sábado, 30 de abril de 2011

MAL DE LUJO

Mal de lujo, Francisco Acuyo


Varios amigos y amables interesados en mi modesta obra poética me pedían referencias bibliográficas sobre el libro ya agotado Mal de lujo, publicado en Madrid en 1998. En algún post anterior incluí algún poema suelto por otros motivos (en referencia a la temática del amor en mi humilde cosecha poética); ahora os dejo algunos poemas más, a la espera de una nueva edición del libro que a la vista de su búsqueda y demanda, espero poder reeditar en no demasiado tiempo. Mientras tanto dejo aquí alguna muestra más de su conjunto poemático.


DE MAL DE LUJO



Mal de lujo, Francisco Acuyo
De Michael Cheval




LA FORMA DEL AMOR




“ Cuando las fieras muestran sus espadas o dientes
como latidos de un corazón que todo lo ignora,
menos el amor “


VICENTE ALEIXANDRE: “ La selva y el mar “.
De “La destrucción o el amor “.



MIENTRAS la mano de la imagen vierte
la rebelde celeste cuadratura,
mientras empuja de la luz madura
la vida la semilla de la muerte;

mientras la brisa germinó su suerte
en el azar seguro se conjura,
mientras la sombra alumbra su criatura
en soledad la ausencia se hizo fuerte.

Sobre el pincel la música callada
al entelado de su fruto espera
la línea que en el punto esté marcada.

Se deshizo en los dedos la presencia,
su luz miente en mis manos verdadera
y a mis labios llevó su transparencia.




AMOR: FLOR DE VIDA


“ E teco la mortal vita saria
simile a quella che nel cielo india “


( A tu lado la vida mortal sería
a la que en el cielo se goza parecida )

GIACOMO LEOPARDI: “Canti”


AQUÍ, con esta perspectiva indaga,
en la profundidad de lo pasado
el origen o espejo desvelado
de la imagen que su semblante halaga;

en el origen mismo de la vida,
si principia la fl or en el confín,
pues de su aroma súbito el jazmín
nace con libertad y sin salida.

La permanencia libre y la constancia
que surtirán si indemne estás herida,
y de la piedra el puente a la abundancia

del agua viva en devenir eterno,
que será
                 su flora comedida
de mi jardín cuidada en el invierno.





EL AMOR DE NARCISO

“ Ecce Deus fortior me, qui venies
dominabitur mihi “


(He aquí un Dios más fuerte que yo,
viene a dominarme )

DANTE ALIGHIERI: “Vita Nuova”

MIRÁNDOSE los ojos en la fuente,
si no esquiva, se place tan fl agrante
que así sin sosegarse va delante
la copia quieta, al cauce en su corriente.

Mirándose a los ojos obediente,
mejor tuviese el agua su semblante
que ciego no perdiese cada instante
lo que mil luces dieran juntamente.

Así quedó la faz de luz tocada
que en inasible pecho sostenida,
hirió del cielo espejo, cuando cada

mejilla dos estrellas, impelida
dejó en la fuente apenas constelada
la eterna luminaria de su herida.



SELVA, JARDÍN DE AMOR

“ I went to the Garden of Love,
And saw what I never had seen “


(Fui al jardín del Amor
y ví lo que nunca había visto )

WILLIAM BLAKE: “Songs of Experience”

ESTA selva jardín de amor ofrenda;
la arista en equilibrio por encima
del jazmín ya se esboza, donde arrima
la luz incierta sombras de leyenda.

Así de espliego traza el seto senda
y se afi na; estará la oscura sima
de límpido color y fruta opima
encubierta, y será de amor la venda

embeleco y será la sensitiva
fruta, el ámbar, el labio, la saliva,
la faz que frunce a la verdad el ceño,

la muerte que ilumina con su empeño,
porque duerme la sombra persuasiva,
y despierta a la vida con el sueño.




                                                       Francisco Acuyo





Mal de lujo, Francisco Acuyo

jueves, 28 de abril de 2011

MARIO BUNGE O DE LA EPISTEMOLOGÍA II







MARIO BUNGE O LA EPISTEMOLOGÍA II 






Mario Bunge o de la epistemología 2, Francisco Acuyo



DESDE  La ciencia, su método y filosofía,  a, La investigación científica, Bunge propone una vía de rigor metodológico de ineludible referencia respecto de la cual yo no voy a aportar nada nuevo incidiendo reiterativamente sobre ella, sobre todo habiéndolo hecho autoridades mucho más avisadas y puestas en antecedentes de entendimiento y estudio, pero sí me gustaría, siguiendo el hilo del discurso del primer post sobre el tema en este blog, como un neófito (incluso, como usurpador o invasor, aparentemente iconoclasta) de tales disciplinas, no en vano, ante todo o sobre todo, me identifico con el sello -siempre sospechoso, desde Platón- nada menos que de poeta, quien de consuno ha de habitar, así lo acreditan las ciencias y también las creencias tradicionales o, sobre todo, románticas, el oscuro cubículo de la ineluctable y, dícese que proverbial irracionalidad, imprescindible acaso para todo artista creador –más o menos sentimental, sensible y sensitivo, que se precie de tan alta y extravagante jerarquía, desde donde incitan las más enigmáticas esferas y moran excelsamente las aladas musas.

