vida el fugaz
recuerdo, hoy, solemne

sensación de otro tiempo
y otra estancia.
                                  La nieve
sobre este polvoriento
terreno, transparente

de luz, de sombras, es
ensoñación perenne:
mas, lo que sueño fue
será en la aurora intérprete

evocador de vida
amable, deferente
compañía que, en estas
soledades, desprecie

la dura roca del
desierto confidente.
Las cárdenas roquedas
arrastran sobre el vientre

ígneo el ardor que ahora,
olvido con deleite,
transfigurando el fuego
con la imagen indemne

del paso nunca hollado
de un lugar que comprende
la esperanza,  pues, blanca,
se desliza en la nieve.

De ternura, tan lejos,
las cordiales fuentes
en abrazo entrañable
ahora (y para siempre)

se ofrecen como el hálito
que fue de vida breve,
para que simpatía
y aliento largamente

sea y franqueza y paz
y amor que ahora comience
en esta remembranza
que olvido no disuelve,


por formarse rotunda
realidad consistente:
el cielo constelado
trae un canto solemne

porque suene un invierno
cálido entre la nieve
y, porque el alma escuche
el paisaje cadente

materia y, en la memoria
todavía resuene,
si valle de la música,
del silencio relieve.


Francisco Acuyo







La navidad en Marte, Francisco Acuyo
Autorretrato del robot Curiosity,
desde Marte






martes, 25 de diciembre de 2012

SOBRE LA COMPASIÓN, SEGUNDA ENTREGA, POR TOMÁS MORENO

Ofrecemos la segunda entrega del trabajo del profesor TomásMoreno titulado Sobre la compasión en la sección de nuestro blog Ancile, Microensayos. Sobrecogedor post que suma al anterior publicado que completa un impecable trabajo muy a tener en cuenta en los tiempos que corren para establecer una muy seria reflexión sobre la condición humana y los peligros que acechan a una de las condiciones que la hacen más significativas y que no es otro que la necesaria presencia de la compasión en su trasiego existencial.


Meditación sobre la compasión 2, Ancile, Tomás Moreno
Foto de Samuel Aranda


SOBRE LA COMPASIÓN, SEGUNDA ENTREGA, 
POR TOMÁS MORENO





Meditación sobre la compasión 2, Ancile, Tomás Moreno
Foto de Kevin Carter




Meditación sobre la compasión (Segunda parte)

