Cuando se cumple el centenario
del gran pensador y genial escritor Albert Camus, nuestro colaborador el
filósofo Tomás Moreno, ha preparado para la sección de microensayos del blog
Ancile, el trabajo titulado Albert Camus o la conciencia de Europa (en su
primer centenario), para deleite de los habituales de nuestro espacio digital.
Entrada que no tiene desperdicio para los conocedores de la vida y obra del
pensador francés y elemento esencial de juicio para aquellos que quieran
iniciarse en su obra extraordinaria.
ALBERT CAMUS O LA CONCIENCIA
ÉTICA DE EUROPA (EN SU PRIMER CENTENARIO)
I. Este año se conmemora el centenario del nacimiento de Albert Camus (1913-1960), uno de los
escritores europeos más lúcidos y representativos del pasado siglo XX. Si
tuviéramos que evaluar o valorar de alguna manera la aportación intelectual fundamental
del gran pensador francés lo primero que habría de destacarse es su ejemplaridad moral.
Antes que valiente periodista, redactor jefe de Combat en la clandestinidad durante la
Resistencia y tras la Liberación, y que excelente prosista y ensayista, autor
de relatos y ensayos inolvidables como El
exilio y el reino, El Envés y el derecho o El verano; mucho antes que original
novelista de El Extranjero y de La Peste o La Caída; antes incluso que insigne dramaturgo -como se evidencia en
Calígula, Los Justos, El estado de sitio o
El Malentendido- o que profundo pensador del absurdo y crítico del
totalitarismo de posguerra -El Mito de
Sísifo o El hombre rebelde-, el Premio Nobel francés de 1957 fue un
hombre profundamente coherente, valiente y honesto, y un pensador moral de la
estirpe -de tan acendrado enraizamiento en la tradición filosófica francesa- de
un Montaigne o de un Pascal.
Personalmente fue un
hombre profundamente enamorado de la vida y de la belleza, de la justicia y de
la libertad. En absoluto fue, como algunos dijeron, un nihilista moral y
metafísico, un "ateo peligroso" (F. Mauriac), un literato
existencialista seguidor de Nietzsche y apóstol
del absurdo, aunque ese fuese, aparentemente, su punto de partida en El mito de Sísifo y en El Extranjero.
Todo lo contrario: Camus fue un amante de la vida y de la
belleza, optó inequívocamente por la vida contra el suicidio[1] y
como señalara, en su momento, Jesús
Tuson, "tuvo palabras duras contra el nihilismo moral porque de él
solo podían derivar posturas y acciones seudo-liberadoras que, en definitiva,
humillaban al hombre"[2]. Y
también se opuso a lo que podríamos llamar "nihilismo metafísico",
porque veía en la voluntad de vivir
-como nos lo revelara en "El verano"- un elocuente e inevitable
juicio de valor positivo e incluso esperanzado desde la desesperanza[3].
Impuso a su acción los límites de una fidelidadno pisotear jamás la dignidad del ser humano.
No hizo otra cosa en su vida que buscar los caminos que le permitieran superar
el absurdo. "Ni su obra se reduce a Le
mythe de Sisyphe, ni la lectura atenta de este ensayo da pie para una
clasificación por el estilo". Logró así "afirmar los valores de una
existencia que de ninguna manera invita
a la dimisión"[4]. .
insoslayable:
Camus parte, en efecto, de la noticia nietzscheana de
la "muerte de Dios", del nihilismo. Un nihilismo resultante de esa denominada muerte
de Dios, y por lo tanto que afectaba, sin duda, a los valores vigentes en su tiempo (de
penuria y pesimismo): "Para los que no creemos en Dios, o tenemos toda la
justicia o la desesperación"[5],
decía en Los Justos. Pero, como ha
señalado lúcidamente Enrique Cejudo[6],
se trata de un nihilismo que ha de ser superado, un nihilismo para proponer,
para construir, no para destruir.
En realidad, Camus fue un debelador del nihilismo: hay
que proponer mensajes positivos para no instalarse en el sin sentido o en la inacción
moral. Su figura moral se encarna sin duda en el doctor Rieux y en su
actitud ante la peste: la enfermedad
está ahí, pero su diagnóstico no basta. Hay que vencerla, al menos dar la
batalla, implicarse, comprometerse. "Hay que construir entonces el único
reino que se opone al de la gracia, el de la justicia, y reunir por último la
comunidad humana sobre las ruinas de la comunidad divina"[7].
