En breve verá la luz una nueva aventura editorial a través del sello Jizo Ediciones. Se ofrecerán textos sobre poesía y poetas, cuya característica singular será la concisión y la brevedad. Servirá para difundir la obra de autores y de ideas y reflexiones sobre la poesía. En esta bitácora, mostramos un fragmento de uno de ellos, dedicado a la poeta granadina Elena Martín Vivaldi, y que, si les parece oportuno lectores, una vez que se haya publicado, se irá entregando para su consideración en este blog.
ELENA MARTÍN VIVALDI
O LA MÚSICA
Se quedó el mundo solo, sin aroma,
solo en su inmensidad,
desposeído, sin dolor. Callado.
Elena Martín Vivaldi [1]
I
CUÁNTAS veces hablar de poesía será objeto seguro de deleite, aun cuando en esta singular materia tan a menudo nos hacemos (¿dignos?) acreedores de censura: aunque nos parezca cosa a todas luces sobradamente probada que, con el espíritu embriagado por nuestra devoción hacia su divino vuelo, sube la más elevada y gentil intuición; mas, también, sabiendo con igual certeza que, adjunta a aquella excelsa intuición, corre por sus etéreas (e indubitablemente excelsas) venas, además, la ya entregada percepción muchas veces deshecha, de las soledades más acerbas que en la vida discurren parejas a la realidad del mundo, y sobre las cuales, todos lo sabemos bien, sufre y canta de manera inexorable la figura y el alma humana del poeta.
No vean en esta transcripción introductoria una embajada utópica afín a una imagen idealizada (irreal, no viva, y por tanto ajena a lo más sustancial de ella misma) de la poesía, elevada cual vano subterfugio a un cielo idealizado para no mirar (o evadir) lo también anejo a la existencia en la vida de los hombres, existencia que se hace muchas veces cruelmente expresa en el azaroso infortunio, en la inquietud que provoca la propia ignorancia que embarga en tantas ocasiones infaustas nuestros designios; en la congoja ante la visión de lo irremediable, o en la contemplación de la inane perversidad que tantas veces ata la que debiera ser libre dinámica del mundo; en la confusión de los juicios emitidos sobre aquello que acontece más allá del control nuestro; en la absorta impotencia de nuestro espíritu ante lo fatal irremediable; en fin, ante el vano anhelo por superar lo insuperable y, como consecuencia, nuestra inmersión segura en la región enigmática que habita en el olvido y en la tristeza. En ella, en la poesía, digo, veremos como en espejo aquello vulnerable que, fielmente, al
margen de la ficción que pudo en su origen impulsar el vuelo de su singular potencia, veremos, digo, con todo rigor, pues nos examina y ciertamente nos refleja. Mas, tampoco quisiera que malentendiesen nuestra turbación en este extremo como irreductible signo de torpeza, pues estimamos que hablar de poesía (les conviene saberlo) es una acción que acaso invita a una presentación casi continua, perpetua, de necesaria insuficiencia.
Así, cuando Elena Martín Vivaldi[2] en su labor artística ofrece (entre el pudoroso recato y la confesión sincera) un poema, tengan la total seguridad que en él verán la vida como en descarnado retrato donde ver(se) en discurrir de amor, de entrega, de inquietud, de exilio (interior), de soledad o de tristeza; también de dulzura de corazón, de expresiva energía y de sentida (y clarividente) conciencia de lo poético que, como la vida misma, se abre camino para ser y se apresta diligentemente asumida su potencia para ese ser; o, acaso, ceñido todo con los sutiles rasgos que habrían de estrecharse en sus versos emotivos con singular certeza, paro siempre en resuelta (y, no obstante, candorosa) solicitud que se vierte como fuente inagotable de vívida hermosura y silenciosa inteligencia.
