Permitidme que os convoque en esta ocasión en nuestro blog Ancile, con un texto peculiar que, a la sazón forma pieza de una totalidad que se intitula
Elogio de la decepción, escrito con toda modestia por quien suscribe estas líneas, y que no quiere sino obtener vuestras consideraciones al respecto de su contenido y forma. Es un fragmento, digo, centrado en el concepto (si es posible que tal sea solamente) de la amistad. Adelanto que otros, siempre centrados en la idea de la decepción, conforman dicha totalidad y versan sobre el amor o la muerte. Así pues, sirva esto como anticipo, preludio o aperitivo de lo que será, una vez terminado, el conjunto de este
Elogio de la decepción, que no es otra cosa que un canto al impulso vital que anima el corazón e historia de nuestras vidas.
ELOGIO DE LA DECEPCIÓN
A Carlos Villarreal, in memoriam
PÓRTICO
SI tanta desazón e inquietud te embarga, desasosiega y preocupa, querido y nunca suficientemente ponderado compañero, amigo en no pocas fatigas y no menos abundantes incertidumbres, alarmas y conmociones, quiero decirte, en relación a la cara hermandad que nos vincula desde tan largo como generoso periodo fértil de feliz y próspero entendimiento, en virtud de tu segura y siempre merecida tranquilidad, que nada en modo alguno convulsiona la fraternal y grata armonía de nuestra ya prolija comprensión, ni su firme, inconmovible y férreo fundamento. Pero, como bien conoces mi nula inclinación a la vacua parafernalia de los insidiosos cenáculos que la más mínima inteligencia ultrajan y, de común, se vienen a ofrecer poblados de la inhóspita estulticia que habitúan, y con su notable hastío, tienden a no salirnos nunca gratis, sobre todo a los que nos procuramos ocupar el tiempo de manera y forma mucho menos ociosa. Así te ruego que disculpes el abrupto, cuando no muy desabrido trato, que en modo alguno afectará al sentido y muy verdadero afecto que con tanta y sincera devoción profeso a la amistad de tantos años y que tan profundamente nos abraza de manera tan solidaria como sin duda permanente. No hallarán de ningún modo mínima disculpa aquellos quienes, con falsaria adulación y necias intenciones, preguntan por tu inseparable amigo.
Nunca hizo falta, caro hermano, si eres en verdad otro yo mismo, de más razones que este corazón único que compartimos en su latir unánime para la comprensión de potenciales disensiones que, al fin, no harían más que, si cabe, afianzar los lazos que nos unen, pues bien sabemos lo íntimo de alegrías y penas sin mediar siquiera una palabra. Por todo esto sé que tan insignificante falta en relación a las explicaciones que mereces por mi ausencia en este o aquel evento, no debiera ser motivo de disgusto; y porque veas que soy muy consciente de la rara y singular preeminencia del vínculo que tan estrecha y afectivamente nos hace uno, quisiera relatarte, en ligero y particular desfile, la razones por las que la amistad verdadera ha de mantenerse siempre muy lejos de cualquier sospecha. Así paso, en desordenado pero creo que entretenido y rápido cortejo, una suerte de consideraciones muy a propósito a tan estupendo asunto, y en relación con las razones sobre las que se funda la confianza más genuina, porque no puede ser ninguna otra mejor que la amistad.
Ya sabes que la base que vertebra el concepto y sustancia misma de la amistad es, sin duda para mí, la memoria y entendimiento de la decepción. Reclamo pues, no más que la acepción (sentido) no vulgar del término, en el cual se eximirá referencia al embargo de amargura y desengaño, si en este concepto veo ajustada la etimología de aquel significado al que me acojo sin objeciones ni reparos: la deceptio (el engaño), el cual nos lleva al pleno reconocimiento de lo que, con falsedad, tenemos por verdadero, y la disposición genuina de cualquiera compromiso ético (y aún estético) que aspire a la verdad. Así, la decepción trae una vez dilucidada en su engaño, el grato encuentro con lo que, taimada o pertinazmente, cegaba nuestra capacidad de entendimiento, para así, con la claridad debida, atender y entender lo que se estima (y nos estima) liberal y justa y solidariamente.