Dejó claro, en fin, en esa conmovedora obra que existía
la "belleza y los humillados" y que él "no quería ser infiel ni
a la una ni a los otros"[8].
Reconoció, asimismo, que "la pobreza nunca ha sido una desgracia para mí.
La luz esparcía sus riquezas". Sobre todo, en los días de sol del
Mediterráneo o en su amada playa de Sablettes (Argel). Siempre se mostró en favor
de las víctimas, de los humillados y
ofendidos de esta tierra, como su gran y admirado maestro Dostoievsky. ¿Cómo, entonces, podía ser
un nihilista un hombre que creó figuras literarias tan solidarias, heroicas y
desprendidas como el doctor Rieux, como Tarrou, e incluso como Kaliayev?
Camus fue, sin duda, la conciencia moral de Europa
en un tiempo en que pensar con la independencia y libertad con las que él lo
hizo era una auténtica proeza intelectual, un auténtico acto de heroísmo, que le
granjearía unas veces la soledad y el vacío, otras la marginación y el
desprecio. Lamentablemente incomprendido en su tiempo por parte de la intelligenstia de izquierdas -imbuida de
una "moral hemipléjica", en expresión de M. Vargas Llosa- hegemónica y dominante en la Francia de posguerra y
en toda Europa, desde Jean Paul Sartre
o Simone de Beauvoir hasta M. Merleau Ponty[9] y otros
turiferarios del padrecito Stalin y
del paraíso soviético.
Albert Camus
fue consciente del precio que tenía
que pagar por todo ello y lo asumió con una gallardía y una honestidad
ejemplares desde su obra, desde su acción política y desde su práctica
periodística, crítica y denunciadora de todas las injusticias que le saliesen
al paso, sin renunciar jamás a los [10].
Todos sabían de su existencia, pero se decía que era por una buena causa y había que callar.
principios éticos insobornables que
inspiraron su vida y su obra. Escribir en 1952, en aquel ambiente, contra la
Unión Soviética y denunciar la existencia de la tiranía estalinista y de los
campos de concentración siberianos (el término Gulag, no se conocía por
entonces) era no ya romper con un tabú inviolable, sino exponerse a la
marginación y al anatema
Pero el decidió hablar, como Orwell, como Ignacio Silone,
como Bertrand Russell y muy pocos
más en aquellos momentos[11]. Cuenta
su hija Catherine Camus en su libro
de memorias (Albert Camus, solitaire
solidaire, París, 1910) que un día encontró a su padre en el salón de su
casa, sentado en un sillón y con la cabeza gacha. Le preguntó si estaba triste
y él levantó la cabeza, la miró de frente y respondió: "No, estoy
solo".
Lo estuvo, efectivamente, cuando denunció en 1945 las matanzas de Sétif;
, cuando rechazó con contundencia el
bombardeo atómico de Hiroshima; cuando se
opuso -en una importante serie de artículos titulada Ni víctimas ni verdugos y, por supuesto, en El Hombre rebelde- al bolchevismo imperante en media Europa y
denunció a la Unión Soviética por su invasión de Hungría. Lo estuvo, sobre
todo, durante la insurrección anticolonial en Argelia, advirtiendo a sus
compatriotas -en su Llamamiento a una
tregua civil en Argelia- que el FLN fundaría allí un partido único de orientación religioso-imperialista y una
religión de Estado, en el que las primeras víctimas serían los propios
argelinos, y denunciando asimismo también la cruenta represión contra los
argelinos por parte del gobierno y del ejército francés[12]. La
soledad de Camus fue verdaderamente dura.
II. Albert Camus nace en Mondovi (Argelia) (7 de noviembre de 1913),
hijo de padre francés y de madre de ascendencia española (había sido sirvienta
en Orán). Su padre morirá en combate al comienzo de la I Guerra Mundial. Su
familia se trasladará a Argel, donde el escritor residirá 28 años. Su infancia
y adolescencia (1914-1934) transcurren
en condiciones económicas difíciles. Herbert
R. Lottman
recuerda en su biografía[13]
lo que Camus le respondió a un crítico que le había reprochado que no hubiera
aprendido la libertad en Marx: "Es cierto", respondió Camus: "La
he aprendido en la miseria". Uno de los personajes de esta época que más
influyeron en su trayectoria intelectual y humana fue su profesor de filosofía
del Liceo: Louis Germain.
