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viernes, 1 de marzo de 2013

“SOBRE LAS MUJERES”, DE ARTHUR SCHOPENHAUER (I), POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO

Traemos a colación de un tema siempre de actualidad y tratado desde diferentes perspectivas por el profesor Tomás Moreno, a la sección de microensayos de nuestro blog Ancile, nos referimos al tratamiento de la mujer por el pensamiento y pensadores de gran relieve de nuestra cultura occidental. Hoy se centra sobre la obra Sobre las mujeres, de Arthur Schopenhauer, cuyo trabajo no tiene desperdicio y por lo que recomendamos vivamente su lectura.


Sobre las mujeres. de Arthur Schopenhauer 1, Ancile, Tomás Moreno


“SOBRE LAS MUJERES”, DE ARTHUR SCHOPENHAUER (I)


Sobre las mujeres. de Arthur Schopenhauer 1, Ancile, Tomás Moreno



                “Toda mujer necesita un amo” (Sobre las mujeres, Arthur Schopenhauer)
La reciente publicación de El traspié. Una tarde con Schopenhauer[1], comedia filosófica de Fernando Savater escrita para la TVE hace más de dos décadas (1988),  ha puesto de actualidad la obra y el pensamiento del gran filósofo germano Arthur Schopenhauer (1788-1860), cuyas doctrinas, pese al siglo y medio que nos separan de ellas, siguen gozando de amplia actualidad y vigencia en estos tiempos de pesimismo y posmodernidad[2]. Las reflexiones sobre la condición femenina que Savater pone en boca del anciano filósofo, protagonista de su comedia, bien merecen que recordemos, aunque sólo sea de manera muy sucinta, su misógina conceptualización de las mujeres.
Sobre las mujeres. de Arthur Schopenhauer 1, Ancile, Tomás Moreno
Fernando Savater
 I. En su ensayo Sobre las mujeres (de Parerga y Paralipómena[3]) la misoginia de Schopenhauer se pone, sin paliativos, al descubierto. En sus páginas se nos muestra no sólo como el mayor misántropo de la historia de la filosofía sino también como un misógino redomado, tal vez sin parangón en los anales del pensamiento occidental -no precisamente muy “feministas”- y un desvergonzado egoísta reaccionario, además de tacaño y desabrido.
            Para justificar esa misoginia, argumenta Wanda Tommasi, se invocan, en general, motivos extrafilosóficos, como la violenta aversión hacia la madre[4]. Probablemente la relación conflictiva con su madre influyó efectivamente en las posiciones misóginas del filósofo, pero los motivos de esta actitud, tan fieramente enemiga de las mujeres, son más profundos y hunden sus raíces precisamente en el ideal ascético de la noluntas, respecto al cual la atracción sexual y las mujeres representan peligrosas tentaciones para el hombre.
            En efecto, el hombre -el varón- es, para Schopenhauer, el modelo ideal de humanidad,  el único en posición de sujeto dentro de su discurso: el sujeto del deseo amoroso y, en consecuencia, de la renuncia ascética que culmina en la noluntas[5]. Podríamos afirmar que la misoginia de Schopenhauer, en el fondo, no es más que la percepción y enfatización de la diferencia femenina, siendo el hombre el tipo ejemplar de humanidad y todo lo que se separa de ese modelo, es decir, la mujer, se interpreta como inferior.
            Nada mas comenzar su ensayo manifiesta ya Schopenhauer su escasa consideración hacia las mujeres, la despectiva opinión que le merecen:
Sólo el aspecto de la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos de la inteligencia ni a los grandes trabajos materiales. Paga su deuda a la vida, no con la acción, sino con el sufrimiento, los dolores del parto, los inquietos cuidados de la infancia; tiene que obedecer al hombre, ser una compañera pacienzuda que le serene (AMM, p. 89)[6].
