Nos parece que esta
Meditación sobre la compasión, del profesor y filósofo Tomás Moreno, viene muy a propósito para estas fechas que se aproximan, aunque debiera estar presente cada día de nuestras trajinadas vidas; fechas, digo, en las que tantas buenas voluntades se prometen felices cometidos y anhelos pintados de proyectos y aspiraciones indulgentes y benévolos. Sirva esta meditación (y las que vendrán después, esta es la primera entrega), para convocar lo más sensato y humanitario de nuestras almas.
MEDITACIÓN SOBRE LA COMPASIÓN (I)
“Lo humano del hombre es
desvivirse por el otro hombre” (Totalidad
e infinito, Emmanuel Lévinas)
I. Releyendo recientemente un muy querido y
admirable libro -
La Lucha por la
dignidad. Teoría de la felicidad política-
encontramos esta vieja crónica de prensa que volvió a conmovernos como la
primera vez que la leímos:
En Sierra Leona, los guerrilleros cortan
la mano derecha de los habitantes de una aldea antes de retirarse. Una niña,
que está muy contenta porque ha aprendido a escribir, pide que le corten la
izquierda para poder seguir haciéndolo. En respuesta, un guerrillero le amputa
las dos. En Bosnia, unos soldados
detienen a una muchacha con su hijo. La llevan al centro de un salón. Le
ordenan que se desnude. ‘Puso al bebé en el suelo, a su lado. Cuatro chetnicks la violaron. Ella miraba en
silencio a su hijo, que lloraba. Cuando terminó la violación, la joven preguntó
si podía amamantar al bebé. Entonces, un chetnik
decapitó al niño con un cuchillo y dio la cabeza ensangrentada a la madre. La
pobre mujer gritó. La sacaron del edificio y no se la volvió a ver más (The New York Times, 13-12-1992).
Su
lectura nos llevó a hilvanar una serie de reflexiones que, sin duda, todos
alguna vez hemos desarrollado, y a experimentar una serie de sentimientos que
también todos hemos compartido: al leer noticias como éstas, inmediatamente
reconocemos el horror que es capaz de infligir un ser humano a otro(s) ser(es)
humano(s). Si no estamos anestesiados
psicológicamente y moralmente contra la barbarie, la ignominia y la impiedad,
ciertamente estos testimonios nos interpelarán profundamente y nos harán
reparar en la crueldad y la maldad de las que son (somos) capaces los seres
humanos.
Enseguida,
comprenderemos la necesidad que todos tenemos de no bajar la guardia, de no
mirar a hacia otro lado cuando se trate de preservar no sólo nuestra
dignidad y autoestima como individuos humanos sino la dignidad y el respeto que
merecen todos los “otros”, todos los seres humanos en concreto, uno a uno, por muy distintos o diferentes a nosotros que
nos pudieran parecer.
En
el texto periodístico transcrito se relata, efectivamente, una historia mil
veces repetida, en todos los tiempos y lugares, a lo largo de la milenaria experiencia
humana. Podríamos haber elegido otras decenas de relatos de la crueldad de
diferente procedencia geográfica, histórico-temporal e ideológica (desde la
Inquisición, el colonialismo genocida europeo o la esclavitud, hasta el Gulag,
Auschwitz, Hiroshima, la sangrienta Revolución cultural maoísta, el genocidio
camboyano de Polt Pot o bien la limpieza étnica en Ruanda o en la antigua
Yugoeslavia, el atentado terrorista de las Torres Gemelas, etc.)
,
pero éste es lo suficientemente
revelador
como para obviar como innecesaria la trascripción de cualesquiera otros
lacerantes relatos del horror .
Al
comentar éstos trágicos episodios de maldad sin escrúpulos, los autores del
referido libro,
José Antonio Marina
y
María de la Válgoma, escribían
lacónica pero inapelablemente: “Los periódicos están llenos de horrores. La
historia también. Hitler, Stalin, Pol Pot y muchos otros deberían formar parte
de un retablo maldito que no olvidáramos nunca”
.
