viernes, 15 de agosto de 2025

PANCRATIUM MARITIMUN, AZUCENA DE MAR, DE ANTONIO CARVAJAL.

 Para la sección de Poesía del blog Ancile traemos el poema de Antonio Carvajal que lleva por título: Pancratium Maritimun, Azucena de mar, con un comentario de Jesús Cabezas como antecedente del poema y las fotos.



PANCRATIUM MARITIMUN,

AZUCENA DE MAR,

DE ANTONIO CARVAJAL



Pancratium Maritimun, Azucena de mar, Antonio Carvajal


 
Efectivamente, así eran. A ver si les tiro una foto a unos ejemplares que crecen por donde paseo a la caída de la tarde en la Cagaílla y te la mando. Es la pancratium maritimun o azucena de mar. Don Manuel González Ligero, quien fuera profesor de la Escuela de Artes y Oficios y un gran imaginero, la llevó a la alegoría del retablo del Santuario de la Virgen de la Cabeza donde se produjo el milagro de la playa de las Azucenas.

 

Jesús Cabezas


Del mar la mece el rumor,

le da la espuma su albor,

halla en la arena frescor 

y es la duna 

su muelle y movida cuna,

de las rocas ruiseñor.

 

No has de llamarla pancratia, 

puedes llamarla pangracia

pues tiene todas las gracias 

que se piden a la flor 

y es de la mar ruiseñor.

 

 

 

 

Antonio Carvajal





martes, 12 de agosto de 2025

CONCIENCIA Y NÚMERO POÉTICO

 Abundando y reflexionando sobre cuestiones numéricas y poesía, traemos una nueva entrada para la sección de Ciencia del blog Ancile, que lleva por título: Conciencia y número poético.



CONCIENCIA Y NÚMERO POÉTICO



Conciencia y número poético. Francisco Acuyo


La ratio y la oratio, el logos y el discurso, en poesía, pueden describirse como  axiomas indemostrables, o como la salvación de la devastación del lenguaje anunciado por Heidegger[1] por influencia, hoy, sobre todo, de la ciencia[2] y sus derivadas tecnológicas, que ignoran o eluden el enigma inicial de toda conciencia que se expresa mediante palabras, y cuyo misterio debe mantenerse y custodiarse (Parménides).

El número poético se coloca en el origen mismo de la conciencia y del pensamiento, como aquel legein (decir o hablar) que dispone al ser para revelarse en el mundo del lenguaje primero como pura designación.

El número poético puede considerarse como teorema de equivalencia que unifica todas las cosas que inciden entre la proporción y lo diverso[3] mediante la analogía, es decir el número poético (métrico -rítmico, Juan Caramuel-) debe entenderse como analógico, es decir, de proporción matemática. Se me antoja que el metro o medida del verso es un cálculo de razones donde la proporción se realiza de manera más idónea (eufónica, expresiva…) para intentar un sentido de las cosas.[4] ¿Son las razones poéticas razones numéricas que expresan la esencia misma de las cosas?[5] ¿Es la poesía y su estructura numérica la que demuestra que el alma posee los principios lógicos de todas las cosas y actúa de acuerdo con ellos, tanto cuanto ella misma se orienta hacia las cosas en su interior?[6] 

Conciencia y número poético. Francisco Acuyo
El caso es que que la poesía y su estructura numérica traducen como en pocos lugares puede hacerse la afinidad entre matemáticas y dialéctica, más allá del concepto filosófico, ya que participa de las leyes intrínsecas del número y de la aritmética,[7] aunque el desvío de la norma nos muestre la inconmensurabilidad de sus magnitudes, que pueden, en ocasiones, vincularlo a la irracionalidad numérica.[8]

Una de las vinculaciones más fascinantes deducibles del logos poético es la de su relación con el logos de lo divino, ya que cuando es verdadero se le considera por ricas y diversas tradiciones como revelación. Esta revelación algorítmica del número poético debe tomarse con cuidado, ya que su medida y cálculo no son mecánicos, pues traza equidistancia entre su aspiración trascendente y los acontecimientos en constante cambio que ofrece la naturaleza humana; esta podría ser otra de las evidencias por las que considero la poesía una ciencia de la paradoja: se mueve entre oscilaciones y variables constantes.

