Traemos a colación de un tema siempre de actualidad y tratado desde diferentes perspectivas por el profesor Tomás Moreno, a la sección de microensayos de nuestro blog Ancile, nos referimos al tratamiento de la mujer por el pensamiento y pensadores de gran relieve de nuestra cultura occidental. Hoy se centra sobre la obra Sobre las mujeres, de Arthur Schopenhauer, cuyo trabajo no tiene desperdicio y por lo que recomendamos vivamente su lectura.
“SOBRE LAS MUJERES”, DE ARTHUR SCHOPENHAUER (I)
“Toda mujer necesita un amo” (Sobre las mujeres, Arthur Schopenhauer)
La reciente publicación de El traspié. Una tarde con Schopenhauer[1],
comedia filosófica de Fernando Savater escrita para la TVE hace más de dos
décadas (1988), ha puesto de actualidad
la obra y el pensamiento del gran filósofo germano Arthur Schopenhauer
(1788-1860), cuyas doctrinas, pese al siglo y medio que nos separan de ellas,
siguen gozando de amplia actualidad y vigencia en estos tiempos de pesimismo y
posmodernidad[2]. Las reflexiones sobre la condición femenina que Savater pone en
boca del anciano filósofo, protagonista de su comedia, bien merecen que
recordemos, aunque sólo sea de manera muy sucinta, su misógina
conceptualización de las mujeres.
Fernando Savater |
I. En su ensayo Sobre las mujeres (de Parerga y Paralipómena[3])
la misoginia de Schopenhauer se pone, sin paliativos, al descubierto. En sus páginas
se nos muestra no sólo como el mayor misántropo de la historia de la filosofía
sino también como un misógino redomado, tal vez sin parangón en los anales del
pensamiento occidental -no precisamente muy “feministas”- y un desvergonzado
egoísta reaccionario, además de tacaño y desabrido.
Para
justificar esa misoginia, argumenta Wanda Tommasi, se invocan, en general,
motivos extrafilosóficos, como la violenta aversión hacia la madre[4].
Probablemente la relación conflictiva con su madre influyó efectivamente en las
posiciones misóginas del filósofo, pero los motivos de esta actitud, tan
fieramente enemiga de las mujeres, son más profundos y hunden sus raíces
precisamente en el ideal ascético de la noluntas,
respecto al cual la atracción sexual y las mujeres representan peligrosas
tentaciones para el hombre.
En
efecto, el hombre -el varón- es, para Schopenhauer, el modelo ideal de humanidad,
el único en posición de sujeto
dentro de su discurso: el sujeto del deseo amoroso y, en consecuencia, de la
renuncia ascética que culmina en la noluntas[5].
Podríamos afirmar que la misoginia de Schopenhauer, en el fondo, no es más que
la percepción y enfatización de la diferencia
femenina, siendo el hombre el tipo ejemplar de humanidad y todo lo que se
separa de ese modelo, es decir, la mujer, se interpreta como inferior.
Nada
mas comenzar su ensayo manifiesta ya Schopenhauer su escasa consideración hacia
las mujeres, la despectiva opinión que le merecen:
Sólo
el aspecto de la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos
de la inteligencia ni a los grandes trabajos materiales. Paga su deuda a la
vida, no con la acción, sino con el sufrimiento, los dolores del parto, los
inquietos cuidados de la infancia; tiene que obedecer al hombre, ser una
compañera pacienzuda que le serene (AMM, p. 89)[6].