En
estos casos, como en otros muchos,
el
rostro del otro brilla por su ausencia. Esto es, justamente, lo que
Emmanuel Lévinas, filósofo
judío-lituano-francés (1905-1995) autor de
Totalidad
e infinito (1961)
,
trata de rechazar y denunciar, al constituir la
presencia del rostro del otro en la
relación cara a cara como
núcleo esencial de toda significación ética.
Para Lévinas sólo la compasión,
es decir, la capacidad de compartir el sufrimiento del otro, nos permite asumir
nuestra responsabilidad "sin escapatoria" frente a la
vulnerabilidad radical del otro. Al ser el eje de su pensamiento la alteridad y la conciencia de la trascendencia del otro, no puede
entender la compasión como una simple anexión condescendiente del otro, sino al
contrario como una respuesta inaplazable y espontánea al grito del otro,
a su vulnerabilidad expresada en la desnudez de su rostro.
La compasión (cum
passio, “sentir con”)
es, entonces, la capacidad del ser humano de escapar a su narcisismo para
acoger el sufrimiento del otro. “La relación de extranjería -de
extrañamiento respecto del “otro”- vendría a ser, precisamente, el paradigma de
esa significación. Refiriéndose al
otro,
escribe el pensador judío: “Su epifanía misma consiste en solicitarnos por su
miseria en el rostro del extranjero, la viuda y el huérfano”
.
|
Emmanuel Levinas |
Lo
que, según
E. Lévinas, genera la
violencia contra las víctimas de
cualquier género -ya sean herejes o judíos, burgueses o proletarios, creyentes
o infieles, disidentes, homosexuales, deficientes psíquicos o físicos, enfermos
mentales, pobres, mujeres, niños, ancianos etc.- es nuestro rechazo de su diferencia, es la
falta de respeto
al otro en cuanto otro,
la ausencia de
piedad o de
compasión, la carencia de
empatía o de
solidaridad por los demás seres humanos
.
Es
de destacar en este aspecto, sobre todo, cómo resalta en el pensamiento de E.
Lévinas su filiación hebrea. Efectivamente la antropología y la ética hebreas
han enfatizado sobre todo la importancia de la
compasión y de la
misericordia
con el desvalido. Incluso su noción de
justicia
-cuyos términos claves son
tzedakà (sentencia dada por un juez, ley,
derecho) y
mishpat (“rectitud”)- no
es una justicia de
igualdad, sino que
comporta, como han destacado J. A. Marina Y María de la Válgoma, una
predisposición a favor de
las viudas,
los huérfanos,
los
extranjeros, es decir, de los pobres y desvalidos e implica una inequívoca
generosidad y compasión por los oprimidos. La Biblia les da la razón cuando
dice: ‘Dios tiene entrañas de misericordia’. Si tenemos en cuenta que
rahamin (‘entrañas’) es el plural de
rahem (‘vientre materno’, ‘matriz’, como
en castellano ‘hijo de mis entrañas’), la expresión bíblica podría traducirse: ‘Dios
tiene una matriz compasiva’, lo que presta a Dios una esencia más femenina que
varonil”
.
|
Martha Nussbaum |
II. No muy distintas de éstas reflexiones
levinasianas, son las consideraciones a las que, desde otros presupuestos
doctrinales, llegaba la gran filósofa estadounidense
Martha Nussbaum,
al reflexionar, en un lúcido texto, sobre la necesidad de la piedad y de la
compasión como antídotos de la barbarie y al inquirir asimismo acerca de las
razones posibilitadoras de semejantes
ejemplos de sádica crueldad. Su atenta
lectura nos dará la clave -o una de las claves- para intentar profundizar en
las causas profundas que están en la raíz de tan inhumanos comportamientos. En
el texto en cuestión se nos apercibe con estas lúcidas reflexiones:
El
odio y la opresión colectiva a menudo nacen de la incapacidad para individualizar. El racismo, el sexismo y muchas
otras formas de prejuicio pernicioso se basan con frecuencia en la atribución
de características negativas a todo un grupo. A veces -como en el caso de la
descripción nazi de los judíos- […] se llega al extremo de presentar al grupo
como totalmente subhumano, como alimañas, insectos, incluso “parásitos”, una
actitud que no puede sobrevivir al conocimiento individual de uno o varios
miembros de ese grupo.