La poesía elabora en el proceso de su discurso la palabra eficaz para hacer posible una verdad plena y realizadora, es decir, plenamente creativa, pero en su claridad demostrable no renuncia a la profundidad de un lenguaje que se hunde y aspira (en) lo trascendente. El número poético está íntimamente relacionado con el significado de su discurso. Por todo esto es por lo que el número en poesía está vinculado con la sabiduría, si esta, a su vez, a los números y a las relaciones que indagan más allá de las mismas percepciones, las cuales trata de ajustar al número. Este saber establece una interconexión forzosa que se refleja en todo ejercicio creativo, si es que el número y la proporción son potencias precisamente de lo creativo.



Francisco Acuyo




[1] Heidegger, M.: Cartas sobre el humanismo, Pág. 19.
[2] Zellini, P.: ob. cit. Pág. 109.
[3] Acuyo, F.: ob, cit.
[4] Platón, Timeo,
[5] Proloco: Theologia platónica III.
[6] Porfirio: Sentencias, XVI,
[7] Zellini, P.: ob. cit. 153.
[8] Acuyo, F.: ob. cit.




Conciencia y número poético. Francisco Acuyo


viernes, 8 de agosto de 2025

DENTRO DE MI TELESCOPIO

 En estos día de verano y de observación astronómica, he resuelto algunas de las observaciones con una serie de poemas, de los cuales expongo alguno para la sección de Poesía del blog Ancile, este en cuestión lleva por título: Dentro de mi telescopio, dedicado al fotógrafo Leonardo Lázaro y a la artista Mª Ängeles Lázaro Guil, madre del primero.



DENTRO DE MI TELESCOPIO



Dentro de mi telescopio, Francisco Acuyo



 Para el fotógrafo del cielo Leo Lázaro 

y su madre, Mª Ángeles Lázaro Guil,

artista celeste

 


   Vi a quien entre los astros ya concilia

insondable el saber y lo cimero,

asterismos del mundo verdadero

propios de filosófica familia.

 

   A doctos asamblea en su vigilia

reuní en mi sabia cámara, ingeniero

de estrellas que volvió, siendo extranjero,

a la luz de la sombra que lo exilia.

 

   Lo dicho con palabras no me llena:

en su luz quede quieto quien observe

y vea cómo el alma se serena

 

   en el fanal de su infinito rastro,

se renueva fugaz y en su ardor hierve

con verdad numinosa por el astro.

 

 

 

 

Francisco Acuyo

 




martes, 5 de agosto de 2025

ENTRE EL RITO Y LA CIENCIA: PANSIQUISMO POÉTICO

Bajo el título de: Entre el el rito y la ciencia: pansiquismo poético, ofrecemos una nueva entrada para la sección de Ciencia del blog Ancile. 



ENTRE EL RITO Y LA CIENCIA:

 PANSIQUISMO POÉTICO


Entre el el rito y la ciencia: pansiquismo poético, Francisco Acuyo



 No me resulta extraño que la poiesis, en cierto modo, a través de sus palabras, de sus giros, de sus acepciones, de su número poético formen parte de un ritual que trata de ofrecer las realidades vivientes (¿también conscientes?)  de todo aquello que forma parte de la naturaleza, en una suerte de singularísimo pansiquismo. En virtud del funcionamiento de fenómenos retóricos como la sinestesia podemos constatar la forma alucinante de vincular los sensible, sensorial, sensitivo y concreto con la abstracción; entre lo visible y lo invisible, entre la razón de lo inmanente y lo inexplicable de lo trascendente.

