Traemos un nuevo y sugerente y entretenido y espléndido relato de nuestro muy querido amigo y siempre sorprendente colaborador, Pastor Aguiar, en esta ocasión para la sección, Narrativa, de nuestro -siempre vuestro- blog Ancile, que puebla ya con algunos relatos de excepción; en este caso traemos la onírico y sugestiva narración que lleva por título, Omelio.
OMELIO
_ Omelio, qué hace aquí, ¿no te
habías ahogado atravesando el río? Te conozco de un cuento de Mima, eras uno de
sus primos. Cuando lo del trueno que mató a mi padre, la muerte, no satisfecha,
cargó contigo al tercer día, después de llevarse a Juana la loca. No pareces
fantasma, aunque sí un poco pálido, ¿serán la sombra de tantos años en espera
de que alguien te mencione?
_ ¿Río? ¿De qué hablas, muchacho?
Fíjate que hasta el agua la tomo de a buchitos, no sea que se me vaya por el
camino viejo. ¿Yo a caballo? Menos que menos, no le presto mis pies a nada ni
nadie… ja ja ja, morirme yo, carajo, oigan lo que dice este cabroncito.
Pero no vi que alguien oyera.
Estábamos sobre la acera, junto a la entrada al reparto donde yo vivía con
Alonsa. Aquello de la finca, los truenos, los ríos y Omelio, de haber sido
realidad, había sucedido cincuenta años antes, para colmo en otro siglo. Decir
el siglo pasado duplica distancias.
_ Te dejé sin palabras, pero para que
veas que no soy cruel, te voy conceder la ilusión de haberte visto en un antes
lejano, claro, sin necesidad de ahogarme_ Continuó Omelio mientras se escondía
detrás de un tronco.
Yo también me protegí, porque un
grupo de niños lanzaba mazorcas de maíz tierno sobre nosotros. Jugaban al otro
lado de la avenida, los pude ver mordisqueando el maíz como ratones y después
apuntar con las mazorcas chorreando mezclas de pulpa y saliva. Tenían una
puntería de francotiradores, a tal punto que uno de los proyectiles me siguió,
y si no hago un giro brusco hacia otro árbol, me raja la cabeza.
_ Se salvan porque por acá no hay una
cabrona piedra. Hubiera necesitado par de ellas para asesinarlos. Hijos de
puta, en vez de rascarse las nalgas. No tienen idea del lugar a donde los voy a
mandar como no paren.
_ Entonces te moriste alguna vez,
Omelio. Hablas como si conocieras el más allá.
_ Debe ser tu imaginación. Ni sé la
edad que tengo. Siempre he sido el mismo, así como me ves. Mira, para darte un
chance, porque veo tu desesperación, puedes pensar que me has
inventado. Al fin
y al cabo creo que andas más perdido que yo.
Cuando los chiquillos fueron a buscar
más balas, nosotros aprovechamos y corrimos reparto adentro rumbo a casa.
Empujé la puerta de la cocina y se
apareció mi madre con la edad de cuando yo era un adolecente, sin arrugas, con
su risita nerviosa de romperle el lomo a alguien. Detrás de ella, Alonsa mi
mujer, como si nada, lo más natural del mundo, coño, y pensar que no conocía a
Mima.
_ Te mereces una buena tunda; pero
dejémoslo para mañana, cuando tu esposa se vaya. Ahora tenemos el cafecito
recién hecho, el que te gustaba tanto, pícaro.
_ ¡Mima!, ¿cuándo llegaste?, ¿cómo?
¿Y eso de que Alonsa se va mañana?
_ Muy fácil, malcriado, llegué de
sopetón, ni yo puedo decir cómo, quién sabe si el deseo de verte; pero a ella
ni la imaginaba, y es que desde que escapaste a los países casi nunca hablamos.
Le dije que se fuera de vacaciones hasta que yo te enderezara un poco, hasta
que cumplieras los veinte.
_ ¿No ves que ya paso de los sesenta,
vieja? No me desorganices la vida. Mira a quién he rescatado de la muerte, a
Omelio.
_ ¡Solavaya! Con los muertos no se
juega, hijo. Voy a tener que hacerte un despojo.
Cuando fui a halar a Omelio hacia el
interior, lo que hice fue agarrar un trozo de vacío. En vez de Omelio una
piedra se estrelló contra el marco astillándolo.
_ ¡La madre que los parió! Entraron
al barrio esos degenerados chiquillos.
Retrocedí cerrando la puerta, en el
preciso instante que Mima me alcanzaba la escopeta de dos cañones de mi padre.
_ Está cargada, párteles las molleras
para que escarmienten de una vez y por todas.
_ Un fusil para matar canallas, ¿no
era una canción?_ Fui a preguntar, pero Mima se había llevado a Alonsa hasta la
sala, donde se morían de risa. Sospecho que para ellas no había muchachos
lanzando piedras, y puede que lo que más cosquillas les hacía era imaginarme
entrándole a tiros a las visiones, capaz que matara a cualquier vaca de un
vecino, y entonces sí que la cosa iba a ser en serio.
_ ¡Nada de esto puede ser! Estoy
soñando… ¡Omelio!... ¡Mima!
Y vino Alonsa desde los cuartos con
un bulto de ropa para lavar.
_ ¿A quién llamas viejo? ¿Otra vez
los recuerdos? ¿Tomaste las pastillas?
_ Qué pastillas ni ocho cuartos.
Todavía ese tiempo no ha llegado, lo que necesito es un buen trago de ron.
Pastor Aguiar
Junio 5-2015