martes, 31 de marzo de 2015

AFINIDADES ENTRE LA ESPIRITUALIDAD DE SANTA TERESA Y LA DE EDITH, SIMONE Y ETTY, TERCERA ENTREGA

Ofrecemos la tercera entrega (de las cinco previstas) de El legado de Teresa de Jesús, y sus Afinades entre la espiritualidad de Santa Teresa y la de Edith, Simone y Etty, aprovechando el centenarario del nacimiento de la Santa, por el profesor y filósofo Tomás Moreno para el la sección Microensayos del blog Ancile 




Afinidades entre la espiritualidad de Santa Teresa y la de Edith, Simone y Etty, Tomás Moreno






AFINIDADES ENTRE LA ESPIRITUALIDAD 
DE SANTA TERESA  Y LA DE EDITH, SIMONE Y ETTY







Afinidades entre la espiritualidad de Santa Teresa y la de Edith, Simone y Etty, Tomás Moreno






III. Afinidades entre la espiritualidad de Santa Teresa y la de Edith, Simone y Etty
Finalmente debemos señalar la sorprendente coincidencia de los rasgos de cristocentrismo, kénosis y compromiso con el mundo y valor de la oración, que ya encontrábamos en la doctrina mística de Santa Teresa y que presiden también el programa espiritual y el itinerario vital de cada una de ellas. Detengámonos en analizarlos brevemente.

Cristocentrismo
En Edith Stein el proceso de su conversión tiene como figura y eje  central su encuentro con Cristo, como muestra explícitamente en sus escritos. Como antes apuntábamos (en la cita de su magna obra “La Ciencia de la Cruz), la experiencia intima que le conduce a la conversión y a la fe, no sabe de mediaciones de tipo doctrinal o intelectual. Se trató, más bien, de un suceso extraordinario posibilitado por una experiencia de encuentro personal con Cristo y facilitado y propiciado por la lectura, la meditación religiosa y la oración.
Afinidades entre la espiritualidad de Santa Teresa y la de Edith, Simone y Etty, Tomás MorenoSegún el testimonio de la propia Edith, uno de los momentos decisivos para su conversión fue la lectura de la Vida de santa Teresa de Jesús, en el verano de 1921 en Bergzabern. Se hallaba Edith de visita en casa de una amiga, la fenomenóloga Hedwige Conrad-Martius. Tomó al azar de la biblioteca el libro de la mística castellana: “Empecé a leer -escribe-, y fui cautivada inmediatamente, sin poder dejar de leer hasta el fin. Cuando cerré el libro, terminada la lectura me dije: Ésta es la verdad[1].
Al día siguiente, se apresuró a comprar en la ciudad  un catecismo y un misal. Tras asistir a una misa en la parroquia, decidió recibir el bautismo. El 1 de enero de 1922 Edith se bautizaba en Espira con el nombre de Teresia Hedwige. Su madrina, Hedwige Conrad-Martius (de religión evangélica), recuerda aquel día con estas palabras: “lo más bello de todo era su alegría radiante, una alegría infantil”[2].
            Otras dos intensas experiencias especiales habían de abonar el terreno espiritual que fructificaría en su conversión. La primera en la Selva Negra con ocasión del rezo de una oración comunitaria por parte de una familia campesina, al alba, antes de comenzar su faena en el campo. La otra, encontrándose en Francfurt, acompañada de su amiga Pauline Reinach, Edith asistirá a una experiencia mucho más impresionante todavía que la conmueve profundamente:

“Entramos unos minutos en la catedral -escribe en su impresionante autobiografía-- y, mientras estábamos allí en respetuoso silencio, llegó una señora con su cesto del mercado y se arrodilló profundamente en un banco, para hacer una breve oración. Esto fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes a las que había ido, se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí llegaba cualquiera en medio de los trabajos diarios a la iglesia vacía como para un diálogo confidencial. Esto no lo he podido olvidar[3].

Afinidades entre la espiritualidad de Santa Teresa y la de Edith, Simone y Etty, Tomás MorenoFormada en el ámbito de la Escuela fenomenológica de Husserl, y el la filosofía de los valores de Max Scheler, tras su conversión y paralelamente a su aproximación al catolicismo se adentra en la filosofía medieval tomista (al hacer la traducción al alemán y la adaptación didáctica de un arduo texto de Tomás de Aquino, De veritate;) para, finalmente, aproximarse a la teología y la mística de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz. Su última obra, terminada en Holanda, La Ciencia de la Cruz, se inspirará en esos dos grandes místicos nuestros. A Teresa le dedicará un estudio sobre su mística: “Castillo del Alma: Reflexión sobre el castillo interior de Teresa de Ávila”.
            En el caso de Simone Weil fue, también, una intensa experiencia místico-espiritual la culminación  de su acercamiento a Cristo, la finalización de una trayectoria hacia Él, que hasta entonces  había consistido fundamental e inconscientemente en un compromiso con los pobres y desheredados de este mundo. Como escribe su íntima amiga y biógrafa Simone Petrement, en su monumental biografía de Simone[4], esta experiencia decisiva resulta tanto más sorprendente en una mujer tremendamente racionalista, desconocedora hasta ese momento de todo lo referente a la experiencia mística y a la mística en general (que comenzó a leer a partir del momento de su conversión):

En mis razonamientos sobre la insolubilidad del problema de Dios, no había previsto la posibilidad de algo como esto, de un contacto real, aquí abajo, de persona a persona, entre un ser humano y Dios. Había podido hablar vagamente de cosas de este tipo, pero nunca había creído que realmente sucedieran… En los Fioretti como en los Evangelios, las historias de aparición me provocaban rechazo más que otra cosa. Nunca había leído a los místicos”.  Incluso, añade, que durante todo ese proceso no ha rezado nunca, por miedo al poder de sugestión de la oración (A la espera de Dios, 41-42)[5].
           