III. Como señalábamos en los anteriores apartados -primera parte de nuestra meditación sobre la compasión- la abstracción desindividualizadora y estereotipada, la despersonalización y deshumanización, la animalización y cosificación de los “otros”, han sido los mecanismos habitualmente utilizados por los verdugos y victimarios de todas las épocas para reducir  a sus víctimas, considerarlas inferiores, despojarlas de su dignidad y de su estatus humano y, en consecuencia, desvalorizarlas y excluirlas de la comunidad moral del género humano como seres subhumanos (Untermenschen), anulando así nuestras restricciones morales hacia ellas[1].
            Si acudimos al testimonio de la historia lo comprobaremos fácilmente. Al reflexionar sobre el espantoso sufrimiento humano infligido a los hugonotes por grupos fanatizados de católicos, en la Matanza del día de san Bartolomé (24 de agosto de 1572), Barrington Moore señala cómo se utilizaron a tal fin formas organizadas de crueldad  y escribe:
Meditación sobre la compasión 2, Ancile, Tomás Moreno
Barrington Moore
Si se contempla en términos de sus efectos sobre el sufrimiento humano, lo más significativo de todo este asunto fue el proceso global de creación de una aprobación moral de la crueldad. Para ello, es necesario definir al enemigo contaminado como elemento no humano o inhumano, es decir, situado al margen del grupo de los seres humanos a quienes se debe la más mínima obligación en tanto que criaturas iguales a uno mismo. A partir de ahí, el enemigo contaminado se debe definir como una amenaza demoníaca al orden social existente. La deshumanización y la demonización sirven para disminuir o, en numerosos casos, para eliminar por completo los remordimientos o el sentimiento de culpa ante las crueldades más bárbaras y enfermizas[2].
            Pues bien, en opinión de B. Moore, esta manera de infligir la muerte con crueldad, que contaba además con la aprobación moral de la elite en el poder, tuvo una continuación que apareció de nuevo en Europa a mediados del siglo XX, razón de más para reforzar su importancia. El Holocausto no fue, en su opinión, un simple estallido de cólera motivado por intensas emociones identitarias. Fue un suceso muy controlado y organizado, incluso aunque sufriera numerosos tropiezos, como sucede siempre en el caso de un enorme aparato burocrático organizado con toda rapidez. Según ha mostrado de la manera más vívida y con toda clase de pruebas Daniel Johan Goldhagen, se dio aquí  la misma deshumanización y demonización (con respecto a los judíos), idéntica carencia de culpabilidad y de remordimiento (por parte de los victimarios).
Meditación sobre la compasión 2, Ancile, Tomás Moreno
Daniel Johan Goldhagen
            En numerosos casos, los verdugos nazis consideraban su espantosa tarea como si se tratara de una inocente excursión campestre, que concluía con fotografías, presencia de novias, almuerzos en el campo y cosas por el estilo, y con la misma clase de crueldad superflua y gratuita que se dio en el episodio histórico aludido por B. Moore. Los alborotadores franceses de 1572, arrojaban criaturas por la ventana en medio de explosiones de rabia. En 1942, los soldados alemanes disparaban con brutalidad gratuita contra niños a sangre fría[3].
            Para que ello ocurriera se necesitó, en ambos casos, una inhibición del sentimiento de piedad o compasión respecto del otro sufriente. Como ha escrito Cristina Peñamarín: “Centrándonos en los humanos, considero cierto que para que la visión del sufrimiento de otro ser humano no nos afecte es precisa una anestesia del sentimiento que se produce cuando alguna característica de ese otro se hace más visible que la del ser humano, o se hace la única perceptible. Y ese “condicionamiento de la percepción” y “del sentimiento” puede venir quizá de la mano de todo conocimiento que establece distinciones y que se ve fortalecido por el hábito de hacer anteceder o resaltar su otra característica diferenciadora sobre su esencial condición de ser humano[4].
            La ficción literaria nos ofrece ejemplos de esa anestesia moral. Gabriel Bello nos lo recuerda: en la novela de Albert Camus, L’etrangere, su protagonista, Mersault mata al “árabe” anónimo de un tiro sin reconocerlo o verlo como individuo con rostro, identidad, nombre propio, confundido o diluido en su etnia. “La forma en que el objeto de la mirada de Mersault no es un individuo singular diferenciado, sino un individuo étnico”[5].
Meditación sobre la compasión 2, Ancile, Tomás Moreno
            Todo lo contrario de lo que el mismo Camus nos describe en Los Justos, en donde la visión de unos niños disuade al terrorista Kaliayef de llevar a efecto su atentado mortal contra el gran duque Sergio, tío del zar. Kaliayef, activista revolucionario sensible y generoso, encargado de lanzar la bomba -considera que el amor a la justicia no debe excluir la compasión, al contrario, debe incluirla, debe estar al servicio del amor- desiste de ello en el momento en que va a hacerlo: en la carroza del gran duque iban junto a él dos niños; y la visión directa de su mirada (“esa mirada grave de los niños”) le hace renunciar a su empeño.
            Algo semejante apreciamos en una emotiva escena de la novela de Javier Cercas, Soldados de Salamina, cuando la percepción individualizada y humanizada de la situación de desamparo en que se encuentra el protagonista del relato -el dirigente falangista Rafael Sánchez-Mazas- por parte de su capturador, despierta su sensibilidad preoriginaria, por usar una expresión tan cara a Lévinas, y lo disuade de detener al falangista evadido.
            Y es que a veces la irrupción de respuestas humanas en situaciones de hostilidad y violencia es capaz de atravesar defensas cuidadosamente montadas para impedirlas o imposibilitarlas. Cuenta Jonathan Glover el caso –esta vez real- ocurrido en la antigua Sudáfrica del apartheid durante una manifestación en Durban: la policía atacó violentamente a los manifestantes con su violencia habitual. Al correr, una de las manifestantes perdió un zapato y policía que la perseguía con su porra en la mano, en vez de aporrearla recogió su zapato y se lo entregó. El policía -un afrikaner bien educado- sabía que cuando una mujer pierde el zapato, uno debe recogérselo. Se había producido a partir de una situación de cortesía convencional, una brecha por la que inesperadamente se coló una respuesta humana[6] 
            El texto que a continuación transcribimos[7] -una extensa carta enviada a sus padres de un joven soldado norteamericano en una misión de guerra en Vietnam- ejemplifica, bien que dramáticamente, la irrupción de la empatía, de la piedad o de la compasión en una situación de extrema violencia, por el simple hecho de “mirar a los ojos” -cara a cara, al rostro- de la víctima por parte del victimario:
Queridos mamá y papá:
Meditación sobre la compasión 2, Ancile, Tomás Moreno
Hoy salimos a una misión y no estoy muy orgulloso de mí mismo, mis amigos o mi país. ¡Incendiamos todas las chozas que encontramos! Era una pequeña red de aldeas rurales y la gente era increíblemente pobre. Mi unidad quemó y saqueó sus magros bienes. Permítanme explicarles la situación a ustedes. Las chozas aquí están techadas con hojas de palma. Cada una tiene, en el interior, un hoyo de barro seco. Estos hoyos son para proteger a las familias […] Los comandantes de mi unidad, sin embargo, optaron por pensar que estos hoyos son ofensivos. De modo que se nos ordenó que incendiáramos, hasta destruirla totalmente, toda choza que descubriésemos con un hoyo. […] Todos están llorando y suplican que no los separemos ni apresemos a sus maridos y padres, hijos y abuelos. Las mujeres gimen y se quejan plañideramente. Luego miran aterrorizados mientras les quemamos sus casas, sus bienes personales y sus alimentos. Sí, quemamos todo el arroz y matamos a tiros a todo su ganado.
                […] Hoy, uno de mis camaradas al entrar a una choza dijo: “La Dai” (“ven aquí”), y un viejo salió del refugio contra las bombas. Mi compañero le dijo al viejo que se apartara de la cabaña y […] arrojó una granada de mano al refugio. Mientras le quitaba el perno, el viejo se excitó y comenzó a farfullar y a correr hacia mi camarada y la choza. Un GI, al no entender las palabras del viejo, lo detuvo sujetándole con fuerza justo en el momento en que mi compañero arrojaba la granada dentro del refugio. (Una granada de mano tarda cuatro segundos en estallar).
                Después de arrojarla y de correr para cubrirnos […], todos nosotros oímos ¡a un bebé que lloraba desde el interior del refugio! No había nada que pudiéramos hacer… Después de la explosión, encontramos a la madre, dos niños (de aproximadamente 6 y 12 años de edad, un varón y una niña), y a un bebé casi recién nacido. ¡Eso era lo que el viejo estaba tratando de decirnos! ¡¡FUE HORRIBLE!!
                Los frágiles cuerpos de los niños estaban despedazados, literalmente mutilados. Nos miramos los unos a los otros y quemamos la choza. […] Lo último que vi fue un hombre viejo, muy viejo, cubierto de andrajosas, rotas, sucias prendas, arrodillado cerca de la choza que ardía, rezando a Buda. Su blanco cabello era agitado por el viento y las lágrimas rodaban hasta el suelo… Continuamos caminando […]. A cierta distancia había una choza y el jefe de mi patrulla me dijo que fuera hasta ella y la destruyera. Un viejo salió de la cabaña. La revisé y me aseguré de que no hubiera nadie dentro de ella, luego saqué mis fósforos. Entonces el hombre se me acercó y se inclinó una y otra vez con las manos en un movimiento de súplica […]    Ambos estábamos allí solos, y él tenía aproximadamente tu edad, papá. Con el corazón apesadumbrado, temblorosamente, puse el fósforo contra la paja y comencé a alejarme. Papá, fue tan difícil para mi darme la vuelta y mirarle a los ojos… pero lo hice. […] Tiré al suelo mi rifle y corría a la choza que en ese momento ya estaba envuelta en llamas, y saqué todo lo que pude salvar… alimentos, ropas, etc. Después, él me tomó la mano, todavía sin decir nada y se inclinó tocando el dorso de mi mano con su frente… Disculpen mi mala letra, pero yo estaba bastante emocionado, supongo, incluso un poco tembloroso.
Tu hijo… (Carta que un joven soldado estadounidense envió a sus padres desde Vietnam)[8].

            Hasta aquí esta conmovedora carta del joven soldado americano, en la que asistimos -sobrecogidos por el horror, pero también esperanzadamente emocionados por la inflexión humanizante final de su comportamiento- a un despertar de la conciencia moral, a la emergencia de uno de los sentimientos más valiosos del ser humano: la piedad, la compasión ante la vulnerabilidad de otro ser humano indefenso. Fue precisamente después que el joven soldado de Vietnam halló el coraje suficiente como para mirar a la cara de su víctima, (“Papá, fue tan difícil para mí darme la vuelta y mirarle a los ojos…, pero lo hice”) cuando se rebeló por primera vez contra su despiadado encargo. El mirar al otro-víctima le permitió salvar de la situación alguna pequeña brizna de dignidad y humanitarismo.

