Nos complace compartir con nuestros lectores de Ancile la primicia editorial de Mirto Academia (editada por la Academia de Buenas Letras de Granada), en su número 84, Antes de la renuncia (Antologia poética 1976-1980), de José Gutiérrez, con prólogo del crítico y también académico, José Ignacio Fernández Dougnac. Publicación que recomendamos vivamente a los amantes de la buena y verdadera poesía, así como a los enamorados de las ediciones pulcras y bien cuidadas como las que nos acostumbras Mirto Academia. Introducimos el post con una breve reseña biobibliográfica del autor, un par de fragmentos esclarecedores del prólogo y algunos poemas de la antología, todo ello para que sirvan de aperitivo a la totalidad de la edición a la que invitamos a adquirir y para conocer, a quien no haya tenido ocasión de tener entre las manos este producto editorial exquisito, estas publicaciones tan primorosamente publicadas.
Apuntamos este enlace para acceder a todas las publicaciones de Mirto Academia.
NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA
José Gutiérrez, Académico de Buenas Letras de Granada.
Nació en Nigüelas (Granada) en 1955. Es autor de los libros de poemas Ofrenda
en la memoria (1976), El cerco de la luz (1978), Espejo y laberinto (1978), La
armadura de sal (1980), De la renuncia (1989, 2.ª ed. 2010; existe edición bilingüe en Francia: Du
renoncement, 2010), La tempestad serena (2006), y las antologías Poemas
1976-1996 (1997) e Islas de claridad (Ed. Renacimiento, 2015; con Prólogo de
Antonio Muñoz Molina). Ha sido incluido en algunas de las antologías más
representativas de la poesía española
contemporánea: Las voces y los ecos (Júcar, 1980), Florilegium. Poesía última
española (Espasa-Calpe, Colección Austral, 1982), Postnovísimos (Visor, 1986),
Poesía española reciente –1980-2000–
(Cátedra, 2001), y sus poemas han sido traducidos al griego, al italiano y al
francés. Ha codirigido las colecciones «Silene» y «Ánade» de poesía. En el terreno
ensayístico es autor de los libros Manual de nostalgias: invitación a la poesía
de Elena Martín Vivaldi (1982), poeta de cuya obra preparó y prologó la edición
de una Antología Poética: En plenitud de asombro (2002);
Introducción a la pintura de José Hernández Quero (1986), y del volumen
misceláneo Nueva luz sobre antiguos libros (2014), además del libro de
artículos literarios La biblioteca del bosque (en prensa). Prepara la edición
de la Obra reunida del poeta granadino Javier Jurado Molina y ha prologado el
volumen que recoge la trilogía poética póstuma del poeta Fidel Villar Ribot, El
humo de los labios (2015).
Ha publicado numerosos artículos literarios en
prensa (diarios Ideal, Diario de Granada, Informaciones, Pueblo, El País, Granada Hoy, etc.) y en
revistas especializadas (Nueva Estafeta, Ínsula, Cuadernos del Norte,
Extramuros, etc.).
Creó y dirigió la revista cultural El Fingidor (34 números publicados
entre 1999 y 2007) que editaba la Universidad de Granada, institución donde
trabaja, desde 1976, en tareas editoriales, culturales y periodísticas.
