martes, 26 de febrero de 2019

SOBRE EL LENGUAJE DE LA NADA


Bajo el título de, Sobre el lenguaje de la nada, traemos una nueva entrada para la sección, Ciencia, del blog Ancile.





Sobre el lenguaje de la nada, Francisco Acuyo



SOBRE EL LENGUAJE DE LA NADA





Aquel llevar, trasladar, desplazar (metaphora) más allá algo que tiene alguna similitud (analogía), es un ejercicio de búsqueda de significado que traspasa los dominios de los estudios literarios (retórica) y podemos constatarla incluso en el territorio estricto de la misma ciencia. No es en modo alguno extraño encontrar en el ámbito científico expresiones que tratan de acercarse al significado de fenómenos y realidades muy diversas. En esta serie de reflexiones dedicadas a la nada, os recuerdo aquella sobre la que parte toda esta secuencia singular sobre el concepto y la realidad de la nada y del vacío[1], me refiero en concreto a la metáfora de los agujeros negros, que pasa a ser tenida como plenamente descriptiva y conceptualmente definitoria del fenómeno astrofísico. Lejos de la mera figuración no es un ornamento estético para el científico del cosmos, pues, forma parte ya de la realidad lingüística del cosmólogo y de su configuración metal sobre dicho fenómeno.

                Es el caso, que cuando hablamos de la nada, parecen surgir dificultades sobre su conceptualización, representación y potencial realidad de la misma. La función simbólica en este dominio se torna aún más extraña, indescifrable, inefable incluso. El significante diferenciad y el significado en este terreno indescriptible, a diferencia de otros ámbitos, hace de aquél, del significante, decimos, una opción extraordinaria para abrir puertas mentales a posibilidades infinitas para actuar sobre la  realidad. Cuando hablamos de la nada, es cierto que no nos sirven las metáforas (sobre todo mecanicistas), ya que no podemos comparar con nada lo que la nada sea. Tampoco podemos mostrar, visualizar, en nuestra mente lo que de manera literal la nada fuese. No podemos explicar ni sugerir lingüísticamente, con metáfora o sin ella la realidad de este vacío informe y atemporal. La dificulta proviene acaso de que se pretende, desde el dinamismo y mutabilidad de nuestra realidad existencial, quiere definir lo que es inmutable, infinito y atemporal.
Sobre el lenguaje de la nada, Francisco Acuyo

                Más allá de la aplicabilidad explicativa y pedagógica de la metáfora, en este caso, más que en ningún otro, la nada no se adecúa fácilmente para su entendimiento, tampoco nos sirve heurísticamente para aproximar hipótesis sobre lo que sea y, desde luego, su exégesis en modo alguno es sencilla. De donde proviene tanta dificultad (a parte de la ya sugerida) de que nuestra naturaleza –dinámica, decíamos- es imposible de comparar con la estática y absoluta del nada, radica en la naturaleza de nuestra propia mente. Recordemos un instante la peculiar etimología de nada: proveniente del participio natus, a,  um, es decir, nacido, originado, y descendiente a su vez del ver nasci, nacer. Tan extraña evolución semántica y su sentido negativo no es asunto de esta exposición nuestra, pero si es muy conveniente conocerlo, pues en realidad proviene de la imposibilidad de representar con el lenguaje literal, y su grande dificultad en el mismo lenguaje metafórico.

                En el Diccionario Oxford de la mente recogemos de inicio esta apreciación sobre la nada: La naturaleza de la nada aborrece el vacío –y otro tanto hacemos nosotros. La idea del vacío […] es al mismo tiempo repelente e inconcebible […] No hay nada más real que la nada.[2]

Desde una óptica neurofisiológica se aportan casos de personas que bajo los efectos de anestésicos –anestesia medular- dicen que su percepción es la de no ser.[3] ¿Psicológicamente esa experiencia de no experiencia es experiencia de la nada?[4] ¿Son  la inatención, la agnosia, anagnosia, extinción…, experiencias de la nada? ¿Es la nada un epifenómeno –curiosamente como la consciencia según la neurociencia- del cuerpo y sobre todo del cerebro? No obstante, podemos afirmar sin duda que uno de los momentos más críticos de la vida del ser humano puede apercibirse de esa nada, nos referimos en la la pérdida de un ser querido, sobre todo al caer en la cuenta que jamás volverás a ver -sentir corporalmente- a la persona amada desparecida[5]. El vacío es similar al caer en la cuenta trágica de la pérdida a cuando se experimenta y se es consciente de la presencia fantasma de un miembro amputado.

                Quizá sea en el ámbito neurológico y después en el netamente psicológico donde la nada ofrece una clara advertencia de que aquella es imposible de acceder sin la presencia de la conciencia, es decir, del cuerpo, si es que este es el origen definitivo de aquella, o, ¿acaso también sin el cuerpo es posible una conciencia? El mundo de lo sensorio desprendido de lo intelectual, según los místicos, puede estar más cerca de esa realidad vacía (sunyata), cuyo centro está en todas partes y no solamente arraigado en nuestro centro mental y corporal y que solo se puede conocer existencialmente del ser en el mundo. Pero ¿es posible que, a través de esta percepción de la nada se pueda situar en el límite mismo de la existencia humana? Trataremos de dar respuesta a estas interrogantes en nuevas entradas sobre esta interesante cuestión nunca del todo definitivamente debatida.


Francisco Acuyo



[1]Acuyo, F.: Blog Ancile, De la muerte y la paradoja de la información: https://franciscoacuyo.blogspot.com/2018/09/de-la-muerte-o-la-paradoja-de-la.html
[2] Diccionario Oxford de la Mente, Richard l. Gregory, Alianza Diccionarios, Madrid, 1995, pág. 783.
[4] Decía Hobbes: Lo que no es cuerpo… no es parte del universo; y puesto que el universo es todo, lo que no es cuerpo…es nada y no está en ninguna parte…
[5] Algunas aproximaciones a este respecto en, Acuyo, F.: Hermanos en la soledad, de la soledad y la muerte, colección La espada en el ágata, editorial Polibea, Madrid, 2018.



