Finaliza con esta tercera entrega el
magnífico trabajo del profesor Tomás Moreno para la sección Microensayos del blog Ancile, en
relación al Quijote titulado El Discurso
a los cabreros o la utopía de la Edad Dorada en Don Quijote. No se pierdan
el broche con el que cierra, en verdad dorado, esta singular exposición.
EL DISCURSO A LOS CABREROS
O LA UTOPÍA DE LA EDAD DORADA
EN DON QUIJOTE (Y 3ª)
III. El Anhelo de Reforma. Restauración del pasado aúreo y la caballería
como método
Como corolario de lo anteriormente
expuesto, resulta adecuado afirmar que la verdadera restauración de ese pasado
utópico se centrará en el propio caballero, al encarnar en su misma persona, la institución de la caballería. J. A. Maravall
considera, en efecto, que lo utópico en Don Quijote no consiste ya en la
descripción de ninguna ciudad ideal, ni tampoco en la alusión a un momento
ucrónico, sino en una singular figura, la suya, portadora de unos ideales y
agente de una conducta heroica. Mas que inventar un “lugar sin lugar” (una u-topía), lo que hace es imaginar unos
ideales restauracionistas a cuya vitalización y reactualización dedicará su
heroico personaje todo su esfuerzo.
Para
nuestro hidalgo, el final de la historia no es un acontecimiento, sino una
tarea, una empresa, un ideal, que no remiten a una abstracción, sino a su
propia aventura personal. Don Quijote proclamará la verdadera palabra sobre el
mal del mundo y la forma de la redención: la historia tiene sentido, no por
ella misma, sino porque hay una fuerza motriz que la restaura y la condiciona: la orden de la caballería. El final de
la historia es el principio. De esta manera el círculo se ha cerrado. Esa
voluntad restauracionista la va a
confesar Don Quijote en repetidas ocasiones.
Los textos
en los que Don Quijote se refiere a su misión
son bien significativos, por demás que numerosísimos, pero escojamos sólo algunos de los que nos parecen más claros y pertinentes. En uno de
ellos dice:
- Sancho amigo, has de saber que yo nací por querer del
cielo, en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la del oro, o la
dorada, como suele llamarse. Yo soy aquel para quien están guardados los
peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos. Yo soy, digo otra vez,
quien ha de resucitar los de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y los Nueve
de la Fama, y el que ha de poner en olvido los Platires, los Tablantes,
Olivantes y Tirantes, los Febos y Belianises, con toda la caterva de los
famosos caballeros andantes del pasado tiempo, haciendo en este en que me hallo
tales grandezas, extrañezas y fechos de armas que escurezcan las más claras que
ellos ficieron (DQ, I, XX).
Este otro,
refleja la reacción de Don Quijote decepcionado ante la deplorable situación
social de su tiempo y su preocupación
por un futuro mejor: “Sólo me fatigo por dar a entender al mundo, dice, en el
error en que está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaban el
orden de la ancha caballería” (DQ., II, I).
El tercer texto, se encuentra también en el
pasaje en el que Don Quijote reflexiona sobre su época dialogando con el
barbero:
Pero no es merecedora la depravada edad nuestra de gozar
tanto bien como el que gozaron las edades donde los andantes caballeros tomaron
a su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa de los reinos, el amparo de
las doncellas, el socorro de los huérfanos y pupilos, el castigo de los
soberbios y el premio de los humildes (DQ, II, I).
Sin el
orden de la caballería, a la que tiene el honor de pertenecer, la historia no
tiene salida, por lo que su misión y
obligación es llevar la felicidad a la sociedad, tratando de volver a “instaurar
esa edad dorada: para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más
la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las
doncellas, amparar viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos” (DQ,
I, XI)[1].