Diremos también que, contenido, duerme un vitalismo (fundamental concepto a tener en cuenta para entender en profundidad el ser y el calado esencial de su poesía) único y francamente peculiar en sus versos, extremado como un sueño; vitalismo la mayoría de las veces más dulce, triste y retirado que sugestivo y enigmático, pero estrecho y ardientemente urdido al sensitivo clamor que hiere, de forma similar, en la naturaleza como música callada; aroma y armonía para, al fin, fluir desangrada y, al tiempo, cristalina como la rosa roja entre el alborear del rocío: con temblor alado, derramado apenas que vive, fulge y suena casi sin palabras; o, cuando no, se deshace exhausta en la memoria del amor el recuerdo de otra vida (de otro mundo sin tiempo y sin espacio), como presencia lejana, donde el gozo más profundo es olvido en la tristeza. Y es que, quizá, no hallemos un espíritu vital siquiera comparable en este extremo, y, cuya sentida voz, ni de lejos asemeje a tan singular veste, plena de emotiva luz y música genuina que nos abre a una experiencia que diríase aunar, simultánea e insólita, amarga y delectable, un alma auténticamente lírica que, al tiempo, también es capaz de presentar en sus versos un sonido, una armonía, un tañer de estilo tan inconfundible en una lira poética en extremo inspirada, señera, noble y, sobre todo, leal a sí misma y a la poesía verdadera.
Que nosotros les contemos las frescas y veraces excelencias de una poesía límpida, lozana, siempre cristalina que, con calidez, con rara cercanía se estrecha a nuestras almas como caricia unánime, diremos que no es gran novedad, que acaso careciese de interés por tanto esta modesta y devota introducción si no fuese porque, además, o sobre todo, exhorta en su efusivo relato a una lectura apasionada y apasionante del alma que son los versos de nuestra autora, y todo porque consideramos su poesía como uno de los mejores obsequios a realizar al espíritu sensible, inquieto y avisado en el buen hacer de la mejor literatura. Verán traslucir los más altos valores del alma atenta a la verdad, a la vida y a la belleza, y todo ello discurrir y quedar plasmado perpetuamente de forma natural en su lúcido y gentil discurso poemático.
Sean, pues, estas líneas en su desigual y apresurado informe, invitación, primero: a la delicia, gozo y
apoteosis fijada en la bella factura de los versos de nuestra querida poeta; después: como presentación de un prototipo ejemplar de franca dedicación a aquella labor que, a la postre, la distinguiría como artista auténtica muy capaz de mostrar las galas de un quehacer poético (e indiscerniblemente humano) de gran altura, ya manifiesto en el legado único de su obra poética, el cual, para quienes vivimos con cuidado e intensidad la poesía (y tuvimos la suerte de disfrutar de su benévola e inolvidable presencia), se ha ofrecido como el excelso regalo que, a nuestras exigencias (también muy rigurosas), se nos antoja tan sentido como inolvidable.
Si con tan torpe premura (como sincera dedicación) adelantábamos entonces algunos rasgos esenciales, muy sucintamente, de la obra (y también de la persona) de Elena Martín Vivaldi, no sería con otro fin que el de encontrar luego algún apoyo cierto con el que debatir con fundamento, o sobre el que exponer con relativa claridad, también con brevedad, aspectos de interés suficiente para explicar la situación (atípica tal vez) del nombre y obra de nuestra estimadísima poeta. Así, se nos aventuran este instante y lugar como idóneos por propicios para litigar sobre uno de los más controvertidos puntos que atañen a ciertas consideraciones de importancia, y que afectan a la trayectoria de la creación poética de nuestra autora y que la sitúan, a saber: en la adscripción a este o aquel grupo generacional, así como sus presuntas relaciones con la denominada generación del veintisiete, del grupo del treinta y seis o de los cincuenta. Me van a permitir que, en líneas generales, adelante que esta sea una diferencia, a nuestro juicio, si no poco relevante, a lo menos no esencial en lo que realmente concierne y, de forma explícita, sustancia, aquellos aspectos que marcarán la altura y significación poética de su obra.
Al margen de estos o aquellos influjos del todo inevitables (en muchos casos por ser poetas contemporáneos y amigos, véase el caso de Jorge Guillén), estimamos el pulso y voz poéticos de Elena Martín Vivaldi con la energía, potencia, resolución y originalidad suficientes como para poder hacer una manifestación crítica no excesivamente aventurada, y ésta, a su vez, para que sirva modestamente de basamento esencial sobre el que establecer una serie de nociones básicas desde donde partir en nuestros comentarios. Así debe ser, si queremos hablar con cierta propiedad del singularísimo vuelo y el largo aliento de una poesía que supera con amplitud aquellas previsiones, a nuestro modesto entender, ciertamente estereotipadas y no sujetas a una percepción alerta ni a una revisión pormenorizada de sus libros y poemas[3].