Es el tiempo de sus primeros montajes teatrales, tanto de
obras propias como ajenas. Entre los 17 y 20 años padece una tuberculosis que
nunca logró curar del todo. Se licencia en letras (Filosofía) e intenta
dedicarse profesionalmente a la enseñanza, pero su enfermedad será un serio
obstáculo para superar la Agregación de filosofía a la que optaba (en realidad:
se la negaron por la tuberculosis).
En 1935 ingresa en
el Partido Comunista, del que será expulsado dos años después por su posición
crítica y discrepancias ante la dirección. En 1936 ejerce el periodismo en
"Alger Republicain", con su amigo En 1937 conoce a Francine Faure, matemática y pianista,
que más tarde será su esposa, de quien tuvo dos hijos Jean y Catherine. En 1940
trabaja en Paris Soir (Lyon).
Pascal Pia.
En 1942 publica en la prestigiosa Gallimard, con la
recomendación de Malraux "El
extranjero" y "El mito de
Sísifo", que suponen su consagración literaria en los círculos
parisienses. Sartre acogerá la novela con entusiasmo, en la zona de Vichy, por
el contrario, las críticas son negativas.
Ya en París en 1943, es lector de la editorial Gallimard,
participa en la Resistencia desde la primera hora y forma parte de la redacción
del clandestino Combat, del que
terminará siendo redactor jefe. En plena ocupación, un año más tarde en 1944,
estrena El malentendido con la actriz
española María Casares, que será
desde entonces su amante durante 14 años. La publicación de "La peste" en junio de 1947 le granjea un gran éxito. En otoño se habían vendido
cien mil ejemplares. Es la época de la
mitificación de los intelectuales de la izquierda francesa, de la rive gauche de Saint-Germain-des-Pres.
Representaba con J. P. Sartre el emblema de ese barrio, que generó tanta mitología: la moda existencialista,
Juliette Greco y Boris Vian, la música y el cabaret, los cafés literarios y la
terraza del Flore.
En 1952 tiene lugar su ruptura con J. P. Sartre y con Les Temps
Modernes, tras la publicación de El
hombre rebelde[14]. El libro fue el detonante o la excusa
para ello. Francis Jeanson amigo y biógrafo de Sartre fue el primero en
atacarlo en un artículo en Les Temps
Modernes: "Albert Camus o el alma rebelde"[15]. Albert
Camus anotará en su diario: "Admiten el pecado pero niegan el perdón... Lo
único que les excusa es lo terrible de la época. Por último hay algo en ellos
que aspira a la esclavitud".
En 1956 pide una política de reconciliación en Argelia
para poner fin a la guerra, entre la cólera de la extrema derecha. Protesta
contra la intervención soviética en Budapest, antes había apoyado las revueltas
del Berlín Este contra la opresión comunista. En 1957 le es concedido el Premio Nobel de Literatura, entre ataques
de la izquierda y de la derecha. En su discurso de recepción del premio en
Suecia dirá: "Debemos hablar por todos aquellos que sufren en este
momento, cualquiera que sea la grandeza, pasada o futura, de los Estados y los
partidos que los oprimen: para el artista no hay verdugos privilegiados".
El 4 de enero de 1960 muere a los 47 años en un absurdo accidente de carretera, en
Villeblevin (Yonne), cerca de París. Viajaba con el editor parisino Michel Gallimard
y su familia (esposa e hija), procedentes de Cannes. El coche conducido por el
editor chocó contra un platanero. En su cartera se encontraron, junto a su
pasaporte, su diario y algunas cartas, el manuscrito inacabado de su nueva
novela, El primer hombre. Su obra publicada hasta entonces era considerada
como inacabada por el propio Camus, meros prolegómenos de su obra futura, que
nunca jamás pudo ser realizada. Desde El
extranjero hasta La caída, todo
no era otra cosa que tanteos, preparación para el libro capital que no llegó a
escribir.
III Albert Camus no fue,
efectivamente, un revolucionario (afirmaba que "el revolucionario que no
es al tiempo un rebelde es un policía"[16]),
tampoco un escritor conservador aburguesado o un moralista de derechas de escaso vuelo intelectual como lo
calificaran los seguidores de Sartre[17]. La
denuncia contra injusticias y opresiones contra los débiles de ninguna manera puede ser considerada
"de derechas".