Aunque las considera particularmente
aptas para el cuidado y educación de la primera infancia, sin embargo, por
estar a medio camino entre el niño y el ser humano completo (el hombre),
continuaban siendo pueriles -como niños grandes toda su vida- estúpidas,
imprudentes y faltas de inteligencia:
Lo
que hace a las mujeres particularmente aptas para cuidarnos y educarnos en la
primera infancia, es que ellas continúan siendo pueriles, fútiles y limitadas
de inteligencia. Permanecen toda su vida niños grandes, una especie de
intermedio entre el niño y el hombre” (AMM, p. 89) (…) “Las mujeres son toda su
vida verdaderos niños” (AMM, p. 91)
La
diferencia de la mujer con el
hombre, tal como es percibida por el filósofo, es consecuencia de “su
inferioridad”. Pero la más aguda percepción de la diferencia femenina y de su inferioridad
está presente en los pasajes en que Shopenhauer critica a las mujeres aduciendo
su falta de objetividad o que padecen
de miopía intelectual. Las mujeres,
sostenía, eran mentalmente retrasadas en todos los aspectos, deficitarias de
razón y de verdadera moralidad por su infantilismo. Miopes e incapaces de ver
con claridad más que lo que esta muy cerca de ellas, todo lo ausente, lo pasado
y lo futuro, quedaría fuera de su estrecho campo visual o mental. Su horizonte
mental es muy pequeño por lo que se le escapan las cosas lejanas, con
inteligencia sólo para lo inmediato: “No ven más que lo que tienen delante de
los ojos, se fijan sólo en el presente, toman las apariencias por la realidad y
prefieren las fruslerías a las cosas más importantes” (AMM, p. 91).
A
causa de sus probadas incapacidad de
objetividad y de abstracción, miopía intelectual y restringido horizonte intelectual, no es
equivocado pedir consejo a las mujeres en circunstancias difíciles, porque su
visión es más concreta, más atenta a lo que tienen delante, más absorbidas por
el presente: su entendimiento intuitivo
ve agudamente lo cercano y en cambio no
comprende las cosas lejanas. En este caso, sus deficiencias intelectuales
vienen a ser paradójicamente una cualidad.
Éste
es probablemente el único lugar en que nuestro filósofo reconoce en las mujeres
algo positivo: sería posible interpretar estas características en sentido no
misógino, como importancia del punto de vista subjetivo en la consideración de
las cosas, al estar más abiertas al presente que los hombres pueden disfrutarlo
más y ése es el origen de su típica alegría, “que la hace tan apta para
reconfortar al hombre cuando está agobiado por las preocupaciones”[7].
Sin
embargo, está claro que no es esto lo que Schopenhauer quiere decir, porque en
él, invariablemente, la diferencia femenina respecto al modelo de racionalidad
masculina se presenta como algo inferior. Las mujeres, en fin, no tienen
inteligencia, equidad ni virtud, carecen de juicio, e incluso les reprocha y
atribuye -por su incapacidad para comprender principios generales- una falta
del sentido de la justicia[8]:
Las mismas
actitudes nativas explican la conmiseración, la humanidad, la simpatía que las
mujeres manifiestan por los desgraciados. Pero son inferiores a los hombres en
todo lo que atañe a la equidad, a la rectitud y a la probidad escrupulosa. A
causa de lo débil de su razón, todo lo que es de presente, visible e inmediato
ejerce en ellas un imperio contra el cual no pueden prevalecer las
abstracciones, las máximas establecidas, las resoluciones enérgicas, ni ninguna
consideración de lo pasado a lo venidero, de lo lejano a lo ausente… Por eso la
injusticia es el defecto capital de las naturalezas femeninas (AMM, p. 92).
Al
estar confinadas en el presente
sienten una frecuente “inclinación a la prodigalidad”, que a veces roza la
demencia: “En el fondo de su corazón, las mujeres se imaginan que los hombres
han venido al mundo para ganar dinero y las mujeres para gastarlo” (AMM, p.
91). Llega al extremo de recomendar que las mujeres no deberían heredar ningún
patrimonio, porque únicamente son capaces de dilapidarlo[9]:
Que la propiedad
que los hombres adquieren con dificultad a costa de grandes esfuerzos y
penalidades soportados durante largos años vaya a parar a manos de las mujeres,
para que éstas, debido a su insensatez, se la gasten en poco tiempo o la
dilapiden de la manera que sea, es un disparate tan grave como frecuente, al
que se le debería poner coto limitando el derecho que tienen las mujeres a
heredar. Considero que la solución más idónea sería disponer que las mujeres,
ya fueran viudas o hijas, sólo pudiesen recibir como herencia una renta,
respaldada de por vida mediante hipoteca; pero no, en cambio, bienes inmuebles
o capital, a menos que carecieran de descendencia masculina (ATM, p. 94-95).