            Pues bien, la trayectoria de Simone hacia Cristo no es repentina ni sobrevenida, sino resultado de un proceso que presenta estos tres momentos decisivos: El primero se produjo en 1935, tras su durísima experiencia de la fábrica. Simone había quedado tan destrozada que ella misma confesará que, desde entonces, cuando alguien la trataba sin brutalidad, tenía la sensación inevitable de que allí había un error. En este estado de ánimo la llevan sus padres de vacaciones a Portugal, y allí, en un pueblo perdido de la costa atlántica, tiene lugar la famosa escena en la que viendo a las mujeres de los pescadores en una procesión y oyendo sus cantos, “tuve la certeza de que el cristianismo es la religión de todos los esclavos de la tierra, que los esclavos no pueden evitar abrazarla y yo entre ellos” (ibid, 41-42).
Afinidades entre la espiritualidad de Santa Teresa y la de Edith, Simone y Etty, Tomás MorenoSu segundo contacto con el cristianismo se le presentó durante su primer viaje a Italia, que realizó en solitario, en 1937, a continuación de su estancia en la guerra de España y de la grave quemadura en la pierna que la obligó a regresar del campo de batalla español. Precisamente en Asís -el lugar donde Cristo se dirigió a San Francisco, y ante el espectáculo de la belleza y la serenidad de la naturaleza- tuvo lugar una  intensa experiencia estética que se transformó en extática: “Allí, algo más fuerte que yo hizo que me arrodillara por primera vez en mi vida” (ibid.,40-41). Es importante subrayar, en este punto, que la mística de la misericordia no excluye todo lo que cabe de arrobamiento en la experiencia de la belleza[6].
El tercer momento, el más decisivo y definitivo en su camino hacia la conversión religiosa, tuvo lugar en la Semana de Pascua de 1938, vivida en la abadía de Solesmes, donde asiste a los oficios con su madre y se extasía con el canto gregoriano. La recitación/lectura de un poema sobre el amor (Love de George Herbert), se convierte “sin saberlo (ella) en una oración” y le revela la presencia de Cristo. Así nos lo confiesa y describe en “A la espera de Dios”:

Cristo se hizo presente y me tomó […].  En este súbito apoderamiento de mi ser por Cristo, ni los sentidos ni la imaginación tuvieron nada que ver; sólo sentí a través del sufrimiento la presencia de un amor semejante al que se observa en la sonrisa de un rostro amado”. Y aclara que se trataba de: “una presencia más personal, más cierta, más real que la de un ser humano, inaccesible a los sentidos y a la imaginación, análoga al amor” (A la espera de Dios, 42).

Lo más sorprendente de todo es que: “desde ese instante el nombre de Dios y el de Cristo se han mezclado de forma cada vez  más irresistible en mis pensamientos” (Pensamientos desordenados, 58)[7].
Su total Cristocentrismo se revela, finalmente, en un texto epistolar dirigido a su amigo Gustave Thibon poco antes de morir, anunciándole se encamina a buen puerto, con estas palabras, que no pueden leerse sin experimentar una sacudida:

Lo que yo llamo buen puerto, como usted sabe, es la cruz. Si no me es dado merecer algún día la participación en la cruz de Cristo, sea al menos en la del buen ladrón. De todos los personajes, aparte de Cristo, que aparecen en el evangelio, el buen ladrón es con mucho el que más envidio. Haber estado junto a Cristo en su misma situación, durante la crucifixión, me parece un privilegio mucho más envidiable que estar a su derecha en la gloria[8].
           
Afinidades entre la espiritualidad de Santa Teresa y la de Edith, Simone y Etty, Tomás Moreno            El caso de Etty Hillesum es especial. Ya que si bien no puede hablarse de Cristocentrismo en su apasionante y profunda experiencia religiosa, dado que al parecer no nos consta conociera profundamente a Jesús, su mensaje, sin embargo, pareciera desmentirlo, tan cercano es a las enseñanzas de él. El punto de partida de su itinerario espiritual hacia una religiosidad mística se origina en su juventud: la lectura de Rilke, primero, de la Biblia y de san Agustín y el descubrimiento de la espiritualidad de Francisco de Asís, después, guiada por su íntimo amigo y maestro Julius Spier “el partero de su alma”-de quien estaba enamorada- la llevan progresivamente a una espiritualidad mística que le abrirá al conocimiento profundo de su propia alma.
            En su Diario, escrito en su pequeña habitación de Ámsterdam (en once cuadernos escolares) dos años antes de su muerte, Etty nos descubre y nos revela o describe  como Teresa en sus Moradas, su trayectoria interior, su viaje hacia la interioridad que es el único que nos puede llevar junto a Dios: “Y a este mí misma, a este nivel de mi ser, el más profundo y el más rico de todos y en el que me recojo, yo le llamo Dios”. Un Dios interior que identifica  con el verdadero Amor y que sólo se encuentra desde la  humildad, el olvido de sí, la renuncia y la abnegación.
            Es curioso que Etty Hillesum (como Simone Weil, en Asís, y como E. Stein, en la catedral de Frankfurt) también relate el inicio de su conversión religiosa ligado al hecho de sentir una necesidad inexplicable de arrodillarse ante un Dios del que apenas había oído hablar.  Etty anota en su Diario:

Esta tarde me he encontrado arrodillada, de repente… Siento en mí, de vez en cuando, una profunda aspiración a arrodillarme, con las manos en el rostro, y a encontrar así una paz profunda poniéndome a la escucha de una fuente escondida en lo más profundo de mí misma[9].

