LA PREHISPANIA, TARTESOS
O EL ANUNCIODE LA PROVERBIAL
"VEHEMENTIA CORDIS" DE LO HISPANO
[…] Será más que justificada la preocupación nuestra, porque en
apartándome de estos pensamientos de defensa, luego es conmigo el desasosiego
más inoportuno y pavoroso, que me asalta con mil géneros de inquietudes,
alarmas y oscuras previsiones… por lo que la muralla baluarte a construir por
los acaicos,[1] traerá de seguro tranquilidad y fortaleza a
nuestra protección y custodia, y radicará en ella el dueño de nuestro más
cierto reposo[…] (Sic).
Así
atribuía estas palabras el anónimo autor de esta Historia, nada menos que al
monarca de Tartesos: Argantonio. Puntual referencia hace a Heródoto, quien
cuenta la llegada (sobre el siglo V antes de nuestra era) de los griegos de
Focea al reino de Tartesos. Allí y en aquel tiempo se convino, bajo precio,
erigir una muralla de defensa, acaso para prevenir ataques de los persas.
En cualquier caso, cabría apuntar sin grande
grado de menoscabo a la verdad, que la traza y atributo del hombre prehispano -de
antes del 700-, pudiera tenerse por aguerrido, heroico y muy diestro en el
combate, y aun vehemente en sus convicciones (vehementia cordis)[2], más
proclives al impulso pasional que a regirse por el rigor exigido en el cuadro o
la sinopsis de la razón o del argumento moderado, añadiendo que, individualista
en sumo grado, era poco propicio a asociarse y, desde luego a reconocer abiertamente la llamada de las
potencias, oscuras o luminosas, de lo situado más allá del orbe de los
mortales. (Sic)
En
estos términos seguía razonando nuestro cronista en pos de una descripción de
los temperamentos singulares de los pobladores de este territorio prehispánico,
cuyos rasgos esenciales muy bien pudieran claramente detectarse en épocas
inmediatamente posteriores, y, aun en nuestros asendereados días de gruesas contradicciones
y particulares controversias. Ni las colonias de la edad antigua de fenicios,
griegos, cartagineses y romanos, hubieron de menoscabar la idiosincrasia de lo
hispano, huella singular que hubo de perpetuarse durante siglos, aun con sus
indiscutibles influencias sobre el comercio, la cultura (el alfabeto), la
religión, la agricultura, la ganadería, la política, la metalurgia, la
navegación y posteriormente (con Roma) el derecho.
Ya en Gadir[3], el
pueblo semita de los fenicios, hubo de asentar sus reales hasta el siglo III de
nuestra era. Su maestría y potencia naval fueron sin duda una de las bases de
su potencia y expansión. Sus metrópolis orientales fueron fundamento de su
extraordinaria y opima dilatación, y no puedo menos que conmoverme al recordar
aquellos párrafos donde se contaba la odisea de la bellísima hermana de Pigmalión, Dido Elisa, en su huida de Tiro con
sus partidarios, para fundar la insigne Cartago para mayor gloria de su
desarrollo y magnificencia de su pueblo. (Sic).
Así
concluía otro párrafo nuestro insigne
historiador en el que ponía en relación manifiesta los pueblos de la prehispania, [4]
con colonizadores eminentes como los fenicios. Significativa sería la relación
con los Griegos (Ampurias, sería una de las ciudades más importantes fundadas
por aquellos, o Rosas, Manainake y Abdera[5]
), muy posterior a la fenicia ya señalábamos su relación con Tartesos. El arte
reflejo de estas civilizaciones visitantes hubieron de encontrar en sus
manifestaciones anteriores eminentes, en toros (como el de Osuna o de Costig) y
leones de la Hispania prerromana, y también un fundamento para el nuevo arte de
origen o influjo fenicio (véase la cabeza de sarcófago
antropomórfico de un
príncipe fenicio de Iberia, sito en el Museo Arqueológico de Cádiz, o la
Astarté, del Museo Arqueológico de Ibiza), sin mencionar a la enigmática,
simulacro de divinidad, Dama de Elche,
como paradigma extraordinario de la escultura ibérica del Levante.
Me gusta pensar que fue posible el mandato
mitológico en el que Ulises, el adalid heroico del genio homérico, ya de regreso desde la exhausta y sometida
Troya a su querida y deplorada Ítaca, hubo de recorrer el Mediterráneo
oriental, y en cuyo tormentoso y dilatado viaje de retorno quizá pisase la
tierra que será la de nuestra sufrida Hispania. (Sic)
Así
rezaba otro párrafo de un maltrecho documento
de la Historia que investigamos, y que en su fragmentariedad, no
resultaba en modo alguno indiferente en la conformación de lo que será –o ya
es- nuestra España a tenor de su inaudito relato en aquellos instantes de la
historia; así apuntaba:
[…]Al margen de las guerras greco-púnicas, en las que desde luego se
jugaba el futuro de occidente, amén de constituirse los fundamentos de las
primeras sobre cimientos que ya comienzan a conformar España: colonizadores
pacíficos (fenicios y griegos) dejaron huella importante y que habría de
contrastar con la que dejaron – belicosa- sus parientes (fenicios) e imponentes
sucesores, hablamos de la colonización cartaginesa. (Sic)
Pero esto será motivo de relato
para próxima entrada de nuestra singular historia.
Francisco Acuyo
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[1] Así se
refería la Biblia a los Griegos (En la Odisea y la Ilíada, aqueos, argivos,
dánaos…)
[2]
Denominaba el mismo Plinio la proverbial pasión hispana.
[3] Cádiz
[4]
Añadiendo que quedan muestras bellísimas del arte tartésico en los bronces
(Carriazo) en jarrones y otros adminículos y ponía en relación manifiesta los pueblos de la prehispania, y que dejarían
muestras impresionantes en los santuarios de Despañaperros, Castillar de
Santisteban de La luz, los santuarios de Sierra Morena, sin mencionar la extraordinaria
cerámica ibérica de Levante, Aragón y Castilla, haciendo mención expresa y
prolija sobre los toros o verracos celtíberos (como los célebres Toros de Guisando),
para concluir con las excelencias arqueológicas de Numancia expresas en cuencos
decorados con guerreros y monstruos y las fíbulas y joyas en forma de diademas
y placas.…