Esta solución no brota, pues, del propio
mundo, sino del poder personalizado en el héroe, que entra en la historia para
redimirla. Su redención no
será un acto colectivo, tampoco el resultado de una estrategia social
programada, sino consecuencia de un
esfuerzo personal imbuido de un aliento mesiánico-soteriológico y utilizando
como método la orden de la caballería [2]. Desde esa orden de
caballería, don Quijote -el último y
máximo representante de la misma- intervendrá, como brazo de Dios en la tierra,
para restaurar la Edad de Oro. Todo
este ejercicio retórico tiene lógicamente un único fin, que es apropiarse del
discurso utópico general y hacer de él un supuesto de necesidad, ya no sólo de
la caballería, sino de su propia persona. Tiene, por todo ello, razón F. J. Conde cuando afirmaba : “A los
ojos de Don Quijote la historia universal es un largo camino entre una edad que
fue dichosa y otra que vendrá a serlo por la fuerza de su brazo”[3].
La utopía
caballeresco-pastoril, que Don Quijote viene postulando, con su evocación
de la sociedad agraria de la edad dorada, no es más que la ideología de la refeudalización, de la
reacción de un sector social de la España cervantina, la de los hidalgos pobres
apegados a la tradición, pero también la de un grupo de escritores que
alentaron esa utopía arcádica y regresiva -como A. de Guevara, Torquemada,
Sabuco, Mal-Lara y otros- expresada en la “alabanza de aldea” y en la
recreación del orden caballeresco más tópico y artificial, como paradigma de
supremacía moral quedando así vinculada al estamento más conservador y
tradicional.
En
toda utopía, recuerda Max Horkheimer[4] , se da siempre una crítica de lo que es, de la realidad
presente (la Edad de Hierro), y una propuesta o proyecto alternativo de lo que debería ser (la Edad de Oro, en el caso de las utopías
arcaizantes como la del hidalgo manchego). Cabe, pues, leer en clave utópica
los textos en que Don Quijote proclama y se arroga su misión salvífica
consistente en tratar de restaurar en el presente esa anhelada edad gloriosa
del pasado. Se trataría, por lo tanto, de un intento de recuperar el pasado, de
regresar o retornar a él, esto es: de una utopía
nostálgica del pasado. Y la Caballería
sería el método o el medio o
instrumento para su realización, algo posible si se tiene en cuenta -como ya
hemos tenido ocasión de señalar- que nos encontramos en el marco de una
concepción cíclica y degenerativa de la historia.
Las
utopías del progreso, deudoras de una
concepción lineal y ascendente de la historia, aún no se han hecho presentes en
el imaginario cultural occidental. Habrá que esperar hasta bien entrado el
siglo XVIII[5]
para que ello acontezca. “La edad de oro seguirá siendo un paradigma válido en el utopismo europeo,
con vistas al futuro, pero no lo era en manos de unos anquilosados restos
feudales que pretendían refugiarse en los definitivamente pasados usos del
heroísmo que podían insertarse en aquélla. Por eso, todo se convierte aquí, en
el proyecto quijotesco en una pseudo-utopía, en una pura utopía de evasión” [6], concluirá nuestro autor.
Además de J. A. Maravall o de Henri Peter Endress, que participa de
esa misma orientación hermeneútica, también Ernst Bloch, entre otros, ha criticado esta pretensión quijotesca
como peligrosa o estéril, porque una utopía restauradora es una utopía
de evasión de la realidad, y no de reconstrucción[7]
de la misma, por utilizar la distinción de Lewis
Mumford[8].
Don Quijote, se nos presenta
en ella, en efecto, como un individuo de un grupo social ya sin fuerza
realmente operante en las circunstancias de su tiempo, comprometido en una
utopía de retorno o de evasión a un pasado idealizado (la mítica Edad de Oro)[9]. Y esa
aspiración es, precisamente, la que Maravall presenta como núcleo de la utopía quijotesca.