Aunque las considera particularmente aptas para el cuidado y educación de la primera infancia, sin embargo,  por estar a medio camino entre el niño y el ser humano completo (el hombre), continuaban siendo pueriles -como niños grandes toda su vida- estúpidas, imprudentes y faltas de inteligencia:
Lo que hace a las mujeres particularmente aptas para cuidarnos y educarnos en la primera infancia, es que ellas continúan siendo pueriles, fútiles y limitadas de inteligencia. Permanecen toda su vida niños grandes, una especie de intermedio entre el niño y el hombre” (AMM, p. 89) (…) “Las mujeres son toda su vida verdaderos niños” (AMM, p. 91)
Sobre las mujeres. de Arthur Schopenhauer 1, Ancile, Tomás Moreno
            La diferencia de la mujer con el hombre, tal como es percibida por el filósofo, es consecuencia de “su inferioridad”. Pero la más aguda percepción de la diferencia femenina y de su inferioridad está presente en los pasajes en que Shopenhauer critica a las mujeres aduciendo su falta de objetividad o que padecen de miopía intelectual. Las mujeres, sostenía, eran mentalmente retrasadas en todos los aspectos, deficitarias de razón y de verdadera moralidad por su infantilismo. Miopes e incapaces de ver con claridad más que lo que esta muy cerca de ellas, todo lo ausente, lo pasado y lo futuro, quedaría fuera de su estrecho campo visual o mental. Su horizonte mental es muy pequeño por lo que se le escapan las cosas lejanas, con inteligencia sólo para lo inmediato: “No ven más que lo que tienen delante de los ojos, se fijan sólo en el presente, toman las apariencias por la realidad y prefieren las fruslerías a las cosas más importantes” (AMM, p. 91).
            A causa de sus probadas incapacidad de objetividad y de abstracción, miopía intelectual y restringido horizonte intelectual, no es equivocado pedir consejo a las mujeres en circunstancias difíciles, porque su visión es más concreta, más atenta a lo que tienen delante, más absorbidas por el presente: su entendimiento intuitivo ve agudamente lo cercano y en cambio no comprende las cosas lejanas. En este caso, sus deficiencias intelectuales vienen a ser paradójicamente una cualidad.
            Éste es probablemente el único lugar en que nuestro filósofo reconoce en las mujeres algo positivo: sería posible interpretar estas características en sentido no misógino, como importancia del punto de vista subjetivo en la consideración de las cosas, al estar más abiertas al presente que los hombres pueden disfrutarlo más y ése es el origen de su típica alegría, “que la hace tan apta para reconfortar al hombre cuando está agobiado por las preocupaciones”[7].
Sobre las mujeres. de Arthur Schopenhauer 1, Ancile, Tomás Moreno
            Sin embargo, está claro que no es esto lo que Schopenhauer quiere decir, porque en él, invariablemente, la diferencia femenina respecto al modelo de racionalidad masculina se presenta como algo inferior. Las mujeres, en fin, no tienen inteligencia, equidad ni virtud, carecen de juicio, e incluso les reprocha y atribuye -por su incapacidad para comprender principios generales- una falta del sentido de la justicia[8]:
Las mismas actitudes nativas explican la conmiseración, la humanidad, la simpatía que las mujeres manifiestan por los desgraciados. Pero son inferiores a los hombres en todo lo que atañe a la equidad, a la rectitud y a la probidad escrupulosa. A causa de lo débil de su razón, todo lo que es de presente, visible e inmediato ejerce en ellas un imperio contra el cual no pueden prevalecer las abstracciones, las máximas establecidas, las resoluciones enérgicas, ni ninguna consideración de lo pasado a lo venidero, de lo lejano a lo ausente… Por eso la injusticia es el defecto capital de las naturalezas femeninas (AMM, p. 92).
            Al estar confinadas en el presente sienten una frecuente “inclinación a la prodigalidad”, que a veces roza la demencia: “En el fondo de su corazón, las mujeres se imaginan que los hombres han venido al mundo para ganar dinero y las mujeres para gastarlo” (AMM, p. 91). Llega al extremo de recomendar que las mujeres no deberían heredar ningún patrimonio, porque únicamente son capaces de dilapidarlo[9]:
Que la propiedad que los hombres adquieren con dificultad a costa de grandes esfuerzos y penalidades soportados durante largos años vaya a parar a manos de las mujeres, para que éstas, debido a su insensatez, se la gasten en poco tiempo o la dilapiden de la manera que sea, es un disparate tan grave como frecuente, al que se le debería poner coto limitando el derecho que tienen las mujeres a heredar. Considero que la solución más idónea sería disponer que las mujeres, ya fueran viudas o hijas, sólo pudiesen recibir como herencia una renta, respaldada de por vida mediante hipoteca; pero no, en cambio, bienes inmuebles o capital, a menos que carecieran de descendencia masculina (ATM, p. 94-95).               