Meditación sobre la compasión 2, Ancile, Tomás Moreno
IV. Muchos han sido -los hemos evocado ya- los pensadores que han  relacionado la barbarie con el olvido del otro, con el eclipse de su valor infinito y de su dignidad moral. Todas las grandes barbaries que se han producido a lo largo del último siglo en las sociedades supuestamente civilizadas de Occidente “ponen en evidencia” -escribe el filósofo y pedagogo catalán Francesc Torralba- “esta ausencia de compasión o de misericordia ante el sufrimiento del otro”[9] . Y añade que la barbarie no es una casualidad de la historia ni un hecho puramente arbitrario, sino que es consecuencia de una multiplicidad de factores -como las que se implantaron, por ejemplo, durante el Tercer Reich- que funcionaron como condiciones de posibilidad para hacer efectiva esa situación de barbarie monstruosa. Entre ellas: la complicidad de una rígida educación en la obediencia ciega y la carencia de empatía por el otro, además del establecimiento de un sistema político fanático y totalitario.          
            Como nos demostraron Hannah Arendt, en su célebre Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal[10]y Daniel Johan Goldhagen, en su obra antes aludida, los casos de Adolf Eichmann  y de los verdugos voluntarios de Hitler  son paradigmáticos. En el juicio al que fue sometido en Jerusalén (en 1961) el organizador del Holocausto, Hannah Arendt señala cómo A. Eichmann -encarnación elocuente de la monstruosidad moral que puede llegar a engendrar la deformación de la conciencia- dijo en su defensa que no se sentía culpable de haber enviado a seis millones de judíos a las cámaras de gas, porque obedecía órdenes y lo habían entrenado para obedecer. Se habría sentido culpable –confesaba- si hubiera transgredido las órdenes de sus superiores militares, pero las cumplió meticulosamente. Lo habían preparado sistemáticamente para cumplir con su deber y para ser un hombre frío y sin compasión, capaz de obedecer cualquier consigna, fuera de la naturaleza que fuera[11].
Meditación sobre la compasión 2, Ancile, Tomás Moreno
            En el caso de la mayoría de los voluntarios colaboradores y cómplices de los crímenes nazis, la investigación de Daniel Johan Goldhagen confirma también el hecho -ya denunciado por la filósofa judía, con la expresión “banalidad del mal”- de que no se trataba de locos perversos, ni de sádicos degenerados, sino de “honrados padres de familia y obedientes ciudadanos”, gente corriente, que -prestando crédito a las ideas de sus maestros y filósofos, los diagnósticos de sus científicos, los consejos de sus médicos, o los mandatos de sus superiores- “se limitaron a cumplir órdenes en el seno de un aparato estatal que puso los logros tecnológicos de la sociedad industrial y la perfección organizativa de la racionalidad burocrática al servicio de un objetivo sanitario científicamente justificado y fríamente realizado con arreglo a criterios de adecuación medio-fin respetuosos de la más estricta racionalidad económica”[12].
            No tuvieron que hacer ese difícil trabajo de anestesia moral ante sus víctimas, por dos motivos fundamentales: porque, a la luz de su ideología racista, los judíos sufrientes, etiquetados y valorados moralmente al mismo nivel que los chimpancés, habían dejado de ser sus semejantes, y porque el Estado nazi había llevado a un grado extremo de perfección la producción social de indiferencia ética e invisibilidad moral característica de la civilización tecnocrático-instrumental moderna.  
            Mientras esta indiferencia ética e invisibilidad moral sigan estando presentes en nuestras sociedades, la posibilidad de la barbarie no será una ficción mental, sino una posibilidad efectiva: “Ante esto”, sostiene y propugna Francesc Torralba, “las instituciones educativas han de velar por superar la tendencia individualista que rige el mundo social occidental con el fin de que el educando descubra al otro y lo respete como alguien dotado de un valor infinito. Es necesaria una paideia de la compasión”[13], que trate de evitar el olvido o desprecio del otro y eleve como imperativo moral de su sagrada misión pedagógica el lema expresado en estas palabras de T. W. Adorno: “la educación ha de combatir, por encima de todo, la frialdad, la ausencia de compasión” [14].


                                                                                                                                          Tomás Moreno                  
               

           
               
                 