FRAGMENTOS DEL PRÓLOGO A LA EDICIÓN
Hay poetas que escriben, e incluso actúan,
mirando de reojo su posteridad. Nuestro autor, en cambio, lo hace mirando de
frente su única y desnuda realidad, a partir del inapelable «momento de la
verdad», con un persistente y honesto sentido de «la renuncia», porque él se
encuentra ocupando su lugar, en las antípodas de la afectación. Y ni mucho
menos se esconde detrás de esa máscara de la vanidad que es la humildad
exhibida. Estoy convencido de que en el barrio donde reside, como le sucedía a
su admirado Claudio Rodríguez, aquel «ángel fieramente humano», nadie sabe que
escribe versos y aún menos que su obra, respaldada por un importante
reconocimiento de la crítica, es una de las más indispensables de su
generación. Allá donde esté, José Gutiérrez es uno más. Desde los
primeros momentos que tuve ocasión de
tratarlo pude comprobar que ciertos rasgos de su carácter están relacionados
tanto con sus más preciadas constantes poéticas como con el singular ritmo editorial
de sus textos. Pocas veces está tan imbricada la vida con el proceso creador,
contemplado este desde todas sus dimensiones[…]
[…]
La voz de Gutiérrez adquiere un acento más cercano, más sobrio, más depurado y más
asido a la realidad. No busca tanto la belleza rutilante como la verdad vital y
vivificadora. Se va despojando, pues, del lastre que implica el exceso de irracionalismo,
o mejor, el poeta lo va controlando, lo va podando hasta alcanzar la justeza
necesaria para orillar asimismo ese culturalismo temprano que muy bien puede
reflejar «un frenesí de la mente académica» 18, si no se sitúa en su lugar. Esta
actitud inicial se percibe con nitidez en «Destino», «Oscuro signo» 19 o muy especialmente
en la tercera parte de El cerco de la luz, salvo en la
composición «Noche de estío» 20. Su empuje llega incluso al poemario La armadura
de sal, con composiciones tales como la dedicada a Safo, «Vestales», «El
amor busca un cuerpo bajo la lluvia» o «Gehena infando» 21. También se detecta
en el poema Telamón, publicado de forma autónoma como plaquette en
1980 22. Estas son las más
palmarias muestras y las últimas de aquello que se va abandonando o
transformando a lo largo del camino. El mismo poeta en «Tiempo adversario », de
La tempestad serena 23, mira hacia atrás y hace balance de los libros de
este «ciclo juvenil» en que perseguía una «belleza que deslumbra», pero no
colma:
Yo soy aquel que ayer se entretenía
en confundir la vida con un libro,
y en ese puro afán de poesía
notas pinté con las que ya no vibro.
Armaduras, ofrendas, laberintos,
el cerco de la luz y su penumbra,
nacieron como símbolos distintos
de un ansia de belleza que deslumbra.
Al final del poema, por encima del
culturalismo, de los libros y de la literatura, de la impostura,
se impone felizmente la limpia e
ineludible verdad de la vida:
Del pasado impostor busqué la huida:
mi corazón errante ama la vida.
José
Ignacio Fernández Dougnac
Notas
18 J. L. Borges, Historia de la
eternidad, Madrid, Alianza
Editorial, 1994, p. 62. A la pregunta de
si se considera poeta
«culturalista», José Gutiérrez responde:
«En cierto modo,
sí. Pero sin llegar al culturalismo
exacerbado que ha dado
nombre al movimiento»; aunque antes ha
puntualizado: «La
mía es una poesía clásica, reflexiva,
con dimensión cultural»
(Entrevista de J. A. G. al poeta: «José
Gutiérrez: el tiempo pasa;
la pasión, nunca», p. II).
19 J. Gutiérrez, Ofrenda en la memoria,
pp. 23-24 y 43,
respectivamente.
20 J. Gutiérrez, El cerco de la luz,
pp. 35-64.
21 J. Gutiérrez, La armadura de sal,
p. 32, 33 y 37, respectivamente.
Hay que precisar que estos poemas, junto
con
«El elegido» y «Espejo de los días», son
los únicos que están
escritos entre 1976 y 1978; los
restantes fueron escritos «desde
enero a noviembre de 1979» (ibid.,
p.10).
22 J, Gutiérrez, Telamón, La Torre
de las Palomas, 14,
Málaga, 1980.
23 J. Gutiérrez, La tempestad serena,
p. 17.
AMANECER
Tras
de la lámpara, con afán,
se
nos viene la apacible llama.
El
ruido, la prisa,
la
misma gente de ayer
va
a imponer su ley,
como
cada mañana.
Ahora,
olvidado de vosotros
—no
hay lágrimas,
sí
ademán de tristeza—,
al
espacio venidero convoco,
a
las viejas costumbres;
y
soy lluvia,
queja
sorda entre la multitud;
fruto,
si el sol la desnuda.
La
noche ha sido alegre,
inmersa
estuvo en ella nuestra juventud
que
perdura aún con el día,
fugaz
como
la luz de este cielo
gris
que me colma.
CADENCIA
(Jorge
Guillén)
He
amanecido a un nuevo día
y
soy feliz como ave,
como
pájaro al viento
ante
el rumor de fuentes.
¿Quién
podría arrebatarme
este
paraíso donde renazco?
Ya
se acortan las tardes,
presagio
prematuro
de
las noches suaves
donde
se revelan los sueños
plenos
de pureza, de soledad:
grato
recuerdo que emerge.