                Filosofía y ciencia, en el rigor de este método descrito, van de la mano en un esfuerzo uniabarcador de raro parangón en el dominio del conocimiento científico, mas también incidiendo en el ámbito de la semántica  (científica), de la ontología, la gnoseología y la ética, todo lo cual está regido por esa visión realista que construye un instrumento de conocimiento que asienta sus fundamentos en la ciencia (positiva, materialista) que estará sólidamente estructurada en una rigurosa sistemática que busca fundamento en la lógica y la matemática.

Mario Bunge o de la epistemología 2, Francisco Acuyo
                Si el mundo exterior tiene objetividad respecto de la mente (realismo ontológico), ¿cómo conjugará el -¿inevitable?- idealismo –ontológico o subjetivo- que se dice embarga el espíritu del artista y del poeta? ¿Cómo es posible que cause tal fascinación y curiosidad en el ánimo e impulso intelectual y creativo de quien les habla la supuesta acritud de este áspero territorio, convencionalmente aceptado como antítesis de aquel otro vasto dominio inserto en la idea del sentimental refugio u oasis místico que arroba el espíritu?

         No haré en este punto una exposición sobre la relevancia o no de lo que para mí son prejuicios sin ningún fundamento sobre el supuesto y, a mi entender, falaz enfrentamiento entre ciencia, y en lo que aquí y a este modesto poeta respecta; claro es: la poesía. Es más, diría que el realismo científico ha sido la prueba de fuego para calibrar el temple del constructo (subjetivo), es decir del  poema, respecto de la cosa (el objeto), es decir la vida y lo que en derredor de ella se contempla y acontece.

            Ahora bien, en virtud del conocimiento poético –que no tiene por qué estar reñido con el de la ciencia - , y una vez macerada la razón (y la razón  emocional) en virtud de lo que es y acontece fuera de ella misma, lo que hace el poeta es completar lo que la ciencia no puede respecto al conocimiento de la realidad misma: si allí fuera hay algo, detectado en virtud de que la ciencia y la tecnología nos lo muestra con su innegable avance, esto no supone y propone argumentos suficientes para demostrar su existencia y consistencia objetiva. El error ampliamente manifiesto en la descripción y conocimiento del mundo a través de la ciencia (Bunge) no sólo clarifica la existencia de un mundo exterior, también da fe de que la ambigüedad y la analogía deducible del conocimiento ofrecido por (otros discursos alternativos y desde luego no menos rigurosos: en poesía lo que nos está perfectamente expresado no está dicho, decía Vicente Aleixandre) el discurso poético (a través de la metáfora, la metonimia, la sinestesia….) completa aquel conocimiento científico en tanto que las variables que se tienen en cuenta para conocer son  más y más variadas de las que puede aspirar la concreción de la ciencia. Voluntad, vida y existencia (Schopenhauer, Nietzsche y Kierkergaard) como principios de fundamentación del irracionalismo tradicional, tienen algo más que cabida en el discurso poético –y filosófico- (lo sostienen muchos filósofos y no pocos poetas),  no es del todo rechazable -ni directamente enfrentado- al propuesto por la razón y la lógica en la que se fundamenta la ciencia, pues deben entenderse como complementarios y se verá si necesarios para una recepción adecuada de lo que la realidad sea.




Francisco Acuyo
                




Mario Bunge o de la epistemología 2, Francisco Acuyo

miércoles, 27 de abril de 2011

MARIO BUNGE O DE LA EPISTEMOLOGÍA I




DE LA EPISTEMOLOGÍA 
O MARIO BUNGE (I)


Mario Bunge o de la epistemología 1, Francisco Acuyo



CIERTAMENTE las lecturas científicas han copado una parte fundamental de mi vida como poeta. En mi caso nunca hubo paradoja y mucho menos contradicción ante ese artefacto harto contradictorio que llevó en muchos lugares (véase España, singularmente) y momentos (acaso los siglos XIX y XX de manera especial), a establecer una dicotomía (a mi modesto entender artificiosa e interesada) entre la ciencia y el mundo de las humanidades (como si acaso la matemática, por ejemplo) perteneciese al ámbito de no se sabe muy bien qué ingenio (mecánicamente) frío y extraterrestre.  No sabría explicar muy bien cómo mi inclinación al inevitable mundo del bello y creativo -enigma- de la poesía, encontró estímulo perfecto y franca respuesta y abierto y sugestivo impulso a la hora de concebir no pocos poemas. De hecho debo reconocer que, junto a mis obsesivas, entusiastas y muy atentas lecturas de toda índole (poetas en muy diferentes lenguas) de poesía, nunca encontraron si no mejor estímulo para hacer el verso aquella curiosidad mía por toda suerte de disciplina científica, aunque siempre tuve especial predilección por la física (y sobre todo la astrofísica), es sabida (para quienes me conocen) mi pasión por la Astronomía, la cual ocupa de hecho parte de mi tiempo en no pocas noches de observación estelar, y que tantas horas de gozo contemplativo, reflexivo y, desde luego poético, me han aportado.

                De todo lo referido tenía que ser inevitable la reflexión sobre el aporte sustancial de conocimiento (y de pensamiento y, por tanto, de llamada a las puertas también de la -en el sentido escolástico- gnoseología) que conllevaría esta curiosidad científica de la que os hablo y que, al fin, acabará por traducirse necesariamente en el estudio de la epistemología. La distinción del rigor y la reflexión propios de la atención a la episteme, llevaría también a la inevitable advocación de este territorio de estudio fascinante. Pues bien, en muchas ocasiones indagué estas procelosas pero sugestivas aguas de la mano nada menos que de la sabiduría filosófica y científica de Mario Bunge.