Sobre el lenguaje de la nada, Francisco Acuyo

martes, 19 de febrero de 2019

SEXO Y CARÁCTER: UN LIBRO QUE REFLEJA UNA ÉPOCA


Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos un nuevo trabajo sobre la época y la figura de Weininger, con el título, Sexo y carácter: un libro que refleja una época, por el profesor Tomás Moreno.

Sexo y carácter: un libro que refleja una época, Tomás Moreno



SEXO Y CARÁCTER

UN LIBRO QUE REFLEJA UNA ÉPOCA



Sexo y carácter: un libro que refleja una época, Tomás Moreno

Creemos no errar si decimos que más que un libro científico, Sexo y carácter es una “visión del mundo” (Weltanschauung) anclada en un paradigma biologicista propio de  la época en que se escribió y, en consecuencia, hoy obsoleto y absolutamente carente de cualquier base o fundamentación mínimamente científica. Adolece de un fuerte dogmatismo metafísico, de no pocos prejuicios y creencias irracionales y, aunque reflejo o manifestación de una determinada época, está lastrado -como ha señalado Castilla del Pino- “por un incorrecto planteamiento asistemático del método, por una parte, y, por otra, por la yuxtaposición de juicios de hecho y juicios de valor en el nivel mismo del texto, en donde argumentos y análisis se ven frecuentemente suplantados por el prejuicio y la racionalización. Se trata de un ensayo, en donde lo “pático”, subjetivo y personal impregnan toda la obra, caracterizándola, por ello, como un “subproducto ideológico, perfectamente situable en el autor, en su época y en su grupo social”[1].
            El éxito del libro no sólo se debió a la genial osadía del joven vienés, a que era una obra de fácil lectura y extremadamente provocadora, tampoco a su abrumadora erudición, sino a que la elite intelectual austríaca encontró reflejados en él sus problemas, sus inquietudes, sus miedos y sus paranoias. La obra estaba, en efecto, firmemente anclada, como señalábamos, en la vida, en el ambiente y en la época del autor, la Viena finisecular y de principios del XX, pero su pretensión iba más allá de su marco social y geográfico, era universal: quería proporcionar una explicación de la naturaleza humana basada en su sexualidad.
Sexo y carácter: un libro que refleja una época, Tomás Moreno

            Sexualidad, ése fue el tema predominante en la literatura y en el arte del cambio de siglo. Sexualidad y misoginia ligadas entre sí como las dos caras de la misma moneda, especialmente en Viena, la ciudad natal de Weininger. Joachim Riedl evoca en su ensayo Viena, infame y genial cómo, en ese tiempo finisecular, inundan las salas de arte y las revistas ilustradas deformadas figuras femeninas, imaginadas, por  la fantasía de los artistas y creadores de estilo, en forma de monstruos lascivos o de inocentes mujeres-niña, de mórbida y pálida belleza o de apretada sensualidad. Representadas ya como ángel hogareño o como demonio de degeneración y crueldad, ya como encarnación de la madre o como imagen de la prostituta (precisamente los arquetipos femeninos de Weininger)[2].
            Inquietantes mujeres pueblan también las representaciones teatrales de la ciudad: La caja de Pandora de Wedekind, prohibida por la policía, se representa bajo los auspicios de Karl Kraus, un año después del suicidio de Weininger. Asiste a la misma Alban Berg que, sobre el texto del dramaturgo, compondrá más tarde su ópera Lulú. Muchos de los primeros dibujos de Alfred Kubin parecen ilustraciones de la obra de Weininger: “cuerpos de mujeres sensuales, gigantescos, voluptuosos, con un algo de arañas que chupan la sangre de los hombres” […], una severa dama en un caballito de madera, cuyos balancines son afilados cuchillos, desguaza cuerpos desnudos de hombres; […]; una vulgar muchacha de la calle alza burlona su falda y desnuda su sexo ante el suicida que yace tendido en un charco de sangre, con la pistola aún humeante”[3]. Con frecuencia los artistas especulaban también, como el joven vienés, con el suicidio liberador, y la mayoría seguía sin embargo viviendo de buen grado. Su oficio era el gran gesto. Sólo Weininger lo hizo trágica realidad.
            Ese fue tal vez su más inmediato legado y su proyección más destacable en el mundo artístico y cultural de principios del siglo XX. El mundo literario europeo, inmediatamente posterior se hizo muy pronto eco de las ideas del joven vienés. El creador de la novela geométrica, el vienés Heimito von Doderer, epígono de una tradición narrativa que culmina con Musil y Broch, lo alaba en su Discurso a Otto Weininger, de 1963, como “el glorioso”. También en muchas de sus novelas trató de reivindicar a su adorado filósofo. Italo Svevo, el novelista de Trieste, citaba con afecto a Weininger en La conciencia de Zeno  (Zeno Cosini). Isaac Bashevis Singer, por su parte, le llamó “loco y genial” en su gran novela Un amigo de Kafka (A Friend of Kafka). Su obra fue reconocida y elogiada por autores tan conspicuos como Franz Kafka, August Strindeberg y Thomas Bernhardt. El nombre de Weininger hacía “latir el corazón” de Alban Berg, y el dadaísta Walter Serner lo alzó al Olimpo al lado de Shakespeare, Dante y Tolstoi.
Sexo y carácter: un libro que refleja una época, Tomás Moreno            Su influencia alcanzará incluso a escritores europeos de vanguardia: un británico, David Herbert Lawrence, (El amante de Lady Chatterley) profeta y poeta del sexo y de la vida, exaltador en sus novelas del falo, de la carne y de la sangre; un irlandés, James Joyce (Ulises), cuyo personaje Leopold Bloom, es presentado como un judío ligeramente afeminado y un francés, Marcel Proust (En busca del tiempo perdido), quien también sostenía -y, para algunos ello era un eco de Weininger- que había un buen número de hombres que eran homosexuales sin saberlo y que la homosexualidad era una enfermedad, un tipo de dolencia nerviosa que confería a los hombres determinadas cualidades femeninas.
            Ludwig Wittgenstein, por su parte, se mantuvo toda su vida fiel admirador del falso profeta al que había dado escolta por última vez, siendo un muchacho, en su entierro en Viena. Confesó su influencia, juntamente con las de Boltzmann, Shopenhauer, Frege, Russell, Spengler o Kraus, en alguna de sus obras[4]. Todavía en 1931 Wittgenstein, por entonces en el Trinity Collage de Cambridge, defendía al misógino casuista de Viena ante su mentor, el profesor de filosofía George Edward Moore, con estas palabras: “Es cierto, es excéntrico, pero es grandiosamente excéntrico […] Su poderoso error es grandioso”.