Se percibe
claramente así en la visión utópica quijotesca las dos tendencias básicas que se
expresan en la novela y que mueven la acción del protagonista: por un lado, el ideal medieval de la caballería andante y por otro la aspiración utópica bucólico-pastoril de
carácter renacentista a restaurar la Edad de Oro. Ambas
tendencias se dan, en efecto, fundidas e integradas en la figura de Don Quijote. Si hasta ahora nos
resultaba difícil hallar la conexión entre la línea bucólico-pastoril y la línea
heroica del ideal caballeresco, ahora tenemos claro, gracias a Maravall,
que ésta se constituye como el medio, instrumento o método para alcanzar aquélla. La restauración de la sociedad feliz
originaria, el retorno a la sociedad armónica en la que la igualdad y la
justicia hagan realidad el bien común, sólo puede alcanzarse mediante la
caballería.
Por
el contrario, Cervantes es
plenamente consciente de las realidades españolas en que vive inmerso y de la
esterilidad de negarlas; conoce a
esos grupos sociales, a esos hombres, cuyo estado denuncia Martín González de Cellorigo
(y otros pocos como S. de Moncada), que parecen resignados a consolarse tomando
un camino fuera del orden natural,
que marchan con triste sentimiento a buscar refugio a extramuros de la
realidad. Durante siglo y medio, los españoles se han visto obligados a tener
que acudir compensatoriamente a vivir en
la esfera de lo irreal.
No
halla respuesta válida para los problemas de su sociedad en el mito-utopía
caballeresco-pastoril y escribe El
Quijote, precisamente, para poner de manifiesto que el patrón de esa utopía
humanista, que ha perdido su fuerza y su eficacia, puede convertirse en pura evasión a esferas de irrealidad, en un
fracaso vital para quienes insistan en seguir esa ruta. De esa manera, la
utopía de la vida primitiva agraria, que tanto juego tuviera en el siglo XVI
español y europeo, resulta invertida y se la presenta bajo la imagen de una
utopía de evasión, de una contra-utopía o pseudoutopía[10].
Cervantes intenta
mostrar, por ello, el sinsentido de una utopía
de retorno o evasión, tal como la
que pretende su héroe y protagonista,
don Quijote, pues sabe que ya nada cabe
esperar de esos grupos de individuos de la pequeña nobleza decadente -pequeños
caballeros marginados- que encuentran en ese ideal de vida caballeresco, y en
ese comportamiento vinculado a la práctica de las armas, una inútil afirmación
de superioridad moral frente a las nuevas clases en ascenso y a la nobleza
enriquecida. Denuncia así como imposibles sus pretensiones de exigir la
vigencia de unos usos sociales anquilosados. Comprende que el sueño de una
sociedad caballeresco-pastoril es un disparate en las condiciones a que se ha
llegado en el mundo real, histórico de su tiempo, presidido por el auge del
capitalismo y el afianzamiento del estado moderno.
Por todo ello,
los ideales utópicos de don Quijote, más que medievales, son, en opinión de
Maravall, premodernos, o mejor, antimodernos. Esto lo vió también, con admirable perspicacia y lucidez, Ernst
Bloch quien, en el capítulo
titulado “Imágenes desiderativas del
momento pleno”, de su famosa obra “El Principio Esperanza” , califica a nuestro
caballero como héroe desvariado, ajeno al mundo, viejo y
utópico. Soñador
incondicional e inflexible de un ideal disparatado por imposible y abstracto. Su
sueño desiderativo caballeresco lleno de
corceles y leones alados, de lagos en llamas, de islas flotantes y palacios de
cristal sobrepasa el mero anacronismo social y reviste ya un carácter “arcaico utópico” imposible y abstracto. Para concluir:
El donquijotismo es una referencia […] que pasa por alto que
los tiempos medievales han pasado también en España y precisamente en su pueblo
sano, hilarante e irónico, y por eso, por razón de su Idealismo Abstracto,
representa la caricatura de un fantasma “bene fundatum” y de su contenido
constitutivo. El contenido es de bondad, o bien la edad de oro, como dice el
mismo. Aquí, en este choque, consiste el desvarío de Don Quijote, de aquí
procede su destino cómico triste. Don Quijote es el utópico más grandioso, pero,
a la vez su caricatura; y Cervantes le ha hecho objeto de mofa en la línea
primera, más adelantada, de primer plano. Esta mofa no representa, desde luego,
la última palabra, porque Don Quijote, constituye un ejemplo de conciencia
activo-utópica demasiado emocionante […], pero sin embargo, la burla pone de
manifiesto lo que puede hacer y provoca un sueño simplemente abstracto” [11].