            Incluso donde se les ha reconocido el derecho a heredar propiedades, como sucede en Europa, tendrían que volverse atrás, y ceñirse a esos modelos de sociedad –modelos orientales por supuesto- en los que las mujeres nunca son mujeres libres y cada una está bajo la vigilancia del padre, del marido, del hermano o del hijo.
II. Pese a ello, la mujer parece haber sido dotada por la naturaleza mucho más generosamente que el hombre para la lucha por la supervivencia. Al carecer de buen sentido y de reflexión y al negarles la fuerza física, la naturaleza, sin embargo, las ha compensado, para proteger su debilidad, con las armas naturales -esto es: innatas en ella- de  la astucia, el disimulo y la mentira, que utilizan sin problemas de conciencia, puesto que se les ha otorgado precisamente  para la defensa de los intereses de la especie y no pueden obrar de otro modo:
Al negarles fuerza, la naturaleza les ha dado como patrimonio la astucia para proteger su debilidad, y de ahí su falacia habitual y su invencible tendencia al embuste. El león tiene dientes y garras, el elefante y el jabalí colmillos de defensa, cuernos el toro, la jibia tiene su tinta con que enturbiar el agua en torno suyo; la naturaleza no ha dado a la mujer más que el disimulo para defenderse y protegerse (AMM, p. 92-93).
Sobre las mujeres. de Arthur Schopenhauer 1, Ancile, Tomás Moreno
Eva Fitges
            En este sentido Eva Figes comenta que si bien Schopenhauer era un misógino encarnizado, defensor de todos los estereotipos misóginos convencionales, fue, no obstante, original, al “no culpar a la mujer por su conducta infame”. Con idéntica falta de disposición se somete el hombre a su función de víctima de la especie, como lo hace la mujer a su papel de instrumento. Puede que las mujeres se sientan más inclinadas a la infidelidad corriente, pero esto podría deberse a que instintivamente sienten que “quebrantando su deber individual cumplen mejor su obligación hacia la especie”. Y si es una mujerzuela embustera, será a causa de que “la naturaleza ha provisto a la mujer del poder de engañar para con él protegerse”[10].
            Eva Figes recuerda, a este respecto, que Schopenhauer llegó a sostener que la naturaleza había dotado al hombre de barba[11] a fin de facilitarle la ocultación de los cambios de expresión frente a un adversario, mientras que la mujer no la necesitaba, pues en ella  disimulo y dominio de la expresión eran innatos. De ahí “nacen la falsía, la infidelidad, la traición, la ingratitud”[12] que adornan por naturaleza a todas las féminas:
Como las mujeres únicamente han sido creadas para la propagación de la especie, y toda su vocación se concentra en este punto, viven más para la especie que para los individuos, y toman más a pecho los intereses de la especie que los intereses de los individuos. Esto es lo que da a todo su ser y a su conducta cierta ligereza y miras opuestas a las del hombre (AMM, p. 94)
            En lo femenino no están las características propias de lo humano. Toda inteligencia y toda virtud han sido sustituidas por la astucia. Por ello, la mujer no es exactamente inmoral, sino que al ser absolutamente natural, es amoral, no moral. De ahí que las mujeres no puedan ser ciudadanas: son perjuras. Varones y mujeres son, pues, esencias absolutamente separadas, modos de ser en el mundo diversos, divergentes e incompatibles que se unen exclusivamente a efectos de reproducir la especie. Y si la mujer es más materia que espíritu, y su función la de propagar la especie, haría mejor no haciéndolo, pero es lo único que se ve condenada a hacer. Las mujeres son seres libres de angustia. En su visión del mundo no interpretan ni calculan fines.