TOMÁS MORENO






[1]Otto Weininger o la imposibilidad de ser”, Prólogo a la edición española de Sexo y carácter. cit, p. 6.
[2] Joachim Riedl, Viena infame y genial, op. cit. p. 102. Sobre esta temática  véase al repecto  B. Dijkstra, Ídolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo, op. cit., Debate, Madrid, 1994, pp. 35-36: “Las mujeres diabólicas con la luz del infierno destelleando en sus ojos acechaban a los hombres por todas partes en el arte de finales del XIX”. El arte y la literatura de la Europa finisecular abundaba, pues, en representaciones femeninas de sirenas, esfinges, seres salvajes, Venus bestiales, medusas aterradoras y vampiros, chupadoras de sangre del varón que se aferraban a los hombres y los arrastraban hacia abajo. Este tipo de representaciones sobre la Mujer, se convirtieron en uno de los motivos más reiterados en el arte de la década de 1890. Véase también: Pilar Pedraza, La bella, enigma y pesadilla. (Esfinge, medusa, pantera), Tusquets, Barcelona, 1991.
[3] Ibid, pp. 103-104.
[4]En las Observaciones varias del gran filósofo austríaco se halla la siguiente nota, confesadamente antisemita e inspirada en Weininger: “El genio judío no es más que un santo. El mayor pensador judío no es más que un talento (yo, por. ejemplo) […] Se podría decir que el espíritu judío no está en condiciones de producir ni una hierba, ni una florecilla, que su forma de hacer es copiar”, cit. en Joachim Riedl, op. cit., p. 104. Sobre la influencia de Weininger en la misoginia del Ludwig Wittgenstein vid:. B. Szabados, “Wittgenstein Women: the Philosophical Significance of Wittgenstein’s Mixogyny”, Journal of Philosophical Research, vol XXII, pp. 483-508.




Sexo y carácter: un libro que refleja una época, Tomás Moreno

viernes, 15 de febrero de 2019

MITIFICACIÓN DE UN FALÓCRATA TRÁGICO

 Bajo el título, Otto Weininger , mitificación de un falócrata trágico, el filósofo Tomás Moreno, abunda sobre la figura del filósofo vienés y las implicaciones de su pensamiento, para la sección, Microensayo, del blog Ancile.



Otto Weininger , mitificación de un falócrata trágico, entre los post




 MITIFICACIÓN DE UN FALÓCRATA TRÁGICO



Otto Weininger , mitificación de un falócrata trágico, Tomás Moreno


Solamente tras su muerte la figura de Weininger alcanzó incuestionable relevancia, logrando casi de manera inminente su fama póstuma. Su ensayo se extendió por toda Europa, se convirtió en envidiado libro de culto y su autor en leyenda. Las tesis del falócrata trágico dieron la vuelta al mundo a la velocidad del viento, calentaron las cabezas de los escritores e intelectuales y fueron repetidas, adornadas, y transmitidas con entusiasmo al público en general. Elias Canetti , nacido en 1905, cuenta en sus memorias que incluso veinte años después del suicidio de Weininger, en la mayoría de los cafés de Viena se discutía afanosamente su tratado antifemenino y antijudío. Sus afirmaciones seudocientíficas estaban en boca de todos. Su manifiesto, apenas atendido en el momento de aparecer, halló súbitamente poco después la mayor difusión. Mientras, por ejemplo, tuvieron que pasar diez años hasta que se vendieran los 600 ejemplares de la primera edición de La interpretación de los sueños de Sigmund Freud aparecido en 1900 - el libro que había atravesado los muros hacia el descubrimiento de la psique humana-, el catecismo filosófico de Weininger iba ya en 1909 por la undécima edición.

En su ya citado ensayo El caso Weininger (1982), el germanista Jacques Le Rider  rastrea con ejemplar minuciosidad la obra y la historia del impacto del filósofo vienés. Ve en el libro de Otto Weininger un “documento diagnóstico de la crisis cultural del cambio de siglo”. En su opinión, en ocasiones y para eludir sus contradicciones internas, la sociedad huye hacia sistemas metafísicos,
Otto Weininger , mitificación de un falócrata trágico, Tomás Moreno
hacia fantasías omnipotentes seudorreligiosas y hacia los delirios de una nueva doctrina salvadora y un nuevo orden mundial. Éste sería el caso Weininger, que ofrece similitudes con otro caso patológico coetáneo, analizado por Freud, el famoso caso Schreber. Sin embargo, el diagnóstico de Freud es únicamente –si es que es acertado- un primer paso en el camino hacia la comprensión del fenómeno Weininger. Jacques Le Rider sentencia por ello que quizá se podría desvelar, desde ambos casos, la patología de todo un siglo.
En Weininger topamos, pues, con el resumen de los demonios de su época. Sexo y carácter contenía, en efecto, una peculiar Weltanschauung de la que todo el mundo,  podía servirse a voluntad. Sin duda, su suicidio mitificó al joven filósofo y sus admiradores confundieron su acto de desesperación con una fortaleza heroica, que no era sino temor y debilidad. La fascinación que Otto Weininger ejerció sobre su generación y las amplias repercusiones que acompañaron su teoría y obra son apenas comprensibles, a pesar de todos los intentos de explicación diagnóstica. En cualquier caso, la lista de ilustres adoradores y admiradores es larga.

