Con motivo de la demanda de un amigo,* dejé inscrita una breve semblanza sobre una temática, a mi juicio, de grande interés sobre las potenciales relaciones entre dos conceptos de inmensa complejidad y profundo calado como es el de Dios y la poesía. En esta entrada queda recogida como apresurado apunte para quien pudiere interesar, y que no descarta, si la ocasión se presenta propicia, alargarse o reescribirse si lo estimase conveniente.
*Antonio Praena (poeta y a la sazón -en aquellos momentos- profesor en la Universidad de Valencia)
BREVE APUNTE SOBRE DIOS Y LA POESÍA
Mi muy estimado amigo:
Atendiendo a tu amable demanda respecto sobre la exposición de algunas consideraciones sobre cuestión tan fascinante (y sin duda no lo rigurosamente atendida como debiera en estos párrafos), cual extraordinariamente compleja, y sobre la que me pides alguna implicación: nada menos sobre las presuntamente deducibles relaciones entre Dios y la poesía. Cabe decir, con la necesaria generalidad que somete escribir a vuela pluma (y con prisa) cuestión, como te digo, tan necesaria de cautela, rigor y dedicación, que sólo puedo ofrecerte un apresurado desfile de nociones, ideas y nombres -de poetas- que, en este momento, después de encontrar coyuntura para dedicar un poco de tiempo a esta petición tuya y de decantar algunas ideas con más celeridad que paciencia y rigor, estimo, digo, resueltamente llena de curiosidad tu propuesta, y para cualquiera que se precie interesado en uno (Dios) u otro (la poesía) asunto –o a ambos, decíamos, si a la potencial relación entre Dios y la poesía fuese, como así me lo parece, más que posible. Así pues, y ya en principio te pido disculpas por la inevitable falencia de esta apresurada exposición que en tan apretados y presurosos párrafos te envío.
Te adelantaba que en nuestra poesía (la escrita en lengua española) no sería nada difícil encontrar poetas de reconocida y universal nombradía que vertebrasen su obra poética en la temática -y razón de ser- divina, dígase San Juan de la Cruz, Teresa de Ávila o el mismo Fray Luis de León, regentes todos del momento áureo de nuestra poesía de los siglos XVI y XVII, deudos unos, los dos primeros, de la tradición mística española –y desde luego también universal- y de aquella otra, cuyos rasgos descritos –acaso siempre discutidos y discutibles por los estudios hispánicos-, que la entroncaban con la vena de un singular ascetismo; aludo en este punto, claro está, al último de los tres referidos. Hasta aquí nada nuevo en lo que te estoy reseñando. Tampoco diré nada flamante y desconocido al advertir que esta vena a lo divino de nuestra poesía (tan bien y hermosamente entendida anteriormente por Gonzalo de Berceo), habría de calar hondo en prácticamente toda nuestra tradición literaria y, sobre todo, poética, encontrando poemas inspirados al respecto antes, durante y después de los genios del Siglo de Oro: así Herrera, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, Calderón (o Sor Juana Inés de la Cruz, en las Américas)… en quienes de seguro encontraremos alguna referencia más o menos importante en relación a este ámbito, a mi juicio, insisto, de tan grande relevancia. Pero no hemos de obviar que en la modernidad poetas de la talla de Miguel de Unamuno o Juan Ramón Jiménez; habrían de dedicar nada menos que todo un libro (de poemas) al respecto: El Cristo de Velázquez, el primero, Dios deseado y deseante, el segundo, con los que habrían de descollar extraordinariamente ofreciendo una poesía de singular calidad y referencia. Sendos y muy interesantes estudios se han llevado a cabo sobre la poesía y Dios en César Vallejo, de cuya complejidad puede el interesado hacer relación y acopio indagando en su obra para deleitosa información.
Si con palabras de Paul Ricoeur: El Lenguaje poético cambia nuestro modo de habitar el mundo […] y de la poesía recibimos un nuevo modo de estar en el mismo, de orientarnos en este [...]; podemos deducir que las relaciones entre Dios y poesía pueden ser y son de naturaleza harto singular y dignas de una observación mucho más entretenida y rigurosa de la que yo, con tanta premura como limitación, paso a ofrecerte.
Con toda modestia, incluso en mi humilde (y contemporánea) producción poética –véase en libro inédito: El jardín de los espíritus- he tratado algo más que el tópico de una temática llevada al fin para la consecución de un producto literario, hablo de una necesidad interior en muchos casos inefable y cuya factura, con mayor o menor éxito conseguida, además ahonda en la naturaleza misma de cualquier proceso creativo, y es que la poesía, la poiesis (como creación) encuentra su fundamento en la nada (¿divina?) generatriz capaz de crear aquello que compartimos como ser y devenir en el mundo.