Acaso también es muy reseñable algo de lo que parece olvidarse incluso el mismo poeta (muchos son los llamados, pocos los elegidos)[1]: la poesía es, sobre todo, renuncia. Renuncia a cualquier finalismo, de renuncia a lo útil, haciendo esta vertiente de abandono una realidad única. Esta renuncia poética, a veces me pregunto, si no es el ejercicio creativo que expone el límite que quiere comunicar lo incomunicable, que se sitúa entre el logos y la gracia, ya que, en la poesía, conviven misteriosamente la palabra secular y la divina. Me recuerda el número poético aquello que Plotino decía cuando hablaba de que: el número existía en el ser sin ser número, ya que el ser era todavía uno, pero al venir a la existencia la fuerza del número fraccionó al ser e hizo que pareciese, por así decirlo, la multiplicidad.[2]

No debe extrañar que el poeta intuya en el número (como lo hacía Zellini) poético la encarnación de un acto de amor divino.[3] La poesía en boca del que sabe decir se emparenta con el dictamen del profeta que previene de la restitutio ómnium, que nos lleva al reconocimiento del origen, por lo que es paradójico, no contradictorio, que el número poético (dominado -inútilmente- por el cálculo) sea el último reducto de la magia -sobre todo de la alquimia- en el mundo.

Entre el el rito y la ciencia: pansiquismo poético, Francisco Acuyo

La iteración métrica no debe reducirse a un proceso mecánico y automático por las razones aducidas con anterioridad.[4] Los modelos y algoritmos deducibles de los diferentes tipos de versos son siempre dinámicos y no siempre se pueden describir en un continuum métrico que se ajuste necesariamente al criterio de efectividad y cálculo.[5] La naturaleza deíctica (deixis) del número poético se atiene y adapta a las características del proceso lingüístico. Pero, ¿qué designan estos números poéticos? No sólo el número y lugar de sílabas o pies métricos mediante el que establecer un catálogo, de cuyo orden métrico extraer conclusiones eufónicas y expresivas del verso, ya que dicho número está informando de la deixis de la expresión poética. Este número es fundamental para reconocer(se) y encontrar(se) (en) el lenguaje poético para fundar una forma de conciencia que puede trasgredir incluso el aspecto referencial como acto lingüístico, ya que no solo define y describe objetos, ideas, pensamientos, sentimientos… sino intuiciones imposibles de describir e identificar mediante un lenguaje ordinario.

El algoritmo puede emular el procedimiento mecánico de construcción del verso. Pero también, en sus limitaciones, nos avisa que intentar un escrutinio exacto de lo que hay en su naturaleza con los instrumentos de la razón es una empresa vana. Por eso se deduce de la ambigüedad esencial de la poesía los límites mismos del discurso, pero también los de la propia ciencia.





Francisco Acuyo



[1] Mateo 22-14.
[2] Plotino: Enéadas, VI, Gredos, Madrid, 2002.
[3] Zellini, P.: ob. cit. Pág. 278.
[4] Acuyo, F.: ob. cit.
[5] Reiteramos los desvíos que aparecen en casos muy concretos y que hacen que el verso que los sufre sea especialmente expresivo.



Entre el el rito y la ciencia: pansiquismo poético, Francisco Acuyo


viernes, 1 de agosto de 2025

DESDE UN MAR DE TEJADOS, DE ANTONIO CARVAJAL

Ofrecemos para la sección de Poesía del blog Ancile, el poema de Antonio Carvajal intitulado: Desde un mar de tejados.



Desde un mar de tejados. Antonio Carvajal
Vista de Antequera desde la colina de su alcazaba


DESDE UN MAR DE TEJADOS,


DE ANTONIO CARVAJAL



con añoranzas de Edmond Cross




Plácidamente la ciudad sestea.


Recostada en el monte, por el llano

se expande y hacia el río sus pies tiende

movidos más ahora por codicia

que por necesidad. Tiene el dinero

en su aleación algo de azogue y mucho

de avaricia en sus vuelos controlados

de mano a banca y números de cuenta,

pájaro de papel que anida en pechos.


Huecos los aires, un reloj proclama

las horas. Marca el tiempo del trabajo,

de los ocios, los sueños; no la vida

ni en dobles toques tácita la muerte

sino, con dejadez, no tiempo: oficios.


Y aún es bella la ciudad.