Así, su coetáneo más radicalmente misógino, el escritor y dramaturgo sueco August Strindberg, hizo de su libro una entusiasta reseña, en la que consideraba que “probablemente con ella había resuelto el más difícil de los problemas, el problema de la mujer” y vio en él una nueva “fuente de luz” honrando “su memoria como la de un bravo luchador masculino”. Ostwald Spengler señaló, por su parte, en La Decadencia de Occidente, que su dualismo moral representaba una concepción puramente mágica, y su muerte, en una lucha del alma (de tipo mágico) entre el bien y el mal, constituía “uno de los más sublimes instantes de la religiosidad posterior” ; para terminar afirmando que el de  Weininger “es el único ensayo serio de resucitar a Kant dentro de ésta época, poniéndolo en relación con Wagner e Ibsen” . También tanto el pintor Alfred Kubin y como el poeta Fritz von Herzmanofsky-Orlando devoraron a este martillo de judíos de origen vienés, llegando a encumbrarlo de manera exagerada e  hiperbólica.

En lo que se refiere a la influencia de las ideas de Weininger en el nacionalsocialismo mucho se ha escrito. No hay que olvidar que, concretamente, el capítulo XIII de su obra titulado El judaísmo, rezuma un odio indisimulado hacia el judío y todo lo inficionado de judaísmo y una admiración sin límites hacia el prototipo ario de humanidad. A pesar de que el propio Weininger quiso mantener distancias respecto a cualquier tipo de persecución contra los judíos , confesando, por ejemplo, que no entendía el judaísmo como una nación, raza, escritura o credo religioso legalmente reconocido (SYC, p.302), sino como una especie de entidad ideal que tenía como referente al hombre en general -“en cuanto participa de la idea platónica del judaísmo”. Esto es: como “una de dirección del espíritu, como una constitución psíquica posible a todos los hombres, que en el judaísmo histórico ha encontrado su realización más grandiosa” (SYC, p. 300)-,  no cabe duda de que su obra y sus doctrinas ayudaron a acumular la yesca racista que treinta años más tarde hicieron arder los nazis.
Como ha visto Eva Figes, sólo con la verborrea de la que hace gala a lo largo y ancho de ese capítulo (y de su obra en general), el suicida Otto Weininger, se aseguraba un lugar indiscutible entre quienes prepararon el camino al nacionalsocialismo . Recordemos, además, que uno sus más fieles epígonos, el escritor judío Arthur Trebitsch, ya anticipaba, siguiendo su estela,  y antes de la entrada en escena del nazismo, muchas de las patrañas nazis sobre los judíos y la superioridad de los arios . La resonancia de la obra de Weininger, a pesar de su ascendencia judía, no podía escapar a la atención de Adolf Hitler, que también se inoculó, entre 1907 y 1913 en Viena -una de las cunas del antisemitismo político y suelo nutricio de los genocidas nacionalsocialistas- del morbo antisemita .

Otto Weininger , mitificación de un falócrata trágico, Tomás Moreno En efecto, Weininger ejerció, indirectamente, una influencia de graves consecuencias sobre Hitler. Durante sus “años de aprendizaje y sufrimiento en Viena” el aspirante a pintor, la mayoría de las veces falto de recursos, era un afanoso lector de la furibunda revista antisemita Ostara, editada por un grotesco epígono de Weininger, Georg Lanz von Liebenfels . En ella se embebería de las delirantes
doctrinas racistas que Liebensfels había empezado a publicar a partir de 1905; fue sin duda el más tenebroso de los maestros de Hitler . Riedl recuerda cómo Hitler escribiría al respecto años más tarde: “En esta época me hice una imagen del mundo y una cosmovisión que se convirtió en granítico fundamento de mi presente actuación. […] “Vine a Viena con diecisiete años”, confesó en un discurso, “y salí de Viena como un absoluto antisemita”. Por eso no es de extrañar que en los largos monólogos en el cuartel general del Führer en Wolfsschanze, Hitler contara una noche que su paternal amigo de Munich, Dietrich Eckart, le había asegurado en una ocasión que sólo había “un judío decente […] Otto Weininger, que se quitó la vida cuando se dio cuenta de que el judío vive de la descomposición de otras nacionalidades”  .

Eva Figes, al analizar la relación entre racismo y antifeminismo  en la obra de Weininger, nos advierte acerca de los peligros que encierra la pretensión de juzgar a las personas en función de su físico ya, se trate del sexo o del color de piel, y aunque explícitamente señale que Otto Weininger se mantuvo a distancia de la idea de cualquier discriminación efectiva respectiva a judíos o a mujeres , considera que este tipo de actitud “diferenciadora” comporta un evidente riesgo para los seres humanos percibidos como “otros”:
“Existe un encadenamiento lógico entre decir que las mujeres son “diferentes” (queriendo en realidad decir inferiores) de los hombres, o que los judíos o los negros son distintos de los blancos caucasianos, y tratarlos efectivamente como distintos. Pues acto seguido resultará posible negar a seres tan inferiores los derechos humanos primordiales, lo mismo que el hombre niega el alma de la mujer. Y la conclusión implícita es que esos seres inferiores no son en absoluto humanos. El Tercer Reich surgió de determinada situación político-económica, pero sus políticos y sus propagadores encontraron sin duda alguna su justificación en una jerga filosófica muy familiar al pueblo alemán. Y era un gobierno no sólo fuertemente antisemita, sino además muy antifeminista”.