Incluso
donde se les ha reconocido el derecho a heredar propiedades, como sucede en
Europa, tendrían que volverse atrás, y ceñirse a esos modelos de sociedad
–modelos orientales por supuesto- en los que las mujeres nunca son mujeres
libres y cada una está bajo la vigilancia del padre, del marido, del hermano o
del hijo.
II. Pese a ello, la mujer parece haber sido dotada por
la naturaleza mucho más generosamente que el hombre para la lucha por la supervivencia. Al carecer de
buen sentido y de reflexión y al negarles la fuerza física, la naturaleza, sin
embargo, las ha compensado, para proteger su debilidad, con las armas naturales -esto es: innatas en ella- de la astucia,
el disimulo y la mentira,
que utilizan sin problemas de conciencia, puesto que se les ha otorgado
precisamente para la defensa de los
intereses de la especie y no pueden obrar de otro modo:
Al negarles
fuerza, la naturaleza les ha dado como patrimonio la astucia para proteger su
debilidad, y de ahí su falacia habitual y su invencible tendencia al embuste.
El león tiene dientes y garras, el elefante y el jabalí colmillos de defensa,
cuernos el toro, la jibia tiene su tinta con que enturbiar el agua en torno
suyo; la naturaleza no ha dado a la mujer más que el disimulo para defenderse y
protegerse (AMM, p. 92-93).
Eva Fitges |
En
este sentido Eva Figes comenta que si bien Schopenhauer era un misógino
encarnizado, defensor de todos los estereotipos misóginos convencionales, fue,
no obstante, original, al “no culpar a la mujer por su conducta infame”. Con idéntica falta de disposición se
somete el hombre a su función de víctima
de la especie, como lo hace la mujer a su papel de instrumento. Puede que las mujeres se sientan más inclinadas a la
infidelidad corriente, pero esto podría deberse a que instintivamente sienten
que “quebrantando su deber individual cumplen mejor su obligación hacia la
especie”. Y si es una mujerzuela embustera, será a causa de que “la naturaleza
ha provisto a la mujer del poder de engañar para con él protegerse”[10].
Eva
Figes recuerda, a este respecto, que Schopenhauer llegó a sostener que la
naturaleza había dotado al hombre de barba[11]
a fin de facilitarle la ocultación de los cambios de expresión frente a un
adversario, mientras que la mujer no la necesitaba, pues en ella disimulo y dominio de la expresión eran
innatos. De ahí “nacen la falsía, la infidelidad, la traición, la ingratitud”[12]
que adornan por naturaleza a todas las féminas:
Como las mujeres
únicamente han sido creadas para la propagación de la especie, y toda su
vocación se concentra en este punto, viven más para la especie que para los
individuos, y toman más a pecho los intereses de la especie que los intereses
de los individuos. Esto es lo que da a todo su ser y a su conducta cierta ligereza
y miras opuestas a las del hombre (AMM, p. 94)
En
lo femenino no están las características propias de lo humano.
Toda inteligencia y toda virtud han sido sustituidas por la astucia. Por ello, la mujer no es
exactamente inmoral, sino que al ser
absolutamente natural, es amoral, no
moral. De ahí que las mujeres no puedan ser ciudadanas: son perjuras. Varones
y mujeres son, pues, esencias
absolutamente separadas, modos de ser en el mundo diversos, divergentes e
incompatibles que se unen exclusivamente a efectos de reproducir la especie. Y
si la mujer es más materia que espíritu, y su función la de propagar la
especie, haría mejor no haciéndolo, pero es lo único que se ve condenada a
hacer. Las mujeres son seres libres de angustia. En su visión del mundo no
interpretan ni calculan fines.