                                                    Se yerguen

las altas torres de ladrillo esbelto,

tan moldeadas, que parecen dóciles

al suave toque de una mano lenta,

arboladuras de veleros quietos

sobre las olas y las tejas.

                                                        Se alza

más arriba la vieja fortaleza

cuyo vacío es signo de otros modos

de vivir, como quedan los conventos

vanos, las grandes casas silenciosas

y los escudos pretenciosos mudos

o borrados, que callan de sus dueños

con los nombres las vidas, y pregonan

el abandono de una gloria antigua

que nada significa aunque se escriban

libros que son la muerte de la muerte,

que no suenan, no dicen bajo el polvo

de las estanterías y los años nada

que permita saber cómo la muerte

pasa a la flor los dones del vivir,

cómo el techo tranquilo de palomas

entre los pinos fulge, entre las casas,

y si despierta el viento sólo llega

un vago aroma seco del estío.





Antonio Carvajal







Desde un mar de tejados. Antonio Carvajal

martes, 29 de julio de 2025

LA ERA DE LOS NOMBRES OCULTOS, DE JESÚS GARCÍA CALDERÓN

Para la sección Editoriales amigas del blog Ancile, Traemos un nuevo post sobre el libro titulado, La era de los nombres ocultos, editado en Madrid por Letrame editorial, este año 2025, cuya temática es de gran interés y actualidad, por lo que recomendamos vivamente la lectura de este post y del libro en su totalidad. Aportamos, junto a una reseña de los contenidos,  un fragmento de dicha obra.


LA ERA DE LOS NOMBRES OCULTOS,

DE JESÚS GARCÍA CALDERÓN






No deja de sorprender que la enconada controversia y ruidosa alarma que produce el cambio climático y sus consecuencias en las sociedades avanzadas de nuestro tiempo no extienda su preocupación hacia su manifestación quizá más frágil, aunque menos visible, que es la del deterioro del clima de nuestros derechos. Esta creciente quiebra social, viene incrementándose de una manera imparable con el uso doméstico de los últimos avances tecnológicos, generando en la ciudadanía la sensación de que pagamos voluntariamente un engañoso peaje para convertirnos, de manera más o menos consciente, en súbditos o sujetos de escrutinio, en ciudadanos con una identidad disminuida, en una nueva especie de esclavos felices que sacrifican parcelas esenciales de su libertad y lo hacen con entusiasmo y para alcanzar el disfrute masivo de herramientas de ocio e información, prácticamente inagotables.

Este breve ensayo parte del suicidio asistido de nuestra intimidad y su paulatina sustitución por el nuevo paradigma de la identidad digital, en una inquietante transformación que acentúa extraordinariamente nuestra condición de seres tremendamente vulnerables. El texto, aunque lo parezca, no se limita a exponer otra percepción pesimista. En España el pesimismo siempre ha tenido prestigio y tan profundo error nos ha conducido reiteradamente, a través del camino de su exhibición impúdica, hasta distintos abismos que aún no somos capaces de recordar sin rencor. Sin embargo y afortunadamente, esta situación se atisba como una forma de tenue lucidez colectiva, como un bondadoso aviso que nos llega a tiempo y que nos permitirá aprovechar aquellas oportunidades que, en el futuro, probablemente nos ofrezca el azar.

Por primera vez en la historia, la tecnología pretende construir una nueva naturaleza y nos impone otra relación con nuestro entorno. Este proceso se desarrolla a un ritmo vertiginoso y sin conocer con exactitud cuáles puedan ser las consecuencias reales de su implantación. La desaparición de la intimidad, sustituida por la engañosa identidad digital, es la primera de una larga serie de limitaciones a nuestros derechos más esenciales que debemos reconocer y combatir. Las nuevas pautas sociales nos debilitan y apenas nos permiten escapar de los más rígidos sistemas de control. También nos devuelve este proceso al viejo mito de los nombres ocultos. Solo la trascendencia nos permitiría comprender la verdadera identidad que se esconde tras nosotros. Desvelar prematuramente ese nombre puede destruirnos y hasta hacernos desaparecer. Este breve ensayo nos recuerda los principios que pueden guiarnos en esta defensa de nuestras libertades más esenciales en un futuro que se antoja distópico y cruel, ajeno muchas veces a los sentimientos que deben inspirar a una sociedad justa y democrática.