Otto Weininger , mitificación de un falócrata trágico, Tomás Moreno

La historia de Alemania del siglo XX no sólo nos muestra los peligros de ideas y doctrinas que fomenten hostilidad hacia determinados grupos humanos en función de su raza, color, sexo o cualquier otro tipo de diferencias, reales o inventadas, sino que evidencia también que para salvaguardar la esencial dignidad de todos/as se deberá tratar a la diversidad de grupos humanos y gentes como si fuéramos fundamentalmente iguales, e ignorar esas diferencias. En ese periodo se llegaron a elaborar teorías sobre la diferente naturaleza de la mujer y del varón y asimilando al judío y a la mujer, como si se trataran, indistintamente, de un de un ser afeminado o de un “no-hombre”. Le Rider recuerda al respecto cómo en la jerga vienesa de la época el clítoris femenino era significativamente denominado con el vocablo “der Jud” (“el judío”).
Los mismos fanáticos racistas que más tarde dedicarían tantos esfuerzos científicos a medir calaveras de judíos asesinados estaban ya, por entonces, especializándose en ensayos de la comprobación de que la mujer tenía también el cráneo y el cerebro más pequeños que el varón. Eva Figes concluye así su denuncia:

Otto Weininger, la última flor de esta dinastía filosófica del pensamiento, que escribió prolijamente sobre la impureza de la mujer y la feminidad de los judíos, indicaba que sólo había dos sistemas morales entre los que elegir: el “socialismo ético” de Bentham y Mill, y el “individualismo ético tal como es enseñado por el cristianismo y el idealismo alemán”. Y cuando nos ponemos a examinar este último encontramos que la romántica senda del bosque de Parsifal conduce, teniendo en cuenta las manos que la construyan, a la cámara de gas” .

María José Villaverde coincide en el diagnóstico con Eva Figes, al concluir su  aludido artículo con estas palabras: “Su muerte –disparándose un tiro en el corazón y no en el cerebro- simboliza la derrota de la razón frente al sentimiento, pero también el fracaso de una generación que había perdido la fe en los valores ilustrados –razón, derechos del individuo, cosmopolitismo- y que no encontró más alternativa que la irracionalidad, el nacionalismo y el racismo que la encaminaron hacia el horror del nazismo” .



