Tenemos el placer de publicar, para la sección de Microensayos del blog Ancile, el post titulado Genealogía de la misoginia occidental, por el profesor y filósofo, habitual de nuestras páginas, Tomás Moreno, quien nos ilustrará de la influencia de los pensadores de referencia en la conducta misógina de occidente. Hoy (y en la próxima entrada de esta sección, toca a Aristóteles).
GENEALOGÍA DE LA MISOGINIA
OCCIDENTAL: ARISTÓTELES I
Genealogía
de la Misoginia Occidental: Aristóteles (1)
Nadie duda de que los escritos biológicos de Aristóteles representan
una de las grandes aportaciones de la ciencia griega a la cultura occidental y
de que el paradigma que preside todo
su pensamiento filosófico incluso en el ámbito de la política -no olvidemos que
Werner Jaeger llegó a calificarlo
como el biólogo de la Política- es el
biologicista. Jesús
Mosterín ha recordado, en este
sentido, que el tema bio-fisiológico que más interesó a Aristóteles, al que más
páginas dedicó, y sobre el que todavía estaba escribiendo a la hora de su
muerte fue el de la reproducción[1].
En efecto, Aristóteles reunió en sus
obras biológicas una asombrosa cantidad de datos acerca de la copulación, la
reproducción y el desarrollo embrionario de los animales. Sin embargo, a la
hora de explicar los hechos, sus principios
especulativos se impusieron a las observaciones
empíricas y le llevaron a veces a peregrinas conclusiones, como en el caso
del papel de los sexos en la
concepción. padre transmitía su
herencia, y sólo su esperma contenía gametos. La madre se limitaba a recoger ese esperma en su seno y a proporcionarle
materia y alimento[2].
Werner Jaeger |
La cuestión de la diferencia entre los sexos que Aristóteles afronta sin reticencias
en todos los registros de su pensamiento -desde el metafísico al físico, desde el
biológico al económico y moral[3]-
está presente en su obra por todas partes
y en todos los niveles de su discurso y desde ella postula
dogmáticamente la natural e inevitable subordinación e inferioridad
de la mujer respecto al hombre.
En De
la generación de los animales, Aristóteles inicia su investigación
afirmando que los principios básicos de
la generación son el factor
masculino (macho) y el factor
femenino (hembra); el masculino, como portador del principio del movimiento
y la generación y el femenino, como portador del principio de la materia[4]:
“El macho y la hembra son los principios de la generación, el macho como
poseedor del principio impulsor y generador, la hembra como materia”[5].
En el esquema ontológico categorial aristotélico la
oposición materia/forma es esencial. En efecto, la metafísica de Aristóteles plantea
una dicotomía de contrarios -lo femenino
es lo contrario a lo masculino - y entiende que lo contrario es la privación de lo no contrario, y que esa privación es incapacidad para llegar a ser
lo no contrario (Metafísica 1055 b 15-20) [6].
Lo es también a la hora de diferenciar a los dos
sexos: Aristóteles define la naturaleza y la función
de los sexos por unas oposiciones binarias: capacidad/incapacidad, activo/pasivo,
forma/materia. Lo masculino es la
medida del ser humano. Lo masculino
se asocia a capacidad y lo femenino a incapacidad (D. G. A. 765 b 8-15); lo femenino es pasivo y lo masculino activo, por lo que el principio del movimiento viene de él (D. G. A
729 a 12-14); lo que aporta lo masculino a la la forma y la causa eficiente, mientras que lo
femenino aporta lo material -lo que
la hembra aporta no puede ser semen sino materia: la sustancia natural del
flujo menstrual o “materia prima” (D. G. A. 729 a 9-11); lo femenino es inferior, y lo masculino superior (D. G. A. 732 a 3-8).