Valgan,
pues, sólo estos dos textos -la noticia del New
York Times y las palabras de la filósofa norteamericana- para servir de
base y referencia a nuestra meditación.
Según
Martha Nussbaum, únicamente la imaginación compasiva -o “la compasión
literaria”, como ella la denomina- promueve hábitos mentales que conducen al
desmantelamiento de los estereotipos,
en que habitualmente se basa el odio colectivo: lo que nos acerca al individuo,
lo hace sujeto de empatía y compasión es su individualización empática. El estereotipo
eclipsa la identidad personal. La empatía
resalta lo que de humanidad común existe en los otros: ver en ellos seres
individuales con quienes se comparte una humanidad común.
En
efecto, sólo el sentimiento de compasión y empatía, la piedad y la fraternidad
solidarias pueden destruir ese estereotipo distanciador y abstracto haciendo
emerger la cualidad humana de la víctima, su individualidad personal: “Hay un
momento memorable en la película
La lista
de Schindler, recuerda
Martha
Nussbaum, “en el que el comandante del campo de concentración alemán
sostiene la barbilla de su criada judía mientras ella lo mira aterrada y semidesnuda,
y pregunta, desgarrado entre el dogma y el deseo:
¿Es ésta la cara de una rata?”.
|
Juan Aranzadi |
Juan Aranzadi, en un profundo ensayo sobre esta misma temática,
define este sentimiento (la
compasión
o la
piedad) con
Rousseau como “repugnancia innata a ver sufrir a un semejante”, o
con
Levi-Strauss como
“identificación prerreflexiva con el otro sufriente”. Y argumenta que tal
sentimiento, que se da también en los animales
,
es natural, espontáneo en el humano y sólo es anulado cuando una ideología, sea
el racismo biológico, sea el totalitarismo de cualquier signo, político o
teocrático, hace que el
concepto que
se aplica al otro se desprenda y aísle de la
imagen y del
sentimiento.
Para Aranzadi “la definición
conceptual, la separación entre
lo
sensible y
lo inteligible y la
jerarquización entre sistemas simbólicos, precondiciones de la noción de
‘causalidad’ y de la emergencia de lo que entendemos por “racionalidad”, constituyen,
por tanto, el prerrequisito y el fundamento teórico del racismo”
y, añadimos nosotros, de cualquier tipo de doctrina que trate de igualar o
nivelar violenta o coactivamente a todos los seres bajo un mismo y único patrón.
Es la
ruptura entre la sensibilidad y el intelecto lo que supone una quiebra de
la
piedad cuya culminación, el
antisemitismo moderno, “no habría sido posible sin el
incremento de la abstracción y la completa devaluación y
alejamiento de lo sensible que caracteriza al pensamiento científico”
.
En
su opinión, la racionalidad filosófica y científica instrumental, lejos de ser
un antídoto contra el racismo y/o la barbarie, constituye su condición de
posibilidad teórica. Y no sólo teórica, sino también ética, si seguimos
prestando crédito al dictamen de Hannah Arendt respecto de la quiebra de la piedad como una de las
claves de la Solución Final nazi, en
la medida en que implicaba una ruptura entre la sensibilidad y el intelecto. Aranzadi
llega a esta escalofriante conclusión: el incremento
de la abstracción y el completo alejamiento
de lo sensible llevan a la “superación” de la piedad y, consiguientemente,
a la posibilidad de convertirse en insensibles verdugos del otro.
Significativamente,
fenómenos como la esclavitud, el colonialismo, la xenofobia, el racismo y el
genocidio totalitario tienen efectivamente como fundamento la
consideración abstracta del ser humano. “Si
los judíos no hubiésemos sido reducidos previamente a una abstracción, no
habríamos sido luego reducidos a cenizas”, afirmaba el escritor judío
Elie Wiesel.
No hace falta aludir al famoso experimento de Stanley Milgram
llevado a cabo en la Universidad de Yale a principios de la década de los
sesenta, para corroborar este hecho: el encallecimiento moral del ser humano se
produce cuando la identificación con
quien sufre el dolor ha sido bloqueada por la distancia físico-espacial o
intelectual-abstracta con respecto de la víctima
.