Veremos, de este modo, al albur de aquellas y otras opiniones (por cierto, más o menos peregrinas) generarse toda una suerte de tópica en torno a la obra poética de nuestra autora que no siempre habría de favorecerla en tanto que asentaba toda una serie de presupuestos no del todo bien razonados y, lo que es peor, equívocamente expuestos, sobre los cuales, difícilmente podrían discernirse (y menos asentarse) el funcionamiento y principios sobre los que establecer las directrices potenciales para una descripción e interpretación de tales leyes poéticas. Así también, cuando por parte de algún sector (displicente cuando no interesado), no muy certero por otra parte, de la crítica aseveraban, resaltando como vitales o de fundamento sus apercibimientos de estilo, una explicación del fenómeno poético martinvivaldiano; aunque, de hecho, se dirimía con muy poca fuerza y aún con menos convicción; así, presentaron como virtualmente esencial todo aquello que no cabe sino arbitrariamente presumirse como potenciales influjos, los cuales, además, pretendieron verterse como vertebradores indudables de su estilo, e incluso de su misma concepción (nada original, entonces) de la poesía; tales fueron: una fuerte inducción del neorromanticismo [4]
becqueriano, o el estigma (no las huellas) de Juan Ramón Jiménez (acaso el de los primeros libros de poemas), o de Vicente Aleixandre (en la plenitud de Sombra del Paraíso) que, si fácilmente detectables en muchos momentos de la obra de la poeta por gozosamente evidentes, pero que fueron tratados con tan poco rigor y fundamento que los juicios vertidos llevarán, inevitablemente, a una muy mala interpretación particular y, colateralmente en sus efectos, sobre la totalidad de la obra de Elena Martín Vivaldi.
Acaso dejan de tener en cuenta quienes así, tan frívola como apresuradamente consignan con nociones equívocas por parciales, unas maneras, si no fraudulentas, sí engañosas, ofreciendo ante rasgos importantes de muchos de sus poemas una cantinela que, si se atiende con atención a buena parte de lo regido en su monótona partitura, se detecta invariable y reiterativa, distraídos por los ecos, no por la música sobre la cual en tantas hermosas ocasiones se construye y se cimenta (con plena garantía) la estructura de la que será una sólida y original planta sobre la que, al fin, mostrarse levantado, firmemente, un hermoso edificio poético; todo esto lo observaremos incluso en la asunción de los rasgos denunciados como préstamos de otros autores, pues se ofrecerán allí colocados como muestras no sólo distintas, a veces también distantes (puede que también tergiversadas a propósito) de allá de donde fueron tomadas; y, ¿por qué no? también, manifiestas con descaro de forma opuesta de allí de donde fueron, consciente o inconscientemente, exhumadas.
De todo lo anteriormente adelantado no debemos confundir, en ningún momento, de un lado: las incidencias (inevitables) formales en algunos poemas y, por otro, en momentos muy concretos, las temáticas, sobre todo aquellas que provienen de la obras y las figuras de, por ejemplo, el grupo del veintisiete. Pero insistimos en que serán mucho mayores las diferencias. En el tratamiento temático común de Elena respecto de aquella generación de oro, si es cotejado, aun con premura y brevedad, se advertirá de forma perfectamente constatable muchas de las divergencias anunciadas; y no digamos si atendemos a su peculiarísima e íntima (y sentimental) cosmovisión, la cual habrá de mostrarse como una especial (singular) relación de mantenimiento particularísimo (o de delicado equilibrio) entre la poesía extremadamente intimista y la objetividad de un mundo muchas veces hostil e incomprensible: el mundo y la poesía, estableciéndose en un eslabón de engarce esencial y especial con todo lo que, de un modo u otro, entendía implícito en su peculiar vida de mujer y de poeta.
Tampoco (es más, diríamos que bajo ningún concepto) quisiéramos desvirtuar la importancia, por otra parte fácilmente detectable (e incluso manifiesta) en algunos poemas de nuestra poeta (acaso más ostensible en los momentos iniciales de su carrera), de autores de la opima y genial generación de poetas del veintisiete, con alguno de los cuales (llegó a conocer a Federico García Lorca) mantuvo una estrecha relación de amistad, es el caso de aquella que sostuvo (ya lo adelantábamos), nuestra autora con Jorge Guillén. En este momento transcribimos y ordenamos la nutrida correspondencia[5] mantenida con el autor de Cántico durante casi treinta años.
