Tenemos el placer de publicar, para la sección de Microensayos del blog Ancile, el post titulado Genealogía de la misoginia occidental, por el profesor y filósofo, habitual de nuestras páginas, Tomás Moreno, quien nos ilustrará de la influencia de los pensadores de referencia en la conducta misógina de occidente. Hoy (y en la próxima entrada de esta sección, toca a Aristóteles).
GENEALOGÍA DE LA MISOGINIA
OCCIDENTAL: ARISTÓTELES I
Genealogía
de la Misoginia Occidental: Aristóteles (1)
Nadie duda de que los escritos biológicos de Aristóteles representan
una de las grandes aportaciones de la ciencia griega a la cultura occidental y
de que el paradigma que preside todo
su pensamiento filosófico incluso en el ámbito de la política -no olvidemos que
Werner Jaeger llegó a calificarlo
como el biólogo de la Política- es el
biologicista. Jesús
Mosterín ha recordado, en este
sentido, que el tema bio-fisiológico que más interesó a Aristóteles, al que más
páginas dedicó, y sobre el que todavía estaba escribiendo a la hora de su
muerte fue el de la
reproducción.
En efecto, Aristóteles reunió en sus
obras biológicas una asombrosa cantidad de datos acerca de la copulación, la
reproducción y el desarrollo embrionario de los animales. Sin embargo, a la
hora de explicar los hechos, sus
principios
especulativos se impusieron a las
observaciones
empíricas y le llevaron a veces a peregrinas conclusiones, como en el caso
del
papel de los sexos en la
concepción.
padre transmitía su
herencia, y sólo su esperma contenía gametos. La
madre se limitaba a recoger ese esperma en su seno y a proporcionarle
materia y alimento
.
|
Werner Jaeger |
Para Aristóteles, por ejemplo, sólo el
La cuestión de la
diferencia entre los sexos que Aristóteles afronta sin reticencias
en todos los registros de su pensamiento -desde el metafísico al físico, desde el
biológico al económico y moral
-
está presente en su obra por todas partes
y en todos los niveles de su discurso y desde ella postula
dogmáticamente la
natural e
inevitable subordinación e inferioridad
de la mujer respecto al hombre.
En
De
la generación de los animales, Aristóteles inicia su investigación
afirmando que los
principios básicos de
la generación son el
factor
masculino (macho) y el
factor
femenino (hembra); el masculino, como portador del principio del movimiento
y la generación y el femenino, como portador del principio de la materia
:
“El macho y la hembra son los principios de la generación, el macho como
poseedor del principio impulsor y generador, la hembra como materia”
.
En el esquema ontológico categorial aristotélico la
oposición materia/forma es esencial. En efecto, la metafísica de Aristóteles plantea
una dicotomía de contrarios -lo femenino
es lo contrario a lo masculino - y entiende que lo contrario es la privación de lo no contrario, y que esa privación es incapacidad para llegar a ser
lo no contrario (Metafísica 1055 b 15-20).
Lo es también a la hora de diferenciar a los dos
sexos: Aristóteles define la naturaleza y la función
de los sexos por unas oposiciones binarias: capacidad/incapacidad, activo/pasivo,
forma/materia. Lo masculino es la
medida del ser humano. Lo masculino
se asocia a capacidad y lo femenino a incapacidad (D. G. A. 765 b 8-15); lo femenino es pasivo y lo masculino activo, por lo que el principio del movimiento viene de él (D. G. A
729 a 12-14); lo que aporta lo masculino a la la forma y la causa eficiente, mientras que lo
femenino aporta lo material -lo que
la hembra aporta no puede ser semen sino materia: la sustancia natural del
flujo menstrual o “materia prima” (D. G. A. 729 a 9-11); lo femenino es inferior, y lo masculino superior (D. G. A. 732 a 3-8).
Como vemos se enfatiza y destaca siempre la
preeminencia que, para Aristóteles, tiene la
causa formal sobre la causa material,
o lo que es lo mismo en este respecto, del
macho sobre la hembra. Del
macho, que es el iniciador de la
generación,
aquel que engendra en otro,
y de su esperma, que contiene la forma o plano de lo generado, proceden las
determinaciones de la cría.
De la hembra, que engendra en sí misma, procede
la
materia. El macho
es activo, como lo es el
carpintero, iniciador o impulsor del cambio;
la hembra, es pasiva, como la madera, materia o sustrato del mismo
y en cuyo seno se forma el mueble por efecto de la acción del carpintero y con
la estructura que éste le proporciona
.
