miércoles, 27 de enero de 2016

JOSÉ DE ESPRONCEDA, AMOR Y POESÍA

Para la sección, Amor y poesía ,del blog Ancile, traemos hoy los poemas de José de Espronceda, en antología personal y mínima, cuya temática singular del amor ocuparon un lugar de excepción en su concepción excesiva y romántica del mundo, de la literatura y de  la poesía.



José Espronceda, amor y poesía, Ancile




JOSE ESPRONCEDA, AMOR Y POESÍA






José Espronceda, amor y poesía, Ancile








A …… , DEDICÁNDOLE ESTAS POESÍAS





Marchitas ya las juveniles flores,
nublado el sol de la esperanza mía,
hora tras hora cuento y mi agonía
crecen y mi ansiedad y mis dolores.

Sobre terso cristal, ricos colores 
pinta alegre, tal vez mi fantasía,
cuando la triste realidad sombría
mancha el cristal y empaña sus fulgores.

Los ojos vuelvo en su incesante anhelo,
y gira en torno indiferente el mundo, 
y en torno gira indiferente el cielo.

A ti las quejas de mi mal profundo,
hermosa sin ventura, yo te envío:
mis versos son tu corazón y el mío.






SERENATA




Delio a las rejas de Elisa   
 Le canta en noche serena   
        Sus amores.   
     
 Raya la luna, y la brisa   
 Al pasar plácida suena 
        Por las flores.  
    
 Y al eco que va formando  
 El arroyuelo saltando  
        Tan sonoro,  
    
 Le dice Delio a su hermosa
 En cantilena amorosa:  
        «Yo te adoro».  
    
 En el regazo adormida  
 Del blando sueño, presentes  
        Mil delicias, 
    
 En tu ilusión embebida,  
 Feliz te finges, y sientes  
        Mis caricias.  
    
 Y en la noche silenciosa  
 Por la pradera espaciosa 
        Blando coro  
    
 Forman, diciendo a mi acento,  
 El arroyuelo y el viento:  
        «Yo te adoro».  
    
 En derredor de tu frente   
 Leve soplo vuela apenas  
        Muy callado,  
    
 Y allí esparcido se siente  
 Dulce aroma de azucenas  
        Regalado, 
    
 Que en fragancia deleitosa  
 Vuela también a la diosa  
        Que enamoro,  
    
 El eco grato que suena  
 Oyendo mi cantilena: 
        «Yo te adoro».  
    
 Del fondo del pecho mío  
 Vuela a ti suspiro tierno  
        con mi acento;  
    
 En él, mi Elisa, te envío 
 El fuego de amor eterno,  
        Que yo siento.  
    
 Por él, mi adorada hermosa,  
 Por esos labios de rosa  
        De ti imploro 
    
 Que le escuches con ternura,  
 Y le oirás cómo murmura:  
        «Yo te adoro».  
    
 Despierta y el lecho deja:  
 No prive el sueño tirano 
       De tu risa  
    
 A Delio, que está a tu reja,  
 Y espera ansioso tu mano,  
        Bella Elisa.  
    
 Despierta, que ya pasaron 
 Las horas que nos costaron  
        Tanto lloro;  
    
 Sal, que gentil enramada  
 Dice a tu puerta enlazada:  
        «Yo te adoro». 


EL PESCADOR




Pescadorcita mía,
desciende a la ribera
y escucha placentera
mi cántico de amor;
sentado en su barquilla,
te canta su cuidado,
cual nunca enamorado
tu tierno pescador.

La noche el cielo encubre,
y acalla manso el viento,
y el mar sin movimiento
también en clama está.
A mi batel desciende,
mi dulce amada hermosa,
la noche tenebrosa
tu faz alegrará.

Aquí apartados, solos,
sin otros pescadores,
suavísimos amores
felice te diré,
y en esos dulces labios
de rosas y claveles
el ámbar y las mieles
que vierten, libaré.