También te digo que parece muy razonable un cierto grado de misantropía, en tanto que esta nos extrae de la entronización ridícula del hombre como centro, espectador y núcleo privativo único, catalizador perenne e ineludible del universo mundo, mal que le pese al mismo radical subjetivista que encuentra amparo en la exégesis muy disparatada de la descodificación de los enigmas de
la cuántica, más aún si entienden e interpretan lo real, sujeto a sus delirios egotistas. Así pues, ya conoces que me exhibo, me decanto y declaro muy gozosa y dichosamente decepcionado, que gracias al reconocimiento del engaño, compruebo felizmente cuán lejana se encuentra la verdad de la facundia inopinada de tanto afán que se apremia en ser sujeto y objeto de
modorro, que diría nuestro siempre muy querido y nunca suficientemente recordado, autor de tan estricta genealogía
, por lo que un cierto toque
aditado de prudente misantropía, se me antoja cosa harto conveniente.
Así pues, como entre nosotros no es ni podrá ser posible ofensa alguna, de tu amable y amena reprensión sólo puedo extraer y colegir una nueva extensión de tu fervor y verdadero afecto. Mi desaliño social acaso sí requiera de firme amonestación, si él contuviera alguna individual afección contra persona justa, pero mi alergia no se manifiesta sino contra las normas, convenciones y las costumbres arribistas que corrompen el decoro elemental de cualquier compromiso, y exhiben sin vergüenza los modorros arriba sin prudencia ya citados. Así, y porque no creas que desdeño tus desvelos que son los míos, y llamando a tu segura indulgencia, te remito a las páginas siguientes.
Como no creo que sea necesaria ninguna hipotiposis sobre alguno de los estereotipos que deploro, no ya personas, si ambos conocemos que no alcanzan merecimiento alguno de ser siquiera mal nombrados, paso a hacerte acopio de mis impresiones sobre necesidad ineludible, como es sin duda y cuando menos, la de obtener en la vida el trato de un amigo verdadero.
Aunque sé de tu talante liberal y siempre prudente, ruego que en la intimidad de esta misiva, des por descontado que estas líneas acaso no lo sean, y desdeñen ya de antemano al resto del linaje con anterioridad aludido, y que cuides su lectura lejos de necios y mazacotes, si está prevista para el singular deleite de nuestra hermandad, que ya sabes que es una e inseparable.
DE LA AMISTAD
SI la
Odisea cuenta aquello de
que
siempre hay un dios que lleva al semejante [sic]
junto al semejante, cabe pues, entender la amistad como concepto imprescindible para la concorde coexistencia entre la palabra y el sentimiento humano que comporta. Si el
phílos griego todavía se debate con alcance de carácter afectivo,
y parece muy anterior al
philía que indicará (Pitágoras en) el sustantivo que sí identifica plenamente el concepto de amistad,
más allá, tú lo sabes con total y meridiana claridad, del vínculo familiar (o del clan), se precisan y se hacen necesaria y netamente ostensibles los lazos que emparentan, aunque sea en muy raros casos, no menos estrechamente para ser reconocidos plenamente en la amistad; es así que: la inicial
sympátheia de colaboración y de concordia interpersonal, se transfigura, especialmente en el singular y afectivo poso de la memoria –y al que ya me refería desde el inicio y- que por fin asienta
el devenir del tiempo para
el ser que constituye el fundamento de la verdad y sabiduría que informan al afecto de la amistad si, al fin, se constituye con firmeza en el corazón amigo.
No hará falta incidir sobre mi claro convencimiento y fe (muy razonable, no obstante), de lo vital e imprescindible de aquella alteridad sublime que el amigo verdadero representa, si a su vez este inspira el sentimiento de solidaridad universal que a todos, en el fondo, nos convoca. Esta comunidad (despierta, que Epicuro señalaría con tanto acierto), es la única que garantiza algún futuro (nada utópico, a mi juicio,) al linaje comprometido de hombres que aspiran, con esfuerzo, a porfiar pacíficamente en pos de este impulso, profundamente vivo y necesario para el proyecto (y realización) de aquella ecuménica integridad a la que aspira inevitablemente la humanidad.