Fragmento


Es evidente que siempre hay una zona oscura que no se quiere compartir ni siquiera con nosotros mismos, pero ello no significa que esta zona contenga pensamientos o actos ilícitos, inconvenientes o reprobables. Este espacio apartado de la realidad virtual parece ser el único que rechaza enérgicamente la exposición pública que impone la nueva naturaleza de nuestra existencia.

En general, por ejemplo, negamos cualquier aspecto virtuoso a la tristeza, incluso llegamos a negarle, en un alarde de irresponsabilidad, cualquier sentido práctico o utilidad. Si excluimos los aniversarios fúnebres de la familia o las notificaciones sancionadoras de organismos públicos, son muy escasos los mensajes que refieren alguna forma de tristeza. Parece que las redes quieren aparecer ante nosotros como un infinito jardín de infancia en el que solo debemos transmitir mensajes muy positivos o formas de agradecimiento o asombro[1].

Cabría añadir a lo anterior que no mostramos nunca, cuando menos en lo personal, aquello que nos duele, quizá porque nos presenta como sujetos más débiles o vulnerables. Todos los desajustes que nos imponen las circunstancias que nos rodean, no merecen ser advertidos o comentados con los demás y los marcamos con un signo denigrante que los condena al silencio. La exhibición impúdica y próxima, casi ampliada, de lo cotidiano y ordinario nos empobrece y aísla, nos desnuda como si diéramos la espalda a la realidad para no tener que mirarla.

Pero si el mundo digital es un mundo sin intimidad, habría que preguntarse qué o quienes ocupan ese espacio vacío. Podríamos imaginar como solución una intimidad más profunda, pero advertimos muy pronto que se produce un hito paradójico ya que ese espacio profundo es demasiado grande para que pueda convertirse en refugio de sentimientos íntimos. El problema, por tanto, no es que no nos quede un espacio propio en ese pozo inmenso para subsistir: El problema es justamente el contrario y es que el espacio disponible es tan grande y descabellado que alojaría un intimidad siempre abrumada por la vastedad del aposento que la acoge. La intimidad requiere un espacio corto y cerrado, un horizonte humano y por eso lo íntimo se escapa para buscar el lugar natural y proporcionado que verdaderamente le corresponde. ¿Pero dónde puede acudir? ¿Qué viene para ocupar su lugar, para habitar ese inmenso espacio vacío?

Sabemos que lo íntimo deja de tener valor y que lo sustituye el rastro de registros que deja nuestro paso por el camino de la virtualidad, la suma de anotaciones que genera nuestra vida cotidiana y que podríamos considerar el reflejo de nuestra nueva identidad digital, el imperio definitivo del dataísmo en los términos pesimistas que se describen en el famoso ensayo de Yuval Noah Harari[2].

Quizá por eso muchas personas, conscientes de su naturaleza como sujetos de rendimiento[3], pero críticos e infelices con este sistema, muestran su rebeldía y adoptan viejos usos o comportamientos sociales que les permitan evitar ese rastro electrónico pegajoso e interminable. Procuran, por ejemplo, pagar sus transacciones con dinero efectivo[4], de manera que el papel moneda adquiere en nuestras manos un aire clandestino y equívoco. Algo tan natural como utilizar el dinero físico que lícitamente poseemos, se convierte en un acto sospechoso o en una fuente de leve intranquilidad. Para muchos, será preferible sufrir un pequeño robo, apareciendo como víctimas, que ser descubiertos en el pago efectivo por las autoridades tributarias, algo que los transforma y registra como personas sospechosas.

Sin incurrir en exageración alguna, podríamos considerar que esta situación es una consecuencia más de la intimidad social sustituida por una identidad digital que busca convertir al ciudadano en un sujeto previsible y feliz. Además, las aristas de esta cuestión nos trasladan, en tal caso, a nuevas preguntas que procuran descubrir a qué o a quienes sirve el nuevo súbdito digital.