La mar adentro iremos
en mi batel cantando
al son del viento blando
amores y placer.
Regalaréte entonces
mil varios pececillos,
que al verte, simplecillos,
de ti se harán prender.

De conchas y corales
y nácar a tu frente
guirnalda reluciente,
mi bien, te ceñiré.
Y eterno amor mil veces
jurándote, cumplida
en ti, mi dulce vida,
mi dicha encontraré.

No el hondo mar te espante,
ni el viento proceloso,
que la ver tu rostro hermoso
sus iras calmarán.
Y sílfidas y hondinas
por reina de los mares
con plácidos cantares
a par te aclamarán.

Ven ¡ay! a mi barquilla,
completa mi fortuna:
Naciente ya la luna
refleja el ancho mar;
sus mansas olas bate
süave, leve brisa.
Ven ¡ay! mi dulce Elisa,
mi pecho a consolar.





LAS QUEJAS DE SU AMOR






Bellísima parece
al vástago prendida,
gallarda y encendida
de abril la linda flor;
empero muy más bella
la virgen ruborosa
se muestra, al dar llorosa
las quejas de su amor.

Suave es el acento
de dulce amante lira,
si al blando son suspira
de noche el trovador;
pero aun es más suave
la voz de la hermosura
si dice con ternura
las quejas de su amor.

Grato es en noche umbría
al triste caminante
del alma radiante
mirar el resplandor;
empero es aun más grato
el alma enamorada
oír de su adorada
las quejas de su amor.




SERENATA






Despierta, hermosa señora,
señora del alma mía:
den luz a la noche umbría
tus ojos que soles son.
Despierta, y si acaso sientes
tu corazón conmovido,
es que corresponde al latido
de mi amante corazón.
Oye mi voz.
La flor más pura y galana
que el abril fecundo adora,
al despuntar de la aurora
perfuma el primer albor:
pero es mil veces más puro
de tu boca el blando aliento
si el perfume en torno al viento
tierno suspiro de amor.
Oye mi voz.
Adiós mis dulces amores,
que envidiosa en alba fría,
ya raya el oriente el día
por turbar nuestro placer:
adiós, señora: mi alma
dejo al partirme contigo:
amante triste, maldigo,
Aurora tu rosicler,
guárdame fe.






(FRAGMENTO)





Y a la luz del crepúsculo serena 
solos vagar por la desierta playa, 
cuando allá, mar adentro, en su faena 
cantos de amor el marinero ensaya, 
y besa blandamente el mar la arena, 
la luna en calma al horizonte raya, 
y la brisa que tímida suspira, 
dulces aromas y frescor respira. 

Y húmedos ver sus ojos de ternura 
que abren al alma enamorada un cielo, 
extáticos de amor y de dulzura 
con blando, vago y doloroso anhelo: 
Magia el amor prestando a su hermosura, 
y el pensamiento deteniendo el vuelo 
allí donde encontró la fantasía 
ciertas las dichas que soñó algún día. 

Y respirar su perfumado aliento 
y al tacto palpitar sus vestidos, 
penetrar su amoroso pensamiento 
y contar de su pecho los latidos, 
exhalar de molicie y sentimiento 
tiernos suspiros, lánguidos gemidos, 
mientras al beso y al placer provoca. 
Con dulce anhelo la entreabierta boca





A JARIFA, EN UNA ORGÍA




Trae, Jarifa, trae tu mano,
ven y pósala en mi frente,
que en un mar de lava hirviente
mi cabeza siento arder.
Ven y junta con mis labios
esos labios que me irritan,
donde aún los besos palpitan
de tus amantes de ayer.

¿Qué la virtud, la pureza?
¿qué la verdad y el cariño?
Mentida ilusión de niño,
que halagó mi juventud.
Dadme vino: en él se ahoguen
mis recuerdos; aturdida
sin sentir huya la vida;
paz me traiga el ataúd.