TOMÁS MORENO





[1] Elias Canetti, La antorcha al oído, Muchnik editores, Barcelona, 1982, p. 124.
[1]Jacques Le Rider, Le cas Otto Weininger. Racines de l’antiféminisme et l’antisémitisme, PUF, Perspectives critiques, París, 1982.
[1] Ostwald Spengler, La Decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal. II, Espasa Calpe, Madrid, 1976, p. 376.
[1] Ibid, I, p. 467.
[1] “Deseo recalcar”, escribe en SYC (capítulo XIII, p. 308) “aunque debería darse por sobreentendido, que, a pesar de la escasa estima que tengo por los judíos genuinos, no pasa por mi mente justificar con las presentes y futuras observaciones ninguna persecución teórica o práctica contra los semitas. Hablo del judaísmo como idea platónica –no existe un judío absoluto, como no existe un absoluto cristiano-, no hablo de los judíos como individuos, ya que me dolería profundamente ofender a muchos de ellos, y sería, por otra parte, injusto aplicar los conceptos expresados a algunos de sus miembros”.
[1]Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, op. cit., pp 141.
[1] Trebisch, de ascendencia judía, estaba tan orgulloso de su aspecto “ario” que retaba a duelo a todo el que lo calificaba de judío y ofrecía a los etnólogos la posibilidad de medir su cráneo. Buscó la compañía de los espadones agitadores de sables Erich von Ludendorff y Ernst von Salomón, en unión de los cuales quería salvar al mundo del peligro semita. (citado en Joachim Riedl, Viena infame y genial, op. cit., pp. 101-102).
[1] Joachim Riedls, op. cit. p. 131,
[1] Georg Lanz von Liebenfels (1872-1954) religioso y ocultista, educado en una familia fuertemente católica, su verdadero nombre era Adolf Joseph Lanz. Antiguo monje en la abadía cisterciense de Heiligenkreutz en 1893, exclaustrado por un vergonzoso “amor carnal” (1899) predicó una doctrina de pureza racial curiosamente seudorreligiosa,  en la que se dividía a la Humanidad en “ariohéroes” y “cándalos” (o “chandalas”, denominación despreciativa para el grupo más inferior de la sociedad hindú, situado fuera del sistema de castas) también denominados “simios” o sátiros”, enredados entre sí en una lucha decisiva. Tras el juicio final “de los rubios sobre los simios”, la implacable lucha terminará con la liquidación de los “cándalos”. Fundó una Orden ariocristiana inspirada en los templarios, a la que llamó Ordo Novo Templi. Su revista Ostara (entre 1905 y 1918), órgano de expresión de su esotérica religión racista y antisemita, fascinó a Hitler y captó lectores en todos los estratos sociales. Citado en J. Rield p. 153; vid. también Rosa Sala Rose, op. cit. p 455.
[1] J. Riedl, op. cit., p. 104. El escrito programático esencial de Georg Lanz von Liebenfels, un amplio tratado con el nombre de “Teozoología”, se lee como una copia de la doctrina de Weininger liberada de los últimos anclajes lógicos
[1] Para el conocimiento del clima antisemita de la Viena de Weininger ver el capítulo El maestro de Hitler del libro de Joachim Riedls, (op. cit., pp. 129-155).
[1] Según Eva Figes, Weininger suponía que la obtención de los derechos civiles por parte de la mujer no iba a cambiar en nada la situación social real, porque su inferioridad innata le impediría hacer un uso constructivo de la igualdad social.
[1] Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, op. cit., pp. 142-143.
[1] Ibíd, p. 129..
[1] Maria José Villaverde, ‘Sexo y carácter’ (en el centenario de Weininger),  op. cit. El énfasis en cursiva es nuestro.
[1]Otto Weininger o la imposibilidad de ser”, Prólogo a la edición española de Sexo y carácter. cit, p. 6.
[1] Joachim Riedl, Viena infame y genial, op. cit. p. 102. Sobre esta temática  véase al repecto  B. Dijkstra, Ídolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo, op. cit., Debate, Madrid, 1994, pp. 35-36: “Las mujeres diabólicas con la luz del infierno destelleando en sus ojos acechaban a los hombres por todas partes en el arte de finales del XIX”. El arte y la literatura de la Europa finisecular abundaba, pues, en representaciones femeninas de sirenas, esfinges, seres salvajes, Venus bestiales, medusas aterradoras y vampiros, chupadoras de sangre del varón que se aferraban a los hombres y los arrastraban hacia abajo. Este tipo de representaciones sobre la Mujer, se convirtieron en uno de los motivos más reiterados en el arte de la década de 1890. Véase también: Pilar Pedraza, La bella, enigma y pesadilla. (Esfinge, medusa, pantera), Tusquets, Barcelona, 1991.
[1] Ibid, pp. 103-104.
[1]En las Observaciones varias del gran filósofo austríaco se halla la siguiente nota, confesadamente antisemita e inspirada en Weininger: “El genio judío no es más que un santo. El mayor pensador judío no es más que un talento (yo, por. ejemplo) […] Se podría decir que el espíritu judío no está en condiciones de producir ni una hierba, ni una florecilla, que su forma de hacer es copiar”, cit. en Joachim Riedl, op. cit., p. 104. Sobre la influencia de Weininger en la misoginia del Ludwig Wittgenstein vid:. B. Szabados, “Wittgenstein Women: the Philosophical Significance of Wittgenstein’s Mixogyny”, Journal of Philosophical Research, vol XXII, pp. 483-508.
[1] Historia maldita de la literatura, op. cit.,  p.118.
[1] Cf. Kate Millet, Política sexual, Cátedra , Madrid, 1995.
[1] Historia maldita de la literatura, op. cit., p.140. La figura de furcia o prostituta que Weininger consagra en su obra es la inversión exacta, la antítesis perfecta, del mito de la mujer idealizada de la tradición cristiana occidental: de la Virgen y Madre o de la Madonna de los pintores renacentistas, de la Angelicada, de la Beatriz del Dante, la Laura de Petrarca, la  Isolda de la leyenda medieval y wagneriana y de todas las Damas idealizadas por el modelo provenzal de las Cortes de amor medievales y sus variantes románticas desde Chretien de Troyes a Goethe. Es el mismo estereotipo invertido y transformado en  su otro extremo, en su antítesis, el mismo modelo sacro puesto al revés que ha modelado el sentimiento del amor en Occidente en los ocho últimos siglos. Una invención masculina totalmente denigrante y vengativa sobre la mujer. Para este estereotipo en el imaginario literario e iconográfico occidental, véanse: Denis de Rougemont, El amor y Occidente, Kairós, Barcelona, 2002  y Marina Warner, Tú sola entre las mujeres. El mito y el culto de la Virgen María, Taurus, Madrid, 1991, capítulos IX (Trovadores) pp. 187-204, X (Madonna) pp. 205-217 y XI (Dante, Beatriz y la Virgen María) pp. 218-233.