Como vemos se enfatiza y destaca siempre la
preeminencia que, para Aristóteles, tiene la
causa formal sobre la causa material,
o lo que es lo mismo en este respecto, del
macho sobre la hembra. Del
macho, que es el iniciador de la
generación, aquel que engendra en otro,
y de su esperma, que contiene la forma o plano de lo generado, proceden las
determinaciones de la cría. De la hembra, que engendra en sí misma, procede
la materia. El macho
es activo, como lo es el
carpintero, iniciador o impulsor del cambio; la hembra, es pasiva, como la madera, materia o sustrato del mismo
y en cuyo seno se forma el mueble por efecto de la acción del carpintero y con
la estructura que éste le proporciona[7].
Es el padre, por lo tanto, el que engendra propiamente, porque da forma,
mientras que la mujer se reduce a ser “materia” (hyle), necesitada de recibir
la forma o el “èidos” del varón. De este modo, el varón queda identificado con la forma y la razón, y la mujer con la materia y la naturaleza. Por tanto, podemos ver que Aristóteles, en la relación varón/mujer,
subordina sistemáticamente la alteridad femenina a la única forma o identidad
plena y lograda, la masculina, como consecuencia de una desigualdad
cuantitativa, de una privación con respecto a ésta. En todos los registros de
su discurso, la diferencia femenina cualifica a la mujer como un ser inferior,
deficiente, fallido, que sólo encuentra en la identidad viril el modelo de
perfección.
Sin embargo, ¿cuál es verdaderamente la naturaleza de la alteridad u “oposición”
femenina? En su argumentación del Libro IV De la generación de los animales, Aristóteles, después de haber
discutido las doctrinas de los predecesores (Anaxágoras y Empédocles),
establece la cuestión de la reproducción sobre la base de la oposición entre calor y frío, seco y húmedo, activo y pasivo, forma y materia, connotando el calor como masculino y la frialdad como
femenina[8].
Y ello es así porque una premisa fundamental de la biología de
Aristóteles es que el calor es el
principio fundamental de la perfección de los animales. Los alimentos que
comemos, mediante cocciones sucesivas, se van transformando en sangre y en
otros tejidos. El menstruo es un residuo de dichas cocciones que, en la
hembra embarazada, se utiliza como material
para la formación de la cría la menstruación). Este residuo se
produce porque las hembras no son capaces de llevar el proceso de cocciones
sucesivas hasta su extremo, como los machos, que en su última cocción o
destilación de la sangre produce el esperma. Sólo el esperma transmite forma y
actividad: el esperma no aporta ninguna materia al feto. Es puro pneuma, soplo,
forma.
Jesús Mosterín |
El calor sirve, pues, para desarrollar
la materia. Cuanto más calor pueda generar un animal, más desarrollado será. Y
el animal que tenga menos calor será más débil (D. G. A. 727 b 33). El animal varón/macho, con su calor, es el que
puede realizar la cocción de la sangre y transformarla en semen, que contiene el principio de la forma. En cambio, la mujer, por insuficiencia de calor, no
puede realizar esta cocción. Las mujeres, por su naturaleza fría, son incapaces de alcanzar la temperatura requerida
para producir el esperma/semen, y por ello, en el proceso de la procreación,
está reducida a ser simple materia, receptáculo. El “semen de la mujer”,
deficitario en comparación con el del hombre, demuestra empíricamente que la mujer no tiene suficiente
calor[9].
Para Aristóteles la mujer es, pues, el resultado de un defecto de calor en el proceso de gestación, resultado de una incapacidad como para concentrar y
“cocer” su semen (D. G. A. 726 b 30-31). Eso significa que son menos perfectas,
que son animales imperfectos. Aristóteles explica la debilidad de la
constitución femenina con la humedad y
la frialdad, provocadas por la pérdida de sustancia sanguínea que sufren
regularmente las mujeres, mientras que los hombres sólo pierden lo sangre
porque lo eligen, en determinadas
ocasiones, por ejemplo en la guerra. Sin embargo, las mujeres “sufren” las
pérdidas de sangre sin poderlas controlar. En esta desigualdad está la matriz
de la valencia diferencial entre los sexos y se manifiesta la voluntad de controlar
la reproducción por parte de los varones
La figura masculina se
constituye así como netamente positiva,
mientras que la imagen de la mujer aparece
como obtenida de la del varón con un
procedimiento de privación o disminución física (D .G .A. 775 a, 14-16). Para no
resquebrajar la unidad de la especie, no será un el macho es el “hombre
verdadero”, incluso en el sentido zoológico, y que la hembra constituye una variante
defectuosa de este paradigma. Para el Estagirita la mujer es explícitamente
una “enferma natural”.