[1] Sólo en el nazismo se dieron todos estos mecanismos a la vez, de manera consciente y sistemática: con estereotipos vejatorios y caricaturescos (“cara de diablos”, “orejas desproporcionadas”); con identificaciones  impersonales y estigmatizantes (mediante números o estrellas de distintos colores); con procedimientos deshumanizadores y humillantes (calificándolos de infrahombres y de monstruos subhumanos y descalificándolos moralmente como seres repulsivos, viciosos, lujuriosos, avaros, despreciables e inmorales); animalizándolos (refiriéndose a ellos con nombres de repugnantes especimenes: ratas, piojos, larvas putrefactas, bacilos, virus, gusanos etc. (cfr. Mi Lucha) o hacinándolos como “ganado” en los vagones y en los Lager; hasta finalmente, tras su exterminio y aniquilación, llegar a cosificarlos para usos industriales perfectamente planificados y organizados con racionalidad burocrática-comercial (profanando sus cadáveres, arrancándoles el pelo, los dientes, la piel y  otros restos de sus cuerpos para fabricar pantallas de piel humana, encuadernaciones de libros, cosméticos, fertilizantes, jabones, aislantes térmicos, colchones etc.).   
[2] Barrington Moore, Pureza Moral y persecución en la historia, Paidós, pp. 88-89 En este libro B. Moore, de la Universidad de Harvard, utiliza el método de la comparación histórica para investigar las razones que llevan a determinados grupos de personas a matar y a torturar a otras. Su respuesta es sorprendentemente sencilla: las gentes persiguen a quienes consideran contaminados debido a sus ideas religiosas, políticos o económicas “impuras”.  Por eso este libro interesará a cualquiera que haya oído alguna vez la palabra “genocidio” y se pregunte por los motivos de su existencia.
[3] Daniel Jonah Goldhagen, Hitler’s Willing Executioners: Ordinary Germans and the Holocaust, Nueva York, 1996 (su versión castellana: Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el holocausto, trd. Jordi Fibla, Taurus, Madrid, 1997). Sobre la atmósfera de fiesta campestre y las fotografías de recuerdo, vid. pp. 246-247; sobre la brutalidad gratuita, pp. 228, 236-237. Es bastante improbable, en opinión del autor, considerar que ese hecho fuera excepcional. Estas escenas fotografiadas nos recuerdan las que describía Nietzsche al evocar la bestia rubia, que vagabundea codiciosa de botín y victoria, esos animales de rapiña, que disfrutan en la selva de la libertad de toda constricción social y “se desquitan de la tensión ocasionada por una prolongada reclusión y encierro en la paz de la comunidad, allí retornan a la inocencia propia de la conciencia de los animales rapaces, cual monstruos que retozan, los cuales dejan acaso tras de sí una serie abominable de asesinatos, incendios, violaciones y torturas con igual petulancia y con igual tranquilidad de espíritu que si lo único hecho por ellos fuera una travesura estudiantil” (F. Nietzsche, La genealogía de la moral, (Tratado 1º, parágrafo 11), Alianza, Madrid, 1980, p. 47).
[4] Cristina Peñamarín,  Sobre la Razón despiadada, los nacionalismos y las emociones colectivas en Crítica del lenguaje Ordinario, Edición de Román Reyes, Ediciones Libertarias, Madrid, 1993, pp. 99-108.
[5] Gabriel Bello, La construcción ética del otro, op. cit., pp. 41-42. Este mecanismo, añade G. Bello, opera hoy, en Europa, con determinados individuos singulares, que tampoco son reconocidos aunque los maten. Cuando la prensa da la noticia de que han muerto “tres turcas” en Alemania o una “dominicana” en España, una lectura posible es que lo que se mata es la diferencia étnica, siendo irrelevante la identidad personal de las portadoras ocasionales, que son absorbidas por su propia filiación genérica.
[6] Jonathan Glover, Humanidad e Inhumanidad. Una historia moral del siglo XX, op. cit., p. 63. La psicología de robot, la dureza defensiva, el distanciamiento y la inhibición moral a veces se rompen por una situación cómica que hace emerger la simpatía por la humanidad de la víctima, compartida por el verdugo. George Orwell cuenta que combatiendo en la Guerra Civil de España había visto a un soldado franquista, semidesnudo y corriendo al tiempo que, con ambas manos, mantenía los pantalones en alto una vez sorprendido haciendo sus necesidades excretorias. “Me abstuve de dispararle” –dice- “No disparé a causa de ese detalle de los pantalones. Yo había venido a disparar a “fascistas”; pero un hombre con sus pantalones en alto no es un fascista, sino, evidentemente, una criatura como tú y no te da gusto dispararle” (Ibíd., p. 81).
[7] A pesar de su extensión merece la pena transcribirlo por su valor testimonial y ejemplarizante.
[8] In The Name of America, publicado por Clergy y Laymen,  distribuido por Dutton and Co., New York, 1968, pp. 151-152. Citado en Charles Hampden-Turner, El Hombre Radical, F. C. E., México, 1978, pp. 123-125.
[9] Francesc Torralba, ¿Es posible otro mundo? Educar después del once de septiembre, PPC, Madrid 2003.
[10] H. Arendt, Eichmann en Jerusalén, trad. de Carlos Ribalta, Lumen, Barcelona, 1999.
[11] En su Ética para vivir mejor (Ariel, Barcelona, 1995), Peter Singer nos informa de que durante el juicio al que fue sometido Eichmann, éste había aludido a ‘que había vivido toda su vida según la definición kantiana del deber’. Al ser interrogado por uno de los jueces al respecto, el criminal nazi repuso lo siguiente: “Con ese comentario sobre Kant quería decir que el principio de mi voluntad debe ser siempre tal que pueda llegar a ser principio de leyes generales”. El comentario de Singer muestra hasta donde puede llevar un adoctrinamiento pedagógico basado en la absoluta obediencia y en la ausencia de piedad hacia los “otros”: “Eichmann citó también, en apoyo de su actitud kantiana hacia el deber, que en el curso de millones de casos que pasaron por sus manos, sólo en dos ocasiones permitió que la compasión le apartara del deber. Estas palabras significan que en todas las otras ocasiones sintió compasión por los judíos que enviaba a las cámaras de gas, pero al considerar que el deber ha de cumplirse sin dejarse influir por la compasión, se ciñó estrictamente al deber, en lugar de violar las reglas y ayudar a los judíos”
[12] Juan Aranzadi, Racismo y piedad , op. cit., pp. 37-38.
[13] Francesc Torralba, ¿Es posible otro mundo? Educar después del once de septiembre, PPC, Madrid 2003, pp.33-34.
[14] La Educación después de Auschwitz (1967).). El título del ensayo se inspira en la radio-conferencia que pronunció el filósofo de la escuela de Frankfurt  en el año 1966  (recogido en Theodor W. Adorno, Educación para la emancipación, Morata, Madrid, 1998). Cit. en F. Torralba, op. cit., pp. 33 y ss.


Meditación sobre la compasión 2, Ancile, Tomás Moreno

lunes, 24 de diciembre de 2012

NUEVO POEMA DE NAVIDAD, DE FRANCISCO M. VELA

He querido compartir con mis amigos y visitantes del blog Ancile, esta preciosidad enviada por mi amigo, poeta y maestro impresor Francisco Martínez Vela (Paco Vela para los allegados), por lo que le estoy muy agradecido. Vean las delicadas maneras de diseño e impresión del envío con que quiero hacer a todos partícipes de su gracia, buen gusto y exquisitez, aunque se pierdan la parte material de la misma, expresa y tangible en la excelente combinación de papel y relieve impreso de tintas. En cualquier caso, reitero con este poema y su primorosa presentación, mis mejores deseos para todos.



Francisco Vela, poema de navidad, Ancile

Francisco Vela, poema de navidad, Ancile




Francisco Vela, poema de navidad, Ancile



Francisco Vela, poema de navidad, Ancile



                                                                                                                   Francisco M. Vela

miércoles, 19 de diciembre de 2012

POEMA NAVIDEÑO, DE ROSAURA ÁLVAREZ

Quisiera felicitarles las Fiestas de Navidad y el Año Nuevo en mi nombre y en de los colaboradores del blog Ancile a sus amigos y seguidores con un par de entradas que vendrán muy apropósito para estas fechas. La primera que ahora presentamos es un bellísimo poema con el que se suma magistralmente a la tradición española  en este género, la poeta  Rosaura Álvarez, grande y muy querida amiga de quien suscribe esta urgente y breve nota. Tengan pues, unas benévolas y pacificas Navidades.



Poema de Rosaura Álvarez, Ancile




HABLO CON ALONSO CANO 
CONTEMPLANDO SU ANUNCIACIÓN
 (CATEDRAL DE GRANADA)




Serían noches de febril desvelo,
exacto sopesar la acción divina:
Momento cumbre donde Dios se inclina
hacia la tierra en amoroso anhelo


de ser su Salvador, de dar consuelo
al hombre. Pensarías genuina
compostura de virgen que trasmina
pulcritud, el secreto que abre el cielo


con un sí. La verías en la hondura
de tu ser, casi niña, de belleza
plena, que alzar la vista apenas osa.


Cerca Gabriel, que baja alas en pura
reverencia. Verías... la grandeza
de ser madre de Dios y, a un tiempo, esposa.




Rosaura Álvarez








Poema de Rosaura Álvarez, Ancile

lunes, 17 de diciembre de 2012

GABRIEL MIRÓ Y SUS FIGURAS DE BELÉN


Me pareció muy oportuno recoger este maravilloso fragmento de las Figuras de Belén, concretamente el que abre el libro, de Gabriel Miró, para estas fechas. Aunque pudiera traerse a colación en cualquiera otra, pues encajaría muy apropósito para el paladar más exigente de la más excelsa narrativa, tal es la calidad y belleza de su texto. Es sin duda uno de los narradores favoritos de quien suscribe estas líneas siempre breves (y demasiado apresuradas) para encabezar las respectivas entradas del blog Ancile. La delicadeza descriptiva, el rigor expositivo, la pulcritud de su relato y la vertiginosa y opima estofa de sus inventarios y detalles expositivos, hacen de Gabriel Miró uno de los más grandes escritores de todos los tiempos. Lástima que no se le traiga a cotejo y referencia con mucha más asiduidad de la debida. Desde aquí invito a la lectura de sus obras inmortales para quien no haya tenido ocasión de entrever siquiera la sublimidad de su obra. También a la relectura del más avisado, porque sabe sin duda del deleite extraordinario que supone el disfrute de su eximia producción literaria.