                Contrastará en algunos momentos su meticuloso y desbordante acervo científico y cultural con otros dos de los grandes filósofos de la ciencia, los que habrían de dejar también profunda huella en mi humilde concepción de esta disciplina del saber y su filosofía, a saber: Thomas Khun y Paul Feyerabend, sin olvidar a Russel y Popper.

                Aprendí de este maestro indiscutible del saber científico a ser crítico con determinadas concepciones de pensamiento que trataron (también a mi juicio, de entrar a saco en) el mundo de la ciencia como justificante de posturas ideológicas mucho más que científicas (véase el caso de Freud y, sobre todo, de Marx).

                Quiero aprovechar la ocasión que me brinda la lectura de su último libro (en español intitulado: Las pseudociencias, ¡vaya ritmo!, para llevar a término un par de entradas que llevarán sin duda alguna la huella de su pensamiento ilustre e imprescindible para el mejor entendimiento sobre qué es el conocimiento científico, o cómo debe funcionar este en pos de alcanzar sus más elevados logros materiales y de pensamiento.

                No alimentaré yo en esta breve exposición la ya segura polémica que conllevará su acerada y certera  denuncia de evidentes supercherías y de otras supuestas formas de saber que acaso no puedan (social y políticamente) ser entendidas tan claramente como tales, y que, no obstante, se situarían fuera de cualquier intento serio de explicación científica. En realidad no haré sino ofrecer en estas páginas una semblanza de su pensamiento (¿asumido tal vez con excesivo entusiasmo?) y de lo que supuso este para mi propia concepción de la ciencia, por cierto, no tan lejana como pueda suponerse de la misma poesía, alma mater que sin duda inspira y da sentido definitivo a quien, con toda modestia, apela a vuestra confianza y comprensión en estas líneas.


                                                                                                                           Francisco Acuyo






Mario Bunge o de la epistemología 1, Francisco Acuyo

martes, 26 de abril de 2011

SOBRE EL AMOR III: DE JUICIOS, PARADOJAS Y APOTEGMAS.



Sobre el amor 3, Francisco Acuyo



Entrada tercera y última (si no se tercia lo contrario) en relación al Amor. Reflexiones que no pretenden sino dar cuenta de una concepción (no sé si demasiado singular o personal) de tan extraordinaria dimensión de la vida y de la conciencia.




SOBRE EL AMOR III


Sobre el amor 3, Francisco Acuyo
De Elena Vizerskaya



DECÍAMOS en las anteriores entregas en torno al Amor, que la liberación del deseo es fundamental para aprehenderlo, en tanto que, el deseo, es un intento de generar permanencia, repetición (en lo gozado conocido), así como de encontrar seguridad y, en consecuencia, instalarse en lo ya sabido y experimentado por la sensación y el intelecto, siendo esta situación no precisamente propicia para la habilitación de la creatividad, para percepción de lo nuevo, lo nunca visto o conocido, esencial para el apercibimiento de todos los procesos que generan el deseo, y en virtud de esta conciencia singular distinguir plenamente  el Amor. Se infiere pues que, la negación de lo que no es amor es en sí una vía para el entendimiento del Amor.
Es también interesante inquirir sobre la interacción entre el dolor y el Amor. La asunción del dolor que supone amar verdaderamente, la comprensión última de la presencia inevitable del dolor, supone al fin la finalización del mismo y la contemplación plena y libre del Amor.
El Amor pues, no es apego, dependencia, mas, al contrario, todo indica que es la libertad que supone el reconocimiento de la inevitable soledad de amar. Desde luego que el Amor es un arte, si es que el arte fundamentalmente pretende ser creativo para disponer las cosas en un orden inteligente, armonioso, preciso y siempre alerta y, situado más allá del yo que es donde reside el discernimiento de la genuina belleza; más allá de la palabra, la abstracción, la idea, el apego, el placer, el recuerdo, se sitúa la excepcional e insólita atalaya desde donde otear la inaudita cumbre y rara dimensión del Amor verdadero.


                                                                                                                          Francisco Acuyo




Sobre el amor 3, Francisco Acuyo

AL AGUA: DE MARÍA GALERA SÁNCHEZ

Al agua, de María Galera Sánchez, Ancile


Ofrecemos en esta entrada de poesía un poema titulado Al agua, de la flamante ganadora del XV Premio Internacional de Poesía Miguel de Cervantes, con su estilo directo, sencillo y cristalino (como este poema que reproducimos aquí) pero no por eso menos profundo e intimista. Aprovechamos para anunciar que se presentará y estará firmando libros de su obra ganadora Alas de espuma en la Feria del Libro de Granada, el próximo día de 10 de mayo, martes a las 20.00.


Al agua, de María Galera Sánchez, Ancile



AL AGUA




Misterio cristalino,
molécula perfecta,
oxígeno e hidrógeno
humilde transparencia.

El agua siente, vive,
el agua llora y piensa,
el agua se enamora
con alma de poeta.

Su gran amor el sol
la acaricia y la besa,
derritiendo el vestido
que la nieve le presta.

Su cuna las montañas,
su vida las corrientes,
su espíritu las nubes,
su sonrisa las fuentes.

Su bondad en la lluvia,
su alegría en la tierra,
su dureza en los Polos,
su ternura en la hierba.

Su color en las rosas,
su enfado en la tormenta,
su eternidad los mares,
el hielo su protesta.