Afinidades entre la espiritualidad de Santa Teresa y la de Edith, Simone y Etty, Tomás MorenoRelato éste que recuerda la vía que propone Santa Teresa de Ávila,  de la interioridad en el encuentro con Dios.
Tanto en sus Cartas[10]  como en el Diario 1941-1943[11], Etty nos ofrece una de las descripciones más impresionantes y conmovedoras de la literatura femenina sobre el holocausto (que nos recuerda las de Ana Frank, Adelaide Hautvail o Margaret Buber-Neumann). Y en ellos confiesa reiteradamente que su comportamiento en Westerbork no hubiera sido posible sin la presencia (aparentemente invisible e imperceptible) de Dios, que la hace sentirse “protegida, segura e impregnada de eternidad”, aunque esta experiencia resulte difícil de expresar en un momento en que Dios parecía haber abandonado el mundo y estar ausente de los Campos de exterminio de Europa.
A la destrucción inclemente impuesta por los nazis, Etty opone su sensibilidad femenina, desarmada pero no exenta de armas simbólicas; quiere ser “el corazón pensante de los barracones”.

Quizá lo que quiere salvar por encima de todo es la conciencia moral en un momento en que toda responsabilidad parecía diluirse. A ella le obsesiona todo esto y sobre todo: el odio indiferenciado al enemigo, la presencia del resentimiento en nuestro interior -que nada tiene que ver con la sana indignación moral por sus crímenes-. Y citando las palabras del evangelio: “Ama a tus enemigos”, afirma “Y si somos nosotros quienes lo decimos, tendrán que creer que es posible”.
            La reflexión sobre el problema del mal y del sufrimiento está en el centro del discurso femenino de nuestras protagonistas, que no se dejaron arrastrar por la dinámica del odio, sino que se aferraron a un resquicio de esperanza determinada por una inesperada experiencia personal, que fue, en todas ellas, el motor del proceso de conversión que cambió sus vidas y su percepción del mundo (Continuará).


  

                                                                                          Tomás Moreno




[1] Citado en. A. López Quintás, Cuatro filósofos en busca de Dios, op. cit.
[2] “¿Qué le movió a la conversión definitiva a la fe cristiana, en cuyos aledaños se había movido largo tiempo?”, se pregunta A. López Quintás. Conviene meditar en el siguiente párrafo de su trabajo sobre “causalidad psíquica”, publicado el mismo año del bautismo: “Hay un estado de descanso en Dios, de total suspensión de toda actividad del espíritu, en el que no se pueden concebir planes, ni tomar decisiones, sino que, haciendo del porvenir asunto de la voluntad divina, se abandona uno enteramente a su destino. He experimentado este estado hace poco, como consecuencia de una experiencia que, sobrepasando todas mis fuerzas, consumió totalmente mis energías espirituales y me sustrajo a toda posibilidad de acción” (apud A. López Quintás, op. cit., pp. 141-142)
[3] Estrellas amarillas. Vida de una familia judía, Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1992 , p. 318.
[4] Simone Pétrement, Vida de Simone Weil, op. cit.
[5] Simone Weil, A la espera de Dios , op. cit.
[6] Sólo lo sitúa en un contexto más amplio y menos exclusivamente positivo, a la vez que impide que se la desgaje de ahí. Y la clave de ello está en la palabra que usa Simone al explicarlo: ella no habla de belleza ni de serenidad, sino de “pureza” (“incomparable maravilla de pureza”). La belleza como pureza se convierte siempre en llamada, en exigencia, perfectamente compatible con la identificación con los desheredados, que no es sino otra forma de pureza. Es una concepción de belleza radicalmente distinta de su uso posmoderno, que sólo ve en ella un consuelo (engañoso quizá, pero ¡qué importa eso si funciona!) contra la brutalidad de lo real.
[7] Simone Weil,  Pensamientos desordenados, Trotta, Madrid, 1995.
[8] Citado en Simone Pétrement, Vida de Simone Weil, op. cit. Para todo este episodio Cfr. Laura Boella, Pensar con el corazón. Hannah, Arendt, Simone Weil, Edit Stein, María Zambrano, op. cit.
[9] P. Lebeau, Etty Hillesum. Un itinerario espiritual, op. cit. p.93, ver también Paul Lebeau, Etty Hillesum Amsterdam 1941- Auschwitz 1943, Sal Terrae, Santander, 2003.
[10] Publicadas con el título de El corazón pensante de los barracones. Cartas, op. cit.
[11] Una vida conmocionada. Diario de Etty Hillesum, op. cit..





Afinidades entre la espiritualidad de Santa Teresa y la de Edith, Simone y Etty, Tomás Moreno

jueves, 26 de marzo de 2015

ÁNGEL INSOMNE Y UN INSTANTE CINCELADO, EN POEMA SEMANAL

Traemos para la sección de Poema semanal del blog Ancile un par de breves poemas del libro Vegetal contra mosaico, 1994, titulados Ángel insomne y Un instante cincelado.


Ángel insomne. Un instante cincelado, Francisco Acuyo, Ancile



Enlace a la Web Ancile






ÁNGEL INSOMNE 
Y UN INSTANTE CINCELADO, 
EN POEMA SEMANAL



Ángel insomne. Un instante cincelado, Francisco Acuyo, Ancile




 ÁNGEL IMSOMNE 











Para Ángel Rodríguez Abad



GIRA, el sueño gira.
La luz se retira
llevando un dosel
de lirios colores
y un iris clavel.
Cada signo arcano
que un dios le destina
gira de su mano,
si humano le gira.
Gira la secreta
luz donde se inquieta
y en tu pecho gira:
Gira el sueño, gira.








UN INSTANTE CINCELADO





EL aire casi diría
que los colores penetra.
Quisiera ver en la roca
ese ciervo decisivo.
¿Dejó de sí alguna seña?
¿Qué difícil se abandona
el lugar donde, tan cerca,
el origen nos habita
con la fruición de la piedra?