Gabriel Miró y sus Figuras de Belén,





FIGURAS DE BETHLEHEM

(FRAGMENTOS)

BETHLEHEM




Gabriel Miró y sus Figuras de Belén,


BETHLEHEM sube por dos alcores de laderas plantadas. Tiene una claridad fresca, nítida, salina; una blancura de vallados, de cenáculos, de cisternas, de sepulcros y hornos. Sus viviendas se cuajan de sol como las celdillas de las mazorcas y de los panales.
El cielo de su lado recibe un vaho de cal de las rampas y casas. Parece que exhale una pulverización de molino harinero. Tierno, juvenil, luminoso, está desvalido en las torvas soledades de los montes de Judá.
Bethlehem se ha quedado solo en su alegría y su gracia aldeana. Le rodea una tierra huesuda y convulsa. Sobre sus terrados y vergeles, respira la boca amarga y llameante del desierto; pasa el aletazo caliente del siroco, el gâdim de la Biblia.
Gabriel Miró y sus Figuras de Belén,
De las bóvedas de los muros, de los portales del «Karvan»-parador y corral de caravanas y ganados-, del júbilo del ejido y de los huertos, salen las sendas impetuosas y joviales, pero se van desollando y hundiendo, trocándose en torrentes areniscos, en «wadis» y ramblas; desaparecen en las quebradas y losas. Los montes se rasgan en una hoz; el silencio cría su ámbito; es como una destilación de tiempo inmóvil. Y las sendas de Bethlehem, aunque se rompan y se cieguen, no dejan su jornada: renacen más lejos, brincando desnudas. Semejan esperar al caminante; Y le miran y le sonríen convidándole a seguir. Tornan a su retozo, y se tuercen como si se volviesen para saber si el hombre se fía de su promesa. Su promesa será llevarle a una porción agrícola: la viña y las higueras que se agarran a una cuesta calcárea, recogida y tibia; los escalones de bancales de cebada y avena: con márgenes de pedernal para que el terrazgo no se derrumbe; un valle, tierno entre lo abrupto; una meseta labrada; un redil en el frescor del pasto; un cañaveral, unas palmas y un pozo que, al removerle la piedra que lo cubre, se queda resonando de onda en onda y abre su mirada trémula y azul...
Donde haya un rodal hospitalario para el cultivo, allí cavará obstinadamente el azadón israelita; la uña de la reja penetrará hasta que toque la roca; la besana se plegará en la ladera dejándole su esfuerzo y su paz.
De sus mismos enemigos recoge el israelita las enseñanzas de labrador. Mientras cuece ladrillos para los faraones en la tierra empapada de Gessén, aprende el cuidado primoroso de los huertos: trae a su casa los métodos rurales de Cannan; y las familias que queden del cautiverio de Babilonia y vuelvan al «país», proseguirán el trabajo mejorando la heredad abandonada. Porque Jehová es el Señor Dios que legisla todo lo de su pueblo escogido, desde la santidad del rito a la salud de su criatura y el producto de su labranza. Es el dueño de la tierra suya sobre todas las que ha criado; ama sus frutos; quiere la primicia de la cosecha. Por eso las fiestas de su altar vienen aparejadas con la plenitud de los bancales, en los días que huelen a madurez, a trojos en colmo, el olor suave y honrado que llega a Isaac cuando bendice a Jacob: «He aquí el olor de mi hijo como el olor de un campo lleno al que ha ben· decido el Señor.»
En la «Schema» o «escucha» de la plegaria matinal, el judío invoca a Jehová como Dios agrícola que «cuenta las nubes y cuelga las urnas de las aguas», que «tiene El solo la llave de las lluvias y no las cede ni a los ángeles», «que extiende el cielo como una piel; riega los montes; sacia la tierra de sus obras; da al hombre el pan que le alimenta, el vino que corrobora su corazón, el aceite que hace relucir su rostro y el heno que pasturan las bestias»...
«Casa de pan», lugar de abundancia, era Bethlehem.
Se apeldañan los huertos, de un cultivo denso y primoroso, como paños bordados en realce.
En su bordal de tierra junta el bethlemita toda la variedad de legumbres y frutales. Cría planteles de cebollas, fríjoles, berzas, endibias, lechugas, chalotes, badeas, escalonas, guisantes, habas y cohombros. Brotan en lo umbrío los hongos y el jenable. Las sandías se revuelcan en suelos apacibles. Por los ribazos y bardas, se cuelgan las calabaceras, las de la cidracayote y las de calabazón angosto y encarnado que resue· na como un odre. Crecen los membrillos espalderos, los granadas, los bergamotas, los almendros. Las vides tejen con la higuera el toldo que acoge las amistades. Las márgenes y linderos se ahogan bajo la convulsión de las hordas de los chumbos. Se recortan las grises espadas de las pitas, de liseras carnosas. Suben al azul los girasoles doblando sus panes redondos de flor dorada. Cada hortal tiene su torre de piedra cruda para el guarda, y una horca de leños que, al combarlos, sumergen la herrada en el agua dormida y somera del pozo, y vierten el riego atirantándose con un zumbido de arco.
Después de los vergeles, las tierras llevan olivar, viña, mijo, centeno, cebadales.. _, y en los campos segados y en la hierba de la senara, tocan las esquilas de los corderos de Bethlehem.


Gabriel Miró


Gabriel Miró y sus Figuras de Belén,

viernes, 14 de diciembre de 2012

MEDITACIÓN SOBRE LA COMPASIÓN (I), POR TOMÁS MORENO

Nos parece que esta Meditación sobre la compasión, del profesor y filósofo Tomás Moreno, viene muy a propósito para estas fechas que se aproximan, aunque debiera estar presente cada día de nuestras trajinadas   vidas; fechas, digo, en las que tantas buenas voluntades se prometen felices cometidos y anhelos pintados de proyectos y aspiraciones indulgentes y benévolos. Sirva esta meditación (y las que vendrán después, esta es la primera entrega), para convocar lo más sensato y humanitario de nuestras almas.