Hay aguas amaestradas
encerradas o presas,
hay aguas subterráneas
de secretos repletas.

Sufrimientos de agua
dentro de las cavernas,
son las estalactitas
sollozos de tristeza.

¿Quién ha visto en el agua
minerales a secas?
Yo he visto como el agua
hace llorar las piedras.




                                                 María Galera Sánchez 
                                                (De Alas de espuma)




Al agua, de María Galera Sánchez, Ancile

viernes, 22 de abril de 2011

SOBRE EL AMOR II: DE JUICIOS, PARADOJAS Y APOTEGMAS

Sobre el amor 2, Francisco Acuyo


Esta segunda entrada a propósito del Amor, versa sobre la tantas veces no evidente distinción entre el deseo y el amor. Puede seguir la trayectoria esta entrada de una visión del Amor muy poco adecuada a las convenciones sensuales, románticas o sentimentales; en cualquier caso, a mi modesto entender será una perspectiva que, en su singularidad, puede hacernos reflexionar sobre los patrones, conformidades y prejuicios que tantas veces llenan el concepto que creemos propio del Amor.


SOBRE EL AMOR II:
AMOR Y DESEO


Sobre el amor 2, Francisco Acuyo



LA relación entre el amor y la inocencia se establece en la tradición purista platónica y neoplatónica como proverbial; una conciencia casta ni puede recibir ni hacer daño, aunque paradójicamente siempre será vulnerable. Mas esa vulnerabilidad proviene de su capacidad directa de percepción de lo bello, y esta siempre presente antes de que cualquier concepción intelectual o sentimental o sensual de lo que el amor sea, es decir que puediere estar conducido por cualquier pensamiento utilitario (como referíamos en la anterior primera entrada) o finalista. A partir del entendimiento de este rudimento esencial de distinción, comprobamos una vez más que el deseo y el amor abarcan dimensiones bien distintas: el deseo se estructura en virtud del pensamiento (sentimiento, emoción, deseo, pulsión) para la consecución y perpetración del (de los) mismo(s); el amor no es un deber ser construido según nuestras necesidades intelectuales, emocionales, sentimentales, sensuales, previamente establecidas.

Si no caemos en la cuenta de la falaz idea del Amor en virtud de la naturaleza finalista de nuestros pensamientos y emociones, nunca sabremos la inmensa si no infinita realidad de su dimensión. El amor requiere, para su real, no virtual, preconcebido,, influido, insuflado y manido reconocimiento, una percepción que ha de situarse más allá del proceso de aislamiento, de negación y resistencia, que diría Krishnamurti, impuesto por un patrón mental y por la reducción precisa por la abstracción y representación del nombre y significado con el que designamos la palabra Amor, porque el Amor no es representación, teoría, ideación… Así, el amor es aprehensible única y realmente cuando la conciencia es pura y no proyecta sensaciones particulares o impulsos en forma de creencia, influjo, deseo posesivo… sino que su conciencia se mantiene alejada, olvidada de nosotros mismos. El Amor es un estado del ser que no se puede identificar, encontrar, describir, representar o definir. Sólo cuando el pensamiento está en silencio y la mente quieta, atenta, perceptiva, inquirimos y comprendemos que en el amor no hay distinción, dualidad, sujeto y objeto, tú y yo.





Francisco Acuyo 




Sobre el amor 2, Francisco Acuyo


miércoles, 20 de abril de 2011

SOBRE EL AMOR: DE JUICIOS, PARADOJAS Y APOTEGMAS.



INAUGURAMOS sección intitulada (después de un prolongado espacio de tiempo sin ofrecer nada –ni en viejas o nuevas secciones- en Ancile, motivos de trabajo y fuerza mayor me han obligado a este fastidioso parón): De juicios, paradojas y apotegmas. Se caracteriza esta flamante entrada por tener un carácter genuinamente espontáneo (aunque reflexivo y reflexionado), inspirado por lecturas, vivencias o meditaciones que, a la sazón, han dejado un poso lo suficientemente importante para considerarse dignas de ser reservadas para su contemplación y ofrecimiento por escrito a quien pudiere interesar, sin que esto sea privativo de que en algún momento y en algún lugar -fuera del blog-, puedan ser ofrecidas y también publicadas. Otra de sus peculiaridades sería su carácter heteróclito o heterogéneo: la temática, la argumentación, la misma exposición no guardarán un orden ni explícito ni implícito, por lo que puede resultar desdeñable a aquellos espíritus entregados al rigor de lo metódicamente científico, pero es que nuestra intención no es tanto la de mostrar cualidades ponderadamente positivas y metodológicas como la de animar a la meditación, lectura y compromiso con las diversas y muy variopintas motivaciones que inspiraron estos juicios en forma, muchas veces de paradojas y de poco o nada pretenciosos apotegmas. Así las cosas, estas apreciaciones aquí ofrecidas no aspiran, al menos en principio, más que a instigar a la reflexión y posterior comentario, a quien tuviere a bien llevarlo a cabo. Así, lecturas varias sobre el tema del amor (Novalis, Khrisnamurti, Juan Ramón Jiménez…) se extrajeron ligeras exposiciones, como decía,  en su redacción, las cuales no implican que sean poco meditadas o interiormente elaboradas y que, aquí, hacemos exteriores con este primer título que se suscribe como: Sobre el amor.