III. Confirma varias veces esta inferioridad para rechazar totalmente la idea de igualdad
con el hombre: la naturaleza, al separar la especie humana en dos categorías,
no ha hecho iguales las partes[13]:
Las mujeres son el sexus sequior, el segundo sexo, desde todos los puntos de vista,
hecho para estar a un lado, en un segundo término. Cierto que se deben tener
consideraciones a su debilidad; pero es ridículo rendirles pleito homenaje, y
eso mismo nos degrada a sus ojos (AMM, pp. 97-98)
Ninguna mujer puede escapar a esta caracterización porque las mujeres son
el sexo idéntico -las idénticas-. No hay entre ellas diferencias, no tienen principio de
individuación, porque tanto para
Schopenhauer como para Kierkegaard “la individuación es la característica del
reino del espíritu y la mujer no es espíritu: su esencia está próxima a lo
vegetativo”, como también sostendrá Juan
el seductor de Kierkegaard,
cuyos ecos misóginos, a través de Simmel,
“llegarán hasta nuestro Ortega y Gasset, quien no vacilará en afirmar que “la mujer es un genérico”[14]. Lo femenino guarda la especie, cumple con ella
traicionando al individuo. Los varones la multiplican. Las mujeres saben
inconscientemente que ese pervivirse de la especie no lo pueden realizar sin
ellos, pero ni siquiera esta conciencia es positiva: pues, ya se sabe, no
tienen capacidad de abstracción.
En
las relaciones entre las mujeres lo
natural es la animadversión y la rivalidad. Todas las mujeres son enemigas
entre sí y ello depende de su ser natural,
porque todas ellas no tienen más que un mismo oficio y un mismo negocio, la
procreación y la continuidad de la especie:
Los hombres son
naturalmente indiferentes entre sí; las mujeres son enemigas por naturaleza.
Esto debe depender de que el odium
figulinum, la rivalidad, que está restringida entre los hombres a los de
cada oficio, abarca en las mujeres a toda la especie, porque todas ellas no
tienen más que un mismo oficio y un mismo negocio. Basta que se encuentren en
la calle, para que crucen miradas de güelfos y gibelinos. Salta a los ojos que
en la primera entrevista de dos mujeres hay más contención, disimulo y reserva
que en una primera entrevista entre hombres (AMM, pp. 94-95).
IV. Al considerar la posición social que ocupan las mujeres en la sociedad, Schopenhauer
estima que es efecto y consecuencia de su relación con el hombre, que es quien
se la otorga:
La posición social que ocupa un hombre depende
de mil consideraciones; para las mujeres, una sola circunstancia decide su
posición: el hombre a quien han sabido agradar. Su única función las pone bajo
un pie de igualdad mucho más marcado, y por eso tratan de crear ellas entre sí
diferencias de categoría” (AMM, p. 95)
Amelia Valcárcel |
Puesto
que sus diferencias son aparentes y pueden suprimirse con facilidad, ellas
hacen más visibles los signos de pertenencia
a un estatus y por eso, señala
Schopenhauer, es insoportable ver con qué altanería, arrogancia y prepotencia
suele dirigirse una mujer de sociedad a una mujer de clase inferior cuando no
está a su servicio. Ocurre entonces, señala Valcárcel, que la identidad defectiva de las mujeres se
soluciona por hiper-representación[15]:
“Entre las mujeres son infinitamente más grandes
las diferencias de alcurnia que entre los hombres, y esas diferencias pueden
con facilidad modificarse o suprimirse” (AMM, p. 95). La sociedad crea entre ellas distancias que no poseen: son idénticas y sin embargo se les concede a
algunas la apariencia de la
individualidad.
Por lo demás su encarnizada misoginia
le lleva incluso a negar a las mujeres el atributo de la belleza, pues las veía
como el sexo inestético[16]:
Preciso
ha sido que el entendimiento del hombre se oscureciese por el amor para llamar
bello a ese sexo de corta estatura, estrechos hombros, anchas caderas y piernas
cortas. Toda su belleza reside en el instinto del amor que nos empuja a ellas.
En vez de llamarlo bello, hubiera sido más justo llamarle “inestético” (AMM, p.
95).