El experimento
prueba, efectivamente, que el
alejamiento de lo sensible y concreto (la víctima), la sustitución de lo
individual por lo intelectual-abstracto y la sumisión incondicional a la
autoridad son condiciones de posibilidad para perpetrar cualquier acto de
crueldad y sevicia contra el otro. Parece, pues, que toda crueldad se facilita si hay
una cierta impersonalización abstracta de la víctima, además de una orden de la
autoridad competente, una justificación global del experimento (el avance de la
ciencia, pedagógica en el caso de
Milgram) y si entre nosotros y el acto se interpone una cadena de mando
intermedia.
|
Theodor W. Adorno |
Y es que en la sociedad contemporánea la organización racional burocrática y
jerarquizada del trabajo hace precisamente eso: el que ocupa una posición
de poder da una orden y sumerge la acción en una cadena de mando en la que cada
uno es una pieza de un mecanismo, donde “se limita” a recibir órdenes de arriba
y no contempla el final del proceso sino desde la lejanía. La distancia física
y psicológica, el respaldo de la autoridad y la obediencia de la buena gente lo facilita todo, exonerando a los implicados
de toda responsabilidad moral.
Y
poco a poco, imperceptiblemente, los sujetos van siendo atrapados por grados
sucesivamente más altos de crueldad ejercida sobre los otros. A medida que la
víctima es más abstracta y despersonalizada, mayor es la fragmentación de esa
responsabilidad y la erosión y difuminación de las restricciones que la
identidad moral debería activar ante tales hechos, impidiendo así la irrupción
de respuestas empáticas y humanas.
Es
por todo ello, por lo que
Theodor W.
Adorno señalaba en su
Dialéctica
Negativa, que Auschwitz no era solo
un
accidente sino “una consecuencia lógica” de nuestra civilización
occidental: pues Auschwitz no habría sido posible sin “la frialdad que es el
principio fundamental de la subjetividad burguesa”. En efecto, el acceso a la
realidad a través de
universales (que
es la manera de dominarla), lleva a captarla mediante conceptos abstractos que
prescinden de los individuos, que son en realidad lo único existente
.
(Continuará).
Tomas
Moreno
Emmanuel Lévinas, Totalidad e infinito, (1961) Salamanca, Sígueme, 1985. Es uno de los pensadores más ilustres y comprometidos
de nuestra época; nació en 1905 en Lituania, falleció en 1995 en Francia. Vivió
la “experiencia” de cinco años dramáticos en el campo de concentración de
Stammlager. Su obra, influida por la tradición cultural hebrea y en diálogo con
la filosofía fenomenológica de Husserl y
con la de Heidegger, se articula teniendo como telón de fondo el horror del
genocidio nazi. Es autor de numerosos libros entre los cuales destacan, además
del ya citado, "Difficile liberté" (1963), "Autrement qu'être ou
au-delà de l'essence", "Ethique et infini" (1982), "Dieu,
la mort et le temps" (1993).
Recordemos la cruel y descarnada al mismo
tiempo que tierna y aleccionadora historia de espontánea compasión animal que nos relata Jiménez Lozano: “Mühsam, que ya había estado seis
años en la cárcel por su participación en la República de Munich, pasó luego
con el nazismo a un campo de concentración. Allí un día pidió permiso para
escribir a su mujer y el guardián S. A. le dijo que le diese la mano, Mühsam se
la alargó y el guardián le rompió el pulgar, y añadió: “¡Anda, ahora ya puedes
escribir a tu esposa!”. En Oraniemburg, soltaron un orangután o chimpancé sobre
él, pero el animal, ‘capaz de distinguir el amigo del enemigo’ se colgó del
cuello del poeta, le abrazó y le besó, mientras Mühsam le hablaba. Pero
entonces torturaron al pobre mono, en presencia de Mühsam, hasta que murió. Al
poeta le invitaron a suicidarse pero, como se negó, le asesinaron. Su mujer
llevó sus manuscritos a Moscú, pese a las advertencias de él, y lo que
consiguió fue que a ella la internaran asimismo en un campo de concentración” (José
Jiménez Lozano, Segundo abecedario,
Anthropos, Barcelona, 1992, pp. 196-197).