Apenas
un susurro resbala
aunque
la lluvia arrecia;
el
corazón sin estrépito late,
mas
con fuerza —escuchad su aleteo—,
cadencia
que no cesa
sin
posible fatiga en el tiempo.
Trémula
luz derrota
a
la sombra —no muere aún el rayo—,
expandiendo
difusa su presencia
por
la estancia desnuda.
Tiende,
viajero, la mano
y
húndela en el Sur;
salva
la distancia y su asedio
como
joven amante que se entrega,
río
por donde fluyo y respiro.
De
su cauce una voz emerge
con
temblor de ribera,
la
dicha a mi cuerpo vuelve
y
en sus aguas me reencuentro.
LLUVIA
Hiere
la lluvia las calles que paseas
y
podrías ser un río que se rebela y se alza
o
un muerto lavando su sombra vencida.
¡Ay
las lluvias sin fin horadando tu alma!
Porque
tu alma es esa muchacha azul
que
emerge de las oscuras noches —¿no adviertes
el
eco de cenizas que despliega su mirada?—.
Así
invocaste la enfebrecida brisa que un cuerpo
[vistiera
o
la mano capaz de abarcar espacios u océanos.
Así,
encadenado a la ignorancia del mundo,
fuiste
—trágico sueño— víctima
de
tu propia quimera.
¡Ah
las bellas palabras arrancadas de un labio,
la
silenciosa música coronándote,
la
despedida fugaz de la sangre primera!
¿Quién
anuncia tu derrota
—prevés
la catástrofe que sobre tu memoria
se
cierne—, qué dedo maldito te señala?
Sabes
que toda lluvia o diluvio pasa,
que
no es posible alterar el destino
y
que el tuyo es la isla
que
aguarda hundirse
bajo
las turbias aguas estancadas.
Ya
se aproxima la noche y aún amas la vida:
¿puedes
—a pesar de la lluvia— esperar el amor
que
incendiaba los campos y vuelve manso
el
tigre o la serpiente del odio?
Quisieras
decir sí, pero sería engaño;
olvida
este día y tiende un puente
que
te sostenga, mientras surge de nuevo el sol
y
su alabanza.
CENTINELA DEL SUEÑO
I
Tu
juventud: un río
de
nubes que levanta
el
cuerpo como ofrenda.
Yo
sé del sol que te alza,
de
pájaros y fuentes
que
por ti solo cantan.
Espejo
eres del cielo,
cabellera
del alba,
dulce
brisa marina.
Mi
canto vence el ansia,
la
soledad más íntima
que
impone la distancia.
I
I
¡Oh
días juveniles,
cuando
la dicha alcanza
la
cúpula suprema!
Al
horizonte, luces
atisban
lejanías:
es
el amor quien vuelve.
Partícipe
del fuego
mi
pecho se enaltece,
júbilo
eterno.
Ebrios
dancen los cuerpos,
al
dios del mar los frutos
mejores
ofrezcamos.
POÉTICA
Un
deseo de luz para las manos,
esta
lira que suena en mi silencio,
cuchillada
de sol entre los ojos,
alto
vuelo de pájaros solemnes
sobre
el dolor del mundo: denso olvido;
navaja
cenicienta, la palabra,
es
el arma que esgrimo.
LAS MANOS DEL POETA
(Vicente
Aleixandre)
Las
manos dicen lo que ocultan,
pues
atesoran vida, calor, el brillo intacto
de
otra piel que ardió secreta,
que
cedió con ternura sus prodigios
antes
de ser memoria, temblor solo.
Las
manos dicen lo que ocultan;
dibujan
una luz, y su reverso
que
es la sombra sonora o es silencio.
Silencio,
mas no olvido.
Olvidar
es inercia, dejar que fluya el río.
El
poeta horada el mar con su voz profunda.
Ved
sus manos que esgrimen la espada de la luz:
empuñan
un sonido.
A UN LECTOR FUTURO
Nacido
para la luz, me sumerjo
en
sombra interminable.
En
el poema escribo mi epitafio:
—Sabe
que la palabra ha sido en mí
también
cansancio, duda en que la vida
me
mantenía inmerso.
Y
si en algún momento hubo temblor
en
ella, la tristeza era su precio.
Única
certidumbre fue la espera.
Lo
demás solo sombras, vanos sueños,
imágenes
en fuga
y
versos que se queman a la luz de tu lámpara,
embriagado
lector:
ya
tu presencia niega la existencia
inútil
de mi vida.
José
Gutiérrez