Pero la naturaleza ha provisto a la
mujer, aunque sólo sea por pocos años de belleza sobreabundante, fascinación y
plenitud:
En las jóvenes solteras la naturaleza parece haber
querido hacer lo que en estilo dramático se llama un efecto teatral. Durante
algunos años las engalana con una belleza, una gracia y una perfección
extraordinarias, a expensas de todo el resto de su vida, a fin de que, durante
esos rápidos años de esplendor, puedan apoderarse fuertemente de la imaginación
de un hombre y arrastrarle a cargar legalmente con ellas de cualquier modo… la
mayoría de las veces, después de dos o tres
partos, la mujer pierde su belleza” (AMM, p. 90).
Las mujeres no saben qué son: se creen
individuos destinados al amor, y ellas mismas ignoran que el propósito de la
Naturaleza es que, como las hormigas, acabada la cópula, pierdan las alas. En palabras de Amelia Valcárcel, para Schopenhauer:
El
ser femenino es una estrategia de la Naturaleza, un efecto teatral mediante el
cual ésta se perpetúa. Si fuéramos puramente reflexivos la cadena del ser no
funcionaría, de ahí la necesidad de la argucia. La naturaleza pone algo
irreflexivo y atrayente, presentado como casi humano, para frenar los caminos
de la pura reflexión: las mujeres. Con el ser femenino la naturaleza sólo
pretende su perpetuación. Las mujeres, que son manifestaciones inconscientes de
esa potencia, tampoco buscan con todas sus acciones otra cosa. Tienen su
esencialidad en trascenderse a sí mismas en otro. Son, en fin, la trampa que la
Naturaleza le pone al varón para perpetuar esa cadena de sufrimientos que se
llama “vida”[17].
Tomás Moreno
[1] Fernando Savater, El Traspié. Una tarde con Schopenhauer, Anagrama, Barcelona, 2013.
[2] Véase al respecto: Rüdiger Safranski, Schopenhauer y los años salvajes de la
filosofía, versión española de José Planells Puchades, Alianza, Madrid,
1991.
[3] El extraño título de esta obra procede de
dos vocablos griegos y significa literalmente: “Suplementos y Omisiones”.
Publicado en 1851, en él reúne en dos volúmenes numerosos ensayos (entre ellos
este ensayo “Sobre las mujeres”). El primer volumen trata de moral, de psicología
y de metafísica. El segundo, más misceláneo, trata, además del citado sobre las
mujeres, de diversos temas relativos a la bondad de los animales, los
profesores universitarios, el espiritismo, el magnetismo etc. Le dieron en vida
una celebridad que su gran obra El Mundo
como voluntad y representación no le había proporcionado. Una traducción
completa de la obra es Parerga y
Paralipomena. Escritos filosóficos menores, traducción de E. González
Blanco y Antonio Zozaya, tres vols., Agora, Málaga, 1997.
[4] Su madre, Johanna Trosinier era una mujer independiente con grandes
ambiciones literarias. Autora de unos 24 volúmenes de novelas, diarios, ensayos
y relatos de viajes, formaba parte de los primeros grupos de mujeres
emancipadas de su época como Germaine de Stäel, Carolina Michaelis, Henrriette
Herz, Bettina Brentano o Carolina von Günderrode. En su tertulia literaria de
Weimar se relacionó con escritores y artistas de la talla de Goethe, Wieland,
los dos Schlegel, Tiek y otros. Sus relaciones con su hijo Arthur fueron
tormentosas, el joven filósofo la responsabilizaba del suicidio de su padre. Cfr. Anke Gillier, Johanna Schopenhauer und die Weimarer
Klassik, Hildesheim, Olms, 2000.
[5] Wanda Tommasi, Filósofos y mujeres, Narcea, Madrid, 2002, p. 156.
[6] Todas las citas referidas a la mujer que siguen se hacen
siguiendo la recopilación de ensayos
de Schopenhauer titulada El amor, las
mujeres y la muerte (abreviado AMM), edición de Biblioteca Edaf (traducción
de Miguel Urquiola, prólogo y cronología de Dolores Castrillo), Madrid, 1993
(citamos con la abreviatura AMM, seguida de la página), y la más reciente antología de sus textos sobre la mujer: “Arthur
Schopenhauer, El arte de tratar a las
mujeres”, (traducción de Fabio Morales; introducción y notas de Franco
Volpi), Alianza Editorial, Madrid, 2008 (abreviatura ATM, seguida de página).
