Tercera entrega sobre el fenómeno de la mímesis en la poesía, bajo el título de Mímesis, metáfora y poesía, para la sección de Pensamiento del blog Ancile.
MÍMESIS,
METÁFORA Y POESÍA
«nam quod attinet ad poesim, magis eligendum est
appositum ad persuadendum, quod fieri non potest,
quam non
appositum ad persuadendum quod fieri potest 33
Aristóteles:
De Poética: (1461a)
CUANDO ARISTÓTELES manifestaba respecto a la verosimilitud o la
necesidad, que no era oficio de poeta contar las cosas como sucedieron, sino
como debieron o pudieron haber sucedido, cabría pensarse sin demasiados
planteamientos de rigor para un potencial contraste con otros razonamientos,
que semejante aseveración vendría a situarnos ante un concepto (y acaso una
perspectiva) de la mímesis, a todas señas diferente al apriori ideado por
cierto, de forma tan sugerente como poco sistemática) por su entrañable y viejo
maestro ateniense.
La
poesía como imitación de caracteres, de emociones, de la intimidad, en fin, del
poeta, se vendría a manifestar, a juicio de Aristóteles como actividad
mimética, mas, en todo caso, como imitación de lo espiritual y universal;
ahora, eso sí, a través de los actos (que nacen de lo singular)34
cuya funcionalidad no puede y no debe deslindarse de la individualidad de los
personajes; más bien al contrario: presentando los esenciales del modelo.35
Pero estos modelos deben observar una ejemplaridad siempre fiel al ideal
de aquellos sujetos esenciales, referidos atentamente por Aristóteles en
su Poética; mas de suerte tal que, bien mirado, pueda sugerirnos un
procedimiento que conlleve una búsqueda de referentes en aquellas estructuras
esenciales tan selectos como acaso idealizados. Los ecos entre
maestro y discípulo pueden resonar con más vigor de lo que, por otra parte, con
rara frecuencia reconocemos, y aun estaríamos
dispuestos a rechazar, si no
fuese porque el criterio eidético no surge del mundo suprasensible, sino
de la íntima conexión establecida por Aristóteles con el mundo de lo real, y
todo bajo el auspicio y total complicidad del imperio ineludible de los
sentidos, pues estos son la fuente primordial de conocimiento (y
reconocimiento) de la realidad misma.
No
podemos en este instante, aun nada más que comenzar este otro negociado de
nuestra apresurada disertación, dejar de plantear nuevas preguntas a
interrogantes nuevas, mas siempre con el fin lógico de encontrar otras
respuestas aún más flamantes, aunque afecten incluso a viejos planteamientos y
vetustas problemáticas que de forma general interesen a la poética; y aunque
así mismo nos centremos y busquemos correspondencia sólo con aquello que, tan
puntualmente, en el objeto de nuestra exégesis, nos afecta; es decir: el
elemento de mímesis aplicado o aplicable a la poesía.
Podemos,
al albur de muy diversas contingencias, indagaciones, conjeturas e hipótesis
caer en la cuenta de que nos encontramos ante una situación singular, la cual
nos expone a una no menos paradójica (y no muy cómoda) contemplación: la de una
sistemática primordial de la literatura que no da cuenta de una pieza que, a
nuestro entender, sería clave para la comprensión y encaje no sólo de todas las
piezas del puzzle de la mímesis, también de la poética como monumento
sistemático de acercamiento al fenómeno literario general y al poético
particularmente. Así las cosas, no hay noticia siquiera de la existencia no ya
de algún opúsculo motivo de estudio, ni acaso de algún planteamiento al
respecto (aunque hay quien no lo pone en duda) en la poética de Aristóteles
sobre lo que, a nuestro juicio, hubiese sido capital: la lírica.