III. Confirma varias veces esta inferioridad para rechazar totalmente la idea de igualdad con el hombre: la naturaleza, al separar la especie humana en dos categorías, no ha hecho iguales las partes[13]:
Sobre las mujeres. de Arthur Schopenhauer 1, Ancile, Tomás Moreno
 Las mujeres son el sexus sequior, el segundo sexo, desde todos los puntos de vista, hecho para estar a un lado, en un segundo término. Cierto que se deben tener consideraciones a su debilidad; pero es ridículo rendirles pleito homenaje, y eso mismo nos degrada a sus ojos (AMM, pp. 97-98)
                Ninguna mujer puede escapar a esta caracterización porque las mujeres son el sexo idéntico -las idénticas-. No hay entre ellas diferencias, no tienen principio de individuación, porque tanto para Schopenhauer como para Kierkegaard “la individuación es la característica del reino del espíritu y la mujer no es espíritu: su esencia está próxima a lo vegetativo”, como también sostendrá Juan el seductor de Kierkegaard, cuyos ecos misóginos, a través de Simmel, “llegarán hasta nuestro Ortega y Gasset, quien no vacilará en afirmar que “la mujer es un genérico”[14]. Lo femenino guarda la especie, cumple con ella traicionando al individuo. Los varones la multiplican. Las mujeres saben inconscientemente que ese pervivirse de la especie no lo pueden realizar sin ellos, pero ni siquiera esta conciencia es positiva: pues, ya se sabe, no tienen capacidad de abstracción.
            En las relaciones entre las mujeres lo natural es la animadversión y la rivalidad. Todas las mujeres son enemigas entre sí y ello depende de su ser natural, porque todas ellas no tienen más que un mismo oficio y un mismo negocio, la procreación y la continuidad de la especie:
Los hombres son naturalmente indiferentes entre sí; las mujeres son enemigas por naturaleza. Esto debe depender de que el odium figulinum, la rivalidad, que está restringida entre los hombres a los de cada oficio, abarca en las mujeres a toda la especie, porque todas ellas no tienen más que un mismo oficio y un mismo negocio. Basta que se encuentren en la calle, para que crucen miradas de güelfos y gibelinos. Salta a los ojos que en la primera entrevista de dos mujeres hay más contención, disimulo y reserva que en una primera entrevista entre hombres (AMM, pp. 94-95). 
IV. Al considerar la posición social que ocupan las mujeres en la sociedad, Schopenhauer estima que es efecto y consecuencia de su relación con el hombre, que es quien se la otorga:
La posición social que ocupa un hombre depende de mil consideraciones; para las mujeres, una sola circunstancia decide su posición: el hombre a quien han sabido agradar. Su única función las pone bajo un pie de igualdad mucho más marcado, y por eso tratan de crear ellas entre sí diferencias de categoría” (AMM, p. 95)
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Amelia Valcárcel
            Puesto que sus diferencias son aparentes y pueden suprimirse con facilidad, ellas hacen más visibles los signos de pertenencia a un estatus y por eso, señala Schopenhauer, es insoportable ver con qué altanería, arrogancia y prepotencia suele dirigirse una mujer de sociedad a una mujer de clase inferior cuando no está a su servicio.  Ocurre entonces, señala Valcárcel, que la identidad defectiva de las mujeres se soluciona por hiper-representación[15]: Entre las mujeres son infinitamente más grandes las diferencias de alcurnia que entre los hombres, y esas diferencias pueden con facilidad modificarse o suprimirse” (AMM, p. 95).        La sociedad crea entre ellas distancias que no poseen: son idénticas y sin embargo se les concede a algunas la apariencia de la individualidad.
Por lo demás su encarnizada misoginia le lleva incluso a negar a las mujeres el atributo de la belleza, pues las veía como el sexo inestético[16]:
Preciso ha sido que el entendimiento del hombre se oscureciese por el amor para llamar bello a ese sexo de corta estatura, estrechos hombros, anchas caderas y piernas cortas. Toda su belleza reside en el instinto del amor que nos empuja a ellas. En vez de llamarlo bello, hubiera sido más justo llamarle “inestético” (AMM, p. 95).