SOBRE EL AMOR




Sobre el amor 1, De juicios, paradojas y apotegmas, Francisco Acuyo



MUY bien puede suceder que, al indagar en las aproximaciones sobre el tópico del amor en estas líneas, se valore que tal apreciación al respecto cualifica el concepto, la idea, el elemento, el impulso, e incluso la negación del amor a parangones calificados como sobre o inhumanos; tal es la singularidad que, al menos en principio pudiera estimarse de su apreciación. Cuando barajamos el amor como concepto, se identifica de común con nuestro pensamiento y emociones, y casi siempre ligado a la imagen de una (o varias) personas que estimamos como amadas. Mas si inquirimos con rigor, vemos que el amor (como concepto) no puede ser pensado, lo cual, no deja de resultar harto paradójico, sobre todo si estimamos que el amor –conceptualmente- es considerado como una de las más depuradas elaboraciones (abstracciones) de las que es capaz el ser humano (pasadas o no por el matiz emocional o sentimental), advirtiendo además que todo ello parece producto del pensamiento. Es razonable decir que amamos (no sólo con el corazón, también) con nuestra mente, si esta es entendida como el instrumento catalizador de todos los pensamientos, pero, ¿en realidad puede el amor ser pensado, puesto en la práctica y tratado cuantitativamente?

                A fuer de parecer contradictorio en nuestras indagaciones, cabe pues, interrogarse sobre si en verdad amamos con la mente (como vehículo, o, mejor como instrumento de utilidad para la consecución de fines en nuestra vida), y si esto es en verdad posible.

                Sucede que, con el amor, acaso como con otros potenciales o aspirantes a sublimes conceptos (véase la poesía, por ejemplo), no pudiendo ser definidos precisamente, podemos acceder a ellos mediante un ejercicio especial como es el de la negación, es decir, reconociendo lo que, razonablemente, no puede ser considerado en puridad como amor, así por ejemplo: no es ánimo posesivo, no puede ser exclusividad, certeza… todo lo cual diríase que nos llevará a la conclusión de que el amor no es asumible mediante el pensamiento, entendido este como la entidad habitualmente intelectual finalista que todos conocemos de consuno.  Pero en realidad, en este elemento práctico utilitario y finalista que fundamenta nuestro pensamiento radica la contradicción y la imposibilidad del amor, y es que de ser así amamos para recibir, de lo cual cabe inferirse que, en realidad, no amamos, y es que  a mi juicio, en esta generosidad mental no puede encontrarse el amor, pues como producto de la mente, es siempre egoísta, pues busca seguridad, certeza, durabilidad, autocomplacencia….

                Colegimos de todo lo anteriormente expuesto que el amor no puede ser producto del pensamiento, de la mente (utilitaria), de la búsqueda de seguridad e interés propios, en fin, de la personalidad, si es que en realidad consideramos el amor como algo en verdad imponderable, como energía vital, creativa que no responde al anhelo mental en pos de recibir algo de aquí, del tiempo, del interés, de la gratificación… Más allá del pensamiento, del sentimentalismo, de la emoción misma es donde podemos atisbar el amor verdadero.

                La pasión amorosa está íntimamente ligada a la vida y, como adelantaba, a todos los procesos verdaderamente creativos: es decir, no aspiran a una utilidad finalista, sino que viven sencilla e intensamente en y para la contemplación de lo hermoso conseguido, que diría el gran Juan Ramón Jiménez, y que no es de uno, y que no cabe aprobarse ni condenarse y de donde no puede deducirse contradicción, pues asume el peligro de su siempre entusiasta, viva, consciente, perceptiva contemplación como movimiento purificador de nuestro yo y que nos lleva más allá del mismo, y ahí es  donde radica esta extraordinaria y al mismo tiempo genuina revelación y donde adquiere su elevado y al tiempo cotidiano, no significado, sino ser que denominamos amor.





                                                                                                              Francisco Acuyo




Sobre el amor 1, De juicios, paradojas y apotegmas, Francisco Acuyo

miércoles, 13 de abril de 2011

CIUDAD DE ARENA O BRUNO DOUCEY (II)

Ciudad de arena o Bruno Doucey 2, Ancile



Incluimos en esta entrada el cuento inicial que abre el conjunto de relatos breves titulados Ciudad de arena, en su versión española, traducida por el grupo Traducir la voz lírica, de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada, coordinado por la profesora Joëlle Guatelli Tedeschi, de quien ofrecíamos en la primera entrada dedicada a este libro, un fragmento de su interesante y revelador prólogo.


