Traemos para la sección de Poesía del blog Ancile, el poema titulado Ascesis de la luz en la azucena, en homenaje al genial pintor Doménico Theotocópuli, El Greco, que será incluido en breve en una nueva publicación de la que daremos puntual noticia; pertenece al conjunto de poemas todavía inédito Poemas herméticos, de quien suscribe modestamente esta introducción. Está dedicado a mi querida e inspirada amiga y artista Carmen Jiménez, con quien tengo una deuda de amistad y admiración hacia su obra nunca suficientemente pagada.
ASCESIS DE LA LUZ EN
LA AZUCENA
NOCTURNO
(EL GRECO)
En el IV centenario de la muerte de
Doménico Theotocópuli, El Greco
[…] el pincel niega al mundo más suave,
que dio espíritu a leño, vida a lino.[…]
Inscripción para el sepulcro de Domínico
Greco
Luis de Góngora
A Carmen Jiménez,
Por su entrañable amistad
y la delicadeza de su arte.
I
Nada, al
principio fue la nada.
Silencio, voz a veces que la luz,
todavía del
lienzo
no tocado,
con
azucenas de color tamiza.
Dios de las sombras al trasluz
de un
instante, en la eternidad guardado
del olvido,
la soledad desliza.
Comienzo, al fin se inicia, al fin comienzo:
un espíritu
toma
a base de celestes, vibrantes veladuras
forma,
la opacidad del óleo sobre el aroma
de la
materia, embriaga
de nunca
vistas, fábriles figuras.
Tonalidades limpias, desiguales
manchas
conforman en el equilibrio
de la línea
los pliegues del ropaje,
que un
soplo de imaginación levantan.
Mantecillo sostiene o tafetán el lenguaje
de rostros
todavía no soñados,
cuyas
miradas el color suplantan.
Con mundos nunca vistos soñara reflejados
espejo, en
cuyo marco sin cristales
un bastidor
alado nos recuerda, ya opuesto,
el perfil en
cendales
de luz
entre las sombras presupuesto.
Paramento
de nieve, si sulfato
de cal y
cola preparado, blanca en el lienzo
idea se
conforma:
figura
delinea mentalmente, retrato
inmaterial
la forma
al fin,
donde el espíritu un comienzo
sueña:
sobre la imprimación,
negro el
pincel, la superficie
nívea de la
imaginación decanta.
Con líneas en sinuoso rudimento
traza, seco
el pincel (de la intuición),
tanta luz
entre sombra tanta.
Con sutiles grafismos la molicie
del color,
sin boceto exhala, como el aliento
del alma
desvelada
que en un
rostro figura
en
expresivos rasgos del carácter
que, a la
sazón, ya fija o transfigura.
Nada, al
principio fue la nada.
II
De la obra la semblanza
EL aire invade en seminal constancia
el ámbito
del alma que anhelado
hubiera en
luz, color
y forma la sustancia
del amor.
Con sagrado
ascenso, la
materia eleva
invisible el
aliento y bizarría
que, en su
primera prueba,
marca el
lienzo con formas transparentes,
sumergidas
en iconografía
o retablo o
tablas en tropel
de figuras
silentes
que arden
todavía en el pincel.
Un espíritu ahusado se prolonga
sobre
rocosas superficies y celajes
temperados,
en cuyos
perfiles
traza oblonga
línea un
escenario, rostros en visajes
extasiados
que siembran de murmullos
iridescentes,
grises, encarnados
heraldos de
un futuro de boreales
mixturas
que traspasan
el tiempo
de su tiempo, a la vanguardia
de las
generaciones inmortales.
El retiro penitencial,
la pasión
cristológica, el retrato
sublime
como guardia
perenne de
la imagen celestial.
Y los
verdes y los boreales
amarillos y
rojos, vicariato
ascensional
de la pintura
que, luz de
nuestro mundo, ya trasgrede
en la
sangre del sacrificio
y la ofrece
en la sede
espectral
recibiendo los estigmas (o el éxtasis),
delirio en
la quietud de su ejercicio.
He aquí el rostro real antagonista
expuesto en
leal contrafigura:
el mínimo
pincel
al óleo
suficiente retratista,
la imagen
de un espíritu figura
en el
ámbito de la vida expuesto
en un
reflejo fiel,
y de otra
vida en esta manifiesto.
II
Autorretrato
Aquí, en autorretrato, el juicio
de la luz,
de las formas y del color
que en otra
realidad valora,
del natural
objeto el artificio.
Centro, en cuyo volumen, derredor
fue de otro
tiempo, de otra aurora,
si ángel de
la unidad en lo diverso,
pues mito,
epifanía
o
encarnación inscribe con el verso
de la línea
en la forma de un ayer,
hoy, para
mañana todavía.
La realidad el más allá
de la razón
contrasta,
si prudencia
leal moderadora del ser
que en su
rostro, quizá,
como en
espejo forme un sueño
de otro
yo en realidad iconoclasta.
Súbitamente, del autorretrato,
vivo un
destello observa
de sus ojos,
en alegato
singular de
otra vida que preserva
la
personalidad
viva de
aquel semblante,
y anima a
ser un yo
mismo en ajena voluntad,
si imagen
desigual tan semejante.
A cenit de azucena en llamarada
un espíritu
asciende:
apenas tiza
y azufre ya trazada,
desliza una
figura allende
del
conocido mundo la frontera
nunca
hollada.
Entre un
lívido concierto
de verdes
cercos, de amarillos aureolados
surge la
lividez de una esfera
azul que,
acaso, el cielo alfombra
en tiznes purpurados
que traslucen,
encubierto,
el canto de
la luz sobre la sombra.
Levantó la cabeza,
entonces,
obnubilado,
ausente, todavía
en somnolencia
el ángel:
la verdad
de su sueño
se apresta
en el
lienzo de la noche constelado
a recordar
en soledad,
tan grata
compañía
en luces
manifiesta,
cuando la
eternidad apenas
al observarse
espejo un instante,
el
firmamento de azucenas
pinta
extraño en el rostro semejante.
Francisco Acuyo