[1] Ibid. 141.
[1] Hortensia Moreno, Femenino y Masculino en las ideas de Otto Weininger, op. cit, p.131.
[1] Eva Figes comenta: “Un poco como Jung, cuyo pensamiento tiene más en común con la filosofía alemana que con la ciencia empírica, Weininger comienza con una suposición similar a la de ánimo y anima, es decir, “la existencia de un hombre ideal, H, y una mujer ideal, M, como prototipos sexuales, aun cuando en realidad tales prototipos no existan realmente”. Los hombres son machos y las mujeres hembras, pero toda persona lleva en ella algo del sexo opuesto, y a veces más que algo. Los hombres judíos se pasan un poco en ese algo femenino, y las mujeres intelectuales o las que piden la emancipación tienen en su constitución una amplia proporción de masculinidad. (Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, op. cit. p. 139).
[1] Este es su punto de partida: “cada individuo tiene, respecto al otro sexo, un gusto determinado. Todas las mujeres amadas por algún hombre famoso ofrecen notables semejanzas: la figura, el rostro, y se extiende también a los más pequeños rasgos, “pudiéramos decir incluso que hasta las uñas de los dedos” (SYC, p. 42).
[1] Así explica W. el hecho del adulterio, como algo perfectamente natural e inevitable: “Cuando se unen dos individuos que según nuestra fórmulas se avienen mal, y más tarde se presenta el verdadero complemento de alguno de ellos, se observa una tendencia a abandonar la precaria unión anterior, obedeciendo a una necesidad regida por una ley de la naturaleza. Entonces se produce el “adulterio”, suceso tan elemental, fenómeno tan natural como pueda serlo el hecho de que cuando se ponen en contacto una molécula de HOH, los iones SO4 abandonan inmediatamente los iones Fe para unirse a los iones K. Sería ridículo que alguien pretendiera aplaudir o criticar a la naturaleza cuando intenta igualar una diferencia de potenciales” (SYC, p. 53).
[1] El hecho de que entre los judíos –afirma nuestro autor- sea mucho más frecuente que en otras razas “el acuerdo de los matrimonios por terceras personas, sin intervenir para nada el amor, no debe ser ajeno a la degeneración física de los semitas de hoy día” (sic). (Ibíd)
[1]Se extiende W. en la necesidad de educar las formas intersexuales de manera más individualizada, no uniformar los seres que son diferentes: el hecho de dedicar a las niñas a trabajos manuales y a los niños a otros tipos de juegos […] desatendiendo los grados intermedios: niños que les gusta jugar con muñecas, coser, tejer, vestir prendas femeninas y viceversa. Tras la pubertad “reprimida” se rompen las cadenas: “las mujeres varoniles se hacen cortar los cabellos, prefieren vestimentas que semejan las masculinas, estudian, beben, fuman y se dedican al alpinismo o a la caza; los hombres afeminados dejan crecer sus cabellos, se interesan por las toilettes de las mujeres, hablan con ellas acerca de las modas, y son panegiristas entusiastas de las puras relaciones amistosas entre los dos sexos, y así, los estudiantes afeminados mantienen íntima camaradería con los del sexo opuesto
[1] Hortensia Moreno, Femenino y masculino en las ideas de Otto Weininger, en Rossana Cassigoli (Coord.), Pensar lo femenino. Un itinerario filosófico hacia la alteridad ,  Anthropos, Barcelona, 2008, 134
[1] Ibid, p. 135.
[1] En la fábula aristofánica se habla de un tiempo inmemorial donde los andróginos coexistían con los dioses y eran, al mismo tiempo, esféricos, inmortales y autosuficientes (en lugar de carentes, divididos y menesterosos como los humanos). El principal rasgo de esa perfección es una naturaleza dual: cada andrógino tenía un solo cuerpo, pero genitales dobles, dos cabezas, cuatro extremidades. En castigo por nuestra soberbia, los dioses nos cortaron en dos y desde entonces anhelamos encontrar nuestra mitad perdida, y ése es el origen del amor (SYC, pp. 118-156). Para el tema de la androginia véase bibliografía en infra
[1] “Para persuadirse de esto”, explica Weininger, “basta considerar el juicio despectivo que las mujeres en cuanto “mujer” se forman respecto a la virginidad de sus compañeras de sexo: el estado de no casada o de vieja solterona es estimado por la mujer como muy inferior al de las casadas por muy desgraciadas que estas sean. Basta que una mujer esté casada para que su existencia haya adquirido valor y se les perciba como “seres superiores”; incluso las prostitutas, que han gozado de amantes, son estimadas en más. Ello explica, que “una mujer pueda hallar placer ante la presencia de una joven hermosa” (siempre que haya adquirido ella ya su propia existencia y no la perciba como posible rival)” (SYC, p. 330).
[1] Objetivos weiningerianos sobre los que alguna de las orientaciones más extremas del feminismo hodierno –más allá de las justas y legítimas reivindicaciones feministas del  proto-feminismo ilustrado y de la mayoría de los feminismos, de la primera, segunda y tercera olas- radicalmente opuesto al feminismo de la diferencia, debería contrastar con los suyos e incluso replanteárselos, no vaya a ser que su pretendida defensa de la mujer, su apuesta por su liberación y su reivindicación del igualitarismo absoluto de los sexos deriven, paradójicamente, en frontal hostilidad  hacia el sexo femenino, al tratar de suprimir o  borrar, como preconizaban el propio Weininger y algunas sectas gnósticas de la antigüedad, todas sus diferencias con el hombre varón -incluida su cualidad biológica más definitoria e intransferible: la maternidad- y propiciando, en consecuencia, su plena anulación y autodestrucción como sexo genética y biológicamente distinto y complementario del masculino; esto es: como sexo gestante de la vida humana. Como se constata y repite casi siempre: los extremos se tocan, identifican y confunden.