Desde
la concepción artística aristotélica y su abandono (aparente) de la belleza
(ideal o platónica) centrada en aspectos puntualmente artísticos podemos,
sosegadamente, no sólo deducir, también constatar que, si bien su concepto de
arte en absoluto es original, sí formula un concepto propio y representativo ya
indagado y detallado minuciosa, seria y reflexivamente en esa obra cumbre del
pensamiento humano de cualquiera lugar y tiempo como es la Metafísica; 36
pero el arte como conocimiento (obviamente incluyendo la literatura y la poesía
como tales) no va a ser presentado ya como aquel producto eidético de la
inspiración, sino de una consciencia (valga la redundancia) consciente,
meditativa y conceptual. La mímesis artística
es tecné y en consecuencia también será ciencia singular. Esta
concepción dinámica (y orgánica) del arte y la poesía es fundamental para la
comprensión de la naturaleza y concepción de la mímesis, así como de su influjo
tantas veces esencial y reconocible en todas las artes de creación o poéticas
hasta nuestros días.
Será,
por tanto, la mímesis a través del mecanismo del lenguaje (arte verbal)
y sus medios peculiares (el ritmo, el uso particular del lenguaje, la
armonía...) la que centrará la atención de quienes con toda modestia suscriben
estas líneas, y que de ningún modo con toda diligencia ocultan que miran el asunto con perspectiva
tal vez viciada y acaso parcial, y que tiene necesariamente que mostrar en su
exposición los prejuicios propios del poeta. Es así que, si bien no pretenden
hacer alarde de lo que puede entenderse, si se mira con detenimiento, como
virtual defecto, tampoco ocultan el entusiasmo y la certera intuición que
tantas veces cuenta sus intervenciones en raros y exclusivos aciertos, y es que
la poesía es competente a tantas interrogantes difíciles con sus
extraordinarios y singulares mecanismos, para ser fuente peculiar de
reveladoras y sugestivas respuestas.
Perfectamente conscientes de las
circunstancias personales y de lo incompleto de sus opiniones, quisimos
comenzar, por no ser en exceso arbitrarios, por la distinción que afanaba a
Aristóteles para la poesía, la cual nos toca también y de forma inevitable en
lo personal cuando dice: que será posible aquella (la poesía) no porque esté
escrita en verso, sino en tanto que sea mímesis. Manifestación que no se debe
tener relegada al olvido por supuestamente superada (incluso en nuestros días)
o no debe relajarse en su
entendimiento por tan diversos intérpretes como fuera
posible: filósofos, artistas, literatos, críticos o poetas. En realidad expresa
una preocupación que entendemos debería ser muy actual; y es que a través de su
queja se manifiesta la confusión general entre verso y poesía. Cuestión esta, a
nuestro juicio, nada baladí, y muy digna de hacerse motivo de reflexión y
discusión, como decimos, no sólo para el momento histórico y filosófico de la
influencia aristotélica que fue en especial dilatada en el tiempo, sino perfectamente
asumible en las asendereadas jornadas que ajetrean y aun azotan nuestro
pensamiento actual, acaso no menos confuso en este puntual extremo de nuestras
elucubraciones, mas todo ello forzado por lo extraordinario y complejo del
devenir literario, pues se ha mostrado confuso al albur de las luces y las
sombras de la época de modernidad y
postmodernidad que nos ha tocado por
vivir, y tantas veces para desencuentro de muchos.
Por
todo lo cual, nos parece muy oportuno recordar y reconsiderar también al amparo
nada desdeñable de su pensamiento filosófico, la clasificación que ofrece de
las ciencias aristotélicas, y en lo que afectan estas a las artes de creación,
si bien, como de todos es sabido, recogidas selectivamente dentro de las
poéticas, las cuales, a su vez, vendrán a servirnos de guía más que considerada
(y considerable) con la que, en no pocos momentos ofrecer una muy digna
referencia para el establecimiento, cuando menos, de algunos criterios
orientativos que serán verdaderamente útiles, pues las más de las veces su
lógica aplicada al mundo de lo sensible, será instrumento preliminar y
excelente para toda ciencia.
También
nos serviría para la constatación esencial que demuestra que la estructura de
la poética viene a sustentarse en el pensamiento filosófico y crítico de una
extraordinaria metafísica que, curiosamente, indagará en torno al recuerdo de
las ideas, aunque, después, fuesen hábilmente sustituidas por esencias y sustancias
inherentes a seres animados e inanimados, y cuya característica fundamental es
que presentarán una carta de naturaleza que, desde luego, no nos resultará a
estas alturas en absoluto extraña, por el contrario, del todo familiar: pues
manifiestan ser intemporales e inmutables.