En apariencia, el dueño digital que determina y medio gobierna nuestra voluntad es un espejo. El amo de nosotros somos nosotros mismos, pero un nosotros devaluado y confundido. He ahí la tragedia que se nos presenta y nos confina en un callejón sin salida. Partimos del famoso aforismo de Franz Kafka que inspiró las primeras enseñanzas de Byung-Chul Han[5]: El animal le arrebata el látigo al amo y se azota a sí mismo para convertirse en amo.

La brillantez del silogismo nos atrapa y solo queremos creerlo con un sincero fervor, pero nos ofrece una visión un tanto limitada del problema, que exige buscar respuestas más eficientes en el mundo del derecho si seguimos entendiendo que una de sus funciones primordiales, máxime en este tiempo distante y desdibujado, es el arte de trazar límites[6], una labor cuya dificultad se ha incrementado en términos exponenciales con el desarrollo, imparable e impredecible, de las nuevas tecnologías.

Es cierto que el esclavo se apodera del látigo, pero lo hace como un sujeto inducido y devorado por la nueva dimensión de la virtualidad. Esta dimensión es una tierra infértil, un légamo invisible que lo atrapa, que acoge su identidad digital y que rinde el fruto de una nueva intimidad que no es más que la relación ordenada y sumisa de la mayor parte de sus actos. El amo digital no se impone por la fuerza: solo nos confunde: Nos entrega la llave del habitáculo en el que nos confina para que creamos que podemos abrirlo y salir, pero la llave solo sirve para entrar porque nos ha convertido previamente en
esclavos vocacionales que no pueden, ni quieren, ni saben abrir la puerta de su libertad. Si lo hicieran azarosamente, como un simple impulso mecánico, se encontrarían con un muro invisible alzado con la corteza del miedo y la adicción a una soledad muda, plana y casi opaca que se esconde de la naturaleza real y que vive una sensación contraria o antagónica a esa soledad sonora que descubrieron y cantaron, con tanto acierto, los místicos españoles[7].

Este nuevo sujeto de rendimiento y de consumo tiende a convertirse, además y entre otras pobres alternativas, en un sujeto de escrutinio que analiza sus acciones de manera compulsiva. Se convierte en un minúsculo engranaje de un mundo de recuento, un mundo ciego que no sabe muy bien dónde se
encuentra y donde se dirige. Rinde ante sí mismo con su explotación, consume para sostener materialmente el sistema y se evalúa continuamente para mantener el firme compromiso, tácitamente aceptado, de que sus acciones no pierdan un valor apreciable. Este comportamiento resulta tan agotador que lo incapacita o lo limita para afrontar otras acciones enriquecedoras, saludables y hasta placenteras que obstinadamente esquiva o incluso olvida para persistir en una tarea que parece que no tiene fin. El sujeto de escrutinio es una danaide agotada que sigue arrojando el rastro electrónico de su vida a un tonel sin fondo.

Paradigmas de esta tortura, leve pero persistente, serían las alarmas del teléfono móvil, zumbidos, vibraciones o campanillas que suenan una y otra vez y nos obligan a interrumpir conversaciones o ensueños. Silenciar el teléfono no basta porque, al fin y al cabo, el aplicado registro nos obliga, tarde o temprano, a detener nuestra vida y mirar las pantallas para borrar un sinfín de alarmas innecesarias o de intentos de acoso o fraude. En definitiva, este nuevo sujeto de escrutinio se ha transformado en el esclavo vocacional e incansable que desconfía de su libertad y acaba por traicionarla y que, a veces, hasta la odia porque le exige la toma propia de decisiones.

El incremento de la auto explotación nos ha llevado hasta una auto evaluación generalizada y miserable porque sustituye o confunde el benéfico examen de conciencia que aprendimos al estudiar el catecismo católico o al descubrir los elementos básicos de la ética. Ahora no sabemos, dónde acabará llevándonos esta forma de pequeña esclavitud voluntaria en un futuro no muy lejano.