Como señalara acertadamente Fernando Savater, al conmemorar los cincuenta años de su muerte, Albert
Camus "no fue un conformista ni un cínico que aceptase, sin más, en nombre
del orden sacrosanto los peores manejos de la razón de Estado". Fue algo
distinto: un rebelde, un radical -aunque "moralmente exigente con la
rebeldía"- y sostuvo firmemente que "en política deben ser los medios
quienes justifiquen el fin y no al revés". "Se rebeló contra toda
injusticia y falta de libertad, contra la opresión de los más débiles o
desfavorecidos, contra la pena de muerte, contra la tortura, contra la
utilización de las armas atómicas"[18].
No comulgó con las ruedas de molino que encarnaban en su
tiempo respectivamente las izquierdas (con su silencio culpable y su
comprensión de la opresión imperialista soviética) y las derechas (con su
indiferencia ante la injusticia y su exaltación nacionalista) y luchó tanto
contra el totalitarismo nazi y estalinista advirtiendo de sus peligros, como
contra la ideología nacionalista de la que predijo que acabaría con la
ideología proletaria.
Como ha escrito Roberto
Toscano en un enjundioso ensayo: "La moral política de Camus se basa justamente en la no eliminabilidad de la responsabilidad
moral, y se coloca así en las exactas antípodas de la actitud mental que
-como lo ha descrito con impresionante profundidad Czeslaw Milosz en su Mente
prisionera- ha caracterizado el "socialismo real" en los países
del este de Europa"[19].
Porque si se piensa y actúa como Camus, es decir: si se aceptan los límites
morales de la acción política, si no se justifica la descarga de conciencia
ideológica frente a las transgresiones éticas de Estados o de organizaciones
terroristas, el reconocimiento de los derechos
humanos como dimensión permanente de la acción política es un corolario
inevitable de la misma. Camus colocó, en efecto, en el centro de su reflexión
ético-política el concepto de límite moral contra cualquier absoluto y la
defensa de las razones de la ética.
Roberto Toscano considera por ello que vale la pena, en
nuestra época de crisis de la izquierda revolucionaria, volver a leer
"L'homme révolté", de Albert Camus y que lo que más impresiona al
hacerlo es que este texto, del comienzo de los años cincuenta, no ha
envejecido, mientras los de su contrincante en la más importante disputa
ideológica de ese tiempo, Sartre, no se pueden leer hoy sin vergüenza ajena.
Hoy finalmente -después de la dura pedagogía que nos ha
aplicado la historia de nuestro siglo- podemos darnos cuenta, concluye Toscano,
de que Albert Camus, y no Sartre, era el verdadero radical. Y recuerda con Franz Hinkelammert que, "ser radicales quiere decir oponerse
en el plan de las ideas y de la acción, en nombre de la libertad individual y
del cambio social, a esta pretensión de unidad, sea tradicionalista o
revolucionaria. Ser radicales significa rechazar el concepto de societas perfecta, de la
"utopización de estructuras y el aplastamiento del sujeto"[20].
Desde hace algunos años, el asombroso retorno a Albert Camus a que se ha
entregado la intelectualidad europea[21]
merece una explicación: nunca han sido tan serios ni tan numerosos los estudios
sobre la significación de la obra y del comportamiento camusiano en Europa y en
Estados Unidos, y nunca tan respetada y prestigiosa su figura intelectual como
a partir de la década de los 90 del pasado siglo XX . En el artículo que antes
citábamos de Fernando Savater, Dos cabalgan juntos, éste señalaba lo
sorprendente que resulta la casi total unanimidad encomiástica que le rodea:
"Las polémicas y las críticas acerbas que acompañaron la mayor parte de su
vida creadora parecen haber desembocado hoy en un plácido estuario de
reconocimiento sin fisuras"[22].
Entre los motivos que aducía para recordar y reivindicar
su figura, el filósofo donostiarra aludía a que los acontecimientos históricos
acaecidos tras su muerte -desde la desestalinización del PC de la URSS,
promovida por el Informe Jruschov, hasta la caída del Muro de Berlín y la
quiebra del imperio soviético subsiguiente en los finales del siglo XX-
vinieron a demostrar que en los asuntos esenciales Camus tenía
razón: sobre
todo en su denuncia del totalitarismo estalinista y que "a partir de ese momento el
comunismo realmente existente perdió casi todos sus abogados intelectuales y ha
revelado sin paliativos su fracaso político y su desastre moral".