Meditación sobre la compasión 1, Ancile, Tomás Moreno


MEDITACIÓN SOBRE LA COMPASIÓN (I)


                “Lo humano del hombre es desvivirse por el otro hombre” (Totalidad e infinito, Emmanuel Lévinas)
I. Releyendo recientemente un muy querido y admirable libro -La Lucha por la dignidad. Teoría de la felicidad política[1]- encontramos esta vieja crónica de prensa que volvió a conmovernos como la primera vez que la leímos:
En Sierra Leona, los guerrilleros cortan la mano derecha de los habitantes de una aldea antes de retirarse. Una niña, que está muy contenta porque ha aprendido a escribir, pide que le corten la izquierda para poder seguir haciéndolo. En respuesta, un guerrillero le amputa las dos. En Bosnia, unos soldados detienen a una muchacha con su hijo. La llevan al centro de un salón. Le ordenan que se desnude. ‘Puso al bebé en el suelo, a su lado. Cuatro chetnicks la violaron. Ella miraba en silencio a su hijo, que lloraba. Cuando terminó la violación, la joven preguntó si podía amamantar al bebé. Entonces, un chetnik decapitó al niño con un cuchillo y dio la cabeza ensangrentada a la madre. La pobre mujer gritó. La sacaron del edificio y no se la volvió a ver más (The New York Times, 13-12-1992).
            Su lectura nos llevó a hilvanar una serie de reflexiones que, sin duda, todos alguna vez hemos desarrollado, y a experimentar una serie de sentimientos que también todos hemos compartido: al leer noticias como éstas, inmediatamente reconocemos el horror que es capaz de infligir un ser humano a otro(s) ser(es) humano(s). Si no estamos anestesiados psicológicamente y moralmente contra la barbarie, la ignominia y la impiedad, ciertamente estos testimonios nos interpelarán profundamente y nos harán reparar en la crueldad y la maldad de las que son (somos) capaces los seres humanos.
            Enseguida, comprenderemos la necesidad que todos tenemos de no bajar la guardia, de no mirar a hacia otro lado cuando se trate de preservar no sólo nuestra dignidad y autoestima como individuos humanos sino la dignidad y el respeto que merecen todos los “otros”, todos los seres humanos en concreto, uno a uno, por muy distintos o diferentes a nosotros que nos pudieran parecer.
Meditación sobre la compasión 1, Ancile, Tomás Moreno
            En el texto periodístico transcrito se relata, efectivamente, una historia mil veces repetida, en todos los tiempos y lugares, a lo largo de la milenaria experiencia humana. Podríamos haber elegido otras decenas de relatos de la crueldad de diferente procedencia geográfica, histórico-temporal e ideológica (desde la Inquisición, el colonialismo genocida europeo o la esclavitud, hasta el Gulag, Auschwitz, Hiroshima, la sangrienta Revolución cultural maoísta, el genocidio camboyano de Polt Pot o bien la limpieza étnica en Ruanda o en la antigua Yugoeslavia, el atentado terrorista de las Torres Gemelas, etc.)[2], pero éste es lo suficientemente revelador como para obviar como innecesaria la trascripción de cualesquiera otros lacerantes relatos del horror .
            Al comentar éstos trágicos episodios de maldad sin escrúpulos, los autores del referido libro, José Antonio Marina y María de la Válgoma, escribían lacónica pero inapelablemente: “Los periódicos están llenos de horrores. La historia también. Hitler, Stalin, Pol Pot y muchos otros deberían formar parte de un retablo maldito que no olvidáramos nunca”[3].
            En estos casos, como en otros muchos, el rostro del otro brilla por su ausencia. Esto es, justamente, lo que Emmanuel Lévinas, filósofo judío-lituano-francés (1905-1995) autor de Totalidad e infinito (1961)[4], trata de rechazar y denunciar, al constituir la presencia del rostro del otro en la relación cara a cara como núcleo esencial de toda significación ética. Para Lévinas sólo la compasión[5], es decir, la capacidad de compartir el sufrimiento del otro, nos permite asumir nuestra responsabilidad "sin escapatoria" frente a la vulnerabilidad radical del otro. Al ser el eje de su pensamiento la alteridad y la conciencia de la trascendencia del otro, no puede entender la compasión como una simple anexión condescendiente del otro, sino al contrario como una respuesta inaplazable y espontánea al grito del otro, a su vulnerabilidad expresada en la desnudez de su rostro.
            La compasión (cum passio, “sentir con”) es, entonces, la capacidad del ser humano de escapar a su narcisismo para acoger el sufrimiento del otro. “La relación de extranjería -de extrañamiento respecto del “otro”- vendría a ser, precisamente, el paradigma de esa significación. Refiriéndose al otro, escribe el pensador judío: “Su epifanía misma consiste en solicitarnos por su miseria en el rostro del extranjero, la viuda y el huérfano”[6].
Meditación sobre la compasión 1, Ancile, Tomás Moreno
Emmanuel Levinas
            Lo que, según E. Lévinas, genera la violencia contra las víctimas de cualquier género -ya sean herejes o judíos, burgueses o proletarios, creyentes o infieles, disidentes, homosexuales, deficientes psíquicos o físicos, enfermos mentales, pobres, mujeres, niños, ancianos etc.-  es nuestro rechazo de su diferencia, es la falta de respeto al otro en cuanto otro, la ausencia de piedad o de compasión, la carencia de empatía o de solidaridad por los demás seres humanos[7].
            Es de destacar en este aspecto, sobre todo, cómo resalta en el pensamiento de E. Lévinas su filiación hebrea. Efectivamente la antropología y la ética hebreas han enfatizado sobre todo la importancia de la compasión y de la misericordia con el desvalido. Incluso su noción de justicia -cuyos términos claves son  tzedakà (sentencia dada por un juez, ley, derecho) y mishpat (“rectitud”)- no es una justicia de igualdad, sino que comporta, como han destacado J. A. Marina Y María de la Válgoma, una predisposición a favor de las viudas, los huérfanos, los extranjeros, es decir, de los pobres y desvalidos e implica una inequívoca generosidad y compasión por los oprimidos. La Biblia les da la razón cuando dice: ‘Dios tiene entrañas de misericordia’. Si tenemos en cuenta que rahamin (‘entrañas’) es el plural de rahem (‘vientre materno’, ‘matriz’, como en castellano ‘hijo de mis entrañas’), la expresión bíblica podría traducirse: ‘Dios tiene una matriz compasiva’, lo que presta a Dios una esencia más femenina que varonil”[8].  