Jesús García Calderón

 

 



[1] Debo la imagen al dramaturgo Francisco Nieva (1924-2016). Solo recuerdo haber leído una entrevista, de la que no guardo referencia alguna, en la que preguntado sobre la opinión que tenía tras visitar la Exposición Universal de Sevilla de 1992, contestó que le parecía haber visitado, un inmenso jardín de infancia.

[2] Homo Deus: Breve historia del mañana; Yuval Noah Harari; Editorial Debate, traducción de Joandomènec Ros i Aragonès, Madrid, 2016.

[3] La sociedad del cansancio, Byung-Chul Han, ob. cit.; páginas 25/30. “La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya sujetos de obediencia sino sujetos de rendimiento. Estos sujetos son emprendedores de sí mismos […] El sujeto de rendimiento está libre de un dominio externo que lo obligue a trabajar o incluso lo explote. Es dueño y soberano de sí mismo […] La supresión de un dominio externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que la libertad y coacción coincidan […] se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en auto explotación”.

[4] Con el habitual lenguaje críptico de este tipo de normas, la Ley 11/2021, de 9 de julio, de medidas de prevención y lucha contra el fraude fiscal, de transposición de la Directiva (UE) 2016/1164, del Consejo, de 12 de julio de 2016, por la que se establecen normas contra las prácticas de elusión fiscal que inciden directamente en el funcionamiento del mercado interior, de modificación de diversas normas tributarias y en materia de regulación del juego, nos recuerda en su Exposición de Motivos que la previa modificación de la normativa tributaria y presupuestaria y de adecuación de la normativa financiera para la intensificación de las actuaciones en la prevención y lucha contra el fraude, en la línea también seguida por otros países de nuestro entorno, determinó la limitación al uso de efectivo para determinadas operaciones económicas. En ese sentido y ante los positivos resultados obtenidos, se introduce una nueva modificación en el régimen sustantivo de los pagos en efectivo, dirigida a profundizar en la lucha contra el fraude fiscal, disminuyendo el límite general de pagos en efectivo de 2.500 a 1.000 euros.

[5] La tonalidad del pensamiento, Byung-Chul Han, Paidós Contextos, Editorial Planeta, Barcelona 2024; traducción de Lara Cortés Fernández; página 74. “El animal piensa que es libre cuando se azota a sí mismo. Y nosotros hemos sucumbido a esta ilusión fatal. Nos explotamos voluntaria y apasionadamente, con la ilusión de que nos estamos realizando. […] Soy al mismo tiempo amo y siervo. Esta es una libertad paradójica en la que confluyen presión y libertad.”

[6] El arte de trazar límites. Sobre la defensa del lenguaje jurídico para comprender el lenguaje. Jesús García Calderón. Anales de la Real Academia Sevillana de Legislación y Jurisprudencia, número 8, 2016, páginas 31-39. “Fue Manuel Olivencia quien también reclamara, con tanto acierto y en su recordado Discurso de Ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, pronunciado en 1981 y titulado Letras y letrados, la importancia de la lengua para el jurista. Allí nos recordaba los consejos del maestro Joaquín Garrigues Díaz-Cañabate, autor del famoso Curso de Derecho Mercantil que aparece en años tan decisivos para el devenir de España y Europa como 1936 y 1940 y allí nos refiere también su impagable enseñanza al imponer a cualquier jurista que se precie, entre otras muchas obligaciones, la de buscar la claridad, señalando que el Derecho es el arte de trazar límites y el límite no existe cuando no es claro”.

[7] La noche sosegada/en par de los levantes del aurora, /la música callada, /la soledad sonora, /la cena que recrea y enamora; ya aparece en esta estrofa del Cántico de San Juan de la Cruz o en otros muchos poemas o poemarios decisivos en la literatura española y universal como La soledad sonora (1908) de Juan Ramón Jiménez.





viernes, 25 de julio de 2025

EL CÁLCULO AMBIGUO DEL NÚMERO POÉTICO

Para la sección de Ciencia del blog Ancile, traemos un nuevo post bajo el título de: El cálculo ambiguo del número poético, siguiendo las indagaciones sobre estos interesantísimos aspectos matemático poéticos.


