"Y SERÉIS COMO DIOSES": MITOS SOBRE LOS LÍMITES
ÉTICOS DEL CONOCIMIENTO HUMANO
“Ahora me he convertido en la muerte, destructora de mundos” (Poema hindú, citado por J. R. Oppenheimer tras la explosión de Hiroshima de 1945)
J. Robert Oppenheimer |
Cuando J. Robert Oppenheimer, el físico teórico organizador y director del Proyecto Manhattan (1942)[1], dos años después de Hiroshima, en una famosa conferencia titulada La física en el mundo contemporáneo (1947) reconocía con pesadumbre que “los físicos han conocido el pecado y éste es un concepto del que no pueden desprenderse”[2], podemos afirmar que, en esos precisos momentos, se estaba representado la involuntaria ceremonia de mise en scéne de un acontecimiento de especial trascendencia para la humanidad, de crucial gravedad histórica: el homo sapiens sapiens había tomado definitivamente conciencia de su culpable responsabilidad, ante la magnitud del poder destructivo que su conocimiento científico había desatado. La Némesis nuclear evidenció el pecado de Hybris (soberbia, orgullo, desmesura) en el que había caído una humanidad que, durante un millón de años, había tratado sin descanso ni restricciones éticas de obtener los frutos del Árbol de la Ciencia. La promesa de la serpiente del paraíso -Y seréis como dioses- se había hecho por fin realidad, bien que realidad luctuosa.
Desde sus inicios, la cultura occidental -tanto en su vertiente judeocristiana como en su vertiente grecohelenística- se ha planteado la cuestión de los límites del conocimiento humano, de los controles que el hombre debe oponer al deseo incontenible de conocer o saber, si no quiere pagar por ello un alto precio: el de la desgracia, el mal y el sufrimiento. Numerosos mitos y tabúes -que advierten admonitoriamente contra todo intento megalómano de traspasar altivamente los límites de la condición humana- dan fe de ello. Roger Shattuck uno de los más originales pensadores norteamericanos actuales, catedrático de la Universidad de Boston, en un deslumbrante ensayo, Forbidden Knowledge. From Prometheus to Pornography (Boston,1998)[3], examina el significado de la responsabilidad moral con la que a lo largo de la historia el hombre occidental ha afrontado los inciertos peligros del conocimiento humano y explora las nociones de “conocimiento prohibido” que -desde el mito de Adán y Eva hasta los inquietantes descubrimientos de los científicos modernos, que han creado la bomba atómica, las armas de destrucción masiva nucleares, químicas o biológicas y el ADN recombinante- han sido escenificadas e ilustradas mediante historias ejemplares por los distintos mitos, leyendas, ficciones y relatos literarios de nuestra bimilenaria tradición cultural. “Lo que hago en mi libro” -declaraba el autor en una visita a Barcelona para presentar su obra, a finales de los 90- “es explicar que desde el Renacimiento y la Ilustración hemos superado los límites del conocimiento. Y me pregunto: ¿podemos seguir así y sobrevivir como seres humanos?”
Partiendo de la premisa de que el conocimiento puede llegar a ser peligroso el autor se pregunta si “hay cosas que no debemos saber” y si “podemos imponer límites éticos al saber o al conocimiento humano”, esto es: si nos es lícito proponer algún tipo de diques, fronteras, frenos o interdictos al conocimiento humano; si podemos prescribir algún tipo de conocimiento prohibido. A lo largo de casi medio millar de páginas, con un prólogo y ocho densos capítulos más dos apéndices, Roger Satthuck indaga en la historia de los mitos, de la literatura y de la ciencia occidentales las distintas narrativas, relatos y proyectos en los que el peligro del exceso de conocimiento se ha mostrado como más evidente.
En su apasionante excursus, Shattuck analiza mitos centrales de la cultura greco-helenística y judeocristiana[4] como los de Prometeo y Pandora, Adán y Eva, la Torre de Babel, o aquellos otros que prescriben la prohibición ocular como los de La mujer de Lot, Orfeo y Eurídice, Jacob y Elohim, Perseo y la cabeza de la Gorgona, El asno de oro de Apuleyo, Cupido y Psique etc., mitos, todos ellos, que ejemplifican el lado extremo de la curiosidad y de la soberbia humanas. Incluye en su examen también obras literarias como la Odisea (con el aviso de Circe a Odiseo sobre el peligro de oír el canto de las sirenas), El Paraíso perdido de John Milton, el Fausto de Goethe, Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Schelley etc., en las que, con distintas simbolizaciones y parábolas, se nos alecciona con trágicas y graves consecuencias por desear saber o ver más de lo que se debe (capítulos I, II, III).