[1] Los ofitas, como su nombre indica (ophitai u ophianoi, del griego ophis ; nahasch en hebreo) eran adoradores de la serpiente . Esta fue tomada por los gnósticos de los misterios del paganismo, pero fue identificada con el Lúcifer del Génesis : la serpiente era considerada un mensajero del Dios de la luz y hasta como este Dios mismo, como el Logos.
[1] Cf. H. Moreno, Femenino y Masculino en las ideas de Otto Weininger, en Rossana Cassigoli (Coord.), “Pensar lo femenino. Un itinerario filosófico hacia la alteridad,  Anthropos, Barcelona, 2008 pp. 144-156.
[1] Sobre el tema del ideal andrógino, la androginia griega, la místico-gnóstico-cristiana y la androginia ritual véanse: Carl Gustav Jung, La Psicología de la Transferencia, especialmente capítulos V y VI pp. 98-106 y 108-117; Norman O. Brown, Eros y Tanatos. El sentido psicoanalítico de la historia, Editorial Joaquín Mortiz, México, 1967, pp. 159-161.; Mircea Eliade, Mefistófeles y el andrógino, Guadarrama, Madrid, 1969, pp.131-145. Para la androginia en la literatura del XIX y en el Romanticismo véase: Mircea Eliade, ibíd, pp. 124-130. Es un clásico del tema: Marie Delcourt, Hermafrodita, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1970. Para su presencia posmoderna en las imágenes artísticas, literarias, en el cine, la fotografía, el vídeo y la música del siglo XX y su función ideológica véase: Estrella de Diego, El Andrógino sexuado. Eternos ideales, nuevas estrategias de género, La balsa de la Medusa, Visor, Madrid, 1992.
[1] H. Moreno op. cit., pp. 148-149
[1] Ibíd., p. 149.
[1] Idem.
[1] Estrella de Diego, El Andrógino sexuado, op. cit, p. 27.
[1] H. Moreno, op. cit., p. 151. Y siguiendo a Kari Weil –Androgyny and the Denial of Difference,, University Press of Virginia, 1992, p.64) afirma que la androginia también se volverá central en las versiones renacentistas de la filosofía hermética: “En algunos relatos se describe al Adán primigenio como alguien que tenía un cuerpo inmaterial y era andrógino, pero su caída lo precipitó dentro del grosero mundo de las cosas, donde hay elementos físicos y sexuales, separados y conflictivos” (Ibid., p. 151).
[1] Recordemos que el gnosticismo presenta innegable afinidad con el romanticismo como indica Simone Pètrement, Le dualisme chez Platon, les gnostiques et les manichéens, P.U.F. París, 1947, p. 129): “(…) el sentimiento que aparece en ella (en la gnosis), casi en todas partes, es el sentimiento romántico por excelencia: el sentimiento de los límites del destino y el deseo de romper esos límites, de quebrar la condición humana, de evadirse de todo”). Ideas gnósticas aparecen en los escritos de importantes poetas y escritores inmediatamente anteriores o coetáneos del joven pensador vienés: en románticos como William Blake, Gerard de Nerval, Victor Hugo; en los simbolistas de la segunda mitad del siglo XIX: Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Lautremont y, también en el surrealismo (Breton, sobre todo).
[1] Sobre la presencia del gnosticismo en el ambiente cultural germano finisecular véase: Richard  Noll, Jung. El Cristo ario, Vergara, Barcelona, 2002
[1] Sexo y Carácter, op. cit., p.29. Según Aurelio de Santos los gnósticos ofitas sostenían la creencia según la cual la transgresión de Eva consistió en un pecado sexual, concretamente en un adulterio cometido con la serpiente del Paraíso (tanto en griego como en hebreo, ophis (serpiente) es de género masculino. (Los Evangelios Apócrifos, B.A.C., Madrid, 1975, nota 79, p. 158).
[1] Los gnósticos, eran sectas heréticas de los primeros siglos del cristianismo (una especie de sincretismo teológico-místico cristiano-griego y oriental radicalmente dualista) entre los que destacaron marcionitas, basilidianos, carpocracianos y valentinianos, abominaban de su cuerpo –expresión de la caída ontológica de la naturaleza humana- de la “carne”, de la sexualidad y de todos los eventos y acontecimientos de la vida corporal y sensual: nacimiento enfermedad , vejez y muerte. La existencia es, al igual que en el pensamiento budista, la concreción del mal y todo lo que favorezca su proliferación y perpetuación es rechazado y repudiado. Cátaros y albigenses en la época medieval continuarán esta doctrina sexofóbica. Para el tema gnosticismo y sexualidad, además del ya señalado de Simone Pètrement, veánse: Hans Leisegang, La gnose, traducción del alemán, Payot, París, 1951; Jean Doresse, Les livres secrets des gnostiques d’Egypte, Plon, París, 1958; Serge Hutin: Los gnósticos, traducción del francés, Eudeba, Buenos Aires, 1964; Hans Jonas, La religión gnostique, Flammarion, París, 1978; Francine Culdaut, El nacimiento del Cristianismo y el gnosticismo. Propuestas, traducción española, Akal, Madrid, 1996; Michel Onfray, El cristianismo hedonista. Contrahistoria de la filosofía II, Anagrama, Barcelona, 2007, pp. 13-74. Vid. supra, nota p. 24.
[1] Texto maniqueo citado por S. Pétrement, Le dualisme chez Platon, les gnostique et les manichéens, op. cit. p. 185.
[1]Para el gnóstico existen dos grandes razas de hombres: los que saben (los espirituales), destinados a la salvación en el mundo trascendental y los que están sumidos en la ignorancia por su vinculación a la materia (los “hílicos” o materiales), que no pueden ser salvados pues están profundamente enraizados en la materia.[1]. En Weininger sólo los hombres (seres “espirituales”) pueden acceder a la vida superior del conocimiento y del saber, al mundo de lo espiritual y de lo trascendental. Por el contrario a las mujeres (seres “hílicos”) ese mundo y aquella vida les estarían radicalmente vedados.  
[1] Ev. Th, 114. Citado en Francine Culdaut, op. cit., p. 46.
[1] Fragmento conservado por Clemente de Alejandría del Evangelio de los Egipcios, escrito gnóstico del siglo II. Citado en S. Hutin, (op. cit.,  p. 33). Son múltiples los textos gnósticos que como éste aluden a ese retorno al momento originario de indiferenciación sexual que también propugna Weininger, pero cuyo sentido trasciende lo biológico corporal asumiendo un significado espiritual. Baste con éste otro, procedente del Evangelio de Tomás (Ev.Th, 22): “Jesús vio unos pequeños que estaban siendo amamantados. Dijo a sus discípulos: ‘estos niños que están mamando se parecen a los que entran en el Reino’. Ellos le dijeron: ‘Entonces, ¿haciéndonos pequeños entraremos en el Reino?’. Jesús les dijo: “Cuando hagáis de dos uno, y hagáis el interior como el exterior, y el exterior como el interior, y lo alto como lo bajo; y cuando hagáis del varón y de la mujer una sola cosa, a fin de que el varón no sea varón y la mujer no sea mujer; cuando hagáis ojos en lugar de un ojo, y una mano en lugar de una mano, y un pie en lugar de un pie, y una imagen en lugar de una imagen, entonces entraréis”, citado en Francine Culdaut, op. cit. p. 46.
[1]Aun presentándose exteriormente con rasgos de carácter científico, en los que está muy marcada la huella de la mentalidad positivista dominante en los albores del siglo, Weininger se aproxima a posiciones más cercanas a una doctrina esotérica que a otra cosa. Jacques Le Rider en  “El caso Weininger” ve en la obra de Weininger un “documento diagnóstico de la crisis cultural del cambio de siglo”, un momento de crisis en el que para eludir sus contradicciones internas, la sociedad huye hacia sistemas metafísicos, hacia fantasías omnipotentes seudorreligiosas (J. Riedl, op. cit., p. 98).  Desde este ángulo, se puede comparar el caso psicopatológico de Weininger con el mucho más famoso del presidente de la sala del Tribunal Superior de Justicia de Dresde, Sajonia, Daniel Paul Schreber, que dio pie a Sigmund Freud para llevar a cabo su gran estudio sobre la paranoia. Recuerda Riedl que tanto los Apuntes de un neurótico de Schreber como Sexo y carácter de Weininger aparecieron en el mismo año de 1903. Común a ambos era la fuga al extraviado sistema de sus delirios: Schreber entraba en relación directa con Dios, escuchaba voces sobrenaturales, sentía rayos del cielo, creía alimentarse de sus propias vísceras, inventaba maravillosas maquinarias deseadas y se sentía llamado a redentor de la Humanidad, al transformarse lentamente por milagro divino, desde su “posición vital honorablemente masculina”, en mujer. Terminó sus días en un sanatorio para enfermos mentales, esperando la metamorfosis redentora, literalmente opuesta a la preconizada por Weininger.

[1] H. Moreno, op. cit. pp.154-155. 


Otto Weininger , mitificación de un falócrata trágico, Tomás Moreno