Para la sección de Pensamiento del blog Ancile, traemos un post que viene muy apropósito en las fechas que nos encontramos, se trata de unas reflexiones sobre la noche y día difuntos, y todo ello bajo el título de: Brevísima aproximación a la noche y día de difuntos.
BREVÍSIMA APROXIMACIÓN
A LA NOCHE Y DÍA DE DIFUNTOS
Magia, religión, filosofía, ciencia: se impregnan todas de manera singular en la fascinación de aquello que causa inquietud por innombrable y que, no obstante, tratamos de aprehender: ora a través de conceptos, ora de símbolos, con el fin de entender esa intuición innata en el ser humano que subyace como una suerte de sympátheia cósmica y que une a los vivos y a los muertos.
Los ritos ancestrales de culto a los muertos que devienen de manera inmemorial hasta nosotros, enlazan misteriosamente la vida después de la muerte en una dynamis, cuya fuerza se manifiesta como potencia sobrenatural que nos conecta incluso con los que ya no están con nosotros, vigor, energía, sin embargo, que no acabamos de entender. Esta dinámica enigmática encuentra oscura e incomprendida residencia en los nombres invocados de los muertos, que participan indubitablemente en el discurrir existencial de los vivos. Homero ya nos habla en la Odisea (libro XI) de un rito capaz de traer a este mundo al difunto Tiresias para acceder a sus poderes proféticos.
Pero, estas invocaciones ¿son religiosas, mágicas, producto de una oscura filosofía… o estamos ante la curiositas precientífica que, todavía exenta del prejuicio positivo cientificista, indagaba donde lo que no se puede medir se ofrece innombrable a nuestro espíritu?
Las imprecaciones y plegarias funerarias de la antigüedad prevalecen en liturgias actuales (desvirtuadas algunas veces por la vorágine consumista) con un raro vigor que se conecta con los misterios más profundos de nuestro inconsciente. El magus antiguo era natural receptor y amigo de aquellos que hablaban con los muertos y que hoy, huérfanos de aquella oscura autoridad de lo sobrenatural, recurrimos al charlatán o al médium de medio pelo, y si insistimos demasiado, no sería raro acabar paciente estigmatizado en la consulta de un psiquiatra.La cuestión es que esta impronta extraña, donde prevalece el arcana mundi, ha arraigado con fuerza en el arte y en la literatura, como si esa magia proviniese de la divinidad misma e inspirara su impulso creativo. La intuición egipcia de que los muertos tienen poder se manifiesta en la permanencia de los vetustos ritos, capaces incluso de mediar con la divinidad misma. Mas, ¿qué permanece en realidad hoy día de aquellas ciencias ocultas en estas liturgias modernas? Sería esta una investigación antropológica, religiosa (teológica) tan compleja como prolija, pero no por ello menos fascinante.
¿Hasta qué punto los adminículos expuestos en nuestros ritos y fiestas funerarias no reproducen amuletos, talismanes e instrumentos mágicos, y el iniciado o sacerdote no es en cierto modo un telésmata emparentado con los ritos de la antigüedad? ¿Hasta dónde estas ceremonias y liturgias arcanas no prevalecen aún en la actualidad, en la era de la información y la inteligencia artificial? ¿Hasta qué distancia arcana no llega hasta nuestros días los phylatéria (objetos mágicos) camuflados hoy en tantos instrumentos tecnológicos de la más diversa índole?
No puedo dejar de emparentar por
momentos algunas de nuestras celebraciones y conmemoraciones a nuestros
difuntos con el Fascinum romano, manifiesto entonces en la Tacita o la
Silente, cuyo tiempo denominado Feralia, estaba consagrado a los muertos
familiares y que no ha perdido su carácter apotropaico y no son deudoras de alguna
religión mistérica.
Decía en otra ocasión que: Cuando el filósofo (Nieztsche) excusaba la búsqueda del genuino potencial humano en la pesquisa e indagación de la verdad, alejada de cualquier prejuicio o manida convención, se entregaba a la máxima que se ha tenido como uno de sus dilectos corifeos: mal, sé tú mi bien, y que acaso ya marcara uno de los presupuestos capitales de pensamiento para aprehender, en su estética dimensión, lo oscuro, lo dionisíaco o lo siniestro, y que anunciaran prontamente Las diabólicas de Barbey d’Aurevilly, o, a la prometeica figura que ideara Mary Shelly en su celebrado Frankestein, o en los oscuros reductos en los que tan a su sabor hiciese vida y obra (y muerte) el gran Alan Poe, o el nunca suficientemente ponderado y misterioso Baudelaire, o el excelso y al tiempo tenebroso malditismo de Rimbaud, o, por qué no, el más tétrico e inquietante Bécquer de algunos poemas y narraciones.
Es el caso que, en estas fechas reconvienen todas estas manifestaciones sagradas, enigmáticas y oscuras que inciden en mucho más que en un recuerdo a los difuntos, porque penetran la fibra más íntima de la psique humana para hacerse ritual de vida plenamente manifiesto. Insistíamos entonces: Parece incuestionable que esta capacidad de percepción de lo oscuro es dominio de singulares espíritus sensibles, sensoriales, sensitivos, diríase que mantienen vivo, intacto el vínculo con el tantas veces inexplicable impulso –atávico- del que se invisten los miedos y angustias más profundos y arraigados; la turbación y el terror que nos hace (acaso de forma inconsciente, pero del todo necesaria) mantener contacto cierto con lo oculto, no obstante, parece que este dominio duerme en el seno de nuestros demonios familiares pero, digo, dormita, en modo alguno está definitivamente muerto.
Esta latencia inquietante adquiere potencia
psicológica extrema en tanto que, aquello que causa el desasosiego, no tanto es
lo desconocido, decíamos, porque: ¿cómo hemos de manifestar miedo ante aquello
nunca visto y conocido y, por tanto, extraño a nuestra experiencia vital? No
obstante, la incertidumbre intelectual, racional, consciente, lógica, no
implica desconocimiento fundamental de lo culto, que no desconocido. Se nutre
esta inquietud, sin embargo, insistimos en ello, de aquello perfectamente
conocido y reconocible en el desván ¿decrépito? redivivo y oscuro de lo más
recóndito de nuestro espíritu. Lo insólito del caso radica precisamente en ese
traer a la conciencia aquello terrorífico sabido –intuido- y temido durante el
enigmático y tenebroso decurso de la noche de los tiempos.
Francisco Acuyo