Finalmente, tampoco se equivocó el gran pensador francés "en su denuncia
de la pena de muerte y el terrorismo, extremos simétricos de la inmolación del
individuo a la razón de Estado".
Sus tesis generales sobre la dialéctica medios-fines y sobre la relación ética-política se resumen en estas pocas pero diáfanas
afirmaciones: que el fin nunca justifica los medios. Esto es: que no hay causas
justas sin medios justos; que no son los fines los que justifican los métodos (o
medios), sino los métodos los que justifican los fines; que la violencia contra la injusticia debe imponerse límites a
sí misma ("Cuando el oprimido empuña las armas en nombre de la justicia,
da un paso en la tierra de la injusticia", escribió en un célebre artículo
en su época de mediador en el conflicto argelino).
Y, en fin, que el mal y la violencia terminan siempre por
engendrar más mal y más violencia porque, como
recordaba Mario Vargas Llosa, "pura
y simplemente, no hay finalidad política, social, económica o religiosa que sea
digna si para alcanzarla hay que pasar por la institucionalización de la
tortura o la indiscriminada degollina de los inocentes"[23].
Albert Camus
fue un hombre justo, un pensador que antepuso y prefirió su conciencia a la causa de cualquier Partido o de cualquier Utopía.
Que luchó -como nuevo Sísifo- para superar cualquier prueba por difícil o
insuperable que pareciera. En estos tiempos turbulentos por los que atraviesa
Europa -de crisis, de pesimismo, de desconfianza y desesperanza en nuestras
propias posibilidades de superación-, su ejemplo, su obra y su pensamiento
pueden sernos muy útiles como referente
moral al que aspirar e imitar. Por
eso, hoy más que nunca es merecedor del título con el que encabezamos este
artículo: Albert Camus o la conciencia
ética de Europa.
Tomás Moreno
[1] Camus no es en absoluto apologeta del suicidio. El
suicidio debe entenderse como situación
límite que nos hace preguntarnos si vale o no la pena vivir: "No hay
mas que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la
vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental
de la filosofía. Lo demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu
tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación". (El mito de Sísifo, Madrid,
Alianza-Losada, 1983, p. 15). Es la misma idea de la que partía El hombre rebelde: "La conclusión
final del razonamiento del absurdo es, en efecto, el rechazo del suicidio y el
mantenimiento de esa confrontación desesperada entre la interrogación humana y
el silencio del mundo" ("El
hombre rebelde", Madrid, Alianza, 1982 p. 12.
[3] Significativamente Charles Moeller en "Literatura
siglo XX y cristianismo", tomo I "El Silencio de Dios", tituló
el capítulo dedicado al pensador francés, Albert
Camus o la honradez desesperada , pp. 35-139.
[4] Jesús Tuson Camus ante el enigma, op. cit. p. 136. "El verano" (L'été) se
publica en 1954: ocho breves ensayos (escritos entre 1939 y 1953) que se abre
con una significativa cita de Hölderlin: "Mais toi, tu es né pour un jour
limpide".
[5] Enrique Cejudo Borrego, "Albert Camus y la Filosofía del límite", Volubilis, nº 11,
Octubre 2003 UNED-Melilla, Granada, pp. 40-56.
[6] Ibid.
[8] "Oui, il y a la beauté et
il ya les humiliés. Quelles que soient les difficultés de l'entreprise, je
voudrais n'etre jamais infidèle à l'une ni aux autres" ("L'été",
en Essais, Encyclopédie de la
Pléiade, NRF, Gallimard, París, 1966, pp. 874-75).
[9] Recordemos tan sólo lo que llega a decir en su
lamentable "Humanismo y terror":
"La tarea esencial del marxismo será pues buscar una violencia que se
supere en el sentido del porvenir humano. La astucia, la mentira, la sangre
derramada, la dictadura se justifican si hacen posible el poder del
proletariado, y en esa medida solamente. La política marxista es, en su forma,
dictatorial y totalitaria. pero esta dictadura es la de los hombre más
puramente hombres".