Así que la mujer es un hombre defectuoso o subhombre, un varón fallido
o truncado, un hombre mutilado (D. G. A. 737 a 27-28), pues si su desarrollo en el
vientre hubiera ido bien, habría sido hombre. Es semejante al niño incapaz de
crecer[10].
La mujer ve así transformada su “oposición” al varón en una anomalía
de la especie -cuya reproducción de macho adulto a macho adulto puede
tolerar el estadio intermedio temporal de la infancia, pero no la desviación
del eje teleológico de que es primer signo lo femenino.
Ahora bien, la cuestión es que
Aristóteles no estaba sólo describiendo e intentando explicar las diferencias
entre hombres y mujeres, sino incluso que las variaciones biológicas son vistas como defectos de la mujer (D. G. A. 727 a 24-25). La gestación de un feto que pasa a convertirse en hembra es vista también como un fallo, anomalía o error de
la naturaleza (D. G. A. 767 b 8-9). Se debe a un principio de monstruosidad,
a un “desvío del prototipo” (D. G. A.
766 a 17-21). La “forma plena” del ser humano es la masculina. Así,
cuando un hombre engendra una niña en lugar de un niño, nos encontramos con una
desviación (parekbasis) en relación a la norma, a la esencia de la especie[11].
La
mujer constituye de hecho el primer
escalón en el camino descendente que conduce del hombre al animal y del
animal al monstruo. A la inversa, el monstruo no es sino una especie de “mujer empeorada”. El hecho de que la mujer tenga menos dientes que el hombre
-hecho debidamente observado (¡sic!),
si creemos a Aristóteles- ¿no prueba con creces que se encuentra muy avanzada
en el camino de la teratología animal? Pero dice que la monstruosidad de la mujer es necesaria para la reproducción de la
especie (D. G. A. 766 b 28-33). Aunque defectuosa y anómala, la mujer debe
existir para que el hombre, privado de su terrena materialidad, de su infantil
impotencia, pueda ser verdaderamente un hombre. Y para que por medio de la
reproducción sexual nazcan otros hombres[12].
En Aristóteles son numerosísimos los
textos que intentan justificar esta conceptualización diferenciada de la mujer
respecto al hombre mediante consideraciones de orden fisiológico y cuantitativo: el que la mujer tenga menos calor significa que la mujer es más pequeña y débil que el hombre y
que por esto las mujeres viven menos que los hombres, que es más blanda, menos musculosa. Asimismo, tiene un cerebro más pequeño: incluso cuando la argumentación, que él
criterio
cuantitativo del más y del menos, podría ser favorable a la mujer, como en el caso de los senos, que,
evidentemente, son más gruesos en la mujer, Aristóteles encuentra el modo de
demostrar la superioridad masculina. En este caso hace intervenir el criterio
de la firmeza y la musculatura de los tejidos, para que, también aquí, la mujer
resulte inferior al varón. Es menos agresiva y tiene
menos iniciativa, menos capacidad para
defenderse, y necesita menos alimento
(Historia de los animales 608 b 9-13). Su cuerpo es cóncavo y
frío, su embrión se forma a la izquierda del útero, su semen es débil: leche y
menstruación forman un peculiar sistema hidraúlico con diversas aperturas; para
los ginecólogos del siglo V sufre de un mal “histérico” que le es connatural
junto con el útero, y cuya única terapia son el falo y el parto.