De todas formas, sabes también, que todo aquello, en mi opinión, depende en buena medida de nuestras capacidades de denuncia y de compromiso ante intolerables comportamientos que emparentan a quienes los traslucen sin el menor recato, como rémoras implacables de cualquiera sensata iniciativa, padres de un linaje tabernario y bastardo, y aun perdido, en el que rigen los que poco saben (y menos quieren saber). Entiende que no puede haber maledicencia en lo que digo, me conoces bien y sabes que no pierdo en modo alguno mi tiempo tan preciado siempre y, si es verdad que aquellos que lo pierden suelen encontrar grato parentesco con la necedad y siempre antipática ignorancia, por ello no pretendas entender otra cosa sino aquella que digo expresamente: que no todos saben ni reconocen lo que nuestra alianza de amistad ya procura. Pero es así que puedo claramente reconocer la virtud extraordinaria que nuestra estrecha relación mantiene al contrastarse con la lente máxima de la
deceptio, pues, con su excelente óptica, a la verdad nos aproxima, puesto su fidedigno y afortunado objetivo hacia el punto que distorsionan las cualidades que engalanan tan sobria y tan firmemente la conexión de la amistad, que siempre permanece en la mente y en los corazones dura. La decepción es buena cosa en tanto que, con el trato del necio que nos embauca, vemos, de inmediato, la luz confortante de la verdadera amistad. Es por eso que ante tal estulticia no me enardezca con acritud, ni me vea incitado amargamente contra la injuriosa deslealtad que supone, pues no hace sino quitar la venda de mis ojos, engañados tras la inepta lisonja o la traición o la perfidia del sujeto deleznable que pretende enturbiar la preclara realidad donde se miran sin engaño nuestras almas entregadas al respeto mutuo, desde luego muy por encima de las
heterias políticas, en pos de la hospitalidad fraterna de aquellos pocos corazones que viven de su concordia e igualdad recíproca, si
todo lo de los amigos es común, y
la igualdad produce amistad. Así pues, tú, carísimo
alter ego, me parece entenderás por qué la decepción impone sobre el hombre atento la razón de la amistad la inteligencia afectiva que, acaso fuese la misma que une factores y agentes primordiales que cohesionan entes e ideas en este nuestro mundo.
En cualquier caso, amigo mío, es obvio que abandonamos tiempo ha la platónica e iniciática búsqueda del símbolo que nos complete,
pues en ambos se conforma la totalidad fraterna que nos ampara de la escisión y fractura terribles del incierto y humano devenir en su inestable existencia. Por todo es que, prudente compañero, que el reconocimiento del exiguo e indigente camino existencial requiere, inevitablemente, del ser que es, en la memoria, identidad creada por mor del respeto mutuo que, al fin, se hace perfecta y singular alteridad. Insisto, en que la vía de la amistad es el mejor camino para la social concordia, pues, está basada no en el vínculo de sangre (
anankaíoi) impuesto, sino en la elección voluntaria (
proaíresis) y libre de la intimidad amable, y de la (
sympátheia) simpatía que muestra uno de los principios básicos de la Ética Nicomáquea
por el que,
sin amigos, nadie elegiría la vida.
Qué gran bien, querido amigo, nos hace la visión de la verdad a través de la decepción, si nos muestra el engaño. La amenaza siniestra de la manipulación nos queda manifiesta y evidente la falsificación intencionada; mas la fórmula magistral del sabio
queda patente en la bondad posible, si
el hombre es la medida [sic]
de todas las cosas, pues el juicio justo y la observación de la verdad serán así elementos sustanciales de la bondad misma. Me parece grande dignidad este reconocimiento: mediante el mismo aquella realidad de excelencia (
areté) humana es posible. La inteligencia y la verdad
aspiran a la finalidad acaso más legítima, pues al mirarse en ella, entiende sin asomo de ninguna duda el imperativo de mirar al otro, porque el otro, al fin y al cabo, en la amistad, no es sino
otro yo mismo. Será por eso que la estupidez se manifiesta siempre peligrosa. A tenor de ella
olvidamos lo que somos y, por tanto, lo que el otro, potencialmente, representa para la realización de nosotros mismos: la memoria será, pues, fundamento solidario y de libertad recurso imprescindible para todo tipo de concordia y de sabiduría.
Mira que no es baladí esta insistencia mía sobre los ciertos, procelosos y expuestos peligros de cualquier casta de necedad, cuyo linaje instituye blasón y mayorazgo de toda suerte de calamidades, y es que nunca repara en gastos para disparatar y provocar nefandas situaciones en pos de sufragar satisfactoriamente su egoísmo: instala su irresponsabilidad sobre la vanidad irresoluble, que sabes es engendro monstruoso y se alimenta de sí mismo y será insaciable en su apetito. Vanas serán sus esperanzas, si también incogitados son sus pensamientos y, finalmente, no será muy raro contemplar con no poco espanto, cómo incluso quieren o pretenden, sin vergüenza, gobernar a quienes tienen cerca (y aun lejos), no teniendo la mínima capacidad de gobernarse a sí mismos. Con cuánta complacencia pude ilustrarme ante la decepción producida por el farsante que tuvo a bien el enseñarme la luz con la malicia o la ridiculez o hipocresía de sus despropósitos.