IV. Recapitulación
Así, visto lo expuesto, y más allá de las
múltiples y heterogéneas interpretaciones políticas y utópicas[12] que se han
dado del la obra de Cervantes -bien de carácter simbólico-alegórico, liberal o
democrático, bien de índole revolucionaria, libertaria, socialista-utópica o
comunista- e inspiradas ya en el idealismo abstracto, ya en el materialismo
histórico, y en las que se ha llegado a identificar ingenua o acríticamente la
visón utópica del protagonista (Don Quijote) con la de su autor (Cervantes)[13], la
hermeneútica seguida por de Maravall en su libro, aporta una serie de argumentos
y datos que demuestran que la obra cervantina, más que una expresión del anhelo
utópico de su personaje, es fundamentalmente una cruda sátira de la utopía
política regresiva por él encarnada.
En
efecto, si tuvieramos que recapitular la tesis fundamental de J. A. Maravall[14]
tendríamos que afirmar que “Don Quijote de la Mancha”, fue fundamentalmente una
sátira o parodia crítica y cómico-burlesca tanto de las novelas caballerescas
como de los relatos pastoriles, en que se encarnaba el “espíritu de la utopía” arcaizante de su tiempo: el alegato más
corrosivo y radical contra las utopías idealistas-abstractas que nunca se haya
escrito.
La
esencia de esta interpetación crítica de Maravall cabría resumirla, como
acertadamente ha sintetizado José Antonio López Calle[15], de la
siguiente manera: El Quijote es el
resultado de un doble plano de construcción: un plano de construcción utópica (la de Don Quijote, personaje) y un plano de construcción contrautópica (la
de Cervantes, autor de la paródica novela). A su vez, el primer plano comprendería dos partes: la primera, es la de la utopía quijotesca restaurativa de la edad
dorada, que es la principal, ya que ella contiene los fundamentos del
pensamiento utópico quijotesco (episodio del Discurso a los cabreros); y la
segunda, la utopía del buen sentido o
de la razón natural, encarnada por
el episodio del gobierno de Sancho en la
ínsula Barataria, que es la parte secundaria y subordinada a la primera, pues
justo la empresa de restauración de la edad dorada es la que hace posible el
paso a la utopía de Sancho[16].
Por
último, el plano de la contrautopía
consistiría en el tratamiento irónico, burlesco, de todo este contenido utópico
que Cervantes habría puesto de manifiesto a través de la ridiculización y
fracaso de las empresas quijotescas en el resto de la novela. El Quijote está construido de tal manera que “después de levantarse ante el
lector las líneas de una utopía, se le da la vuelta al conjunto para poner de
relieve la ineficacia, la imposibilidad de la misma”[17].
Ciertamente
que J. A. Maravall llegó a estas tesis y conclusiones tras una rectificación
notable de su primera obra “El Humanismo de las Armas” de 1948, en donde
aproximaba de tal modo el pensamiento político de don Quijote al del propio
Cervantes, que daba a entender que el escritor compartía la “visión utopista”
de su criatura literaria y que era utopista
al par que el caballero andante de la Mancha (tal como en aquel momento
sostuvieron tanto M. Bataillon como Menéndez Pidal en el prólogo al ensayo aludido)[18].