El sudor mi rostro quema,
y en ardiente sangre rojos
brillan inciertos mis ojos,
se me salta el corazón.
Huye, mujer; te detesto,
siento tu mano en la mía,
y tu mano siento fría,
y tus besos hielos son.

¡Siempre igual! Necias mujeres,
inventad otras caricias,
otro mundo, otras delicias,
o maldito sea el placer.
Vuestros besos son mentira,
mentira vuestra ternura:
es fealdad vuestra hermosura,
vuestro gozo es padecer.
Yo quiero amor, quiero gloria,
quiero un deleite divino,
como en mi mente imagino,
como en el mundo no hay;
y es la luz de aquel lucero
que engañó mi fantasía,
fuego fatuo, falso guía
que errante y ciego me tray.


¿Por qué murió para el placer mi alma,
y vive aún para el dolor impío?
¿Por qué si yazgo en indolente calma,
siento, en lugar de paz, árido hastío?

¿Por qué este inquieto, abrasador deseo?
¿Por qué este sentimiento extraño y vago,
que yo mismo conozco un devaneo,
y busco aún su seductor halago?

¿Por qué aún fingirme amores y placeres
que cierto estoy de que serán mentira?
¿Por qué en pos de fantásticas mujeres
necio tal vez mi corazón delira,

si luego, en vez de prados y de flores,
halla desiertos áridos y abrojos,
y en sus sandios o lúbricos amores
fastidio sólo encontrará y enojos?

Yo me arrojé cual rápido cometa,
en alas de mi ardiente fantasía:
doquier mi arrebatada mente inquieta,
dichas y triunfos encontrar creía.

Yo me lancé con atrevido vuelo
fuera del mundo en la región etérea,
y hallé la duda, y el radiante cielo
vi convertirse en ilusión aérea.

Luego en la tierra la virtud, la gloria,
busqué con ansia y delirante amor,
y hediondo polvo y deleznable escoria
mi fatigado espíritu encontró.

Mujeres vi de virginal limpieza
entre albas nubes de celeste lumbre;
yo las toqué, y en humo su pureza
trocarse vi, y en lodo y podredumbre.

Y encontré mi ilusión desvanecida
y eterno e insaciable mi deseo:
palpé la realidad y odié la vida;
sólo en la paz de los sepulcros creo.

Y busco aún y busco codicioso,
y aún deleites el alma finge y quiere:
pregunto y un acento pavoroso
«¡Ay! me responde, desespera y muere.

Muere, infeliz: la vida es un tormento,
un engaño el placer; no hay en la tierra
paz para ti, ni dicha, ni contento,
sino eterna ambición y eterna guerra.

Que así castiga Dios el alma osada,
que aspira loca, en su delirio insano,
de la verdad para el mortal velada
a descubrir el insondable arcano.»

¡Oh! cesa; no, yo no quiero
ver más, ni saber ya nada:
harta mi alma y postrada,
sólo anhela descansar.
En mí muera el sentimiento,
pues ya murió mi ventura,
ni el placer ni la tristura
vuelvan mi pecho a turbar.

Pasad, pasad en óptica ilusoria
y otras jóvenes almas engañad:
nacaradas imágenes de gloria,
coronas de oro y de laurel, pasad.

Pasad, pasad mujeres voluptuosas,
con danza y algazara en confusión;
pasad como visiones vaporosas
sin conmover ni herir mi corazón.

Y aturdan mi revuelta fantasía
los brindis y el estruendo del festín,
y huya la noche y me sorprenda el día
en un letargo estúpido y sin fin.

Ven, Jarifa; tú has sufrido
como yo; tú nunca lloras;
mas ¡ay triste! que no ignoras
cuán amarga es mi aflicción.
Una misma es nuestra pena,
en vano el llanto contienes...
Tú también, como yo, tienes
desgarrado el corazón.







José de Espronceda







José Espronceda, amor y poesía, Ancile

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