Ciudad de arena o Bruno Doucey 2, Ancile




ALBANE
o
Las moradas ancestrales


Hoy, las hierbas altas han invadido las alamedas, el patio y la mayoría de las dependencias de La Grande Lavaudière. Han crecido por escaleras y umbrales, se introducen bajo los portones de las granjas cerradas, cubren el brocal de los pozos. Hay hierba por todas partes, en los fosos, en los taludes, en el camino que lleva al bosque; vigorosa y tupida. Ayer llegaba hasta las viejas moradas en el fondo de los patios adoquinados; hoy, crece ya en el interior, a la sombra fresca de las losas dispares y va al encuentro de briznas ávidas que ya están cruzando el umbral, como queriendo trazar un camino de hierba.
Desde que se marcharon los hombres, las dos mujeres han ido retrocediendo ante el inexorable avance vegetal, cansadas de luchar contra zarzas, gramíneas y fresnos, renunciando a los privilegios del espacio para proteger mejor el pequeño refugio que han habilitado en la vivienda. Allí se retiraron, protegidas del mundo, Albane, la niña, y la vieja, siempre alerta. Fuera, árboles y matorrales alzan por doquier una cortina de verdes frondosidades y la finca La Grande Lavaudière, enorme cuando los hombres la mantenían, parece hoy minúscula en medio de la naturaleza inmensa.
Ciudad de arena o Bruno Doucey 2, Ancile
La historia de su vida común se inicia mucho antes. Albane sólo tiene unos meses. Su madre ha muerto al traerla al mundo. Su padre administra, él solo, con gran esfuerzo, los trabajos de la finca. También está la vieja, abnegada, solitaria. Cría a la niña. Y, además, cuatro o cinco hombres, temporeros, que trabajan la tierra y terminan prendados por La Grande Lavaudière.
El tiempo discurre, como un camino tranquilo, al ritmo de las cosechas.
Lejos hay guerra, una guerra absurda y loca como todas las guerras.
La vida da un vuelco.
Llegan soldados que enrolan a los hombres. Todos marchan camino de la noche, más allá de las colinas, más allá de las fronteras. Tras ellos, la finca aislada desaparece.
La vieja se queda sola, cría a la niña, oteando por si regresan los hombres. Ni uno sólo volverá. Durante meses, esperará sin descanso.
En este punto, el tiempo se detiene.
Al principio, la vieja intentó mantener los trabajos de la finca. Primero pensó en llamar a dos o tres trabajadores que pudieran ayudarle a cuidar los prados y a recoger las cosechas, pero faltaban brazos en una zona donde muchos hombres nunca volvieron de la guerra. Además, ¿quién hubiera querido vivir en aquellas tierras, lejos de todo, perdido en el bosque y en el campo, con la única compañía de una vieja y una niña salvaje? La Grande Lavaudière se volvió todavía más solitaria. Allí creció Albane, alejada de los niños de su edad, un poco secreta, un poco arisca. La vieja quería a la niña, vivía sólo para ella. Cómplice de sus juegos, escuchaba siempre sus historias, enriquecía sus sueños.
La pobre mujer luchaba también contra el crecer desmesurado de los matorrales. Escardaba, talaba, desbrozaba, segaba en vano. El horizonte iba desapareciendo tras la amenazante profusión vegetal. Era como si toda la naturaleza se vengase por haber estado tanto tiempo retenida. Sin embargo, en el fondo del patio, la vivienda en la que se habían atrincherado las dos mujeres contrastaba con la exuberancia circundante.
Era patente la orgullosa tenacidad con que la vieja y la niña defendían el angosto territorio que se veían obligadas a ocupar. Toda la energía de una de ellas servía para edificar murallas invisibles que frenasen la verde progresión de esencia vegetal. La otra, por el contrario, en la tímida femineidad de su edad, domesticaba la naturaleza insumisa. Todos los días, Albane se pasaba las horas corriendo por los oquedales de la finca, internándose en los bosques, hendiendo con su cuerpo el sendero de hierbas altas. La naturaleza penetraba en ella como un escalofrío de fuerzas vivas.
Niña como era, Albane hablaba con el viento y éste, a veces, le respondía. Quién sabe si cada árbol, cada pájaro, cada piedra del camino, tenían entonces un nombre, un lenguaje, un alma que la niña viniera a escuchar en secreto, con la esperanza algo difusa de compartir con ellos sus propios sueños. Albane conocía el canto de los pájaros, el nombre de los manantiales que murmuran al acercarse los humanos, la costumbre de las lagartijas que van siguiendo por las paredes la progresión del sol. Sus correteos alocados solían llevarla a la otra punta de la finca, por sendas inexploradas, por colinas lejanas, por setos exuberantes en los que, de pronto, desaparecían las tapias. Albane vivía en un sueño el fulgor de su edad.