Pero la naturaleza ha provisto a la mujer, aunque sólo sea por pocos años de belleza sobreabundante, fascinación y plenitud:
En las jóvenes solteras la naturaleza parece haber querido hacer lo que en estilo dramático se llama un efecto teatral. Durante algunos años las engalana con una belleza, una gracia y una perfección extraordinarias, a expensas de todo el resto de su vida, a fin de que, durante esos rápidos años de esplendor, puedan apoderarse fuertemente de la imaginación de un hombre y arrastrarle a cargar legalmente con ellas de cualquier modo… la mayoría de las veces, después de dos  o tres partos, la mujer pierde su belleza” (AMM, p. 90).
Las mujeres no saben qué son: se creen individuos destinados al amor, y ellas mismas ignoran que el propósito de la Naturaleza es que, como las hormigas, acabada la cópula, pierdan las alas. En  palabras de Amelia Valcárcel, para Schopenhauer:
El ser femenino es una estrategia de la Naturaleza, un efecto teatral mediante el cual ésta se perpetúa. Si fuéramos puramente reflexivos la cadena del ser no funcionaría, de ahí la necesidad de la argucia. La naturaleza pone algo irreflexivo y atrayente, presentado como casi humano, para frenar los caminos de la pura reflexión: las mujeres. Con el ser femenino la naturaleza sólo pretende su perpetuación. Las mujeres, que son manifestaciones inconscientes de esa potencia, tampoco buscan con todas sus acciones otra cosa. Tienen su esencialidad en trascenderse a sí mismas en otro. Son, en fin, la trampa que la Naturaleza le pone al varón para perpetuar esa cadena de sufrimientos que se llama “vida”[17].


                                                                                                            Tomás Moreno         



[1] Fernando Savater, El Traspié. Una tarde con Schopenhauer, Anagrama, Barcelona, 2013.
[2] Véase al respecto: Rüdiger Safranski, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía, versión española de José Planells Puchades, Alianza, Madrid, 1991.
[3] El extraño título de esta obra procede de dos vocablos griegos y significa literalmente: “Suplementos y Omisiones”. Publicado en 1851, en él reúne en dos volúmenes numerosos ensayos (entre ellos este ensayo “Sobre las mujeres”). El primer volumen trata de moral, de psicología y de metafísica. El segundo, más misceláneo, trata, además del citado sobre las mujeres, de diversos temas relativos a la bondad de los animales, los profesores universitarios, el espiritismo, el magnetismo etc. Le dieron en vida una celebridad que su gran obra El Mundo como voluntad y representación no le había proporcionado. Una traducción completa de la obra es Parerga y Paralipomena. Escritos filosóficos menores, traducción de E. González Blanco y Antonio Zozaya, tres vols., Agora, Málaga, 1997.
[4] Su madre, Johanna Trosinier era una mujer independiente con grandes ambiciones literarias. Autora de unos 24 volúmenes de novelas, diarios, ensayos y relatos de viajes, formaba parte de los primeros grupos de mujeres emancipadas de su época como Germaine de Stäel, Carolina Michaelis, Henrriette Herz, Bettina Brentano o Carolina von Günderrode. En su tertulia literaria de Weimar se relacionó con escritores y artistas de la talla de Goethe, Wieland, los dos Schlegel, Tiek y otros. Sus relaciones con su hijo Arthur fueron tormentosas, el joven filósofo la responsabilizaba del suicidio de su padre. Cfr. Anke Gillier, Johanna Schopenhauer und die Weimarer Klassik, Hildesheim, Olms, 2000.
[5] Wanda Tommasi, Filósofos y mujeres, Narcea, Madrid, 2002, p. 156.
[6] Todas las citas referidas a la mujer que siguen se hacen siguiendo la recopilación de ensayos de Schopenhauer titulada El amor, las mujeres y la muerte (abreviado AMM), edición de Biblioteca Edaf (traducción de Miguel Urquiola, prólogo y cronología de Dolores Castrillo), Madrid, 1993 (citamos con la abreviatura AMM, seguida de la página), y la más reciente antología de sus textos sobre la mujer: “Arthur Schopenhauer, El arte de tratar a las mujeres”, (traducción de Fabio Morales; introducción y notas de Franco Volpi), Alianza Editorial, Madrid, 2008 (abreviatura ATM, seguida de página). Ambas obras recogen los textos sobre la mujer procedentes de El mundo como voluntad y representación (Metafísica del amor sexual”, capítulo 44 de los Suplementos, 1844) y de Parerga y Paralipomena  (ensayo Sobre las mujeres, 1851). En ATM se incluyen, además, textos sobre la mujer procedentes de otros escritos de su obra póstuma.