Parece
del todo inevitable traer a colación aquella frase, convertida ya en máxima (y,
por recurrente, tal vez ineludible) de
Alfred North Whitehead,37 que venía a decir que, buena parte (si no
toda) de la filosofía occidental viene a ser una serie de notas al pie del
pensamiento platónico. En este trance de nuestra exposición no podemos sino
recordar el influjo del maestro (Platón), y hacer especial incidencia en lo que
nos ocupa, para decir que el posible parentesco de la mímesis platónica (en la
denominada de primer grado fundamentalmente) con la aristotélica, resuena como
un eco singular e insistente, y así, en él, el mundo ideal, aunque sujeto, eso
sí, a los cambios y accidentes provocados por sus respectivas causas (lógica
casuística). Para después, y a través de aquellas (causas), contrastar lo que
acontece en la realidad natural, habida cuenta también de aquellos cuyos
principios y metodología habrían de ser aplicables igualmente al fenómeno
literario (y poético). Y con esta determinación racional y lógica, podemos
interrogarnos sobre si la poesis (y no sólo en su manifestación lírica)
estaría siempre sujeta a tales principios casuísticos, habida cuenta de la
evidente determinación (irracional en tantas ocasiones, sobre todo en poesía)
38 de ser en la belleza 39 con la que de
forma continuada la verdadera literatura y poesía se manifiesta.
Si
Aristóteles insiste en que la poesía no la hace el verso sino la mímesis
40 (pues hay obras escritas en prosa que claramente no son poesía,
véanse: los diálogos socráticos) y otras que, aun estando en verso no serían en
absoluto poesía, al faltarles el elemento de toque aristotélico para serlo,
cual es la mímesis (De rerum natura, de Lucrecio, por ejemplo), cabe
hacerse de todo lo cual una sugestiva
conjetura: ¿dónde habría situado Aristóteles a la lírica?, y sobre todo ¿con
qué argumentos? Desde luego que no habría encontrado grandes problemas para
adecuarla a su teoría mimética y a los principios de causalidad que la
sustentan, máxime teniendo en cuenta que la literatura en manifestaciones tales
como la tragedia, la epopeya o la comedia eran fácilmente situadas dentro de la
fenómenología mímética, pues imitan (sobre todo a los ojos del interesado de la
época y de los que mantenían en sintonía con la frecuencia aristotélica) todas
ellas las acciones y entidades (probables) del mundo empírico.
Mas
¿sería suficiente el concepto de verosimilitud (como universal) para describir
el fenómeno poético-lírico, o no puede parecer dicho concepto del todo
improcedente al caso que nos ocupa? De hecho, la poesía, según la vertiente
aristotélica, como arte verbal regido por la mímesis, lleva a incluir
incluso a la novela. Pero, como decíamos, el propio Aristóteles advertía que el
verso desde luego no tiene por qué hacer la poesía, sino que será la mímesis el
elemento coyuntural que la define y estructura como tal; mas, también
, si hay
obras miméticas que no están escritas en verso, y reconocemos otras que
estándolo no son poesía, pues falta la mímesis: ¿como consideraríamos la poesía
(lírica), con todas sus extraordinarias y extravagantes peculiaridades, a la
luz de la mímesis aristotélica?
¡Cuántas
veces hemos visto palidecer lo racional y violarse la lógica de lo probable en
poesía! Se nos antoja que Aristóteles (para quien el talento del poeta radica
en su capacidad innata) no debía ser del todo ignaro a los caprichos entusiastas
que tanto gustaba su maestro de hacer corresponder con la enajenada (e
involuntaria) conducta del poeta, totalmente poseso por la locura de la
divinidad. Cuando menos, no dejaría de percibir con estupefacción aquellas
posibilidades preocupantes que la literatura (más agudizadas acaso en la
lírica) eran capaces de verterse en forma de inquietante desequilibrio para el
entendimiento lógico causal, y que, desde luego, preocupaban por algo más que
por desorientar el estilo mesurado. De facto podían influir en la
concepción misma medular que vertebra el pensamiento que hoy ya conocemos como
clásico aristotélico, y que afectarían no sólo a la casuística natural, sino a
la universalidad de lo verosímil y a la concepción básica del movimiento: y es
que la poesía muy bien no tendría por qué responder a un modelo original, pues
ella misma se muestra cuando se enajena a través del entusiasmo o del enigma,
no como la entidad que es copia, sino como el ser mismo del que se deduce el
valor de modelo, siendo ella origen y presencia en sí misma, tanto de
conocimiento (episteme) como de ser en si, 41 es
decir: dueña del singular valor de lo ontológico.