Meditación sobre la compasión 1, Ancile, Tomás Moreno
Martha Nussbaum
II. No muy distintas de éstas reflexiones levinasianas, son las consideraciones a las que, desde otros presupuestos doctrinales, llegaba la gran filósofa estadounidense Martha Nussbaum[9], al reflexionar, en un lúcido texto, sobre la necesidad de la piedad y de la compasión como antídotos de la barbarie y al inquirir asimismo acerca de las razones posibilitadoras de semejantes ejemplos de sádica crueldad.  Su atenta lectura nos dará la clave -o una de las claves- para intentar profundizar en las causas profundas que están en la raíz de tan inhumanos comportamientos. En el texto en cuestión se nos apercibe con estas lúcidas reflexiones:
El odio y la opresión colectiva a menudo nacen de la incapacidad para individualizar. El racismo, el sexismo y muchas otras formas de prejuicio pernicioso se basan con frecuencia en la atribución de características negativas a todo un grupo. A veces -como en el caso de la descripción nazi de los judíos- […] se llega al extremo de presentar al grupo como totalmente subhumano, como alimañas, insectos, incluso “parásitos”, una actitud que no puede sobrevivir al conocimiento individual de uno o varios miembros de ese grupo [10].
 Valgan, pues, sólo estos dos textos -la noticia del New York Times y las palabras de la filósofa norteamericana- para servir de base y referencia a nuestra meditación.      
  Según Martha Nussbaum, únicamente la imaginación compasiva -o “la compasión literaria”, como ella la denomina- promueve hábitos mentales que conducen al desmantelamiento de los estereotipos, en que habitualmente se basa el odio colectivo: lo que nos acerca al individuo, lo hace sujeto de empatía y compasión es su individualización empática. El estereotipo eclipsa la identidad personal. La empatía resalta lo que de humanidad común existe en los otros: ver en ellos seres individuales con quienes se comparte una humanidad común.
            En efecto, sólo el sentimiento de compasión y empatía, la piedad y la fraternidad solidarias pueden destruir ese estereotipo distanciador y abstracto haciendo emerger la cualidad humana de la víctima, su individualidad personal: “Hay un momento memorable en la película La lista de Schindler, recuerda Martha Nussbaum, “en el que el comandante del campo de concentración alemán sostiene la barbilla de su criada judía  mientras ella lo mira aterrada y semidesnuda, y pregunta, desgarrado entre el dogma y el deseo: ¿Es ésta la cara de una rata?”[11].
Meditación sobre la compasión 1, Ancile, Tomás Moreno
Juan Aranzadi
            Juan Aranzadi, en un profundo ensayo sobre esta misma temática, define este sentimiento (la compasión o la piedad) con Rousseau como “repugnancia innata a ver sufrir a un semejante”, o con Levi-Strauss como “identificación prerreflexiva con el otro sufriente”. Y argumenta que tal sentimiento, que se da también en los animales[12], es natural, espontáneo en el humano y sólo es anulado cuando una ideología, sea el racismo biológico, sea el totalitarismo de cualquier signo, político o teocrático, hace que el concepto que se aplica al otro se desprenda y aísle de la imagen y del sentimiento.             Para Aranzadi “la definición conceptual, la separación entre lo sensible y lo inteligible y la jerarquización entre sistemas simbólicos, precondiciones de la noción de ‘causalidad’ y de la emergencia de lo que entendemos por “racionalidad”, constituyen, por tanto, el prerrequisito y el fundamento teórico del racismo”[13] y, añadimos nosotros, de cualquier tipo de doctrina que trate de igualar o nivelar violenta o coactivamente a todos los seres bajo un mismo y único patrón. Es la ruptura entre la sensibilidad y el intelecto lo que supone una quiebra de la piedad cuya culminación, el antisemitismo moderno, “no habría sido posible sin el incremento de la abstracción y la completa devaluación y alejamiento de lo sensible que caracteriza al pensamiento científico”[14].
            En su opinión, la racionalidad filosófica y científica instrumental, lejos de ser un antídoto contra el racismo y/o la barbarie, constituye su condición de posibilidad teórica. Y no sólo teórica, sino también ética, si seguimos prestando crédito al dictamen de Hannah Arendt respecto de la quiebra de la piedad como una de las claves de la Solución Final nazi, en la medida en que implicaba una ruptura entre la sensibilidad y el intelecto. Aranzadi llega a esta escalofriante conclusión: el incremento de la abstracción y el completo alejamiento de lo sensible llevan a la “superación” de la piedad y, consiguientemente, a la posibilidad de convertirse en insensibles verdugos del otro.
            Significativamente, fenómenos como la esclavitud, el colonialismo, la xenofobia, el racismo y el genocidio totalitario tienen efectivamente como fundamento la consideración abstracta del ser humano. “Si los judíos no hubiésemos sido reducidos previamente a una abstracción, no habríamos sido luego reducidos a cenizas”, afirmaba el escritor judío Elie Wiesel[15]. No hace falta aludir al famoso experimento de Stanley Milgram[16] llevado a cabo en la Universidad de Yale a principios de la década de los sesenta, para corroborar este hecho: el encallecimiento moral del ser humano se produce cuando la identificación con quien sufre el dolor ha sido bloqueada por la distancia físico-espacial o intelectual-abstracta con respecto de la víctima.
            El experimento prueba, efectivamente, que el alejamiento de lo sensible y concreto (la víctima), la sustitución de lo individual por lo intelectual-abstracto y la sumisión incondicional a la autoridad son condiciones de posibilidad para perpetrar cualquier acto de crueldad y sevicia contra el otro.  Parece, pues, que toda crueldad se facilita si hay una cierta impersonalización abstracta de la víctima, además de una orden de la autoridad competente, una justificación global del experimento (el avance de la ciencia, pedagógica en el caso de Milgram) y si entre nosotros y el acto se interpone una cadena de mando intermedia.
Meditación sobre la compasión 1, Ancile, Tomás Moreno
Theodor W. Adorno
             Y es que en la sociedad contemporánea la organización racional burocrática y jerarquizada del trabajo hace precisamente eso: el que ocupa una posición de poder da una orden y sumerge la acción en una cadena de mando en la que cada uno es una pieza de un mecanismo, donde “se limita” a recibir órdenes de arriba y no contempla el final del proceso sino desde la lejanía. La distancia física y psicológica, el respaldo de la autoridad y la obediencia de la buena gente  lo facilita todo, exonerando a los implicados de toda responsabilidad moral.
            Y poco a poco, imperceptiblemente, los sujetos van siendo atrapados por grados sucesivamente más altos de crueldad ejercida sobre los otros. A medida que la víctima es más abstracta y despersonalizada, mayor es la fragmentación de esa responsabilidad y la erosión y difuminación de las restricciones que la identidad moral debería activar ante tales hechos, impidiendo así la irrupción de respuestas empáticas y humanas.
            Es por todo ello, por lo que Theodor W. Adorno señalaba en su Dialéctica Negativa, que Auschwitz no era solo un accidente sino “una consecuencia lógica” de nuestra civilización occidental: pues Auschwitz no habría sido posible sin “la frialdad que es el principio fundamental de la subjetividad burguesa”. En efecto, el acceso a la realidad a través de universales (que es la manera de dominarla), lleva a captarla mediante conceptos abstractos que prescinden de los individuos, que son en realidad lo único existente[17]. (Continuará).