No pretendo, así mismo, en absoluto, sobre este punto, desmentir los influjos del poeta del amor del veintisiete, Pedro Salinas, así, entre otros tantos y propicios momentos de su obra poética, sobre todo el Salinas de Razón de Amor,[6] precisamente en el tratamiento del tema amoroso; mas si la limitación de espacio de este artículo no nos lo impidiera, respecto a estas y otras semejanzas e influencias (no sería sino muy conveniente atender también a los influjos de la poesía clásica española con Garcilaso de la Vega a la cabeza), razonaría, seguro de mis convicciones (no instituidas al azar sino en virtud de atentas observaciones y contrastadas advertencias con algún otro lector avisado de la obra poética de Elena Martín Vivaldi), un posicionamiento muy diferente, acaso radicalmente distinto y distante de aquellas atribuciones que, más aparecen como condicionantes en la obra de nuestra admirada Elena, que como lo que realmente son: discretas inducciones, simples influjos, alicientes recatados o estímulos amables que habrían de hacer su servicio de acicate e incentivo para la elaboración de este o aquel poema.
Consideramos que no sería ocurrencia inoportuna en este instante incidir, un momento al menos, en un aspecto de la anunciada originalidad de nuestra poeta; acaso en el tratamiento de uno de los temas que se diría reconocido como más impregnado de influjos varios, y que pasaría a ser de los más fascinantes y representativos de los tratados por nuestra autora: La naturaleza. Decía al respecto en otra ocasión : La tristeza, quiere investirse de una realidad vegetal con capacidades propias del alma humana, y para ello rodea su poesía del aura trascendente que ampara una visión neoplatónica del mundo; pamsiquismo que, por otra parte, desde Giordano Bruno había de impregnar la mónada leibziana, y fluir en la voluntad metafísica de Schopennauer, y otras formas de idealismo o espiritualismo aplicadas a la naturaleza y que aquí brotan con renovado ánimo[7]; más aún, diríamos que se ofrecen en su natural espontaneidad de forma sublime para en sus versos ser, manifestándose a través de la más excelsa elevación de la expresión poética. Y es que, a juicio de Elena Martín Vivaldi la inspiración del verso no es sino una larga y dolorosa espera,[8] mas aquella disposición inspiradora, no obstante, estará siempre atenta a la palabra[9] que la poeta, imbuida, inmersa, arrobada, anhela siempre contemplando el paisaje, la luz, el árbol, la vida más allá de un sentimiento hedonista.[10]
Finalmente, en esta sección expositiva, puntualizaremos respecto a la potencial inclusión de Elena Martín Vivaldi en esta o aquella corriente literaria, refiriéndonos a que ella misma no acababa de sentirse en modo alguno integrada y, muchos menos cómoda, en ninguna de las que tuvo a bien contemplar desde muy cerca en casi todos los casos; será ante todo porque se siente gozosa partícipe en la adicción a sus versos[11] con la que los más jóvenes gustaban de halagarla; así, también, gracias al raro privilegio[12] de la amistad (que tanto valoraba Elena) y sobre el cual ella habría de edificar un insustituible basamento fundamental, sobre el que mostrar de manera incontestable el vuelo propio de una poesía personal e inconfundible.
Francisco Acuyo
[1] Martín Vivaldi, E.: La Música Callada: poema recogido en el libro Distinta Noche. Colección Literaria Extramuros. Granada, 1999.