Es el padre, por lo tanto, el que engendra propiamente, porque da forma,
mientras que la mujer se reduce a ser “materia” (hyle), necesitada de recibir
la forma o el “èidos” del varón. De este modo, el varón queda identificado con la forma y la razón, y la mujer con la materia y la naturaleza. Por tanto, podemos ver que Aristóteles, en la relación varón/mujer,
subordina sistemáticamente la alteridad femenina a la única forma o identidad
plena y lograda, la masculina, como consecuencia de una desigualdad
cuantitativa, de una privación con respecto a ésta. En todos los registros de
su discurso, la diferencia femenina cualifica a la mujer como un ser inferior,
deficiente, fallido, que sólo encuentra en la identidad viril el modelo de
perfección.
Sin embargo,
¿cuál es verdaderamente la naturaleza de la alteridad u “oposición”
femenina? En su argumentación del Libro IV
De la generación de los animales, Aristóteles, después de haber
discutido las doctrinas de los predecesores (Anaxágoras y Empédocles),
establece la cuestión de la reproducción sobre
la base de la oposición entre calor y frío, seco y húmedo, activo y pasivo, forma y materia, connotando
el calor como masculino y la frialdad como
femenina.
Y ello es así porque una premisa fundamental de la biología de
Aristóteles es que el calor es el
principio fundamental de la perfección de los animales. Los alimentos que
comemos, mediante cocciones sucesivas, se van transformando en sangre y en
otros tejidos. El menstruo es un residuo de dichas cocciones que, en la
hembra embarazada, se utiliza como material
para la formación de la cría la menstruación). Este residuo se
produce porque las hembras no son capaces de llevar el proceso de cocciones
sucesivas hasta su extremo, como los machos, que en su última cocción o
destilación de la sangre produce el esperma. Sólo el esperma transmite forma y
actividad: el esperma no aporta ninguna materia al feto. Es puro pneuma, soplo,
forma.
|
Jesús Mosterín |
(
El calor sirve, pues, para desarrollar
la materia. Cuanto más calor pueda generar un animal, más desarrollado será. Y
el animal que tenga menos calor será más débil (D. G. A. 727 b 33). El animal
varón/macho, con su calor, es el que
puede realizar la cocción de la sangre y transformarla en
semen, que contiene el principio de la forma. En cambio, la
mujer, por insuficiencia de calor, no
puede realizar esta cocción. Las mujeres, por su
naturaleza fría,
son incapaces de alcanzar la temperatura requerida
para producir el esperma/semen, y por ello, en el proceso de la procreación,
está reducida a ser simple materia, receptáculo. El “semen de la mujer”,
deficitario en comparación con el del hombre,
demuestra empíricamente que la mujer no tiene suficiente
calor
.
Para Aristóteles la mujer es, pues, el resultado de un defecto de calor en el proceso de gestación, resultado de una incapacidad como para concentrar y
“cocer” su semen (D. G. A. 726 b 30-31). Eso significa que son menos perfectas,
que son animales imperfectos. Aristóteles explica la debilidad de la
constitución femenina con la humedad y
la frialdad, provocadas por la pérdida de sustancia sanguínea que sufren
regularmente las mujeres, mientras que los hombres sólo pierden lo sangre
porque lo eligen, en determinadas
ocasiones, por ejemplo en la guerra. Sin embargo, las mujeres “sufren” las
pérdidas de sangre sin poderlas controlar. En esta desigualdad está la matriz
de la valencia diferencial entre los sexos y se manifiesta la voluntad de controlar
la reproducción por parte de los varones
La figura masculina se
constituye así como netamente positiva,
mientras que la imagen de la mujer aparece
como obtenida de la del varón con un
procedimiento de privación o disminución física (D .G .A. 775 a, 14-16). Para no
resquebrajar la unidad de la especie, no será un el macho es el “hombre
verdadero”, incluso en el sentido zoológico, y que la hembra constituye una variante
defectuosa de este paradigma. Para el Estagirita la mujer es explícitamente
una “enferma natural”.
Así que la mujer es un
hombre defectuoso o
subhombre, un varón
fallido
o
truncado, un
hombre mutilado (D. G. A. 737 a 27-28), pues si su desarrollo en el
vientre hubiera ido bien, habría sido hombre. Es semejante al niño incapaz de
crecer
.
La mujer ve así transformada su “oposición” al varón en una
anomalía
de la especie -cuya reproducción de macho adulto a macho adulto puede
tolerar el estadio intermedio temporal de la infancia, pero no la desviación
del eje teleológico de que es primer signo lo femenino.