Ambas obras recogen los textos sobre la mujer procedentes de El mundo como voluntad y representación
(Metafísica del amor sexual”,
capítulo 44 de los Suplementos, 1844)
y de Parerga y Paralipomena (ensayo Sobre
las mujeres, 1851). En ATM se incluyen, además, textos sobre la mujer
procedentes de otros escritos de su obra póstuma.
[8] Llega a sostener que “la mera idea de una
mujer en el cargo de juez provoca risa” (ATM, p. 105). Cuando ha pasado casi un
siglo y medio queda manifiesta la capacidad predictiva
del filósofo…
[9] En numerosas ocasiones Schopenhauer advierte de la
prodigalidad y tendencia al despilfarro de las mujeres. Véase este texto:
“Todas las mujeres, con escasas excepciones, son proclives al despilfarro. Por
ello, todo patrimonio, exceptuando los rarísimos casos en que ellas mismas lo
han adquirido, debería ser puesto a salvo de su irresponsabilidad” (ATM, p.
50). O este otro: “Las mujeres siempre creen en el fondo de su corazón que la
misión del hombre es ganar dinero, mientras que la suya es gastarlo; gastarlo
en vida del esposo, si ello fuera posible; pero al menos tras su muerte, en
caso contrario. El hecho de que el hombre le entregue su sueldo para el
mantenimiento del hogar la afianza en esta convicción” (ATM, p. 50).
[10] Eva Figes, Actitudes Patriarcales: las mujeres en la sociedad, Alianza,
Madrid, 1972, p. 132. Celia Amorós, coincide con Eva Figes al considerar que a pesar de ello:
“sin embargo, podría decirse que es una engañadora en el registro ético por
ser, ontológicamente, más verdadera que el varón. Pues, en definitiva, la
voluntad de vivir de la especie es burladora de los individuos, y la mujer,
inmediatez de la voluntad, no tiene principio de individuación. Es traidora al
individuo y a todo lo individual por excelencia, para vehicular los derechos de
la especie” (Tiempo de feminismo, op.
cit., p. 243).
[11] Ibid, p. 133. Con referencia a la barba y
su simbología sexual, escribe: “La barba debería estar prohibida por la
policía, ya que es casi una máscara. Además, en tanto que símbolo sexual
plantado en medio de la cara, resulta obscena; de ahí que les guste tanto a las
mujeres” (ATM, p. 73).
[13] Dice Schopenhauer: “Cuando la naturaleza
dividió en dos al género humano, no trazó el corte precisamente por la mitad. A
pesar de toda su polaridad, la diferencia entre el polo positivo y el negativo
no es sólo cualitativa sino también cuantitativa. Así concibieron a las féminas
nuestros ancestros y los pueblos orientales y comprendieron qué posición les
corresponde mucho mejor que nosotros, que en cambio estamos influenciados por
la galantería francesa de viejo cuño y nuestra insulsa veneración hacia las
mujeres, punto culminante de la estulticia cristiano-germánica cuyo único
resultado ha sido hacerlas tan arrogantes y desconsideradas que a veces le
recuerdan a uno los monos sagrados de Benarés, los cuales, conscientes de su
santidad e intangibilidad, se sienten con derecho a todo” (ATM, p. 37-38).
[15] Amelia Valcárcel, Misoginia
Romántica, en Alicia H. Puleo (coord.), La
filosofía contemporánea desde una perspectiva no androcéntrica, p. 18.
[16] Celia Amorós, Tiempo de feminismo, op. cit., p.236. Celia Amorós comenta: “Es más, cuando
esta desmitificación se produce, la
mujer aparece como el sexo inestético
y se le hace abandonar la esfera del “pulchrum”, que Kant reservaba al “bello
sexo” argumentando que una tal adscripción lo inhabilita para obtener carta de
ciudadanía en las esferas del “bonum” y del “verum” (…) Somos bellas y
deseables, pues, cuando nos hace tales el deseo masculino, no el juicio el
gusto desinteresado” (p. 236).
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