[2] La poeta (como a ella le gustaba que la llamasen) Elena Martín Vivaldi, nace en la ciudad de Granada en 1907. También en Granada habría de cursar con toda normalidad sus estudios de Bachillerato y, posteriormente, en ella también habría de estudiar con éxito la disciplina universitaria de Filosofía y Letras (por cierto, siendo una de las primeras mujeres en acudir a las aulas de dicha Facultad y de la Universidad de Granada). Una vez terminada la Licenciatura en la especialidad, gana, poco más tarde, oposiciones de Archivos y Bibliotecas. Estuvo, en primera instancia, destinada en Sevilla para, unos años más tarde, volver a su ciudad natal y ocupar una plaza de bibliotecaria, concretamente en la Biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada y en la de Farmacia. Aunque comenzara a escribir no tempranamente (de hecho lo hizo a partir de fijada su situación laboral en Granada, acaso teniendo cumplidos los cuarenta años) fue su vocación, aunque tardía, verdadera y, a ella, se dedicó de manera intensa y no interrumpida prácticamente hasta que le sobrevino la muerte, en 1998, en la misma ciudad que la vio nacer. Durante este tiempo hubo de mostrar una pródiga o, mejor, generosa dedicación a la poesía, la cual habría de manifestarse en una labor tan sincera como auténtica, además denotándose portadora de una condición lo suficientemente elevada (no en vano marca con su influencia a no pocos poetas de calidad, incondicionales, no sólo afines, a su amistad y poesía) que, a nuestro juicio, habría de marcar con su impecable trayectoria poética, un singular hito en la literatura española del siglo XX.
[3] La relación de títulos es, desde luego, más que significativa. Será con ellos, durante el largo período que dedicó en su vida a la creación poemática, con los que reseñará (con excelente predicamento por otra parte) aquella trayectoria que la prestigiará sobradamente como uno de los nombres imprescindibles de la poesía española contemporánea: así tanto por la manifestación de una finísima sensibilidad como por la profunda expresión de una voz declaradamente inconfundible. Hemos confeccionado para la ocasión una escueta pero rigurosa nómina de títulos que componen la totalidad de su obra poética. La sucesión de los mismos se expresa en estas notas de forma cronológica y siguiendo las últimas relaciones bibliográficas llevadas a cabo por los estudios de su obra, fundamentalmente, tesis, cuya relación bibliográfica señalamos más adelante. En este orden se encuentran: Primeros Poemas (1942-1944), Escalera de luna (1943-1945), Diario incompleto de abril (1947), El alma desvelada (l942-1953), Cumplida Soledad (1954-1958), Arco en desenlace (1953-1963), «Materia de esperanza» (1958-1966), Durante este tiempo (1964-1972), Nocturnos (1974-1981), Era su nombre (1974-1981), hasta Tiempo a la orilla, que recogería en su momento (1985) toda su obra publicada, así como un buen número de poemas inéditos hasta la fecha . Aparece en 1997 (en Hiperión) , Las ventanas iluminadas, recopilación (con desigual suerte) de sus poemas más significativos. Póstumamente (aunque el libro comenzó a gestionarse antes de su muerte) se publicó, gracias al esfuerzo de su incondicional admirador y amigo José Espada (a la postre, fundador y director de la Revista Literaria Extramuros) Distinta noche (1999), edición que intentó reunir buena parte de los poemas dispersos en catálogos o exiguas ediciones de tiradas muy cortas, así como la compilación de algún inédito hasta la fecha.
[4] Véase, no obstante, por su interés la edición (que será de necesaria referencia) de su Poesía Completa, patrocinada por la Universidad de Granada y que anteriormente reseñamos (véase la nota anterior) y el interesante (y sentido) prólogo de Enrique Molina Campos para dicha edición que titularía Elena Martín Vivaldi y su obra poética. También debería consultarse Las Hojas Amarillas: Introducción a la poesía de Elena Martín Vivaldi de José Martínez Gómez, sobre todo porque adjunta a su estudio (Tesis doctoral sobre nuestra autora) una excepcional compilación bibliográfica (la primera que se lleva a cabo seriamente), y que fue editado en primera edición en la Colección Jizo de Literatura (Granada, 2001), y más recientemente, en segunda edición por el Ayuntamiento de Granada, (2008). Así, también, el número doble (9-10) de Extramuros que dedica un suplemento especial con motivo de su desaparición (Granada, 1998); o La palabra desvelada de Elena Martín Vivaldi: 1945-1953, de Eva Morón, (Universidad de Granada, 2002); también publicada como tesis doctoral; y por supuesto la espléndida edición de su Poesía completa, por la Fundación Jorge Guillén de Valladolid, bajo la supervisión de José Fernández Dougnac; y aunque pueda resultar manifestación de poca modestia, algunos estudios sobre la autora, de mi propia y humilde cosecha, recogidos en Fisiología de un espejismo (Granada, 2010), entre otras publicaciones de interés de aparición reciente.