                                                                                                         Tomas Moreno



[1] José Antonio Marina y María de la Válgoma, La lucha por la dignidad. Teoría de la felicidad política, “Introducción”, Anagrama, Barcelona, 2000.
[2] Para una historia de los horrores del siglo XX véanse: Francisco Fernández Buey, La barbarie de ellos y de los nuestros, Paidós, Barcelona, 1995; Jonathan Glover, Humanidad e Inhumanidad. Una historia moral del siglo XX, Cátedra, Madrid 2001, Rafael del Águila, Crítica de las ideologías. El peligro de los ideales, Taurus, Madrid, 2008 y Daniel Jonah Goldhagen, Peor que la guerra. Genocidio, eliminacionismo y la continua agresión contra la humanidad, Taurus, Madrid, 2010.
[3] José Antonio Marina y María de la Válgoma, La lucha por la dignidad. Teoría de la felicidad política, “Introducción”, Anagrama, Barcelona, 2000, p. 11. El texto periodístico con el que iniciamos el ensayo procede de este interesantísimo y aleccionador libro.
[4] Emmanuel Lévinas, Totalidad e infinito, (1961) Salamanca, Sígueme, 1985. Es uno de los pensadores más ilustres y comprometidos de nuestra época; nació en 1905 en Lituania, falleció en 1995 en Francia. Vivió la “experiencia” de cinco años dramáticos en el campo de concentración de Stammlager. Su obra, influida por la tradición cultural hebrea y en diálogo con la filosofía fenomenológica  de Husserl y con la de Heidegger, se articula teniendo como telón de fondo el horror del genocidio nazi. Es autor de numerosos libros entre los cuales destacan, además del ya citado, "Difficile liberté" (1963), "Autrement qu'être ou au-delà de l'essence", "Ethique et infini" (1982), "Dieu, la mort et le temps" (1993).
[5] Son muchos los filósofos detractores de la compasión: Aristóteles reconoce que puede ser la expresión de cierta "honestidad"; sin embargo, no la entiende como una actitud moral. Los estoicos predicaban la apátheia (ausencia de toda pasión); Kant excluía de la autonomía del acto moral todo sentimiento, toda pasión o emocionalidad;  Nietzsche, en su crítica al cristianismo, consideraba que la compasión, sinónima para él de la piedad, es o una actitud condescendiente o una actitud femenina, propia de almas débiles, enfermas y resentidas. Sin embargo otros pensadores -desde Tomás de Aquino, Rousseau, Schopenhauer y otros filósofos más cercanos a nosotros como Edith Stein, Simone Weil y, por supuesto, Emmanuel Lévinas- consideran la compasión como la máxima expresión moral del ser humano.
[6] Cfr. Gabriel Bello, La construcción ética del otro, Ediciones Nobel, Oviedo 1997, p. 42.
[7] Todos estos términos pueden considerarse sinónimos, pues vienen a significar la misma capacidad de identificación con el sufrimiento ajeno. El parentesco entre éstos y otros términos similares del mismo campo semántico -como la bondad, la misericordia, el amor, la caridad, la fraternidad o la “humanidad”- es evidente. J. A. Marina y María de la Válgoma han señalado este parentesco: “La palabra “caridad” es un ejemplo. Significaba amor y ahora se ha convertido en un afecto compasivo. Cuando pedimos algo “por caridad”, no apelamos tanto al amor como a la piedad, palabra esta que designaba en latín el amor por los padres o el respeto a la divinidad, antes de ser atraída al campo de la compasión […] Egoísmo y compasión son los dos miembros básicos del comportamiento humano […] La compasión proporciona un firme fundamento a la actitud moral” (La Lucha por la dignidad. Teoría de la felicidad política, Anagrama, Barcelona, 2000,  p. 47).
[8] Ibíd., p. 42.
[9] Filósofa norteamericana, feliz y recientemente distinguida con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias sociales del 2012  y, sin duda alguna, una de las pensadoras más importantes e ilustres de nuestro tiempo.
[10] Martha Nussbaum, Justicia Poética. La imaginación literaria y la vida pública, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1997, pp. 130-136.
[11] Martha Nussbaum, Justicia poética, op. cit., p. 130.
[12] Recordemos la cruel y descarnada al mismo tiempo que tierna y aleccionadora historia de espontánea compasión animal que nos relata Jiménez Lozano: “Mühsam, que ya había estado seis años en la cárcel por su participación en la República de Munich, pasó luego con el nazismo a un campo de concentración. Allí un día pidió permiso para escribir a su mujer y el guardián S. A. le dijo que le diese la mano, Mühsam se la alargó y el guardián le rompió el pulgar, y añadió: “¡Anda, ahora ya puedes escribir a tu esposa!”. En Oraniemburg, soltaron un orangután o chimpancé sobre él, pero el animal, ‘capaz de distinguir el amigo del enemigo’ se colgó del cuello del poeta, le abrazó y le besó, mientras Mühsam le hablaba. Pero entonces torturaron al pobre mono, en presencia de Mühsam, hasta que murió. Al poeta le invitaron a suicidarse pero, como se negó, le asesinaron. Su mujer llevó sus manuscritos a Moscú, pese a las advertencias de él, y lo que consiguió fue que a ella la internaran asimismo en un campo de concentración” (José Jiménez Lozano, Segundo abecedario, Anthropos, Barcelona, 1992, pp. 196-197).
[13] Juan Aranzadi, Racismo y piedad, en Juan Aranzadi, Jon Juarista, Paxto Unzueta, Auto de terminación, El País-Aguilar, Madrid 1994,  pp. 27-43. Se dan reacciones etnocéntricas de hostilidad y rechazo a las características físicas y culturales otras también en el “pensamiento no domesticado”, que mantiene unidos lo inteligible y lo sensible, pero esto no es racismo y sólo puede serlo cuando ese rechazo se racionaliza y refuerza por una ideología biologicista.
[14] Racismo y piedad, op. cit., p. 36.
[15] El texto de W. Shakespeare que transcribimos, expresa la protesta contra cualquier consideración abstracta del ser humano: “Shyloock.- Ha menospreciado mi nación, ha dificultado mis negocios, enfriado a mis amigos, exacerbado a mis enemigos, ¿y qué razón tiene para hacer todo esto? Soy un judío. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimentos, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos remedios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? ¿Si nos cosquilleáis, no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos?” (El mercader de Venecia, acto III, escena 1ª).
[16] Stanley Milgram, creó un método experimental que hipotéticamente estudiaba el efecto del castigo sobre la memoria y el aprendizaje. En realidad, se estaban midiendo los grados de obediencia por parte de unos sujetos (supuestos “colaboradores” del experimentador”) a la orden de torturar con descargas eléctricas a un tercer miembro (pupilo, cómplice del experimentador) atado (aparentemente) a una silla electrificada en un cuarto separado, cada vez que respondiese de modo incorrecto al aprendizaje. El 65 por 100 de los sujetos suministraron descargas a sus víctimas cercanas a los 450 voltios. El 78 por  ciento pasaron de los 300 voltios y casi un 30 por ciento obedecieron las órdenes de sus experimentadores o entrenadores torturando a su victima hasta el final. Los sujetos victimas lanzaban gritos y alaridos de dolor de intensidad creciente a medida que se aumentaba el voltaje de las descargas, suplicando al experimentador que interrumpiera la prueba (Stanley Milgram, Some Conditions of Obediente and Desobedience to Authority (1965),  cit. en Elliot Aronson, El Animal social. Introducción a la psicología social, Alianza, Madrid, 1987, pp. 47-50).
[17] Cfr. J. L. González Faus, Estados Teocráticos, Cuadernos Cristianismo y Justicia. nº 143, Barcelona, 2006, p. 17.  



Meditación sobre la compasión 1, Ancile, Tomás Moreno