Como podemos fácilmente inducir, de todo ello,
la demostración de la inferioridad de la mujer es, en Aristóteles, sistemática
y constitutivo-natural, y atraviesa de un extremo a otro el “corpus” de su
saber y se manifiesta en todos los
planos de su ser: la define siempre, en consecuencia, en términos de laguna,
imperfección, insuficiencia, carencia, privación. Así pues, del examen de esas las diferencias biológicas entre los
sexos, el Estagirita encuentra que se
pueden asociar diferentes rasgos caracteriológicos a mujeres y a hombres
por esas diferencias, es decir, que se les puede atribuir diferentes naturalezas
por razón del sexo.
En efecto, para Aristóteles al ser el alma inseparable del cuerpo -pues la forma no puede existir
separada de la materia y el alma es
la forma del cuerpo (“Sobre el alma” II. 1)[13]-,
ésta determina no sólo su configuración corporal sino sus rasgos y
características afectivas y emocionales: la mujer es más compasiva que el
hombre, llora más fácilmente, es más celosa, más apta para regañar, más
negativa al ver las cosas, más desvergonzada, más falsa al hablar, más
engañosa, y tiene mejor memoria, le cuesta más pasar a la acción. Estas
deficiencias bio-fisiológicas de las mujeres afectan también a su capacidad intelectual y a su carácter moral[14].
La conclusión, obviamente, deja a la mujer en una posición inferior: el hombre
es más virtuoso, valiente, recto y, en pocas palabras, mejor que la mujer.
(Continuará).
Tomas
Moreno
[1] J. Mosterín “Historia de la Filosofía. 4.
Aristóteles”, Alianza Editorial, Madrid, 1984, p. 261. Él fue el primero-señala Mosterín- en
distinguir los caracteres sexuales primarios de los secundarios, en señalar que
la determinación del sexo se sitúa ya en el primer estadio del desarrollo del
embrión, en describir correctamente el funcionamiento de la placenta y del
cordón umbilical, etc. En Historia de los
animales reunió una serie de descripciones que sería luego sistematizada y
explicada en su última obra, De la Generación de los animales, dividida en
cinco libros. El libro I trata de la reproducción en general, los órganos
genitales, el esperma de los machos, la leche materna de las hembras y el papel
respectivo de los dos sexos. El libro II examina la reproducción de los
animales vivíparos, es decir, que paren crías vivas directamente. El libro III
la examina en los animales ovíparos (que ponen huevos) y en los invertebrados.
El libro IV es un tratado de embriología, y el V trata de los caracteres
congénitos.
[3]Incluso en el plano cosmológico:
puesto que Aristóteles, termina por proyectar la separación de macho y hembra a
una escala cósmica: “también en el universo es habitual considerar la
naturaleza de la tierra como hembra y madre, mientras que se conceptúa al cielo
y al sol (…) en calidad de engendradores y padres” (D. G. A. 756 a 4).
[4] Para llegar a entender cualquier cambio (y la generación
de un animal lo es) Aristóteles recurría a una serie de factores explicativos
(o causas, aitía), entre los que se
encontraban la causa material, la causa formal, la causa eficiente y la causa final.
Sin su teoría de las causas nada
podría entenderse ni explicarse.
[5] Peri zoion genéseos, I, 716a 4, (De la generacion de los
animales, en adelante D. G. A.) La edición clásica de las obras conservadas de
Aristóteles es la publicada por la Real Academia Prusiana con el título de
“Aristotelis Opera”, en 5 volúmenes, entre 1831 y 1870. A esta edición se
remiten todas las citas que desde entonces se hacen de Aristóteles. Las
ediciones en castellano de estas obras son La
reproducción de los animales, Gredos, Madrid, 1994; Historia de los animales, Akal, , 1990; Partes de los animales, Gredos, Madrid, 2000. La mejor traducción española de la otra gran
obra biológica de Aristóteles es la de Tomás Calvo, Aristóteles: Acerca del Alma, Ed. Gredos (Madrid, 1978).