Mitos y obras -señala el académico de la RAE, científico y humanista, José Manuel Sánchez Ron- que perturbaron y perturban nuestras conciencias, al tratar alguna de las innumerables dimensiones de lo prohibido: el robo del fuego sagrado de Zeus (en el caso de Prometeo), el acceso a los frutos del Árbol del Bien y del Mal (en el de Adán y Eva), las relaciones-negociaciones entre el sabio y el diablo (representadas por el Fausto goethiano), la fabricación, con el recurso de la ciencia, de una criatura monstruo -que encarnan el Doctor Frankenstein (1818) de la ya citada M. Schelley, o El extraño caso del Dr. Jekyll y Mister Hyde(1886), de Robert Louis Stevenson, y cuyo precedente podemos situar en la leyenda de El Golem de Gustav Meyrink (1915)-[5], la incertidumbre ante el valor de lo que se conoce etc.[6] La trasgresión total de tabúes, normas y valores generalmente aceptados para preservar del mal a la humanidad, comportará irremisiblemente el castigo merecido: el encadenamiento a la roca, con el águila de Zeus devorando constantemente las entrañas de Prometeo, la apertura de la Caja de Pandora con la dispersión de todos los males por la tierra, la expulsión del paraíso, con la caída en el mal, el trabajo y la muerte, la confusión de lenguas etc.
Roger Satthuck |
En el lado de la ciencia, su desarrollo es más escueto, pero aún así sus análisis son igualmente sugestivos y aleccionadores sobre las consecuencias, muchas veces imprevisibles o simplemente incalculables, del peligro que lleva implícito el conocimiento científico y sus aplicaciones tecnológicas: en esta parte (capítulo VI), Roger Satthuck pasa revista a diversos proyectos científicos de los inicios de la modernidad como los de Francis Bacon -uno de los pioneros de los métodos empiristas en las ciencias de la naturaleza y adalid de la ciencia experimental y del saber científico como poder sobre la naturaleza (“saber es poder”, era su lema)- para finalizar con los desarrollados a lo largo del siglo XX y principios del XXI, como el Proyecto Manhattan de Oppenheimer en el laboratorio de Los Álamos o el Proyecto Genoma humano de Craig Venter presidente de la empresa Pe Celera Genomics.
A lo largo de esta segunda parte de su obra, Shattuck analiza, en efecto, los límites de la indagación científica, a través de una serie de casos paradigmáticos sobre los que lleva a cabo lúcidas consideraciones y reflexiones éticas acerca de las consecuencias y posibilidades abiertas por la ciencia moderna en el área, sobre todo, de la genética, por el descubrimiento del ADN y de las técnicas del ADN recombinado (con la celebración de reuniones tan célebres como la de Asilomar de 1973), o los casos de eugenesia, iniciados a principios del siglo XX a partir de las ideas de Francis Galton -primo de Darwin y acuñador del término- y prolongados a lo largo de la primera parte del XX en Inglaterra, EE.UU. y Alemania, y que tuvieron su punto álgido de inhumanidad y horror con las experiencia nazis del Lebensborn (“jardín de vida”) de Himmler, para terminar con el examen del desarrollo de otros recentísimos proyectos como el ya aludido del Genoma Humano[7], cuyas consecuencias y efectos (positivos, pero también negativos) aun no somos capaces de calibrar. Estos serían los principales protagonistas de esta parte del libro[8].
Entre las decenas de historias que Shattuck revisa -todas muy ilustrativas de la tesis que defiende- destaca con luz propia la de Fausto[9], el Mito faústico, que pasó de ser un criminal condenado en la literatura del Medioevo a un criminal redimido en la obra de Goethe. Para Shattuck “esta obra de arte marca una ruptura y es el símbolo de que a partir de ahora todo es posible y de que nos podemos saltar todos los límites”. Es un arquetipo tan importante que O. Spengler categorizará en su obra La Decadencia de Occidente (1918) con la expresión espíritu faústico la idea de destino que preside el ethos y el desarrollo de la cultura germano-cristiana occidental.
También el mito de Frankesntein[10] -el del científico que no se responsabiliza de su creación” y crea un monstruo que se rebela contra su autor- es considerado junto a Fausto como una aportación moderna a este mitologema: el doctor Frankenstein busca la fama en un intento titánico-prometéico de crear vida humana en el laboratorio (un acto, como es sabido, restringido a la figura divina). Al conseguirlo él mismo se condena:
“Aprende de mi”, le dice a Walton, “cuan peligrosa es la adquisición de conocimiento y cuánto más feliz es el hombre que cree que su ciudad natal es el mundo que aquel que aspira a una grandeza más allá de lo que su naturaleza le permite”.
La dualidad del Doctor Jekyll y Mister Hyde sería una tercera variación del mismo mito (los dos caras, positiva y negativa, de un mismo hombre o de una misma actividad técnica humana).
El libro acaba con un capítulo (VIII) dedicado La Esfinge y el Unicornio, en el que Shattuck continúa su indagación con la que comenzaba su libro: ¿hay cosas que no podamos o debamos saber?[11], para concluir que en realidad el tabú o prohibición ya se ha roto, su larga asociación a determinadas historias y casos históricos ya nos lo han demostrado: “Lo único catalogable en esta categoría [de conocimiento prohibido] serían, pues, las formas de conocimiento aun no localizadas, no nombradas, inexploradas, posiblemente inaccesibles a nosotros”[12].