Ahora bien, la cuestión es que
Aristóteles no estaba sólo describiendo e intentando explicar las diferencias
entre hombres y mujeres, sino incluso que las
variaciones biológicas son vistas como
defectos de la mujer (D. G. A. 727 a 24-25).
La gestación de un feto que pasa a convertirse
en hembra es vista también como un
fallo, anomalía o
error de
la naturaleza (D. G. A. 767 b 8-9). Se debe a un principio de
monstruosidad,
a un “
desvío del prototipo” (D. G. A.
766 a 17-21). La
“forma plena” del
ser humano es la masculina. Así,
cuando un hombre engendra una niña en lugar de un niño, nos encontramos con una
desviación (
parekbasis) en relación a la norma, a la esencia de la especie
.
L
a
mujer constituye de hecho
el primer
escalón en el camino descendente que conduce
del hombre al animal y
del
animal al monstruo. A la inversa, el
monstruo no es sino una especie de “
mujer empeorada”. El hecho de que
la mujer tenga menos dientes que el hombre
-hecho
debidamente observado (¡sic!),
si creemos a Aristóteles- ¿no prueba con creces que se encuentra muy avanzada
en el camino de la teratología animal? Pero dice que la
monstruosidad de la mujer es necesaria para la reproducción de la
especie (D. G. A. 766 b 28-33). Aunque defectuosa y anómala, la mujer debe
existir para que el hombre, privado de su terrena materialidad, de su infantil
impotencia, pueda ser verdaderamente un hombre. Y para que por medio de la
reproducción sexual nazcan otros hombres
.
En Aristóteles son numerosísimos los
textos que intentan justificar esta conceptualización diferenciada de la mujer
respecto al hombre mediante consideraciones de orden fisiológico y cuantitativo: el que la mujer tenga menos calor significa que la mujer es más pequeña y débil que el hombre y
que por esto las mujeres viven menos que los hombres, que es más blanda, menos musculosa. Asimismo, tiene un cerebro más pequeño: incluso cuando la argumentación, que él
criterio
cuantitativo del más y del menos, podría ser favorable a la mujer, como en el caso de los senos, que,
evidentemente, son más gruesos en la mujer, Aristóteles encuentra el modo de
demostrar la superioridad masculina. En este caso hace intervenir el criterio
de la firmeza y la musculatura de los tejidos, para que, también aquí, la mujer
resulte inferior al varón. Es menos agresiva y tiene
menos iniciativa, menos capacidad para
defenderse, y necesita menos alimento
(Historia de los animales 608 b 9-13). Su cuerpo es cóncavo y
frío, su embrión se forma a la izquierda del útero, su semen es débil: leche y
menstruación forman un peculiar sistema hidraúlico con diversas aperturas; para
los ginecólogos del siglo V sufre de un mal “histérico” que le es connatural
junto con el útero, y cuya única terapia son el falo y el parto.
Como podemos fácilmente inducir, de todo ello,
la demostración de la inferioridad de la mujer es, en Aristóteles, sistemática
y constitutivo-natural, y atraviesa de un extremo a otro el “corpus” de su
saber y se manifiesta en todos los
planos de su ser: la define siempre, en consecuencia, en términos de laguna,
imperfección, insuficiencia, carencia, privación. Así pues, del examen de esas las diferencias biológicas entre los
sexos, el Estagirita encuentra que se
pueden asociar diferentes rasgos caracteriológicos a mujeres y a hombres
por esas diferencias, es decir, que se les puede atribuir diferentes naturalezas
por razón del sexo.
En efecto, para Aristóteles al ser el
alma inseparable del cuerpo
-pues la
forma no puede existir
separada de la
materia y el
alma es
la
forma del cuerpo (“
Sobre el alma” II. 1)
-,
ésta determina no sólo su configuración corporal sino sus rasgos y
características afectivas y emocionales: la mujer es más compasiva que el
hombre, llora más fácilmente, es más celosa, más apta para regañar, más
negativa al ver las cosas, más desvergonzada, más falsa al hablar, más
engañosa, y tiene mejor memoria, le cuesta más pasar a la acción. Estas
deficiencias bio-fisiológicas de las mujeres afectan también a su
capacidad intelectual y a su
carácter moral.
La conclusión, obviamente, deja a la mujer en una posición inferior: el hombre
es más virtuoso, valiente, recto y, en pocas palabras, mejor que la mujer.
(Continuará).
Tomas
Moreno