[5] De la correspondencia referida anteriormente entre Jorge Guillén y Elena Martín Vivaldi se publicaron por vez primera dos cartas en el número doble (2-3) de la Revista Jizo de Humanidades (Granada, 2004).
[3] La relación de títulos es, desde luego, más que significativa. Será con ellos, durante el largo período que dedicó en su vida a la creación poemática, con los que reseñará (con excelente predicamento por otra parte) aquella trayectoria que la prestigiará sobradamente como uno de los nombres imprescindibles de la poesía española contemporánea: así tanto por la manifestación de una finísima sensibilidad como por la profunda expresión de una voz declaradamente inconfundible. Hemos confeccionado para la ocasión una escueta pero rigurosa nómina de títulos que componen la totalidad de su obra poética. La sucesión de los mismos se expresa en estas notas de forma cronológica y siguiendo las últimas relaciones bibliográficas llevadas a cabo por los estudios de su obra, fundamentalmente, tesis, cuya relación bibliográfica señalamos más adelante. En este orden se encuentran: Primeros Poemas (1942-1944), Escalera de luna (1943-1945), Diario incompleto de abril (1947), El alma desvelada (l942-1953), Cumplida Soledad (1954-1958), Arco en desenlace (1953-1963), «Materia de esperanza» (1958-1966), Durante este tiempo (1964-1972), Nocturnos (1974-1981), Era su nombre (1974-1981), hasta Tiempo a la orilla, que recogería en su momento (1985) toda su obra publicada, así como un buen número de poemas inéditos hasta la fecha . Aparece en 1997 (en Hiperión) , Las ventanas iluminadas, recopilación (con desigual suerte) de sus poemas más significativos. Póstumamente (aunque el libro comenzó a gestionarse antes de su muerte) se publicó, gracias al esfuerzo de su incondicional admirador y amigo José Espada (a la postre, fundador y director de la Revista Literaria Extramuros) Distinta noche (1999), edición que intentó reunir buena parte de los poemas dispersos en catálogos o exiguas ediciones de tiradas muy cortas, así como la compilación de algún inédito hasta la fecha.
[4] Véase, no obstante, por su interés la edición (que será de necesaria referencia) de su Poesía Completa, patrocinada por la Universidad de Granada y que anteriormente reseñamos (véase la nota anterior) y el interesante (y sentido) prólogo de Enrique Molina Campos para dicha edición que titularía Elena Martín Vivaldi y su obra poética. También debería consultarse Las Hojas Amarillas: Introducción a la poesía de Elena Martín Vivaldi de José Martínez Gómez, sobre todo porque adjunta a su estudio (Tesis doctoral sobre nuestra autora) una excepcional compilación bibliográfica (la primera que se lleva a cabo seriamente), y que fue editado en primera edición en la Colección Jizo de Literatura (Granada, 2001), y más recientemente, en segunda edición por el Ayuntamiento de Granada, (2008). Así, también, el número doble (9-10) de Extramuros que dedica un suplemento especial con motivo de su desaparición (Granada, 1998); o La palabra desvelada de Elena Martín Vivaldi: 1945-1953, de Eva Morón, (Universidad de Granada, 2002); también publicada como tesis doctoral; y por supuesto la espléndida edición de su Poesía completa, por la Fundación Jorge Guillén de Valladolid, bajo la supervisión de José Fernández Dougnac; y aunque pueda resultar manifestación de poca modestia, algunos estudios sobre la autora, de mi propia y humilde cosecha, recogidos en Fisiología de un espejismo (Granada, 2010), entre otras publicaciones de interés de aparición reciente.
[5] De la correspondencia referida anteriormente entre Jorge Guillén y Elena Martín Vivaldi se publicaron por vez primera dos cartas en el número doble (2-3) de la Revista Jizo de Humanidades (Granada, 2004).
[6] Pedro Salinas: Razón de Amor, Edición consultada: Clásicos Castalia, Madrid, 1978.
[7] Entrevista publicada en Extramuros (nº 5) Diálogos del Conocimiento, Francisco Acuyo, Granada, 1997; apenas un año antes de su muerte, acaecida en 1998.
[8] Ibídem.
[9] Martín Vivaldi, E.: Distinta Noche, Prólogo, Francisco Acuyo: El tiempo en la palabra, Colección Literaria Extramuros. Granada 1999.
[10] Ver notas 7 y 8.
[11] Ibidem