El ídem sentire de la amistad, nos hace solidarios ante la vulnerabilidad que de continuo mostramos ante toda suerte de contingencias a las que nos mantiene sujetos el azar, y la atención debida que entendemos de la justa decepción como signo que señala la senda verdadera del genuino impulso que alimenta la amistad auténtica; también nos muestra cuán imprescindible y capital será la adquisición de aquella para el flujo y devenir existencial, que acaso no mantuviera sentido sin su precisa y necesaria concurrencia, mas no sólo en el sentir del individuo, también llevada al ámbito social, en tanto que se asume como un hecho vital en pos de una estructuración sensata de cultura (de paideia), cuyas virtudes éticas infundan socialmente un designio de verdad y dignidad que restituya el bien del otro con benevolencia.
La última y más subida fase de la vida ética (me refiero la razón e idea aristotélica de la moral) es la amistad, y lo será a tenor de su incontestable y franca necesidad social; el ser humano precisa la correspondencia la disposición y solidaridad del otro establecidos como un hábito permanente que aspira al
lóghion por el que fuese
mejor dar que recibir. Y, en fin, porque del ánimo que irradia la presencia selecta y rara de la amistad, creo que se fundamenta la forma más perfecta de pervivencia y convivencia
y de justicia humanas.
La soledad individual, tomada o tenida presente por virtud del engaño o la decepción, nos muestra con preclara y mayor clarividencia la dimensión extraordinaria de la amistad verdadera, en tanto que nos enfrenta a nosotros mismos en una singular reflexión del ser.
La conciencia decepcionada, vuelta hacia sí misma por el desengaño, ve con total claridad la cierta dimensión de la soledad y de la imprescindible
philía como afecto, mas también como la razón que vive de solidaridad y plena y cálida convivencia.
La realidad moral de la amistad resulta incuestionable más allá de cualquier apreciación sociológica. ¿No recuerdas las veces que interpelábamos a los objetores de la amistad, si fuente de justicia y de felicidad? Reivindico la
fides como la relación mutua necesaria para cualquier intento de ponderación social, pues el amigo será el socio para la vida pública, aun cuando fuese confidente en lo privado y partícipe de la intimidad.
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Acaso, y esto lo reconozco, no cumplí como debiera, caro amigo, en relación con la amena y muy grata sociedad por la que cierta parroquia te estima a ti, sin duda, mucho más que a quien te habla; pero creo que no debieras en modo alguno de guardarlo en consideración amarga, la desconfianza me parece del todo justificada, y mi actitud pugnaz hacia no pocas de esas animaciones y concurrencias es entendible por razones que seguro no ignoras y, desde luego no se fundamentan ni de lejos en la naturaleza de nuestra preterida o envidiada amistad en los círculos que tú sabes. La prez de nuestra relación se sostiene sin la necesidad de sus reclamos lisonjeros, que las más de las veces son maliciosos, oportunistas, mal intencionados y embusteros.
Yo vengo a interpretar que aquel sensus amandi donde se sostiene nuestra larga relación, encuentra fundamento en la virtud donde tuvo plena seguridad para instituirse de los vacuos intereses que obseden a las almas ignorantes y de muy poco peso. ¿Malgastaremos energía y tiempo en lo humano que nos vincula para la búsqueda del éxito político? La natural inclinación de la amistad no podría sustentarse sino en el juicio y la virtud que, al fin, nos vienen ambas para ser comunes. De la igualdad indiscutible de todos los hombres parte la especial gracia de la amistad y, sin embargo, ya sabes que vendrá a manifestarse rara y singularmente, sobre todo cuando entrambos reconocemos el vínculo tan estrechamente cierto y aherrojado a nuestro corazón como a nuestro intelecto, y sobre tan sólidos fundamentos se sostiene: en la búsqueda del amor y de la ciencia, pues, las dos fuerzas mantienen (sustentan) todo lo que se procura muy duradero.
Ten presente que no pretendo de tu paciencia la
tolerantia, sino la imprescindible alegría que se sostiene en la amable reciprocidad, y todo aunque pueda manifestarse en sana reprimenda, pues soy muy consciente que estoy lejos de ser perfecto, y que tu censura y amonestación son muestra de caridad más que de reprensión, pues así entiendo tu reproche como consuelo para mis seguras y ciertas imperfecciones. Creo sinceramente en tu benevolencia, mas no por fatua credulidad, sino basando mi juicio en una fe que se sustenta inteligentemente en la que puede considerarse posibilidad exclusiva, excelente y excepcional de convivencia, que no puede ser otra que la amistad; será por esto que te hablo, y porque el afecto de mi amigo
no quede sin su justa y muy merecida correspondencia.
Francisco Acuyo