*

COMO pensamos vivimos.
La perspectiva potencia
la ballesta de este río,
que se estira vïolenta
y desmembra con su giro
el torso de la conciencia.





Francisco Acuyo, de Vegetal contra mosaico, 1994





Ángel insomne. Un instante cincelado, Francisco Acuyo, Ancile

martes, 24 de marzo de 2015

DEL RENCOR: ETIMOLOGÍA Y AVISO DE SUS PATRONES

De forma seguramente irremediable casi cualquier criatura con conciencia de sí misma y de lo que le rodea, por muy ingenua o exiliada del mundo que se tenga, habrá tenido la ocasión de experimentar el rencor, incluso de personas allegadas y fuera de toda sospecha de albergar un corazón con odio, y lo que es peor, incapaz de superar tan nefando sentimiento. He aquí, en algunas entradas, algunas reflexiones sobre tan turbador sentimiento y conducta tan nociva, para quien lo vive hacia quien(es) fuere y para quienes sufren, muchas veces inopinadamente, sus consecuencias.



Del rencor: etimología y aviso de sus patrones, Francisco Acuyo





DEL RENCOR: ETIMOLOGÍA Y AVISO DE SUS PATRONES 










LA percepción y la vivencia del rencor marcan de guisa no poco frecuente y manera harto infame no pocos momentos del tránsito de nuestra compleja, agitada, no siempre cristalina y trajinada existencia. Su singular pero siempre tosca, zafia y trivial (o tribal en muchos casos) manifestación, puede contemplarse en una amplia y muy variada panoplia de comportamientos individuales y colectivos, desgraciadamente señeros en momentos claves de nuestra historia (e intrahistoria) antigua y reciente.

Es extraordinaria y profunda la interpretación que exige la etimología de las palabras para su comprensión no sólo semántica, también para su entendimiento ideológico, moral, intelectivo e incluso psicológico. Si el participio utilizado por Lucrecio del verbo rancere se trae a colación proverbial etimológica, no se hace ni mucho menos de manera baladí, aunque la raíz más usada fuese la de rancescere (enraciar); y es que el sufijo sc de proceso acaso nos muestra una visión más cercana a la adopción semántica de la actualidad, teniendo en cuenta que el adjetivo derivado rancidus (de hedor podrido, rancio), también aplicado por los clásicos (Juvenal, Horacio…) acabaría dando forma a la manera verbal rancidare (descomponerse, estropearse, pasarse…), y que muy bien justifica el sustantivo rancor que, tan sabiamente, San Jerónimo hubo de trasladar al ámbito de la ética, emparentado con los insoportables hedores del odio rancio, si anclado en el tiempo y sin solución de disolverse.

No puedo eludir en esta liminar y apresurada exposición (siempre instructiva) etimológica aquel renquear del que arrastraba la pierna en el renco usual de la Edad Media, que muy bien pudiere derivar de la voz germánica wrankjan (torcer), y del que nos informa  y avisa Corominas, y que trae 
los ecos de nuestro rencoroso renquear del odio perpetuo que inviste y alienta la hediondez del rencor traído a evaluación en este opúsculo inopinado.

Del rencor: etimología y aviso de sus patrones, Francisco AcuyoLa vida humana, como genuina e inevitable manifestación de correspondencia entre los individuos, exige una responsabilidad con el otro (aunque sea pacíficamente crítica), desde luego basada en la libre elección de nuestras acciones; la percepción del odio enquistado (del rencor) veremos que responde a la confusión (interesada, consciente; o inconsciente, en otros casos) y a la subversión del orden –racional- necesario para aquella elección libre anunciada, y que tiene como consecuencia la reacción rencorosa por parte de quien no tiene asumida ni la libertad ni la responsabilidad respecto del otro. Mas esta resistencia obedece a una suerte de patrones –no precisamente racionales-  que acaban por ser impuestos en la sociedad y en la relación personal y que se hacen lamentablemente expresas, en la imposición cultural, ideológica… y que afectarán necesariamente al juicio y elección libre de los individuos e incluso de los pueblos. Dichos moldes [1] mas ahora nos centraremos en la relación interpersonal como fuente del amargo fruto del rencor.
mentales impiden la indagación intelectual emancipada y la independiente realización de las acciones. Nos parece que el intento de salir o vivir fuera de estos patrones por parte de algunos conlleva el rencor de determinadas personas y de grupos sociales atados de manera especial a aquellos. Hablamos en otra ocasión del fenómeno de la discriminación racial, cultural, ideológica…,

Cuando Sócrates reconocía que solo hay un bien: el conocimiento. Solo un mal: la ignorancia, muy bien deberíamos mirarnos en este apotegma como principio y espejo capital para contrastar una de las fuentes u origen de donde toman alma desventurada y cuerpo tullido y contrahecho nuestros rencores. El miedo –muchas veces travestido por intereses de la más diversa índole- a trasgredir los patrones impuestos por el entorno y por nuestra propia mezquindad resuelta a no aceptar la libertad y la iniciativa ajena, son sin duda el pábulo que mejor avitualla el nunca saciable apetito del fatuo vanidoso que, ante su frustrada petulancia en la contemplación del raro espíritu libre, creativo,  ceba el rencor hasta la extenuación de su miserable conciencia. Es claro que hay mucha ignorancia en este comportamiento. Ineptitud sujeta a los patrones del resentimiento que viven a sus anchas (por falta de juicio, sabiduría y honradez de conciencia)  en la mediocridad del individuo que los alimenta. Veremos en la siguiente entrada nuevas y verídicas aproximaciones al fenómeno vulgar y extendido del rencor, aunque solo sea para resaltar las excelencias de los pocos corazones fraternos que, por el contrario, alimentan el espíritu de otro yantar más vívido liberal y creativo; aquel nutre a los que, aun sin amor, viven enamorados.



