Para la sección de Narrativa del blog Ancile, traemos este espléndido y sugestivo cuento de nuestro amigo y excelente narrador Pastor Aguiar, esta vez bajo el título Demasiadas coincidencias.
DEMASIADAS COINCIDENCIAS
La primera vez me pareció pura coincidencia. Polito era un hombre rondando
los cincuenta. Vivía solo en su rancho y cuando se topaba con alguien las
historias se le salían como de la vida real. A veces me acorralaba en una
esquina del mostrador de la tienda del moro. La mayoría eran sueños, digo, para
mí lo eran a pesar de que él juraba lo contrario.
_ Pepe, espera un minuto. Si vieras lo que me pasó anoche no me lo podrías
creer.
_ Dime pronto que tengo que dar comida a los animales.
_ Resulta que me fui a pescar jicoteas a la presa Trinidad, y como sabes,
el último tramo antes de llegar es un trillo muy enfangado, así que dejé la
bicicleta oculta en el cañaveral, dejando una marca para encontrarla a la
vuelta.
_ ¿Y qué pasó?
_ Bueno, viendo tu apuro, voy al grano. Cuando regresé con el saco lleno de
animales y media docena de aguacates… ¡busca la cabrona bicicleta! Me la
robaron, hombre, y tuve que caminar dos leguas en plena madrugada por esos
callejones repletos de fantasmas.
_ Ah, se te apareció algún muerto.
_ Qué muerto ni ocho cuartos, ¿no te parece suficiente que me hallan dejado
a pie los hijos de puta? Porque sospecho que fueron varios tipos, por las
huellas.
_ Nunca te había visto en bicicleta.
_ Pero anoche sí que anduve en ella, carajo, no faltaba más.
Yo aproveché su descuido para asegurarse el cinturón y me le escapé por un
lateral. Pero al rato, cuando iba llegando a casa, me paré en seco hablando con
mi sombra.
_ Coño, ahora me doy cuenta de que eso mismo me sucedió allá en la finca
Rebacadero, y Polito no tiene cómo saberlo… qué raro; en fin, así son las
casualidades.
Pasó una semana hasta que lo volví a ver, a Polito, durante una junta de
hombres que hicimos para ayudar a Jerónimo en la siega de arroz. Él iba a mi
lado con dos surcos, y sin levantar la cabeza comenzó a contarme.
_ Lo de anoche sí que fue tremendo, Pepe.
_ Otro sueño…
_ Nada de sueños, no te burles y escucha, cabrón. Había una mata de cocos,
y tanta era mi sed que me puse a buscar algo conque tumbar algunos frutos,
hasta que encontré una vara de cinco o seis metros de largo, pero no llegaba al
objetivo, faltaban unos pocos centímetros, así que salté varias veces y ¡pum!,
se desprendió un coco más grande que mi cabeza. Lo miré venir directito sobre
mi frente, imagina, me
iba a rajar el cráneo. Lo terrible fue que me quedé pasmado, observando el
proyectil.
_ No me digas que se rajó el coco en dos, en vez de tu frente.
_ Pues así mismito fue la cosa, ¿cómo lo sabes?
_ Carajo, porque eso mismo me sucedió a mí hace media década en lo de
Atanasio Rodríguez.
_ No te lo puedo creer.
_ Aquí hay gato encerrado. Alguien te lo contó.
_ Te juro por mi difunta mujer que no, me acaba de pasar anoche.
Yo opté por cambiar de conversación, pero aquello no se me quitaba de la
mente. Polito me estaba soñando la vida propia.
A partir de entonces fui yo quien lo buscaba al Polo para preguntarle por
los sucesos de la noche anterior, y cada vez eran retazos de mi pasado, con tal
lujo de detalles que sacaba a flote muchas cosas olvidadas. En ocasiones eran
aventuras de chiquillos, yo a caballo, en plena carrera por las guardarrayas entre
cañaverales, escapando de la vigilancia de mi madre. Otras, fragmentos de mis
viajes por África, pero lo verdaderamente insólito fue cuando me detalló algo
desconocido. Polito sacando un tiburón en el pesquero de Islamorada, mi lugar
preferido.
_ Bueno_ Me dije_ menos mal que esto no tiene que ver conmigo.
_ Tres días más tarde me fui al mencionado pesquero, sin memoria ya del
cuento de Polito, hasta que un tiburón se tragó uno de mis anzuelos, y de allí
en adelante todo ocurrió de acuerdo a lo escuchado.
Después que le saqué los filetes al animal, de regreso por la autopista, no se
me quitaba de la cabeza el asunto. Polito también estaba adueñándose de mi
futuro, y eso sí que era un peligro, porque lo menos que uno quiere es saber lo
que el destino le tiene oculto, sobre todo lo malo.
_ Esto sí que no lo voy a soportar. Lo jodido es que el muy cabrón viene a
contarme y no puedo callarlo_ Me decía en voz alta.
Por más vueltas que le daba al problema, se me complicaba más y más.
_ Cualquier día se aparece Polito conque lo mataron, o lo agarró una
enfermedad incurable, y yo sin poder vivir por la preocupación, coño. Voy a
tener que mudarme a otra provincia_ Seguí diciéndome a viva voz_ Pero a dónde
voy; sería él quien tiene que desaparecer.
Poco a poco mis sentimientos hacia Polito fueron convirtiéndose en odio,
como si el mismo diablo lo hubiera encarnado, y en lo adelante traté de
esquivarlo cuanto pude.
_ Te me estás escondiendo, Pepe, me huyes como de la peste. Qué te habré
hecho, dímelo.
_ Nada compadre, simplemente me asustan tus cuentos, y estoy a la carrera
con el trabajo.
_ No son cuentos, ya te lo he dicho.
_ Me da igual, Polito. Otro día me cuentas, adiós.
Él me perseguía varios metros hasta que se quedaba moviendo la cabeza a uno
y otro lado.
_ Voy a tener que matarlo_ Me dije, y al instante me golpeé la frente para
espantar la idea.
_ Muerto el perro, muerta la rabia_ Siguió mi subconciencia acosándome.
A tales alturas no supe si estaba siendo víctima del debut de una
esquizofrenia paranoide, o si eran razonables mis pensamientos, pues en todas
las otras cosas me comportaba normalmente.
_ No lo soporto, me está chupando la vida, volviéndome loco para dejarme
como un cascarón vacío, sin pasado y sin futuro, yo, un cero a la izquierda.
Cualquier día asume mi nombre, entra a mi casa y se acuesta con mi mujer como
si nada_ Seguía confesándome_ Por más vueltas que le doy, la única salida es
matarlo; pero cómo.
Y una tarde de pesadillas lo vi venir rumbo al portal de mi casa, quién
sabe si con las últimas noticias de una desgracia. Pero le tomé la delantera.
_ Polito, por qué no nos vemos en la represa Trinidad, y aprovechas para
contarme todo lo que quieras.
_ ¡Hombre! Mira lo que son las cosas, resulta que de eso venía a hablarte,
porque anoche soñé, y ahora sí te digo que fue un sueño, que nos íbamos de
pesca y no me vas a creer lo que pasó.
_ Dime.
_ Pues que tú me estabas hundiendo la cabeza en el agua para ahogarme. No
es que sospeche nada, pero mejor lo dejamos para otra ocasión, ¿no te parece?
Pastor Aguiar