Prosiguiendo con el fascinante mundo de relaciones e imposibilidades de relación entre el número y las producciones creativas y artísticas, traemos una entrada nueva para la sección de Ciencia, titulada: Del número, la inteligencia, el arte y las etimologías.
DEL NÚMERO, LA INTELIGENCIA,
EL ARTE Y LAS ETIMOLOGÍAS
El ámbito de estudio e investigación y aplicación de las etimologías siempre me ha parecido harto fascinante. De hecho, con toda humildad, creo que, de tenerse en más en consideración, podríamos hablar con mucha más propiedad y entendimiento de aquello a lo que pretendemos referirnos. En anteriores capítulos, aludía a la necesidad de reconsiderar conceptos e ideas tales como arte e inteligencia, tan traídas y llevadas en la actualidad en ámbitos tan controvertidos como el de la la IA.
Arts, artis, es acepción latina que se refiere como propia de aquella obra o labor que contiene una muy significativa realización creativa. Ademá, la raíz indopeuropea, ar, nos advierte de artis como la acción de ajustar o colocar, no obstante, no debemos olvidar la acepción de nuestro diccionario que la identifica como techné griega, referida a una técnica, artificio o habilidad. Motivo ha sido de cierta controversia no sólo filológica la identificación de esta última acepción con el arte como producto creativo, del que la regla, la ley, el número es o puede deducirse de ella, pero no que sean el origen del arte mismo (ya lo advertíamos en la anterior entrada).
La ciencia, según cabe razonablemente deducir, es un producto de la mente, del espíritu, del intelecto… pero sí que está sujeto o es deducible de determinadas reglas o números que convenga a su método particular de indagación, siendo la técnica inferible de la ciencia, será algo que está ya predeterminado por el mismo saber o cálculo científico. En cualquier caso, parece que ha sido y son controversiales las acepciones al respecto, de lo que se ha favorecido, en cierto modo, las diferentes maneras, técnicas, cálculos, reglas, leyes, como las que sustentan la IA, para confundirse con el arte (creativo) que, tiene, además una peculiaridad esencial: puede y de hecho lo hace, romper las reglas que se deducen de sí misma confines expresivos que amparan la emoción, la emotividad, el ingenio, la capacidad de trascender su propio medio expresivo, sea plástico, lingüístico o de cualquier otra la índole.
Podíamos establecer un juicio y un desarrollo de significación similar en relación al concepto de inteligencia. La
intelligentia latina -y del
legein griego, (escoger o expresar)-,
inter (entre),
legere (escoger) el agente
nt y
ia que indica la cualidad, viene a referir como propio del que tiene inteligencia aquel que sabe escoger entre diversas opciones o alternativas varias. En cualquier caso, hoy se distinguen
múltiples maneras o manifestaciones de inteligencia, que hacen de este concepto que revista una especial complejidad significativa que, a mi humilde entender, también aprovechan las nuevas tecnologías para dar significación a su labor numérica y de cálculo de patrones y de datos (véase la IA como ejemplo más paradigmático). Esta última expresión, inteligencia, adquiere si cabe, una mayor dificultad de entendimiento y de aplicación cuando se atribuye a la misma naturaleza y su fenomenología un grado de inteligencia no menos singular. La identificación por parte de algunos pensadores y científicos de un diseño inteligente en la naturaleza, es otra muestra extraordinariamente interesante que habrá de afectar también al mismo concepto de inteligencia. No son pocos los antropólogos, biólogos, zoólogos, etólogos, botánicos y estudiosos de la naturaleza en general, que observan en los organismos vivos y en su dinamismo y complejidad la presencia de una inteligencia manifiesta, que se sucede más allá del azar y la necesidad.
La inteligencia, de hecho, hasta hace muy poco, se entiende fundamentalmente como capacidad humana que, por definición, imposibilita a cualquier otra especie o manifestación orgánica con la capacidad de dicha inteligencia. La multiplicidad, decíamos, de variedad de inteligencias (lógico matemática, lingüística, espacial, emocional, artificial…) no arregla en modo alguno la dificultad de apreciación y significación de la misma.
La vaguedad de dicho concepto ha facilitado una idea profundamente mecánica de la misma, ya que nada en la naturaleza tiene un objetivo, una significación (Jacques Monod), por lo que la acepción de artificial parece encontrar un reducto cómodo para su funcionalidad; es el triunfo de la teleología, la cual, según muchos pensadores, es humana al ciento por ciento, y cualquier intento de identificarla fuera del ser humano era tachada de vacuo antropomorfismo.
Los excesos de esta visión finalista como exclusivamente humana, ha llevado a la idea de que los animales no sienten dolor (Descartes) por ser seres netamente mecánicos. Estos y otros disparates que hoy solo causan asombro han repercutido a que la inteligencia de manera genérica (y humana) pueda ser atribuible a la máquina de cómputo.
Desarrollaremos en próximos capítulos esta difusa y confusa relación de términos y definiciones en relación a la inteligencia y el ejercicio creativo (el arte), por parecernos harto significativo y de grande interés en los tiempos que nos ha tocado en suerte vivir.
Francisco Acuyo