EL CÁLCULO AMBIGUO

 DEL NÚMERO POÉTICO


El cálculo ambiguo del número poético, Francisco Acuyo


Del algoritmo métrico (en poesía), podríamos decir muchas cosas de gran interés las cuales no debieran sorprendernos, ya que dicho número es uno de los garantes de la singularidad del discurso poético. La métrica poética es un caso ejemplar de cómo el significado de un algoritmo no puede ser completo, ni unívoco ni literal,[1] y por lo tanto tampoco deducible un funcionamiento mecánico del mismo. El error expreso o entendido como desvío en algunos casos que trasgreden la normativa del precepto métrico,[2] devienen  porque el cálculo del número poético es necesariamente ambiguo. Las técnicas de enumeración no son exhaustivas y nos muestran que la comprensión del fenómeno poético, a través de la razón instrumental, es imposible.

También en poesía el número y sus errores o desvíos no mecánicos nos acaban hablando de la incompletitud de los números y de sus sistemas, incluido el métrico, pero también de la increíble potencia de aquellos algoritmos constituyentes que se muestran inagotables e inimaginables, llevando el discurso poético incluso en sus estructuras numéricas al ámbito, para muchos harto incómodo, del infinito.

Se diría, en fin, que el número en poesía ofrece un ámbito singular donde la creencia del número versus logos se pone en cuestión de manera excepcional y profunda, acaso porque el número poético es dueño y señor del engaño de una extensión impropia, de la cual, sin embargo, procede la veracidad.[3] El contar pies métricos, sílabas… nos ofrece la posibilidad de alcanzar algo que pueda ser objeto no sólo de episteme, de conocimiento, también nos abre una vía asombrosa para reconocer el origen, lo inicial, lo primero, la unicidad de la que deviene lo múltiple, porque en ella no valen las determinaciones o delimitaciones o fronteras entre lo razonable, lo lógico, lo mítico o lo trascendente. 

El cálculo ambiguo del número poético, Francisco Acuyo

La poesía y su razonamiento especial numérico nos muestra que, tras la pérdida o la trasgresión del límite, de la medida, del mismo concepto, radica la potencia fundamental de lo creativo, que es infinito por inagotable. El número poético parece indicarnos que el origen del número es el del mito, el del dios que regresa de su exilio[4], y que no es sino el continuum de la vida, y que el apeiron, el caos de la percepción, es susceptible de proporción, medida y estructura algorítmica.

La poesía vive y se recrea en su carácter proteico: de ser y estar en la realidad del fuego y del agua, de nadar entre el caos y el número, pues en ella conviven lo continuo y lo discreto. En la naturaleza de la poesía (y en la poiesis de todo arte) la convivencia del número y del logos, se entrevé su singular simiente, la cual ha de crecer como potencia de lo creativo: el cómputo (taxis) y el logos van de la mano, y su cálculo no hace sino proponer la pertenencia o no a secuencias recursivamente numerales como criterio de definición y progresión jerárquica de conceptos[5], aunque, también ¿pudiera considerarse que proviene de un enigmático origen ritual? ¿Es el número poético una suerte de conjuro contra el caos?

En cualquier caso, el número del verso forma parte esencial del discurso poético, cuyo ritual numerológico es opuesto al taxonómico, que habría de dar lugar a la ciencia, aunque el número poético forme parte intuitiva también de la ontología del número, que reconoce el sentido del logos más allá de la definición y síntesis de la fonación y el significado. Se manifiesta como la apofainesthai aristotélica que se renueva continuamente, como si se tratase de una creación y recreación divinas. El ritual métrico, con sus series numéricas, forma parte de ese ceremonial que nos conecta con lo trascendente.


Francisco Acuyo



[1] Zellini, ob. cit. Pág. 461.
[2] Acuyo, F.: ob. cit.
[3] Zellini, P.: ob. cit. pág.11
[4] Heine, H.: Gli Dèi in Exilio, pág. 21.
[5] Zellini, P.: ob. cit. 43.


El cálculo ambiguo del número poético, Francisco Acuyo