Paradojas y más paradojas, esta vez en relación al lenguaje y a este con la filosofía y la ciencia, y todo bajo el título: Paradojas del lenguaje, que lo son de la ciencia y la filosofía, para la sección de Ciencia del blog Ancile.
PARADOJAS DEL LENGUAJE, QUE
LO SON DE LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA
Si el filósofo (y matemático) Descartes identificaba la materia como aquello que ocupaba la res extensa (el
espacio), para distinguirla de la cosa pensante o res cogitans, que no ocupaba
espacio, exponía ya de inicio una paradoja de difícil contestación, y que, de una y otra manera, ya llevamos
barajando desde hace unos capítulos en esta plataforma de discusión, a
saber: ¿Cómo es posible que interaccionen las cosas que ocupan espacio y son
materiales, con aquellas otras que no lo ocupan y por ende se dicen que no lo son?
Es
cierto que el lenguaje de la ciencia, en sus indistintas manifestaciones discursivas, ha hecho un esfuerzo notable para expresar con coherencia y propiedad las diferentes
manifestaciones paradójicas de la fenomenología que trata de explicar su
ciencia. No obstante, es claro también que el recurso a tropos de la más diferente
índole, no ha sido (a mi muy humilde juicio) el más apropiado. No se han usado con la idoneidad que en realidad precisa su
literatura para la descripción, expresión y analógico significado en relación a especificación y referencia de la fenomenología que acometen. De este mal uso, que es un hecho, es verdad que tiene mucho que ver la disposición
sensorial de nuestros sentidos, que incluyen al redactor científico, donde priman unos respecto a otros (la vista parece ser el de
más potente vigor expresivo), así como la fuerza orgánica indiscutible
cenestésica (del movimiento) de nuestro organismo, el cual conlleva una aprehensión que impulsa un significado mecánico
a sus aproximaciones y que es del todo equivocado. De este equívoco ya he dado cuenta en mis comentarios sobre el caso fascinante y extraordinario de la sinestesia,
recurso que con un carácter fuertemente expresivo puede considerarse como
claramente esclarecedor de este particular y que acaso lo destaca sobre otros, pues fracasa al pretender atribuirle movimiento mecánico cenestésico a sus representaciones y analogías, pues favorece el discurso descriptivo y
expresivo de los sentidos en relación a los fenómenos de la mente, de la emoción,
del dolor, sentidos por la conciencia.
La cuestión capital de esta insuficiente retótrica mecanicista aplicada al lenguaje y literatura científica, radica en otro problema subyacente, y que se manifiesta en el influjo indiscutible de la conciencia en los ámbitos de la materia que expone, una vez tras otra, nuevas paradojas, estimuladas por el dualismo claramente insatisfactorio de mente y materia. La realidad es que no se ha podido medir lo que la conciencia sea ni ubicarla espacialmente, a pesar de los esfuerzos de la neurociencia que, aunque pone de relieve su indiscutible relación con el cerebro, no puede identificarla plenamente con el mismo. Las relaciones, a su vez, entre conciencia y energía, no dejan sino entrever cosa bien distinta, en tanto que: la conciencia sabe, la energía fluye.[2] Es así que la conciencia es el testigo de la energía, pero no es la energía misma. La problemática para expresar todas y cada una de las paradojas inevitables que debe afrontar el científico o el divulgador de la ciencia, radican en buena parte en esa utilización mecánica de fenomenología altamente dinámica y `profundamente compleja.
La
experiencia consciente subjetiva exige de una valoración y evaluación que necesariamente está
vinculada a la naturaleza dinámica, orgánica y compleja de su fenomenología, que no puede
ser explicada ni expresada con la retórica mecánica al uso del discurso
cenestésico y visual del lenguaje normativo científico común.
Sobre esta
exigencia y su problemática apuntaremos nuevas ideas para intentar solventar
sus paradojas fenomenológicas y su extensión al ámbito lingüístico, eso será en
próximas entradas del blog Ancile.
Francisco
Acuyo