En
su nueva versión -de casi treinta años después- tuvo el valor de rectificar la
tesis inicial reconociendo que en la primera redacción de este presente libro
tendió demasiado a aproximar la línea de la mentalidad quijotesca al propio
pensamiento del autor. Ahora, por el contrario piensa “que no solamente hay que
distinguir ambas cosas, sino que hay que
acentuar la distancia entre ellas”[19].
Y continúa diciendo: Quijote no es propiamente una utopía, sino que ésta se halla
desarrollada a lo largo del relato, para descrédito de los que a ella se
aferraban. De esta manera, El Quijote,
[…] representa un enérgico antídoto
contra el utopismo difuso y adormecedor de nuestro siglo XVI” [20].
“Creo advertir ahora que el
Contra
ese utopismo presentó Cervantes su obra como una contrautopía, escrita a fin de oponerse a la falsificación de utopía que representaba el propio don Quijote. De
esta manera, llegará a afirmar, en esta nueva redacción, que Cervantes escribe
su obra para levantar una cortapisa a la amenazadora difusión de un tipo de
pensamiento que había perdido la energía reformadora que le era propia,
viniendo a quedar como un refugio de escape hacia el que tendía todo un sector
de la sociedad española, al que ya hemos aludido.
Cervantes
construye, así, en perfecta articulación las dos caras caballeresca y pastoril
de la utopía, pero para darles la vuelta al reflejarlas en el espejo de la
ironía, la sátira o la parodia, porque a finales del XVI un impulso utópico asi
ya no podía encontrar apoyo en la realidad española. Y es que él conocía
bien la penosa situación de crisis y desmoralización a la que se había llegado
en la sociedad española de su época, tras la reciente y fracasada experiencia
histórica de la colonización americana[21].
Pues
bien, todo ello, concluirá Maravall, lo va a recoger y sistematizar nuestro
autor en El Quijote, “pero poniendo un final a cada episodio que nos haga
comprender el fracaso a que van los utopistas que en el XVI han pululado en el
mundo español, y que en las Indias o en la Península han soñado, fuera de
toda medida razonable, con el mito de la Edad dorada”[22].
Para terminar afirmando:
Muchos
españoles, entre ellos Cervantes, se dieron cuenta, razonablemente, de que en
medio de la crisis que se sufría era absurdo levantar la imagen utópica de una
sociedad que se juzgaba idealmente como tradicional, frente a la incuestionable
sociedad moderna, que se imponía por todos los lados, cuya incomprensión
llevaba al país y a sus grupos dominantes a fracasos de cada vez más difícil
reparación […]. Desde ese estado de ánimo se escribe el Quijote, y si lo vemos como revelación del contraste entre utopía
humanista y aceptación del mundo moderno, buscando las posibilidades que éste
tiene de corregirse, entonces el Quijote adquirirá un sentido transparente y
total[23].
Tomás Moreno
[1] En tiempo de Cervantes, los memoriales de las Cortes enviadas al monarca describían una
realidad social precaria y sufriente. El P. Mariana llamaba la atención, por
aquellos años, del aumento de los pobres. En su obra Del rey y la institución real (Toledo, 1599), III, 8, decía que: “Es
propio de la piedad y la justicia aliviar la miseria de los pobres y los
débiles, alimentar a los huérfanos, socorrer a los que necesitan socorro”, en Obras completas del P. Mariana, BAE 31,
vol. 2, Madrid, 1872.
[2] J. A. Maravall, “El Libro de caballería como método utópico”. Cuaderno del Centro Nacional de
Estudios Políticos, Madrid, Noviembre - Diciembre, 1955 pp. 71-84; y en “Utopía y Contrautopía en El Quijote”, op. cit., p. 248.
[3] F. J. Conde: “La utopía de la Ínsula Barataria”,
Escorial, nº 7, Mayo, 1941.
[4] Max Horkheimer: cap. “La Utopía” en
“Historia, metafísica y escepticismo”, Alianza Editorial, Madrid, 1982, pp.
83-99.