Francisco Acuyo



lunes, 23 de marzo de 2015

EL LEGADO DE TERESA DE JESÚS. SU PROYECCION Y VIGENCIA EN LA ESPIRITUALIDAD DE NUESTRO TIEMPO (IIª)

Segunda entrega de las espléndidas aproximaciones del pensamiento y obra de Teresa de Jesús en la espiritualidad de nuestro tiempo, por el filósofo y profesor Tomás Moreno para la sección de Microensayos del blog Ancile.

El legado de Teresa de Jesús, Tomás Moreno



EL LEGADO DE TERESA DE JESÚS. 
SU PROYECCION Y VIGENCIA EN 
LA ESPIRITUALIDAD DE NUESTRO TIEMPO (IIª)



El legado de Teresa de Jesús, Tomás Moreno




II. Proyección de la espiritualidad de Teresa en el siglo XX
Estas tres grandes propuestas de (su) espiritualidad que Teresa de Jesús ofreció al hombre y a la mujer de su tiempo -cristocentrismo, el desasimiento kenótico e importancia de  la oración como instrumento eficacísimo en orden a la acción solidaria  y a la caridad cristiana- presentan quinientos años después de formuladas una vigencia y actualidad  sorprendentes.
La huella y la presencia de Santa Teresa en la espiritualidad de nuestro tiempo desde este punto de vista han sido de una fecundidad verdaderamente asombrosa, y no sólo por la modernidad de sus posiciones doctrinales, sino también por el seguimiento obtenido. Su legado -de manera explícita y directa o implícita e indirecta- se hace notar de manera muy relevante y  profunda en numerosas místicas posteriores, desde la espiritualidad radical y contemplativa de Teresa de Lisieux, también carmelita (a finales del siglo XIX, en 1897), hasta Teresa de Calcuta la mística activista del amor contra la pobreza (también tres años antes de terminar el pasado siglo)[1].
            Nosotros vamos a fijarnos solamente -y por su afinidades con la monja castellana- en tres de las más grandes místicas del siglo XX, las tres de origen judío. Dos de ellas desembocaron en el cristianismo o en sus umbrales; la tercera, ubicada en la tradición judaica, se situaba sin saberlo -inconsciente pero muy efectivamente como “cristiana anónima”- en los aledaños de la Iglesia católica: me refiero a Edith Stein y a Simone Weil, en un caso, y a Etty Hillesum, en el otro. En ellas, podemos apreciar e identificar algunos de los aspectos más significativos de la espiritualidad de Teresa de Jesús, que ya antes hemos glosado.
La primera, la filósofa judeo-germana Edith Stein[2] (Breslau 1891), llegará a ser nombrada Copatrona de Europa (1999) junto a santa Catalina de Siena y santa Brígida de Holanda, y canonizada por Juan Pablo II en Roma el 11 de octubre de 1998. De las tres fue, sin duda, la más concernida e influenciada por la personalidad y la obra de Teresa de Jesús, como veremos. Perteneció
Edith Stein
al círculo fenomenológico de Göttingen y fue la 1ª asistente o ayudante de Husserl en su cátedra de Friburgo (entre 1917 y 1919), donde se doctoró con una tesis sobre el tema de la empatía.
Su condición de judía, fue asumida plenamente desde que en su juventud se confesara agnóstica, no creyente, hasta hacerse cristiana en plena madurez vital/intelectual -tras una inesperada y emocionante conversión- e ingresar en el Carmelo, orden elegida, tal vez, por ser la orden de Teresa de Jesús y por ser la única orden religiosa de raíces hebreas[3].
Su conversión radical e imprevista, la obligará a abandonar su puesto docente en Münster, su carrera académica y su activismo feminista y, más tarde, la impulsará a trasladarse -tras la persecución nazi de los judíos- desde el Carmelo de Colonia  -en el que había profesado tras su conversión- al de Echt en Holanda; acabando finalmente su vida en el campo de Auschwitz en Polonia en 1942.
La segunda, Simone Weil[4] (París 1909), pensadora judía francesa, agnóstica en su juventud y, tras su conversión, entregada a la causa de Cristo en las personas de sus hermanos los pobres y despreciados de este mundo. Aunque su itinerario religioso personal no culminara con su entrada “formal” en la Iglesia católica -mediante el bautismo- como anhelaba, vivió y se situó humildemente en su umbral (sin llegar a traspasarlo) hasta sus últimos días.
Su vida estuvo jalonada por una serie de experiencias decisivas: su vocación  intelectual como profesora agregada de Filosofía en varios Liceos franceses; sus trabajos como obrera en la fábrica (en la Renault) o como campesina en la campiña francesa; sus experiencias místicas; su participación con los anarquistas de Durruti en la guerra civil española; su colaboración en Londres con la Resistencia contra los nazis etc., hasta su dramática y heroica muerte en Ashford, tras su breve exilio estadounidense.
La tercera, Etty Hillesum[5], joven judía holandesa (Miiddelburg 1914), que tuvo una vida breve pero intensa (dos relaciones sentimentales con hombres significativamente mayores que ella; uno de ellos, que le dio un hijo no deseado y abortado, el otro Julius Spier, psicoquirólogo (analista de la personalidad mediante examen de las manos), que le descubrió el mundo de la espiritualidad hebrea; en la sinopsis de su breve vida anotamos estos datos curriculares: haber cursado estudios
Simone Weil
universitarios de derecho, lenguas eslavas y psicología; haber sido voluntaria como asistente social y ayudante de enfermería en el campo de concentración nazi de Westerbork hasta, finalmente, ser apresada por judía y enviada al campo de exterminio de Auschwitz.
Etty, nos presenta un itinerario espiritual sorprendente e intensísimo, que recuerda el propuesto por Teresa en sus Moradas: el camino agustiniano de la interioridad (ínstasis) y de la kénosis como única vía segura de encuentro con el Amado divino. Su vida -plena de riqueza interior aunque brevísima (apenas 29 años)- puede sintetizarse con estas bellas palabras del papa Benedicto XVI, pronunciadas en la Audiencia general del 13 de Febrero de 2013: “Pienso también en la figura de Etty Hillesum, una joven holandesa de origen judío que morirá en Auschwitz. Inicialmente lejos de Dios, le descubre mirando profundamente dentro de ella misma y escribe:

Un pozo muy profundo hay dentro de mí. Y Dios está en ese pozo. A veces me sucede alcanzarle, mas a menudo piedra y arena le cubren: entonces Dios está sepultado. Es necesario que lo vuelva a desenterrar” (Diario, 97).

En su vida dispersa e inquieta, encuentra a Dios precisamente en medio de la gran tragedia del siglo XX, la Shoah. Esta joven frágil e insatisfecha, transfigurada por la fe, se convierte en una mujer llena de amor y de paz interior, capaz de afirmar: Vivo constantemente en intimidad con Dios”. 
            Pues bien: aunque lo hagan de forma y por caminos diferentes, las tres encarnan la cima del pensamiento místico, y de la experiencia religiosa y moral del siglo XX y presentan sorprendentes coincidencias doctrinales, caracteriológicas y biográficas con Teresa. Veámoslo:
            a) En los tres casos nos encontramos con místicas comprometidas con el mundo, como Teresa de Jesús, ya que practicaron una “mística de ojos abiertos” (en expresión del teólogo Johann Baptiste Metz[6]) o una “mística de la misericordia” o de la solidaridad (como la denomina J. Ignacio González Faus)[7], que las llevó a una espiritualidad encarnada, a ser contemplativas en la acción, pasivas respecto a Dios, pero activas respecto a los hombres y que comprometieron, en fin, su vidas con la causa de los perseguidos, de los oprimidos y de las víctimas.
            Vivieron en tiempos sombríos[8], trataron de liberar al mundo del dolor asumiéndolo en carne propia. Ellas no acudían a Dios para que las librara “del” sufrimiento, sino que lo experimentaron en su interior como posibilidad de sentido “en medio” del terror y del sufrimiento extremos.
            b) Dos de ellas, igualmente influidas, como Teresa, por la mística de San Juan de la Cruz y también por los escritos y el ejemplo personal de la propia monja de Ávila, por su mensaje de entrega a Cristo y por la impactante  lectura de su Libro de la Vida. En el caso de Edith Stein, la influencia es directa y determinante, como veremos. En el caso de Simone Weil no existe, ciertamente, una influencia directa y explícita de la santa castellana, pero sí similitudes y convergencias en su modo de vivenciar la experiencia mística y la vida contemplativa.
            Etty, la holandesa, inmersa en una tradición religiosa diferente a la de la mística castellana, presenta similitudes con Teresa dignas de destacar, como es su infinita necesidad de intimidad amorosa con Él, con Dios (un dios amoroso, y dulce, pero no todopoderoso), en cuyo rostro podemos atisbar los rasgos de la faz de Cristo).
            Recordemos que esa misma tradición sería la que inspirará a la primera y original mística del Carmelo, a Teresa de Jesús, quien dedicaría unas famosas y censuradas reflexiones o meditaciones (“Conceptos del Amor de Dios”) al poema amoroso nuclear de toda esa tradición hebrea vetero-testamentaria: El Cantar de los cantares, sin tener ningún reparo en evocar alguno de sus más
Etty Hillesum
famosos versículos al dirigirse a Dios para suplicarle que su místico Amado, Jesús, le haga esta merced: “Béseme con  beso de su boca
(Conceptos del Amor de Dios,4, 8). 
Lo que confiere además a su experiencia mística carácter de imperativo ético es el triple propósito u objetivo que Etty se propone alcanzar en el Lager -el de ser remanso de tranquilidad en el campo, corazón pensante de los barracones y bálsamo para tantas heridas- que trata de desarrollar de la manera más sencilla y natural valorando cualquier pequeña acción como algo importante y necesario: “Me sucede cada vez más a menudo que encuentro un asomo de eternidad hasta en las percepciones y tareas cotidianas más pequeñas”.
En efecto, las tareas cotidianas están muy presentes en su Diario[9]. Porque buscando a Dios Etty busca al Amado, busca el Amor en lo más pequeño y aparentemente insignificante: “Deja que haga las mil pequeñas tareas cotidianas con amor, pero permite que cada pequeña acción surja de un único y gran sentimiento de amor” (Diario, 03. 12. 41). También “entre pucheros” podía encontrarse a su Señor (igual que sucede en Teresa de Ávila y también en Teresa de Lisieux, como ambas testimonian en el “Libro de la Vida” y en la “Historia de mi Alma” respectivamente).