De manera semejante, George Steiner no se mostrará más optimista que Shattuck al respecto. Los hombres de esta nuestra civilización científico-técnica no podemos volvernos atrás, -sostiene el pensador judío vienés- no podemos elegir los sueños del no saber:
“Como la última mujer de Barbazul, que no encontró la dramática verdad hasta que abrió todas las puertas del palacio, así el hombre occidental ha ido abriendo sucesivamente las puertas de la civilización y se halla ahora ante la última de ellas (…) Abriremos, espero, la última puerta del castillo aunque nos lleve, quizá justamente ‘porque nos lleve’, a realidades que están más allá del entendimiento y del control humano. Lo haremos -concluye- con esa lucidez desolada que expresa maravillosamente la música de Bartok, porque abrir puertas es el merecimiento trágico de nuestra identidad (…)[13].
Tal vez sea ése fatalmente -y a pesar de todas las míticas admoniciones evocadas en el libro de R. Shattuck- nuestro más probable destino: nuestra gloria pero también nuestro infierno.
Tomas Moreno
[1] Proyecto avalado a instancias de Leo Szilard por Einstein ante el presidente F. D. Roosevelt en 1939. El filósofo alemán Karl Jaspers (La bomba atómica y el futuro de la humanidad, Cuadernos Taurus, Madrid, 1968) reflexionó profundamente sobre sus consecuencias e implicaciones éticas y antropológicas para la humanidad.
[2] Meses antes había confesado al presidente Truman: “Sr. Presidente, tengo sangre en las manos”.
[4] No faltan, sin embargo, referencias a mitos, fábulas, leyendas y cuentos semejantes de otras áreas culturales en los que se tematiza sobre la misma tentación humana de traspasar o transgredir los limites del conocimiento, como es el caso de Las mil y una noches con el cuento del Genio en la botella, clara metáfora de la conveniencia para el hombre de controlar los efectos perversos de sus creaciones o artefactos mágico-técnicos (en nuestro lenguaje: los efectos nocivos indeseados de la ciencia y la tecnología)
[5] El Golem se inspira en una leyenda de la Cábala judía según la cual el Rabí Löw de Praga construyó mágicamente de arcilla una especie de “robot” u hombre artificial para que le sirviera de esclavo, en abierta rebeldía luciferina contra el acto creador de Dios. No logró dotarle del más noble de los atributos humanos: la palabra. Los sábados lo “des-animaba”. Pero un día se olvidó de concederle el descanso sabático y el Golem aprovechó el descuido para alborotar el gueto y rebelarse contra su artífice. Significativamente Norbert Wienner, el padre de la cibernética, tituló uno de sus ensayos Dios y el Golem s.a., Siglo XXI, México, 1967. El tema del “conocimiento autodestructor” aparece además de en las obras citadas de M. Shelley y de Stevenson, en N. Hawthorne, Thomas Mann, H. G. Wells etc.
[7] Sobre el Genoma humano, sus aplicaciones técnicas e implicaciones éticas, véanse: Lee M. Silver, Vuelta al Edén. Más allá de la clonación en un mundo feliz, Taurus, Madrid, 1998, Jürgen Habermas, El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?, Paidós, Barcelona, 2002, F. Fukuyama, El fin del hombre. Consecuencias de la Revolución biotecnológica, Ediciones B, Barcelona, 2002; Hans Jonas, El principio de Responsabilidad, Herder, Barcelona, 2002, Peter Sloterdijk, Normas para el Parque humano, Siruela, 2000.
[8] El capítulo VII, El divino marqués (el más largo del libro) trata de la figura de Sade y de su asociación del sexo con la violencia y la crueldad, para lamentarse de su difusión por obra de la beatería intelectual francesa posmoderna.
[9] Sobre el mito de Fausto véase: Hans Blumenberg, Trabajo sobre el mito, Paidós, Barcelona, 2003. La historia del erudito doctor Fausto que vende su alma al diablo para lograr poderes sobrenaturales –“sed de conocimiento y de experiencias”- se remonta a una leyenda medieval rescatada para la literatura por Christopher Marlowe (1832) y también tratada por autores como Gottold Lessing (1759), Paul Valéry (Mon Faust, 1945) y Thomas Mann (Doktor Faustus, 1947). En el cine será tratado por Murnau, René Clair, Fritz Lang y otros. Su figura inspirará a músicos como Schumann, Listz, Berlioz, Wagner, Gounod, Boito. Caso, pues, paradigmático de la “transgresión de límites y fronteras”.
[10] Sobre este mito véase: Pilar Vega Rodríguez, Frankesteiniana. La tragedia del hombre artificial, Técnos, Madrid, 2002.