Somos
libres de fantasear viendo en nuestra imaginación cómo una duda disfrazada de
inquietud extraña debió anidar en el espíritu del gran filósofo de Estagira. El
interés que trasluce (como decíamos, quizá no fuese motivado tanto porque
afectase a la ética didáctica de sus principios poéticos, ni siquiera por una
flagrante violación de la mesura primordial en el estilo) por el aspecto
metafórico genérico, y por el enigma particularmente no sabemos con certeza a
qué responde. Hoy conjeturamos respecto a las afirmaciones de hecho que el
propio filósofo hizo sobre el asunto: habla de lo que a su juicio acontece con
la metáfora, mas siempre solícita aquella a situaciones lingüísticas concretas,
en apariencia, referentes al estilo, mas no de una forma expresa a que pudiese
verterse como una conculcación de las leyes de la lógica causal (y no es una
trasgresión cualquiera, pues llega a ocurrir dentro y fuera de la obra poética)
en virtud de la borrosidad referencial que puede propiciar la metáfora y del
ámbito enigmático que puede generar. No nos inclinamos en principio a creer que
llegara a plantearse el hecho de que en la poesía no tienen por qué regir las
leyes de la causa y el efecto, y menos aún que dicho ámbito poético no
necesariamente tuviese que ser explicado para tener entidad autónoma.
Puede
ser en verdad incómodo buscar un razonamiento acorde a los principios regidos
por la causa y el efecto, y sobre todo para el concepto de mímesis explicar una
lógica (o una ciencia de la paradoja) 42 como la que rige en
la poesía, porque la verdad que contiene va más allá de la letra, es decir, más
allá de la estructura de la realidad que constituyen los hechos con los
cuales hacer sus copias y respectivas mímesis; y es que el concepto de
verosimilitud poético no tiene que acogerse a la lógica causal, y es que de la
poesía parece querer surgir un concepto de universal esencial no definido (y
acaso indefinible) que no tiene por qué (hoy lo sabemos) reproducir ninguna
realidad empírica. Insistimos, tal vez espoleados por el entusiasmo y la
fascinación de una temática nunca del todo resuelta: ¿acaso no era consciente
Aristóteles de la singularidad de la poesía (lírica) al mostrar sus reticencias
en la manifestación reiterada de la metáfora cuando excesivamente compleja,
capaz de verterse como auténtico enigma transgresor de algo más que de la
claridad y la mesura?
Lo
irracional es posible para Aristóteles porque puede ser explicado, mas eso será
así según una serie de condiciones que pueden marchar: siguiendo las razones y
la lógica del propio texto poético, las de un ideal de comportamiento o, mejor
todavía, las de la opinión común. 43 Desde luego será preferible lo
imposible convincente a lo posible increíble.44 Tener clara
conciencia de que lo inverosímil es posible no resuelve lo que a los ojos del
lector atento tantas veces no se escapa (sobre todo los reflejos en los textos
más entusiastas): y es que la
lógica causal autónoma (poética), aun frente a la lógica de lo sensible, no
rige con los mismos principios que deberían ser acordes al fundamento poético
de Aristóteles, a saber: la fábula. No siempre se sigue la mímesis de un
proceso, ni como adelantábamos una lógica causal, y con frecuencia la
temporalidad lineal, armónica a una lógica causal autónoma y verosímil
(aplicados con gran éxito a la tragedia) muchas veces se resiste a seguir la
integración de las partes (principio, medio y fin) en poesía.
Se
nos antoja (creemos que no caprichosamente) que la poesía (lírica) ponía (y
pone) en seria duda la estructura fundamental de la fábula, y con ella, la de
la mímesis (si ambas dos indisociables) como fórmula explicativa de lo que la
poesía fuese, pues violaría en múltiples ocasiones el proceso mimético de
acción individual, de la lógica causal, así como la temporalidad lineal y su
correspondiente estructuración de los hechos acorde a una lógica causal
autónoma y verosímil.