[5] La primera utopía que se proyecta al futuro es “L’an
2440”, de Louis Sebastian Mercier, publicada en 1772.Y ya en el XIX
Saint-Simon, el socialista utópico, escribirá en Le Producteur: “La edad de oro
que una ciega tradición ha emplazado en el pasado, se encuentra ante nosotros”
[6] J. A. Maravall, “Utopía y contrautopía en El Quijote”, op. cit., p. 160.
[7] En pocos sitios, como en la sociedad castellana a fine
del siglo XVI, se da el paso del tipo de las llamadas “utopías de
reconstrucción” a las “utopías de evasión”, según la terminología de L.
Mumford. Lo que en las primeras hay de enérgica voluntad de transformación y de
construcción de una nueva sociedad (pensemos en Alfonso de Valdés, L. Vives,
Las Casas, Zumárraga, Vasco de Quiroga), se deteriora ante circunstancias
adversas que la reprimen y encuentra su escape en los sueños de evasión, tejidos,
eso sí, con elementos utópicos (Ibid p. 29).
[8] “The Story of
Utopias. Ideal Commonwealths and Social Myths”, Londres, 1923.
[9] J. A. Maravall, “Utopía y contrautopía en El Quijote”, op. cit., p. 142.
[10] Cfr. J. A. Maravall, “Utopía y contrautopía en El Quijote”, op. cit., pp. 29-30.
[11] Ernst Bloch, “El Principio Esperanza”, vol. 3º,
Aguilar, Madrid, 1980, pp.135-136.
[12] Para las distintas interpretaciones políticas,
sociales, utópicas del Quijote, véanse al respecto: José Montero Reguera, “El Quijote y la crítica contemporánea”,
Centro de Estudios Cervantinos, Madrid, 1997; Germán Arciniegas, “Don Quijote,
demócrata de izquierda”, en Revista de Occidente, nº 142, Madrid, 1975;
Mariarosa Scaramuzza, “Luces de utopía en el Quijote”, Cahiers d’Études
Romanes, XIV (1989), pp. 93-112; Stelio-Cro, “La utopía de un Mundo Nuevo en Cervantes”, Anthropos 98-99
(1989) pp. 63-66; F. López Estrada, “Tomás Moro y España: sus relaciones hasta
el siglo XVIII”, Universidad Complutense, Madrid, 1980; Carlos París, “Fantasía
y razón moderna. Don Quijote, Odiseo y Fausto”, Alianza editorial, Madrid 2001;
Adolfo Sánchez Vázquez, “La utopía de Don Quijote”, en “Entre la realidad y la
utopía”, F. C. E., México, 2000, pp. 259-272; Lúdovik Osterc, “El pensamiento social y político del Quijote”,
México D. F., 1975.
[13] En el caso de la interpretación de Adolfo
Sánchez Vázquez, por ejemplo, se identifica el proyecto utópico quijotesco con
el de Cervantes, pero con su habitual maestría el gran filósofo mexicano
responde magistralmente a la pregunta de por qué fracasa la utopía quijotesca a
la que responde con acierto que: 1. Don Quijote fracasa al invertir la relación
entre lo ideal y lo real, y al volverse de espaldas a los cambios de la
realidad que pretende transformar (baste recordar las aventuras en que toma la
venta por castillo o los molinos de viento por gigantes: así no se puede
transformar lo real). 2. Don Quijote fracasa porque su fidelidad absoluta a los
principios, le impide adecuar sus actos a los cambios en la realidad y hacerse
cargo de sus consecuencias. 3. Don Quijote fracasa también por la inadecuación
entre los ambiciosos fines que se propone realizar y los medios raquíticos de
que dispone para ello: el escuálido rocín que monta y una olvidada lanza como
arma. 4. Fracasa asimismo porque las condiciones sociales, las instituciones de
la época y la ideología absolutista y la católica de la Contrarreforma
dominante hacen imposible el humanismo, de raíz erasmista, que encarna Don Qu i
j o t e . Y, 5. fracasa finalmente porque el esfuerzo quijotesco, dado su
carácter solitario, individual, sin la solidaridad y actividad colectiva
necesarias, está condenado a la impotencia. La realización del bien en la
tierra no es una empresa individual, sino colectiva, social.