            Ambas mujeres (Teresa y Etty), apasionadas, rupturistas, se movieron constantemente en las profundas simas del ser femenino, del amor, y del deseo de unión con el amado. Como concluye Cecilia Padvalski su sugestivo ensayo sobre ellas: “Teresa y Etty, por caminos muy diferentes han vivido desde la imaginación radical y han creado nuevos significados frente al orden establecido”[10].
            c) En las tres, Edith, Simone y Etty, mujeres de fuerte personalidad y carácter como la propia Teresa, podemos encontrar, más allá de diferencias notables en cuanto a circunstancias puntuales, histórico-culturales y biográficas, otras muchas similitudes destacables y coincidencias significativas.
            Como es bien sabido, Teresa de Jesús vivió toda su vida atemorizada -al igual que su padre y sus hermanos- porque se llegasen a descubrir sus orígenes hebreos y ser acusada, por ello, de “cristiana nueva” y “sospechosa en la fe”, consciente de que cualquier día, eso -su pertenencia a casta de conversos- podría costarle algún serio disgusto. Sobre todo, el de verse rechazada por una Iglesia a la que amaba con todo su corazón. Ello supuso, ciertamente, una onerosa rémora en el desarrollo de su misión reformadora, una espada de Damocles que se cernía amenazante sobre su estirpe[11].
            Pues bien, las tres místicas que evocamos, eran -como Teresa- de ascendencia judía, y fueron perseguidas por ello, aunque no todas ellas asumieran de igual manera su identidad semita. Dos de ellas, condenadas por su pertenencia al pueblo hebreo: Edith Stein y Etty Hillesum. Edith conversa
al catolicismo quiso compartir el destino de su pueblo judío;  Etty, murió mostrándose orgullosa de su procedencia hebrea. Simone Weil, finalmente, aunque judía, renunció expresamente a una identidad hebrea, con la que no se identificaba, pues: ni compartía su tradición ni  su cultura.
            d) Las tres, como Teresa, acosadas constantemente por un sistema inquisitorial represor[12] o por un inhumano régimen totalitario (el Nazismo), amenazadas con el exterminio inexorable en las cámaras de gas, se vieron obligadas a burlarlo o combatirlo de diverso modo. Y encontraron un modo común para expresar su resistencia ante la inminente amenaza de la barbarie: Escribir. Esas mujeres resistieron escribiendo y tratando de invertir la lógica despiadada del sistema inquisitorial o totalitario, y por ello simbolizaron un resto de humanidad frente a la inhumanidad imperante. Formaron parte de esa reserva espiritual y moral de sentido, desde la que reconstruir un nuevo discurso sobre la humanidad del hombre.
Lo único que pretendieron fue mantener lo que Hanna Arendt -otra mujer paradigmática como ellas- llamó el “diálogo humanizador con el mundo”. Como concluye Rachel F. Brenner, en un esclarecedor ensayo, “su preocupación por el mundo desafió la solución final, no porque ellas fueran santas, sino porque eran humanas [13]. Murieron en dos casos compartiendo el destino de sus hermanos de raza, judíos, y en el otro, el de sus compatriotas y trabajadores mediante su autosacrificio, como fue el caso de Simone Weil.
            e) Las tres amantes de la lectura y de los libros[14], fueron  prolíficas escritoras: describieron sus vidas en escritos autobiográficos como Teresa de Jesús en “El Libro de la Vida[15] (1565) y en su Epistolario. Edith Stein nos descubrirá su experiencia vital anterior a su conversión en “Estrellas amarillas” y su vida a partir de aquella en “Cómo llegué al Carmelo de Colonia[16]. Simone Weil a través de escritos como “A la  espera de Dios[17] verdadera autobiografía espiritual. Etty Hillesum en su Diario[18] y en sus Cartas[19]. El 5 de junio de 1943, antes de ser internada confió a su amiga María Tuizing varias libretas con sus “diarios” escritos. En 1981 apareció la primera edición de su Diario en holandés: en siete años aparecerán más de 19 ediciones.
            f) Pero merece destacarse, por sobre toda otra cuestión, algo que también preside la vida religiosa tanto de Teresa de Jesús como de las de nuestras tres místicas contemporáneas, y es el valor que confieren a la propia experiencia en su búsqueda de un  itinerario religioso personal. Nos parece sorprendente la coincidencia de las tres en haber llegado a la fe -como la propia Teresa- tras una fuerte, profunda e inesperada experiencia de encuentro personal con Dios, en la que, como se dice en Ciencia de la cruz de Edith Stein,:

“No se trata sólo de una simple recepción del mensaje de fe escuchado, ni tampoco de un simple dirigirse a Dios al que se conoce exclusivamente de oídas, sino de un contacto interior, de una experimentación de Dios que tiene la fuerza de desvincular de todas las cosas creadas, de elevar al tiempo que sumerge en un amor que no conoce su objeto[20].



                                                                                                                                                 Tomás Moreno




[1] Sobre las mujeres místicas a lo largo de la historia véase: M. Chiana (coord.), El dulce canto del corazón. Mujeres místicas desde Hildegaard hasta Simone Weil, Narcea, Madrid, 2006. Para las místicas de nuestro tiempo cfr. Emilia Bea, Mística y Política en el discurso femenino contemporáneo, Anales de la Cátedra Francisco Suarez, 41, 2007, pp. 33-50 y Silvie Courtine-Denamy, Tres mujeres en tiempos sombríos. Edith Stein, Simone Weil, Hannah Arendt o “amor fati amor mundi”, Edaf, Madrid, 2003.
[2] Sobre la figura y el pensamiento de Edith Stein véanse: Alasdair MacIntyre, Edith Stein, prólogo filosófico, 1913-1922, traducción de Feliciana Merino Escalera, Editorial  Nuevo Inicio, Granada, 2008.; Laura Boella, Pensar con el corazón. Hannah Arendt, Simone Weil, Edith Stein, María Zambrano, Narcea, Madrid, 2010, p. 47; I. Vigone, Introduzione al pensiero filosofico di Edith Stein, Roma, 1991; John Osterreicher, Siete filósofos judíos encuentan a  Cristo, Aguilar, Madrid, 1961; A. López Quintás, Cuatro filósofos en busca de Dios, Rialp, Madrid, 1990; W. Herbstrhit, El verdadero rostro de Edith Stein, Encuentro, Madrid, 1990; Christian Feldmann, Edith Stein: Judía, filósofa y carmelita, Herder, Madrid, 1987.
[3] Orden de índole eremítica, contemplativa, se introdujo en Europa desde Palestina en el siglo XIII..
[4] Pueden consultarse sobre su biografía, personalidad y pensamiento las obras siguientes: Emilia Bea, Simone Weil. La memoria de los oprimidos, Encuentro, Madrid, 1992; Simone Pétrement, Vida de Simone Weil, Trotta, Madrid, 1997
[5] Sobre Etty Hillesum véase, sobre todo, la obra de José Ignacio González Faus, Etty Hillesum. Una vida que interpela, Sal Terrae, Santander, 2008. También se leerá con provecho, P. Lebeau, Etty Hillesum. Un itinerario espiritual, Sal Terrae, Santander, 2000.
[6] Johann Baptist Metz, Dios y Tiempo. Nueva teología política, Trotta, Madrid,  2002, pp.154-157.
[7] Para la concepción de la mística de la solidaridad, del amor y de la liberación véanse los admirables ensayos del teólogo jesuita José Ignacio González Faus, Unicidad de Dios, pluralidad de místicas, Cuadernos CJ, nº 180, Barcelona, 2012 y ¿Dios?, Cuadernos CJ nº 190, Barcelona, 2014.
[8] Cfr. Silvie Courtine-Denamy, Tres mujeres en tiempos sombríos. Edith Stein, Simone Weil, Hannah Arendt o “amor fati amor mundi”, op. cit.
[9] Se publicó en castellano con el título de Una vida conmocionada. Diario de Etty Hillesum, en ediciones Anthropos, Barcelona, 2007. También en Anthropos se publicó su epistolario de Amsterdam y Westerbork: El corazón pensante de los barracones. Cartas, 2001.
[10] “Teresa de Jesús y Etty Hillesum. Dos mujeres creyentes. Una mirada psicoanalítica desde la perspectiva de género” en Carlos Schickendantz (id.), Mujeres, género y sexualidad y sexualidad. Una mirada interdisciplinar, EDUC, Córdoba, 292.
[11] Teresa de Jesús no era, pues, cristiana vieja. Alonso Cortés lo probó en 1946 –corroborado más tarde por Dominguez Ortíz y Caro Baroja-  y sobre todo por F. Márquez Villanueva “Santa Teresa y el linaje”, que descubrió documentación en el archivo de la Chancillería de Valladolid, probando sin posibilidad de duda, el origen judío de la santa. El abuelo de Teresa, Juan Sánchez, rico mercader toledano en telas finas, se autodelató en el año 1485, reconciliado o sambenitado salió a la pública vergüenza en procesiones penitenciales.
[12] Se salvó Teresa de Ávila después de dos generaciones de víctimas. La desconfianza de la Inquisición sobre Teresa fue estrecha y larga, casi constante. Los inquisidores y enemigos (descalzos o de otras órdenes: dominicos y jesuitas) mutilaron y censuraron sus escritos, o los arrojaron al fuego. Sometieron largos años el manuscrito del Libro de la Vida a examen de la Inquisición (recogiendo todas las copias existentes), que afortunadamente se libró al fin del peligro de condena al fuego y fue editado por Fray Luis de León en 1588. No tuvo igual suerte Las Meditaciones sobre los Cantares, tras circular unos años por los conventos carmelitas, sufrió efectivamente la condena al fuego. Se salvaron algunas copias incompletas y el P. Jerónimo Gracián lo editó en Bruselas en 1611 con el título de “Concepts del Amor de Dios”. Además todos esos enemigos le recordaron su condición de mujer, es decir a su obligación como tal a estar sometida humildemente y prescindir de iniciativas, pero no la doblegaron. Teresa partía de dos graves faltas: descendía de judíos y practicaba la ironía. En las visiones de Teresa existe un dato común con todos los míticos y místicas: la libertad de juzgar el sacerdocio y de sentir a Dios como fuente de independencia de la conciencia (Cfr. E. Llamas Martínez, Santa Teresa de Jesús y la Inquisición española, Madrid, 1972).
[13] Rachel Feldhay Brenner: Edith Stein, Simone Weil, Ana Frank y Etty Hillesum, Narcea Ediciones, Madrid, 2004.
[14] En el caso de Teresa, Marcel Bataillon ha documentado la amplitud intelectual de sus lecturas y la profundidad de la huella que dejaron en el espíritu y la escritura de Teresa, también García de la Concha, Valverde, Orozco etc.  En los años de formación hay que subrayar los nombres de San Jerónimo, San Gregorio, Francisco de Osuna Tercer Abecedario Espiritual, San Pedro de Alcántara, San Agustín (Confesiones). Además de Juan de Ávila, Fray Luis de Granada y Erasmo etc. En muchas ocasiones su desaliñado estilo, espontáneo e improvisado “hablar como se habla” (Menéndez Pidal),  su torpeza expresiva o incluso descuido formal o  sintáctica se debe, no a la modestia o apocamiento que estaban en las antípodas de su personalidad, sino a su ironía y disimulo ante los letrados: trampas para que la vigilancia crítica de sus primeros lectores (sus confesores, a veces hostiles o inquisidores) bajara la guardia y dejase libre circulación a copias de sus escritos entre sus monjas carmelitas y fuera de los conventos. 
[15] Teresa de Jesús, Libro de la Vida, en Obras Completas, op. cit.
[16] Burgos, Monte Carmelo, 2001.
[17] Simone Weil, A la espera de Dios, Trotta, Barcelona, 1996.
[18] Etty Hillesum, Una vida conmocionada. Diario de Etty Hillesum , op. cit.
[19] Etty Hillesum, El corazón pensante de los barracones. Cartas op. cit.
[20] Edith Stein, “Ciencia de la Cruz”, en Obras completas, V: Escritos Espirituales, El Carmen/Espiritualidad/ Monte Carmelo, Vitoria/Madrid,/ Burgos, 2004.