De todo esto pueden dar buena cuenta poetas de habla inglesa, de los que puedo destacar (subjetivamente, pues, hablo de mis gustos) a William Blake (del que se puede encontrar abundante bibliografía) o John Donne, cuyos sonetos religiosos, para mi gusto, son de lo más excelso de su ya insigne producción poética. Qué decir de la enorme significación de Dante (en el italiano idioma), en principio sólo en virtud de su Divina Comedia, o, de nuevo, dando ahora otro salto a la modernidad, en el gran Santayana (y su Lucifer), y no digamos de su fundamental estudio intitulado Interpretaciones de poesía y religión. La fonction fabulatrice es donde se asienta (como ya adelantaba Nietzsche y Bergson) la capacidad de infinito del hombre. Se me vienen a la memoria en este instante los poemas Revuelta del Islam y el Endymion, de Shelley y Keats, respectivamente, cuya cualidad de estilo responde más a una cuestión de espíritu que a un ejercicio de depuración meramente verbal.
Que la poesía sea en no pocas ocasiones una chispa de lo divino y una incitación a la vida religiosa, que decía precisamente Santayana, es de seguro testimonio buena parte de los nombres (autores) y poemas de los que con tanto desorden como premura te he enunciado (seguramente relegando a injusto olvido a muchos otros). Si la belleza (o la poesía) es verdad, y la verdad es belleza (en la poesía), se anuncia el poema como un más allá del ejercicio literario al uso.
Las intuiciones mediante las que la ciencia quiere dar cuenta de la realidad última se manifiestan, a mi humilde entender, en la actualidad, de forma más evidente fuera del propio dominio de la ciencia; hay quien proclama, sino el fin, sí los manifiestos límites de la ciencia en virtud no sólo de las lindes de su fundamento metodológico, así vemos que gracias a los recursos (retóricos) propios de la poesía (véase por ejemplo la metáfora, la sinestesia, el símbolo, la analogía…) manifiestan los científicos un discurso muy diferente y no sólo para elaborar una alocución comprensible al profano, también para buscar en muchas ocasiones un relato que exceda los límites del método y la expresión científica; así, de manera cada vez más habitual viene al pelo el recurso de inspiración poética, el cual, a su vez, (te recuerdo la célebre metáfora de la gran explosión para referirse al origen del universo –Big Bang-) encuentra franca analogía con el entendimiento místico del mundo, y en cuya revelación adquiere sentido la existencia humana y, desde luego, porque ofrece un canal genuino para poder hablar de aquella realidad -inicial y última- del todo inexpresable.
Hablar, pues, de Dios y de la poesía es volver a Homero, cuyos himnos y poemas son la muestra clara y palpable del núcleo básico -no tanto del mito como- de la religión; es recordar la visión platónica del amor de Dante o de Guido Cavalcanti, cuya pasión y fervor cabe considerarse a un tiempo caballeresca y religiosa, debiendo, por inevitable vínculo identificativo, señalar este fecundo ámbito de inspiración en el mismísimo Garcilaso de la Vega; los símbolos que manejan son extraordinariamente peculiares, y lo son porque pretenden expresar el bien supremo todavía inalcanzado y que se vislumbra en el amor (o en Dios mismo). Desde luego tampoco puedo dejar de entrever en el genial, racional y humanísimo Shakespeare la pasión transmutada en la disciplina de sus sonetos, que no por eso dejan de ser altamente espirituales; y por seguir con este caótico desencuentro, desafecto a cualquier cronología y disciplina espacio temporal literaria, no puedo dejar de rememorar a mi siempre presente y muy querido Walt Whitman, cuya especial, genuina y profunda inspiración da nombre con carácter primitivo (prístino) a las cosas en el escenario cósmico y sublime de su poesía; y por esbozar siquiera algún orden, en lengua inglesa citar también a Emerson o Browning, cuyo signo poético marcará ineludiblemente el estigma de lo trascendente en la poesía.
Habida cuenta de lo atropellado de esta exposición me gustaría cerrarla con al menos un cierto grado de armonía -y de razonable prestancia- en su declaración, por lo que añadiría en este texto desordenado, la noción del ya mencionado George Santayana en relación a la poesía y al espíritu, si estos son vehículo de singular parentesco con la divinidad misma, y es que el poeta: En lugar de estudiar en la experiencia sus elementos calculables, estudia sus valores morales, su belleza, las posibilidades que ofrece para el alma; y el cosmos que construye es por tanto un teatro ideal para el espíritu, en donde su drama potencial más noble es representado y su destino resuelto.
Perfectamente consciente de las limitaciones de este bosquejo sobre asunto tan vasto como complejo (y sin duda dueño de toda saber y erudición que pueda imaginarse), está aquí, si apenas señalado, siendo tan minúscula y humilde esta iniciativa mía para indagar en tan inmarcesible dominio; así no puedo más que señalar mi sincera imposibilidad de hablarte con más extensión de todo ello con tan poco tiempo y espacio como el que me propones, siendo este el parvo y torpe resultado que puedo ofrecerte; no obstante, espero que cuando menos te sirvan estos presurosos (casi fugaces) y torpes párrafos para algún entretenimiento, según es de humilde mi visión y entendimiento sobre Dios y la poesía.
Recibe un fuerte abrazo de tu amigo:
Francisco Acuyo