[6] Como señala WandaTomassi, este esquema de argumentación
atraviesa los textos de Aristóteles de principio a fin. Lo encontramos en la
parte central de la obra del Estagirita, en el libro X de la “Metafísica”, donde el filósofo se plantea el problema de si
hay que reconocer o no la diferencia de “especie” (eidos) entre varón y hembra. Él sólo dispone de dos categorías para
construir sus clasificaciones, la de género (“gènos”: nacimiento,
estirpe, grupo que se reproduce) y la de especie’(èidos” o forma distinta de otras formas). El filósofo excluye, pues, que la diferencia sexual
haya que concebirla como una diferencia de forma (èidos), aunque tampoco la
rebaja considerándola una diferencia accidental. Escoge una posición de
compromiso: la diferencia entre le varón y la mujer concierne, dice, “a la
materia y al cuerpo”.
[7] “La
hembra, en cuanto hembra, es el elemento pasivo, y el macho en cuanto macho, el
elemento activo, del que procede el principio del cambio…, de tal modo que el
producto único que se forma de ambos es como la cama que se origina a partir
del carpintero y de la madera” (D. G. A.. 729 b 12).
[8] Para Aristóteles en la jerarquía de los seres -en función
de la cual los animales sanguíneos se encuentran por encima de los animales que
carecen de sangre, y el hombre a la cabeza de los animales sanguíneos- la mujer
aparece como inferior al hombre ya que no participa tanto como él de lo
caliente y de lo seco.
[9] La concepción de Aristóteles es monoseminal: identifica el semen masculino con la menstruación
femenina como deficiencia de aquel (“D. G. A. 727 a 3-4). El semen es blanco y aparece en poca cantidad, la menstruación es roja y abundante.
Aristóteles cree que el semen viene de la sangre, que ha sufrido una
transformación (alcanzar el color blanco y reconcentrarse en densidad) debido
al calor que hay en el hombre.
[10] “Hay semejanza, incluso de forma, entre un niño y una
mujer, y la mujer es como un hombre estéril. La hembra está marcada por la
impotencia: no es capaz, a causa de su naturaleza fría, de realizar la cocción
del semen a partir del alimento básico, es decir, la sangre” (D. G. A. 728, a,
17 y ss).
[11] La procreación
de hijas se debe, pues, a una imperfección o anomalía, a una impotencia parcial
del semen masculino que, cuando es completo, solo tendría que engendrar hijos
varones. Cuando hay debilidad en el varón y la materia (lo femenino) no está dominada, entonces falta la forma
(que es siempre de origen masculino) y prevalece la animalidad, es decir, se da paso al monstruo, de la cual la mujer
es el primer grado, mientras que en los sucesivos grados se encuentran los gemelos y otras anomalías de los
recién nacidos.
[12] Necesaria, pues, porque es indispensable, al igual que en
la “Política” (III, 5) son indispensables para la ciudad los trabajadores
manuales y los esclavos, pero que no por ello son verdaderos ciudadanos.
[13] Aristóteles divide las facultades
del alma en cinco partes. De menos perfecta a más perfecta serían: la
nutritiva, la sensible, la apetitiva, la motora y la intelectual. Aunque creía
que todos los seres vivos tenían alma, no creía que todos tuvieran todas estas
facultades. La mujer sí tiene las cinco partes del alma, pero no en los mismos
grados que el hombre Piensa que el hombre al tener más calor, tiene más
intelecto, y que la mujer, al tener menos calor, tiene el intelecto
imperfectamente desarrollado (G.A. 744 a 29-30 y Partes de los animales 648 a 9-14).
[14] “Los cuerpos de las mujeres prueban que éstas tienen un
carácter cobarde y blando, con sus cabezas pequeñas, rostros y cuellos finos,
torsos, rodillas débiles, caderas redondeadas y pies pequeños” (Fisognómica: 809b 3-10).
No hay comentarios:
Publicar un comentario