Con
no poca prevención y recato Platón se manifestaba respecto a la alegoría
(precisamente como alternativa poética donde las interpretaciones llevadas a
cabo pudieran ser ciertas) pero según sus indagaciones imponían una complejidad
tan extremada que sólo será viable para sabios o iniciados, cuya esmerada
formación permitiera un grado aceptable de comprensión de la misma.
Si observamos los mecanismos reconocidos por
Aristóteles para la construcción de la metáfora (y su posterior y lógica
incidencia en los medios exegéticos de comprensión de la misma) veremos que habría de girar en torno a su
naturaleza lingüística singular y a su función de enlace semántico (y de la
cual, posteriormente, habrían de derivarse tropos y figuras). Además, aun partiendo de la posibilidad del nombre
originario (o propio) en el lenguaje general (y en el poético
particularmente) y aun reconociendo también, entonces, su relación con la
realidad, no dejará de provocar serias dudas para su adecuación al concepto de
la mímesis. El propio Platón (en el Cratilo), 45 al
establecer serias dudas a la posibilidad de una relación acorde entre lenguaje
y realidad, proponía un marco de incertidumbre
basado en el hecho de que el poeta, en su intento de expresar
bellamente, quisiera separarse de lo normal 46 (y de la realidad
sensible y racional muchas veces) para elevar el uso del lenguaje.
Así
pues, si la mímesis y la fábula son indisociables y ambas, a su vez, se ofrecen
perfectamente unidas a la realidad visible, nos encontramos con una seria
contradicción que, se diría en primera instancia, explica la prevención de
Aristóteles respecto al uso de determinadas metáforas. Nos parece de veras
apasionante esta posibilidad, máxime si reparamos en el tratamiento tan moderno
que hace Aristóteles del lenguaje, pues parte en su definición y posterior
estructuración del esquema de diferencias y semejanzas, que tanto lo emparentan
a la lingüística moderna.
No
es casualidad que en su clasificación de los nombres, Aristóteles, coloque al
mismo nivel el nombre raro, el inventado y la metáfora. No
entraremos en este punto en detalle, ni sobre la metáfora como fórmula esencial
con la que rellenar los huecos semánticos (catacresis) y toda su extraordinaria
complejidad, estudiada tan admirablemente en nuestra actual historia de la
teoría del lenguaje literario, por Ortega y Gasset o Paul Ricoeur,47 no obstante, queremos trascender la vía de lo
puramente estético o didáctico en Aristóteles, para considerar la posibilidad,
desde su misma sistemática, de trascender la funcionalidad ornamental y
apreciar que el límite establecido por la claridad y la mesura respecto a la
metáfora y el enigma, no es sólo una frontera de estilo, pues de la presunta
oscuridad de la metáfora no solamente surge la imposibilidad de una
comunicación clara, además, resulta imposible la mímesis porque no hay conexión
de semejanzas. El reconocimiento de las cualidades innatas para la
realización de una metáfora idónea hacen pensar, por su situación excéntrica,
en la lógica metafísica aristotélica, mas en una suerte de conexión con la que,
la poesía, mantiene la posibilidad de entenderse también trascendiendo la elocutio
y la mera consecución de lo bello, 48 para hacer una apreciación de
la aquella, de la poesía, con un carácter ontológico que sobrepasa la mímesis para
ser en la verdad. 49
Hoy
no nos parece en absoluto extraño que la metáfora poética resuelva toda su
complejidad trascendiendo la cuestión de la posibilidad o imposibilidad del
nombre originario (o propio), pues se mueve sobrepasando los límites del propio discurso, del propio
enunciado literario y lingüístico, para situarse como vínculo esencial entre la
realidad del continuo fluir o devenir de las cosas en el mundo, y la realidad
del ser en cada cosa, y será precisamente en este ámbito poético donde los
elementos de mímesis necesarios se diluyan para ser en poesía.