[10] Félix de Azúa ("A favor de la memoria histórica", El País, 20 de febrero de
2010) sintetiza así aquella situación "Aquellos escritores que en verdad
eran de izquierdas tuvieron que soportar los feroces ataques de los
"intelectuales de izquierdas" que entonces, como ahora, apoltronados
en sus privilegios, eran enemigos feroces de la verdad. Tal fue el caso de
Camus, de Orwell, de Serge, de Koestler, de Kolakowski, que se atrevieron a ir
en contra de las órdenes del Partido y de la corrección política.
[11] Más tarde vendrían los testimonios de Arthur Koestler, de V. Serge, de L.
Kolakowski. Luego, la dantesca visión de A. Solzhenitsyn "Archipiélago Gulag (1918-1956)" y la de Stéphane
Courtois et alter, "El Libro negro
del comunismo. Crímenes, Terror, Represión"; las revelaciones de Vasili Grossman en "Vida y Destino" o las
investigaciones de Vitali Chentalinski "De
los archivos literarios de la KGB" en las que muestra los expedientes
de escritores y artistas represaliados durante la época de Stalin: Isaak Bábel,
Borís Pilniak, Evgene Zamiatin, Mijaíl Bulgákov, Alexandr Solzhenitsyn, Anna
Ajmátova, Marina Tsvetáieva, Borís
Pasternak, Méyerhold, Andréi Platóonov, Ossip Mandelshtam, Eugenia Ginzburg,
Varlam Shalamov, Alexander Zinóviev etc..
[12] Cfr. Jean Daniel, "Camus
y el terrorismo en Argelia", El País, 17 de noviembre de 2002. Su
actitud valiente y comprometida, señala el director de Le Nouvelle Observateur, le llevó a denunciar tanto las represalias
y torturas de los ultranacionalistas franceses políticos o militares contra la
población civil argelina como las matanzas del terrorismo aplicado por el FLN
argelino contra los civiles franceses y también contra sus propios compatriotas
civiles árabes. En ningún caso podían, para Camus, justificarse esos métodos
violentos para solucionar el conflicto.
[15] El tema de la disputa era, en principio, la obra de
Camus, pero rápidamente las argumentaciones derivaron hacia otro punto: la
existencia de los campos de concentración en la Unión Soviética. Camus aducía
que era su denuncia de esta situación lo que le valía el anatema de Jeanson,
incluso al precio de deformar su obra y su biografía, y añadía que "todo
se desarrolla como si ustedes defendieran el marxismo, en tanto que dogma
implícito, sin poder afirmarlo en tanto que política abierta". Y añadía
que la revista se había empeñado en silenciar "todo cuanto en mi libro se
refiere a las desgracias y a las implicaciones del socialismo
autoritario".
[17] El hecho de que la mayoría de la izquierda radical
fuera en ese tiempo "sartriana" y filosoviética, y definiera a Camus
así, tendría que hacernos reflexionar
sobre la medida de la perversión colectiva en que durante decenios se ha
extraviado el pensamiento político radical. Recientemente el historiador
británico Tony Jud ("Sobre el
olvidado siglo XX", Taurus, Madrid, 2008) ha puesto en evidencia a esa
izquierda, al señalar que "debe aceptar su responsabilidad en los males
del siglo que acaba de terminar: mientras no reconozca su antigua tendencia a
preferir el poder a la libertad, a ver algo bueno en todo lo que hacía una
autoridad progresista por el mero hecho de autodefinirse así".
[19] Roberto Toscano, "Radicalismo y Derechos Humanos", Claves de la Razón Práctica,
nº 10, Marzo de 1991, pp. 31-32.
[21] Sobre la actualidad de Camus véanse al respecto el
artículo de Jean Daniel, "Necesidad
de Camus", El País 22 de
febrero de 1990 y el de Juan Luis Panero, La
sonrisa de Sísifo, Babelia, 30 de octubre de 1993, donde afirma que muchas de sus páginas nos parecen "más actuales
que los periódicos de esta mañana".
[23] Mario Vargas Llosa, "Camus y Orwell, en Chechenia", El País, domingo 29 de enero de 1995. Véanse sobre este aspecto de
su pensamiento ético-político: Antoni Blanch, "Nostalgia de una justicia mayor. Dos testimonios: Bertold Brecht y
Albert Camus", CJ, nº 132, Barcelona, marzo, 2005 y Georges Hourdin, "Camus, le juste", Cerf,
París, 1960.