Luego, llega el tiempo de recorrer la mansión olvidada. La vieja está ya tan débil que Albane no se atreve a alejarse de ella. Sencillamente, la mansión la atrae, se revela poco a poco. La niña se dedica a explorar los edificios de la finca. La gran mansión en la que antaño vivían sus padres y en la que las dos mujeres sólo ocupan hoy una habitación que da al patio, resulta todo un mundo por descubrir. No hay plantas, estancias o rincones que no quiera conocer. Durante días, y puede que semanas, Albane va en pos del pasado, tejiendo lazos con sus orígenes. Pero las cartas, los objetos, los muebles, reticentes a despertarse, no pueden renunciar a su inmovilidad secular. Albane siente, sin saber por qué, una inquietud sorda, un malestar al abrir los sobres amarillentos, los armarios cuya madera chirría, los bargueños de marquetería que esconden celosamente sus secretos.
Siente que sus gestos ultrajan la pureza de sentimientos que cada objeto sigue reflejando. Siente que, al intentar descubrir lo que oculta cada una de las estancias, está forzando un mundo sólo cerrado para ella.
Ciudad de arena o Bruno Doucey 2, Ancile
Para que su turbación desaparezca, Albane habrá de descubrir, al fondo de la morada, una minúscula escalera, de ésas que el tiempo roe y desbarata, cuyo rancio olor a polvo, al emerger los recuerdos más lejanos, consigue provocar un luminoso despertar de los sentidos.
Tiene que colarse, subir por ella hasta la puerta de un granero.
Tiene que abrirla, en un último gesto de niñez…
Ahí, ante ella, a la luz olorosa del granero descubierto, hay un árbol. Atónita, maravillada, Albane no se atreve a acercarse. Y hela aquí que mira, sin ni siquiera intentar comprender, aquella evidencia vegetal.
Hace algunos años, el tejado de la mansión se había hundido en parte, debido a la rotura de la viga cimera. El árbol, cuyo ramaje penetraba por el boquete de la techumbre, ocupaba todo el espacio. Había echado raíces en el propio suelo, entre las vigas, en el espesor terroso del piso en descomposición y se alzaba hacia el cielo con el fervor tierno y feliz de los brotes nuevos. Con el tiempo, había otorgado al desván la protección de la que éste carecía, cubriendo con su cortina de follaje la abertura del tejado.
Las raíces ondulantes, que Albane veía por el suelo, se extendían por la estancia, como si el árbol, consciente del riesgo que infligía a toda la vivienda, hubiese deseado simplemente repartir su peso. Y de ese modo creció, con toda naturalidad, y su presencia soberana difundía por el granero la fuerza vital que sacaba de él.
Albane se acercó, atraída por lo recto del árbol: pensaba en la vieja.
Se apoyó en el tronco, con los ojos cerrados, las palmas abiertas, la cabeza hacia atrás y el cuerpo erguido contra la albura. Sintió algo parecido al calor. Se pegó todavía más al árbol, adoptando sus formas antes de dejarse caer hasta el suelo, en pos de su vida subterránea. Allí fue descubriendo cada una de sus raíces, se dividió para seguir mejor las caprichosas fibras leñosas. Insensiblemente se iba internando en las profundidades del suelo, adentrándose en la opacidad de esta arborescencia telúrica, apenas perceptible, sinuosa, alcanzando a veces el extremo de las raicillas desgreñadas al acabar la nervadura de las galerías.
Dispersándose por el espesor del suelo, recorría las raíces con la oscura conciencia de remontar hacia las múltiples fuentes de su vida. En la maraña fibrosa de tallos iba siguiendo un hilo tenue, continuamente ramificado, que la llevaba al fondo de la noche.
En las profundidades minerales de la tierra adormecida, se sintió arrancada de su sueño sepulcral, aspirada, absorbida, atrapada en la difusa capilaridad del vegetal. Un vigor formidable la atraía hacia el foco vivo del árbol. Esparcida, perdida, olvidada en el suelo, mil veces dividida, se dejaba llevar por la fuerza, el impulso, la aspiración vital de las activas canaladuras, subiendo ya por los surcos más amplios de las raíces madre para alcanzar, en la unidad fibrosa de la madera, el sordo espesor del tronco.
Tomó al fin conciencia de su cuerpo como en pleno día, dentro del gran cuerpo protector del árbol. Sus manos ya no tocaban la superficie rugosa de la albura, sino que acompañaban a todo el cuerpo en el empuje vertical de la savia. Albane renacía, ascendía en la fuerza nudosa y tranquila de la madera. Había vuelto a encontrar el equilibrio del mundo. Conmocionada, la vida de la tierra ascendía.
Entonces se produjo algo extraordinario: la savia la guió hasta las menores ramificaciones sin que, esta vez, tuviera que dividirse. Albane estaba en todas partes, en el follaje, en las ramas, en los tallos, en las fibrillas, en los limbos apenas formados, una y múltiple. Y sentía la trémula ligereza, el fresco balanceo, la suavidad eólica.
Acababa de acceder a la vida cerúlea del árbol, abierta al mundo, a la quietud del mundo, en la simple claridad del alba recobrada.
Abajo, sin embargo, en la morada sobrecargada por el peso de las raíces, junto a la chimenea,sentada, con la mirada ausente y cruzadas las manos en un gesto de repentina y viva crispación, la vieja acababa de retener su último suspiro.