¿Hasta
qué punto tiene necesariamente la poesía porqué reproducir o imitar o
representar lo que verosimilmente pueda acaecer (ta genomena)? ¿Acaso
puede resultar esta una interrogante excesivamente moderna para ser aplicada al
momento y concepción aristotélica, tanto aplicada a la mímesis como a la propia poesía? No
debiéramos entenderlo así, habida cuenta de la extraordinaria influencia hasta
prácticamente nuestros días de un pensamiento y una sistemática verdaderamente
poderosos. No obstante, veremos que tal apreciación puede sernos de gran
utilidad para desgranar (entre otros)
algunos aspectos más o menos complicados como los que tan
apresuradamente cotejamos de la imitación aristotélica.
Explicar
el fenómeno estrictamente poético a través de la mímesis estaría sujeto a múltiples
contradicciones, las cuales serían no solamente reseñables bajo la óptica de
una sistemática estético-filosófica moderna (Kant, Hegel...),50 pues
creemos que desde los mismos presupuestos aristotélico-platónicos cabía señalar
una perspectiva más sutil y coincidente con la naturaleza del fenómeno poético
y que, desde luego, no pretende resolver la cuestión de por qué un sistema tan
refinado e influyente de pensamiento como el Aristotélico no afina lo
suficiente el concepto de mímesis y de Poesía como para acercarlo
a la redescripción (creación artística) de una nueva realidad, ya tan
plenamente moderna. No digamos, por parte de Platón, cuya concepción de la
literatura, tan desdeñada como fuente de saber no es admitida y ni mucho menos
como recreación metafísica de la realidad al mismo nivel y reconocimiento que
la filosofía.
Que
la mímesis aristotélica sea propuesta como antagonista de la platónica nos
parece, cuando menos, una exagerada convención no tanto filosófica como
literaria. A modo de conclusión, preguntaría hasta que punto la poesía (lírica)
recibe o necesita para su fundamento del proceso mimético, si verdadera poesía
¿No será porque la poesía está alejada, por su propia naturaleza, de aquel
proceso de ajuste y de modificación mimética que se supone debe adaptarla a la
realidad? ¿O no será sólo por ser ella misma una incómoda realidad ideal
autónoma? ¿O, también, porque aspira a la integridad, a la plenitud desde donde
se comparte lo externo y lo interno, mas no como un reflejo susceptible de ser
asumido e imitado, sino en virtud de su capacidad de percepción inmediata del ser?
Y
es que en poesía, los bien advertidos saben que no consiste el premio tanto en
ser primero en tiempo y sociedad, como en aquella eminencia de ser en la
belleza, donde tan generosamente sí habita la poesía.
Francisco Acuyo
Notas.-
33 «En
orden a la poesía es preferible lo imposible convincente a lo posible
increíble» Aristóteles: «Ars Poética».
Ob. cit. nota 5
34
Hugo Montes: ob.cit. nota 25.
35
Aristóteles: Ver nota 31.
36
Aristóteles: Metafísica, Gredos, Madrid 2000.
37
Whitehead, A. N.: por I.M. Bochenski: Filosofía del ser, La
filosofía actual, Fondos de Cultura Económica, México, 1981.
38
Se anuncia la sublimidad emotiva de Longino. Longino: Sobre lo sublime,
Gredos, Madrid, 1998.
39
Francisco Acuyo: Ob. cit. notas 2, 22 y 37.
40
Aristóteles: Ob cit. nota 12
41
Heidegger, M.: Arte y Poesía, Fondo de Cultura Económica, México, 1985.
42
Francisco Acuyo: ob. cit. notas 2, 22 y 37.
43
Aristóteles: ob. cit. notas 12 y 42.
44
Aristóteles: ob. cit. notas 12, 42 y 45.
45
Platón: Cratilo, Gredos, Madrid, 2000.
46
Antecedente claro de la concepción sublime del estilo en la poesía. Ob.
cit. nota 40.
47
Paul Ricoeur, de Sultana Wahnón: El significado de las metáforas: sobre una
teoría de de Paul Ricoeur, Philológica, Universidad de Extremadura, 1996
48
Aunque parece aproximarse a Longino, esta apreciación en realidad lo
trasciende, pues se acerca a una visión más que sublime, ontológica de la
poesía.
49 Heidegger, M.: Ob. cit. nota 43.
50 Hegel: Lecciones de estética. De lo bello y sus formas,
Espasa calpe, Austral, Madrid ,1958. Kant, E.: Observaciones acerca de lo
bello y de lo sublime, Alianza Editorial, Madrid, 1990.