[7] ATM, pp. 41-42.
[8] Llega a sostener que “la mera idea de una mujer en el cargo de juez provoca risa” (ATM, p. 105). Cuando ha pasado casi un siglo y medio queda manifiesta la capacidad predictiva del filósofo…
[9] En numerosas ocasiones Schopenhauer advierte de la prodigalidad y tendencia al despilfarro de las mujeres. Véase este texto: “Todas las mujeres, con escasas excepciones, son proclives al despilfarro. Por ello, todo patrimonio, exceptuando los rarísimos casos en que ellas mismas lo han adquirido, debería ser puesto a salvo de su irresponsabilidad” (ATM, p. 50). O este otro: “Las mujeres siempre creen en el fondo de su corazón que la misión del hombre es ganar dinero, mientras que la suya es gastarlo; gastarlo en vida del esposo, si ello fuera posible; pero al menos tras su muerte, en caso contrario. El hecho de que el hombre le entregue su sueldo para el mantenimiento del hogar la afianza en esta convicción” (ATM, p. 50).
[10] Eva Figes, Actitudes Patriarcales: las mujeres en la sociedad, Alianza, Madrid, 1972, p. 132. Celia Amorós, coincide con Eva Figes al considerar que a pesar de ello: “sin embargo, podría decirse que es una engañadora en el registro ético por ser, ontológicamente, más verdadera que el varón. Pues, en definitiva, la voluntad de vivir de la especie es burladora de los individuos, y la mujer, inmediatez de la voluntad, no tiene principio de individuación. Es traidora al individuo y a todo lo individual por excelencia, para vehicular los derechos de la especie” (Tiempo de feminismo, op. cit., p. 243).
[11] Ibid, p. 133. Con referencia a la barba y su simbología sexual, escribe: “La barba debería estar prohibida por la policía, ya que es casi una máscara. Además, en tanto que símbolo sexual plantado en medio de la cara, resulta obscena; de ahí que les guste tanto a las mujeres” (ATM, p. 73).
[12] AMM, p. 93.
[13] Dice Schopenhauer: “Cuando la naturaleza dividió en dos al género humano, no trazó el corte precisamente por la mitad. A pesar de toda su polaridad, la diferencia entre el polo positivo y el negativo no es sólo cualitativa sino también cuantitativa. Así concibieron a las féminas nuestros ancestros y los pueblos orientales y comprendieron qué posición les corresponde mucho mejor que nosotros, que en cambio estamos influenciados por la galantería francesa de viejo cuño y nuestra insulsa veneración hacia las mujeres, punto culminante de la estulticia cristiano-germánica cuyo único resultado ha sido hacerlas tan arrogantes y desconsideradas que a veces le recuerdan a uno los monos sagrados de Benarés, los cuales, conscientes de su santidad e intangibilidad, se sienten con derecho a todo” (ATM, p. 37-38).
[14] Celia Amorós, Tiempo de feminismo, op. cit. , p. 215  
[15] Amelia Valcárcel, Misoginia Romántica, en Alicia H. Puleo (coord.), La filosofía contemporánea desde una perspectiva no androcéntrica, p. 18.
[16] Celia Amorós, Tiempo de feminismo, op. cit., p.236. Celia Amorós comenta: “Es más, cuando esta desmitificación se produce, la mujer aparece como el sexo inestético y se le hace abandonar la esfera del “pulchrum”, que Kant reservaba al “bello sexo” argumentando que una tal adscripción lo inhabilita para obtener carta de ciudadanía en las esferas del “bonum” y del “verum” (…) Somos bellas y deseables, pues, cuando nos hace tales el deseo masculino, no el juicio el gusto desinteresado” (p. 236).
[17] Amelia Valcárcel, La política de las mujeres, op. cit. p 33.




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