[14] J. A. Maravall, “Utopía y contrautopía en El Quijote”,
op. cit., p. 172.
[15] José Antonio López Calle, “El Quijote, sátira de una utopía política”, El Catoblepas. Revista
crítica del pensamiento, nº 82, Oviedo, diciembre, 2008, pp. 9-20.
[16] La utopía del buen gobierno de Sancho en su
ínsula Barataria será objeto de otra reflexión en curso de preparación.
[18] Allí, M. Bataillon advertía que la exposición de
Maravall integraba dos planos de utopía: la utopía quijotesca del viejo ideal
de caballería contra el estado moderno con sus ejércitos disciplinados y sus
armas de fuego, y la utopía del buen
sentido en el poder, encarnada por Sancho Panza como gobernador de la ínsula
Barataria, si bien añadía que tal vez era ésta una fórmula demasiado simplista
par resumir su obra “El humanismo de las armas en don Quijote”.
[19] J. A. Maravall, op. cit. p. 15, (el énfasis es mío). En
este sentido confiesa: “No es infrecuente el caso de un escritor que comienza
concibiendo su libro con un sentido determinado, y a medida que avanza su tarea
va adquiriendo aquél una significación propia que acaba imponiéndose a la que
su autor anticipó proyectivamente al empezar” (“Utopía y contrautopía en El Quijote”, op. cit., p. 15).
[20] Ibíd, p. 11 (énfasis mío).
[21] El historiador francés Pierre Vilar, se ha ocupado del
tema en un importante artículo (“El tiempo del Quijote” en Crecimiento y desarrollo, Crítica, 2001) en el que nos ofrece una interpretación social
de la novela basada en una guía metodológica científica, la materialista
histórica, y en una fuente de información fiable, el célebre Memorial del
economista o arbitrista Martín González de Cellórigo (Memorial de la
política necesaria y útil restauración de la república en España, de 1600). De la primera se va a
derivar un cuadro de España en crisis en los terrenos económico, social,
político e ideológico; del segundo, que es un vivo documento de la decadencia
española, extraerá su autor un excepcional testimonio de la aguda crisis de la
sociedad española de la época en todos los órdenes citados. Cervantes en su
magna novela sería el mejor intérprete del declive de la sociedad española,
pues captó en ella como ninguno en su tiempo «el naufragio de un mundo y de sus
valores» y reflejó el contraste tragicómico entre las superestructuras míticas
y la realidad de una sociedad en «declive», gastada por la historia y que había
llevado a la nación al punto más extremo de sus contradicciones económicas,
sociales, políticas e ideológicas (Cfr. José Antonio López Calle, Ludovico Osterc y el Quijote, como crítica de las clases dominantes,
El Catoblepas, nº 87, p. 9).
[22] J. A. Maravall, “Utopía y contrautopía en
El Quijote”, op. cit., p. 21 (énfasis
mío). Según Maravall el siglo XVI trajo consigo una carga utópica muy fuerte y
presentó en España, como en toda Europa, casos de profetismo, de milenarismo,
de aspiraciones escatológicas, etc.; contuvo asimismo un repertorio de
programas de utopía que trataban de realizarse en unas circunstancias históricas
dadas. Pero fue, ante todo, el factor del descubrimiento y colonización del
continente americano, lo que abrió las puertas hacia los caminos de utopía,
entre ciertos grupos de la sociedad castellana. En el segundo cuarto del siglo
XVI no había otros grupos en Europa que se viesen más fuertemente arrastrados
hacia tales empresas (tal vez por eso, más que escribirse en el papel se
pretendió levantarlas en la realidad, de México al Paraguay) (Ibíd., cfr. pp.
27-28).