Bruno Doucey,
de Ciudad de arena
Ciudad de arena o Bruno Doucey 2, Ancile



lunes, 11 de abril de 2011

CIUDAD DE ARENA O BRUNO DOUCEY

Ciudad de arena o Bruno Doucey 1, Ancile


Me es muy grato ofrecer en esta nueva entrada de Ancile, la noticia de un nuevo libro publicado en nuestra modesta editorial Jizo ediciones; se trata del libro de cuentos Ciudad de arena, del escritor, editor y poeta francés Bruno Doucey. Ofrezco en esta primera entrada un fragmento del prólogo interesantísimo de una de las artífices de esta traducción: Joëlle Guatelli-Tedeschi, perteneciente al Grupo de Traducción Colectiva, como coordinadora del proyecto: “Traducir la voz lírica”, en colaboración con la Dra. Adoración Elvira Rodríguez, en la Facultad de Traducción e Interpretación, de la Universidad de Granada.



Ciudad de arena:
agua cristalizada en rosas del desierto
       

Evocar al autor de Ciudad de arena, Bruno Doucey, es adentrarse en una biografía de altura… no social sino geográfica, familial, profesional y humana. Nace el escritor en 1961 en la Francia de las amables montañas del Jura, en el seno de un hogar modesto y de principios altos, atento a una educación equilibrada y que le brinda, a él y a sus hermanos, el amor al estudio, la apertura al Otro y el deleite de criarse entre abetos y nieves, entre viñedos también durante vacaciones disfrutadas en terruños vinícolas venidos de familia. Agua que se puede cristalizar, sucos que pueden fermentar… una naturaleza que transforma y es transformada… un universo ya de poeta donde ver crear y crear es todo uno.
Su madre, Yvette, hace fotos a plena luz del día; su padre, Jean, artista paisajístico, pinta de noche en la casa dormida. De entrada su biografía entreteje una trama compuesta de hechos tangibles, de lugares enraizados y de sus representaciones artísticas y oníricas. Desde el umbral de su vida se rinde a la invitación del pintor chino Zao Wou-Ki que cita a menudo: “si entras en este cuadro, irás muy lejos”. Se interna pronto en la gran obra del mundo circundante, dejándose traspasar a su vez por las impresiones que de él recibe y quizá más aún por sus ecos en otras mentes artísticas que saben reverberarlo. La “puesta en abismo” que precipita hacia lo vertiginoso –aprendió a correr antes que a andar según su madre–, cada vez más adentro, cada vez más hondo, en una proliferación de perspectivas, es un recurso que, muy pronto, habita su existencia y generará su obra.
[…]Los nueve cuentos (cinco de los cuales ocurren en el desierto) de La Cité de sable, escritos en momentos muy diversos de la trayectoria vital de su autor, se adentran en un mundo de hondas resonancias líricas dando fe de un universo escurridizo y complejo donde se disuelven las apariencias en la búsqueda incesante y hasta inquietante de una verdad, de un amor o sea de la vida en su áspera y sorda luminosidad. No quisiera aquí anticipar la lectura de los que vayan a abordar la magia de este libro… sólo quisiera dar fe de que la traducción que lo ha trasplantado en otro ámbito ha procurado hacerse en armónico movimiento con el original y desde una perspectiva traductológica algo distinta a la habitual. Sí, creo poder afirmar que la traducción de este libro no es una traducción cualquiera. Y no aludo así a la traducción-producto sino a la traducción-proceso. Creo que se corresponde exactamente con el trasfondo del libro donde el “yo” singular se afirma en una sola historia de las nueve recopiladas (“La Cité de sable”). El “yo” lucha por su sueño y luego en él se esfuma una vez dada la impulsión narrativa. El protagonismo pasa a la colectividad de los seres cuyas historias manifiestan y construyen la pirámide de la extraña ciudadela crecida entre dunas. Del mismo modo, una vez lanzada la iniciativa singular del proyecto de traducción, es el traductor colectivo (estudiantes y profesoras de la Universidad de Granada) quien toma las riendas y su voz coral se eleva acorde con la polifonía de lo aquí narrado. Esta traducción de grupo, llevada a cabo bien sea de noche después de la jornada en el aula, en la precaria intimidad de un café de barrio (breve alto nocturno al borde de las pistas), bien sea de día para una larga sesión en un domicilio particular o en un cortijo entre olivos (dilatada estancia en el punto de agua), figura, con su comunidad de meharistas de la palabra que son los traductores, el vagabundeo orientado de las caravanas que peregrinan por el desierto cargadas con las preciadas mercancías cuyo comercio vincula a los hombres. El texto final que ha experimentado el arduo tránsito de la traslación lingüística y cultural llega a los lectores gracias al esfuerzo unitario del grupo que ha enfrentado, con un solo arrojo acompasado, los escollos del rumoroso desierto del proceso de traducir. Como cualquier caravana responsable, el grupo se ha valido de guías… personas de mayor sabiduría y experiencia que, como el padre de Raina (“Raina o las moradas ausentes”), saben conducir los pasos y huir de los espejismos. Es así como el revisor, profesor Jenaro Talens, oteó con y para nosotros las pistas más transitables. Es así como el autor, Bruno Doucey, verificó el estado de la mercancía arribada a su destino, encontrándola intacta aunque sutilmente modificada por el largo deambular y complaciéndose en estas transformaciones que renuevan, a su manera, el milagro de la nieve y del vino de su infancia.[…]




Joëlle Guatelli-Tedeschi






Ciudad de arena o Bruno Doucey 1, Ancile

martes, 5 de abril de 2011

VICENTE ALEIXANDRE: EN EL AÑO DEL TIGRE

Vicente Aleixandre: en el año del tigre, Ancile
De Mª José de Córdoba


EL AÑO DEL TIGRE




El día 31 de marzo se presentó en la sede de la Biblioteca de Andalucía el libro El año del tigre, de su contenido os dejo otro poema, uno de los más estimados de esta por sí extraodinaria antología, el titulado, Diosa, del poeta extraordinario (y para mí por siempre entrañable) Vicente Aleixandre. Al fin ya estará disponible en las librerías para quienes pudiere interesar en su espléndido conjunto.





DIOSA





Dormida sobre el tigre,
su leve trenza yace.
Mirad su bulto. Alienta
Vicente Aleixandre: en el año del tigre, Ancilesobre la piel hermosa,
tranquila, soberana.
¿Quién puede osar, quién sólo
sus labios hoy pondría
sobre la luz dichosa
que, humana apenas, sueña?
Miradla allí. ¡Cuán sola!
¡Cuán intacta! ¿Tangible?
Casi divina, leve
el seno se alza, cesa,
se yergue, abate; gime
como el amor. Y un tigre
soberbio la sostiene
como la mar hircana,
donde flotase extensa,
feliz, nunca ofrecida.

¡Ah, mortales! No, nunca;
desnuda, nunca vuestra.
Sobre la piel hoy ígnea
miradla, exenta: es diosa.




Vicente Aleixandre 

Fecha de creación: 2 de abril de 1943. Incluido por su autor en 
la edición malagueña de Poemas paradisiacos.







Vicente Aleixandre: en el año del tigre, Ancile